El castillo de Anguix vigilante del Tajo

viernes, 8 julio 1994 0 Por Herrera Casado

 

El castillo de Anguix se encuentra situado en un paraje  de extraordinaria belleza, en la orilla rocosa y violenta del río  Tajo, custodiando desde su atalayada altura los caminos de la  comarca que, abrupta y boscosa, se extiende a poniente de las  Entrepeñas, en plena Alcarria. Si no tuvo nunca una importancia  estratégica o militar marcada, a los ojos del hombre de hoy, más  hechos al goce estético o evocador, este castillo es sin duda uno  de los más hermosos de toda la comarca de la Alcarria, pues  a su estampa aguerrida une lo espléndido de su situación geográfica, encaramado en lo alto de un monte cubierto de bosquecillos  de encinas y robles, puesto en vertiginoso equilibrio sobre las  rocas que escoltan, a más de cien metros de altura, la orilla  derecha del gran río Tajo.

Visitando el castillo de Anguix

El origen de este castillo, de indudable aspecto roque­ro, está en la torre, que muy posiblemente fue lo primero construido de su estructura. Ocurrió esto en el siglo XII, pero indudablemente siglos más tarde se hizo una nueva construcción, y en el XV recibió su forma actual, que luego volvió a decaer y arruinarse hasta el extremo en que hoy lo vemos.

Podríamos decir del de Anguix que es un torrejón, en el  sentido de fundamentar su estructura en torno a la torre del homenaje o primitiva fortaleza. Realmente recuerda mucho a la fortaleza que hace tres semanas aquí mismo describía, la del Cuadrón, que también en la orilla del Tajo se encuentra relativamente cerca de esta. La situación de Anguix, privilegiada, es lo que le añade su gran valor. La planta actual es de tipo pentagonal, y ofrece murallas muy elevadas, de unos seis metros  de altura, con restos de torreones cilíndricos en las esquinas, y  otro al comedio de la cortina de poniente, que abomba y amplía  con su desarrollo lo que fue primitivamente una estructura para­lepípeda.

Tenía un recinto exterior con barbacana no demasiado elevada, que le circundaba especialmente por los costados de poniente y mediodía, los más fácilmente accesibles a la hora de un ataque, mientras que por sus lados de levante y septentrión, lo abrupto y pendiente del apoyo impedía cualquier ofensiva a ese nivel.

En el interior, muy irregular hoy por los derrumbes sucesivos y la acción del tiempo, se encuentra aún la entrada a un aljibe que ocuparía el patio central. Este patio, de todos modos, era muy pequeño, pues la fortaleza no llegaba a alcanzar los 25 metros de longitud en su dimensión más alargada. Quedan restos mínimos de la puerta de acceso, que se encontraba en el  muro de levante.

Sobre la esquina suroeste de la fortaleza, álzase la fuerte torre del homenaje, que se conserva hoy en bastante acep­table situación (aunque recientemente se ha derrumbado el torreón del ángulo norte), y le confiere al edificio su prestancia antañona y fuertemente evocadora. Esta torre, de doble elevación que el resto de los muros del castillo, es cuadrada y se escolta en sus cuatro esquinas de otros tantos cubos circulares. Se puede entrar al piso principal del recinto torreado por una puerta abierta en  el muro de levante, a la que debía accederse en tiempos medieva­les mediante una escala de mano que desde el patio y apoyada en el muro de la torre, permitía el acceso a la sala principal de ésta. En su centro, todavía hoy se ve un orificio redondo por el que se podía establecer comunicación con el recinto inferior, totalmente cerrado en su origen, y hoy accesible gracias a un boquete abierto en la parte baja de la torre. Se trataba, al parecer, de un aljibe, aunque es más verosímil fuera un calabozo.

En la torre aún quedan algunos ventanales amplios, con  asientos de piedra adosados al muro, desde los que puede gozarse de una vista panorámica excepcional sobre el curso del río Tajo, evolucionando en múltiples meandros entre las laderas boscosas de las serranías alcarreñas. Lo vemos junto a estas líneas.

