Brihuega: por el dédalo de sus calles

viernes, 3 diciembre 1993 0 Por Herrera Casado

 

En estos fines de semana que, preludios ya del invierno, al mediodía caldea el sol las solanas y los árboles ya mudos transparentan el paisaje y las cosas que en él puso el hombre, acercarse a Brihuega y contemplar paso a paso sus calles, sus edificios y el sabor inconfundible de su historia, es un regalo que el lector se merece. Por éso le invitamos a que realice ese viaje, a que se empape en él de tantas maravillas íntimas como aparecen por el dédalo de sus calles.

Brihuega se tiende en la ladera sur del páramo que baja desde la llanada alcarreña hasta el valle del Tajuña. Para quien llega desde Torija, Brihuega se muestra hundida y  abrigada al fondo del valle. Pero cuando se viene por el Tajuña, la villa se alza sobre la roca bermeja, en alto y victoriosa.

Comienza nuestro paseo en torno a los más añejos vestigios monumentales. La presencia árabe en Brihuega quedó sellada con la rúbrica contundente de murallas y castillo, a los que luego pondría su impronta la dominación cristiana. Lo que en su origen fue obra de los moros de Toledo sería más tarde renovado por los castellanos. La villa estuvo murada totalmente, y en su extremo sur, en la parte más baja del pueblo, se colocó el castillo que siempre hizo de finca de recreo y residencia, más que de un auténtico baluarte guerrero. De la antigua muralla quedan importantes vestigios: la puerta de Cozagón, hacia occidente, de esbelto arco apuntado, y la puerta de la Cadena, en el extremo opuesto de la población. Entre ambas se extiende un largo y bien plantado lienzo de muralla, en algunos tramos todavía cargado de almenas.

El castillo, que andando el tiempo se dio en llamar de la Peña Bermeja, por asentar en su parte meridional sobre enriscado y rojizo saliente rocoso, estaba separado en su límite norte del resto de la población por un hondo foso. Se conserva casi íntegro su recinto murado, constituyendo el antiguo patio exterior lo que hoy es el Prado de Santa María, al cual se entra por la puerta de Santa María o del «juego de pelota» y posteriormente se perforó, hacia saliente, con la que hoy se conoce como puerta de la Guía, por la que se accede desde la villa hasta este lugar de extraordinaria belleza que constituye uno de los rincones más apacibles y evocadores de toda la provincia.

Aunque habitualmente está cerrado, desde aquí se puede pasar al castillo propiamente dicho, que hoy está convertido en cementerio. Un amplio albácar o patio de armas, tapizado ya de blancos mausoleos, y de tristes cipreses, se extendía al pie del edificio en que, en torno a un pequeño «patio de honor» se levantaban las dependencias del palacio‑fortaleza. Estas habitaciones, cubiertas de cúpulas nervadas, son hoy capillas mortuorias. En su banda norte, el castillo poseía una gran sala abovedada, en la que hoy se encuentra la capilla de la Vera Cruz, y la parte más interesante de todo el edificio, la capilla del castillo, construida en un sencillo y elegante estilo gótico en la primera mitad del siglo XIII, a instancias del arzobispo toledano don Rodrigo Ximénez de Rada, dueño y señor de la villa. Es de una sola nave, con tramo anterior cuadrado, breve presbiterio y semicircular ábside. La bóveda es de medio punto, recorrida por nervaturas que arrancan de los capiteles, finamente labrados con motivos vegetales, en que terminan las columnas adosadas. Tres ventanales semicirculares se abren dando luz al recinto. Y plenamente mudéjar, meridional por tanto, es la decoración pictórica de sus muros, que aún en parte se conserva, consistente en una complicada tracería de polígonos estrellados, de color vinoso sobre el fondo claro, entre la que aún se encuentran algunas figuras zoomórficas. Esta conjunción de arte gótico y mudéjar hace muy interesante la capilla del castillo briocense, que al exterior se marca en cilíndrico torreón, horadado por las ventanas semicirculares y que es de los aspectos más característicos de la villa.

