Ruta de la Sierra negra: del Ocejón a Tejera Negra
Otra propuesta de viaje hacemos hoy a nuestros lectores. Esta vez se orientan nuestros pasos hacia las grises alturas del Ocejón y sus contornos. Por la orilla derecha del valle del Henares van abocando multitud de ríos que proceden de las altas serranías que limitan las dos Castillas: la vieja de Soria y la nueva de Guadalajara. En esas sierras, formando parte del gran Sistema de la Somosierra, y con alturas especialmente destacadas como el Pico del Lobo, el Tres Provincias, el Ocejón, el Santo Alto Rey y el Pico de Grado, se esconden una serie numerosa de pueblos interesantes, paisajes espectaculares, y caminos que están pidiendo ser recorridos, a pie o sobre el motor que cada uno se procure, por cuantos buscan en la Naturaleza ese gozo del silencio, de la paz y de la autenticidad.
La sierra negra de Guadalajara tiene todos esos elementos en grado sumo. Vamos a verlos.
Hay que considerar que la forma idónea de arribar a esta comarca es, fundamentalmente, a través de tres núcleos históricos que abren sus caminos hasta lo más recóndito del espacio serrano. De una parte es Cogolludo, donde destaca sobre el resto de sus edificios el gran palacio de los duques de Medinaceli, obra espectacular del Renacimiento español. Es preciso detenerse un par de horas aquí, en Cogolludo, y admirar no sólo la fachada, sino el interior del palacio ducal: el patio, que si bien sólo ofrece el esqueleto, este lo tiene limpio y espectacularmente bello. O la gran chimenea de labor mudéjar, una de las más bonitas de Castilla. También en Cogolludo puede el viajero entrenerse en admirar la ahora recién restaurada iglesia de Santa María, joya del Renacimiento. O buscar entre la fronda que las oculta, las ruinas del que fuera convento de frailes carmelitas, con su típica fachada de la Orden.
Otra de las llaves de la sierra es Tamajón, abrigada de encinares y bosques múltiples, al pie mismo del pico Ocejón. Allí debemos pararnos unos minutos ante la bella estampa de su iglesia parroquial, que fue románica en sus primeros días, y luego tenazmente restaurada y ampliada, hasta que ahora nos ofrece su mezcolanza de estilos, pero siempre con la grandiosidad de lo perfecto. No olvidar echar un vistazo a la fachada renaciente del que fuera palacio de los Mendoza, hoy dedicado a remozado Ayuntamiento.
Y finalmente es Atienza, esa villa medieval y realenga que de su antiguo esplendor guarda aún el soberbio castillo, las murallas completas abiertas de trecho en trecho por portalones, y una polimorfa serie de templos de estilo románico en los que brillan capiteles, ábsides, cristos góticos, espadañas y un Museo único en la iglesia de San Gil. Las plazas del Trigo y de España son otros elementos que dan carácter de castellanía pura a esta villa. Aunque no es de este lugar la tarea de pararse a demostrar con detenimiento las razones que le caben a Atienza para ser denominada «cumbre del románico», no podemos olvidar cómo todavía son cinco los templos de este estilo que pueden visitarse, con ábsides opulentos (la Santísima Trinidad), galerías porticadas (San Bartolomé), Iconografía curisísima a base de saltimbanquis medievales (Santa María del Val) ó portadas fastuosas repletas a cientos de figuras como la de Santa María del Rey. En San Gil, ya lo he dicho, lo mejor es el Museo de Arte que se cobija en su interior.
Ya por los caminos que se marcan en los mapas, debe ascenderse desde Cogolludo a los enclaves que contornean el río Sorbe: así el pueblecito de Muriel, con su cercana «cueva del Gorgocil» y la emoción de encontrar abundantes fósiles en todo su término. También puede subirse, a través de buenos caminos ya asfaltados hasta Umbralejo, pueblo abandonado que hoy se ocupa por colonias infantiles que le restauran en toda su pureza. Y aún pasar, desde La Huerce y Valdepinillos, a través del «alto del Campanario», a la zona de pinares de Galve de Sorbe, siempre rodeados de altos picos pizarrosos, tapizados de musgos y de brezos.
Es desde Tamajón que pueden realizarse las mejores excursiones en torno a la zona del Ocejón. La carretera se introduce, pasada la ermita de Nuestra Señora de los Enebrales, con su puerta siempre abierta al caminante, hacia la «sierra negra» propiamente dicha. En ella, cubierto el campo de jarales, y el entorno surcado de rientes arroyejos, van apareciendo los pueblos negros que dan nombre al territorio: los caseríos mínimos de Campillejo, del Espinar, de Roblelacasa, de Campillo de Ranas y de Robleluengo. Todos ellos ofrecen enormes edificios de vivienda y almacén construídos con piedra oscura de gneis y grandes lajas de pizarra negra con la que forman sus tejados. Finalmente, es Majaelrayo donde se para, se puede comer, y se inicia la ascensión a pie hasta el alto pico del Ocejón, con sus 2.068 metros de altura, todo un reto para montañeros y excursionistas. Aún desde aquí puede seguirse, por una carretera abierta recientemente, hacia la altura del puerto de la Quesera y pasar así a la provincia de Segovia, bajando hasta Riaza, entre paisajes de grandiosidad impensada.
Desde Tamajón debe alcanzarse, en el rato que se tenga libre, la parte oriental del mpico Ocejón. Tras sobrepasar Almiruete, riente siempre entre los múltiples cursos de agua que bajan regándole desde la alturas, a través de fresnedas y rebollares se llega a Palancares, hoy poco a poco remozado, y finalmente a Valverde de los Arroyos, que es para muchos el «pueblo insignia» de esta Sierra Negra de Guadalajara. En Valverde se puede contemplar, en toda su pureza, la situación increíble de todo un pueblo colgando de la montaña, verde su paisaje todos los meses del año, fresca y agradable la atmósfera que le tapiza, y con una estampa demasiado hermosas para ser real: las casas han sido rehabilitadas, conservando su primitiva estampa. La plaza con su juego de bolos; la iglesia tan rural y primitiva; las eras donde la Octava del Corpus resuena gaitas y tamboriles en rito mágico y ancestral. La simpatía y acogimiento de sus gentes añade un elemento por el que toda slas rozones están a favor de viajar hasta Valverde mañana mismo.
Desde Atienza puede llegarse asímismo a la zona de la serranía que ronda la montaña del Santo Alto Rey. Bien desde Albendiego y los Condemios, por el norte, o desde Bustares por el sur, caminos en buen estado llevan hasta la cumbre misma de esta montaña sagrada, en cuya cima se visita una ermita construída originalmente, allá en la remota Edad Media, por los templarios. Pueblos como Prádena de Atienza y Gascueña de Bornova, insertos en paisajes de un perenne verdor, rodeados por todas partes de arroyos y bosquedales, ofrecen también la grandiosidad de su arquitectura popular inmaculada, todos sus edificios de piedra y pizarra, con curiosas costumbres que hay que saber degustar.
En definitiva, una zona apasionante del centro de España que nadie que ame la Naturaleza y el aire libre, la pureza de los pueblos vírgenes y la emoción de descubrir soledades, debe perderse.