Quedan en esta torre restos de los  otros pisos y parte de la escalera que, en forma de caracol, permitía la  subida a la terraza superior, que estuvo muy posiblemente almena­da. Por esa escalera hoy ya no puede subirse, pues recientemente, como digo, se ha hundido. Otro lamento que caerá en el vacío sobre el cuidado meticuloso con que se atiende a nuestro patrimonio histórico-artístico.

De cualquier manera, y a pesar de no tener una excep­cional importancia en el aspecto arquitectónico, este castillo de Anguix es una de las piezas más bellas, una auténtica joya chi­quita pero brillante al máximo, de este plantel nutrido y bravo de los castillos de Guadalajara. La excur­sión a este paraje será, sin duda alguna, inolvidable de por vida. El paisaje, la leyenda y la prestancia de las ruinas del castillo, hacen de Anguix un auténtico espectáculo para la vista y la sensibilidad.

Un sorbo de historia y una nube de leyenda

La historia de esta fortaleza es la de su territorio en torno, que fue siempre disputado entre diversos señores feudales y familias influyentes de la comarca alcarreña. El término o heredad de Anguix pasó durante la Edad Media, por donación del Rey Alfonso VII, al caballero toledano Martín Ordóñez, quien llegó a poseer amplias propiedades en la parte baja o meridional de la Alcarria (Almonacid, Vallaga, Aldovera, Anguix, etc.). Se adueñó de este terreno en 1136, y por entonces se levantó el primitivo castillo.

La viuda de este Martín Ordóñez, doña Sancha Martínez, entregó la fortaleza, en 1174, a la poderosa Orden Militar de Calatrava, que a la sazón ya comenzaba su asentamiento también en estas norteñas tierras, y cuya encomienda de Zorita extendía por el Tajo y sus afluentes una notable y progresiva influencia.

Ya más adelante, en el siglo XIV, encontramos otra vez a Anguix en la propiedad del rey castellano, incluido jurisdic­cionalmente en el Concejo y Común de Huete. Alfonso XI se lo regaló a su fiel caballero, el montero Alfón Martínez, y su hijo  Lope López, al casar con una Carrillo, lo transmitió a esta  familia de poderosos y revoltosos nobles, vecinos de Huete. Así, a lo largo del siglo XV, lo veremos en la posesión de Juan Carrillo y de su hermano Luis. En 1464 toma esta fortaleza para sí el rey Enrique IV, posiblemente por compra. Pero en 1474 se lo entrega a su camarero mayor, Lope Vázquez de Acuña, también de la familia de los Carrillo, y muy heredado por las riberas del Tajo.

Finalmente, este noble se lo vendió, en 1484, al primer conde de Tendilla, don Iñigo López de Mendoza, quien a la sazón buscaba posesiones por el entorno del Tajo y sus afluentes dere­chos, para estabilizar un gran territorio señorial. En la casa de estos magnates, que pronto adquirieron el más señalado título de  marqueses de Mondéjar, continuó ya en pacífica posesión durante  muchas generaciones y largos siglos. Fue en 1847 que adquirió por  compra el territorio entero, y la fortaleza incluida, don Justo  Hernández, vecino de Brihuega. Luego pasó a ser propiedad de una  conocida familia mondejana.

Sugerencias para la visita

Es muy fácil visitar Anguix, al menos ahora, en el tiempo seco y caluroso. Se llega al caserío de Anguix cómodamente en automóvil  por la carretera comarcal 204 de Pastrana a Sacedón. Por un  camino irregular pero no malo, que parte del referido caserío, puede avanzarse unos tres kilómetros hasta una amplia pradera al pie del cerro donde se eleva el castillo. Desde allí, lo más prudente es ascender a pie, pues al tiempo que los pulmones se oxigenan y ensanchan, puede irse gozando de las vistas maravillo­sas que según se sube al cerro se van presentando, así como, en el silencio de los encinares que suele agitar el viento, disfru­tar del sonido de los pájaros y el perfume de la naturaleza. Ya en lo alto, debe tenerse la mínima pero suficiente precaución para que, sin dejar de admirar el paisaje portentoso, evitar la caída por el tajado precipicio sobre el que asienta el castillo.