En este prado de Santa María no podemos dejar de contemplar la iglesia parroquial de Santa María de la Peña, uno de los cuatro templos cristianos que tuvo Brihuega y que fue construido, también en la primera mitad del siglo XIII, a instancias del arzobispo Ximénez de Rada.

Su puerta principal está orientada al norte, cobijada por atrio porticado. Se trata de un gran portón gótico, escoltado por columnillas adosadas, que rematan en capiteles ornados con hojas de acanto y alguna escena mariana, como es una ruda Anunciación. De ellos parten arquivoltas apuntadas recorridas por puntas de diamante y decoración vegetal. El tímpano se forma con dos arcos también góticos que cargan sobre un parteluz imaginario y entre ellos un rosetón en el que se inscriben cuatro círculos. La puerta occidental, a los pies del templo, fue restaurada en el siglo XVI por el cardenal Tavera, cuyo escudo la remata.

El interior es de gran belleza y puro sabor medieval. Los muros de piedra descubierta de sus tres naves comportan una tenue luminosidad grisácea que transportan a la edad en que fue construido el templo. El tramo central es más alto que los laterales, estando separados unos de otros por robustas pilastras que se coronan con varios conjuntos de capiteles en los que sorprenden sus motivos iconográficos, plenos de escenas medievales, religiosas y mitológicas. Las techumbres se adornan con nervaturas góticas. Sobre la entrada a la primera capilla lateral de la nave del Evangelio, una gran ventana gótica se muestra. En el siglo XVI, el cardenal Tavera modificó el templo colocando a sus pies un coro alto, que se sostiene sobre valiente arco escarzano, en el que medallones, escudo y balaustrada pregonan lo radicalmente distinto del arte plateresco con respecto al románico. Hoy ha sido restaurada plenamente, con gran acierto, y luce con fuerza entre los mejores edificios monumentales de Guadalajara toda.

Siguiendo nuestro camino por el dédalo briocense, vamos a ver las otras iglesias, construidas todas ellas en la misma época, es decir, primera mitad del siglo XIII, a instancias del mismo arzobispo Ximénez de Rada. La de San Juan ya desapareció. Quedan las de San Felipe y San Miguel. De esta última, situada en la parte baja de la villa, camino ya de Cifuentes, sólo quedan la torre cuadrada y los cuatro muros, en los que, no obstante, luce en un extremo la gran portada románica de transición, de sencillos capiteles y arquivoltas apuntadas y en el otro el ábside poligonal mudéjar, de ladrillo descubierto, que ni las guerras ni el tiempo han logrado todavía derruir. En su interior, ahoa restaurado, quedan las columnas y capiteles de entrada al presbiterio y un enterramiento gótico de don Juan Muñoz.

La iglesia de San Felipe es, sin duda, la más bella de Brihuega. Construida en la misma época que las anteriores, presenta la portada principal orientada al oeste, alzándose las apuntadas arcadas que nacen de los capiteles vegetales y culminado el muro con rosetón calado y alero sostenido por canecillos zoomórficos. Al sur existe otra puerta, más sencilla, pero también de estilo tradicional. El interior, que sufrió grandes desperfectos en un incendio, allá por el año 1904, fue restaurado con acierto hace años, y ofrece un aspecto de autenticidad y galanura gótica como es muy difícil encontrar en otros sitios. Tres naves esbeltas, la central más alta que las laterales, se dividen por pilares con decoración vegetal y se recubren con artesonado de madera. Al fondo, la capilla absidial, de muros lisos y cúpula nervada, completa el conjunto que sorprende por su aspecto netamente gótico y medieval.

En definitiva, y tras patear callejas retorcidas y cuestudas, asomarnos a plazas recoletas y admirar, doblando el cuello, aleros, cornisas y capiteles, nos queda la seguridad y el placer de haber pasado nuestro tiempo en el ejercicio saludable de la evocación. Añade Brihuega la gran Plaza del Coso, con sus «cuevas», su Ayuntamiento, sus fuentes y su Cárcel barroca. Y la calle de las Armas, y el paseo de María Cristina… y tantas otras cosas en las que no sólo un día, sino una temporada pasarían completa en su empinada geografía. Por ahora conténtese el lector con saber de estos detalles, y búsquelos él mismo, en viaje inmediato.