Atienza, un símbolo de Castilla

viernes, 12 noviembre 1993 0 Por Herrera Casado

 

Uno de los mayores goces estéticos que el viajero por Castilla puede obtener es el de contemplar, por vez primera, la silueta de la villa de Atienza en la distancia. Desde cualquiera de los cuatro puntos cardinales por los que aborde su aproximación, la imagen medieval y evocadora del conjunto fortificado de Atienza quedará grabada permanentemente en la retina de quien así la admire.

En estos días de exaltaciones nacionalistas (o regionalistas, según el prismático cristal con que se mire la situación), no parece desentonante que los castellanos (que a pesar de tantos y tantos silencios, existimos y poseemos todavía una cultura impar que por ningún concepto debe dejarse perder ni siquiera adocenar) apelemos a nuestros símbolos. Uno de ellos (tan alto y claro como el pendón o la jota serrana) es el burgo de Atienza. Hasta allí subimos este Fin de Semana.

La historia, densa y prolija de acaecimientos, de esta importante villa comercial, fue llenándola, a lo largo de los siglos remotos del Medievo, de monumentos y de espacios urbanos que hoy hacen de Atienza uno de los más hermosos conjuntos histórico‑artísticos de toda Castilla. Fue levantada por los celtíberos y arévacos, tenida de árabes que en lo más alto de su atalaya roquera construyeron un castillo, y finalmente fue conquistada de los cristianos, siendo bajo el reinado de Alfonso VIII que recibió grandes ayudas y la posibilidad de crecer en riquezas, prerrogativas y número de habitantes.

De la densidad de edificios artísticos que tuvo Atienza en la plena Edad Media, hoy solo quedan unos escasos ejemplos. Ello la permite mostrar en cada rincón un templo románico, un caserón de hidalgos, un resto de muralla, o algún detalle renacentista. Se sabe que llegó a contar con catorce parroquias, alguna sinagoga, decenas de casas fuertes y un magnífico monasterio franciscano de estilo gótico inglés.

El aspecto de Atienza es el de un castillo rodeado de una puebla densa y empinada. Sobre la eminencia rocosa surge la fortaleza medieval, con un torreón mayor en la punta meridional, y restos de murallas, aljibes y puertas. Del castillo surgían diversas líneas de murallas, progresivamente más fuertes, y surcadas de portones de acceso al pueblo. Hoy se ven restos de todos estos «cintos» amurallados, y entre las dos plazas más importantes del lugar aún se conserva el llamado arco de arrebatacapas, de remate apuntado sujeto por columnas cilíndricas y capiteles de decoración vegetal.

Todo su patrimonio monumental, revelado brillante y prístino como una película de aventuras, se nos ha hecho más elocuente gracias al libro que nuestro compañero de páginas y buen amigo José Serrano Belinchón ha publicado recientemente, describiendo con pormenor sus piedras y sus títulos. Los templos parroquiales de Atienza son todos, a excepción de la iglesia de San Juan, de estilo románico puro. Y así, encontramos la iglesia de la Santísima Trinidad, con ábside semicircular de influencia segoviana, y gran profusión de ornamentación vegetal; la iglesia de Santa María del Rey, cabeza de un antiguo barrio desparecido en las guerras entre Castilla y Aragón del siglo XV, que ofrece su gran portada meridional, semicircular y cargada de figuras antropomórficas; la iglesia de San Gil, con ábside semicircular, y delgados ventanales que le iluminan, añadida más modernamente de una portada renacentista; la iglesia de San Bartolomé, con su atrio porticado y su gran puerta multidecorada, más el interior, intacto desde el siglo XIII; la iglesia de Santa María del Val, fuera de la actual población, con decoración de atletas medievales en las arquivoltas de su portada, etc.

La iglesia de San Juan, su actual parroquia, fue primitivamente románica, pegada a la muralla interna. Reformada en el siglo XVI, hoy luce como un elegante ejemplo de templo columnario, renacentista, adornado de múltiples retablos de esculturas y pinturas.

En la Plaza del Trigo, que es uno de los ejemplos más hermosos y típicos de los plazales castellanos, y en la del Ayuntamiento, se concreta el aire más nítidamente tradicional de esta población. La primera de estas plazas contiene edificios soportalados con algunos elegantes ejemplos de palacios (el del Cabildo eclesiástico de Atienza entre ellos), y la segunda muestra el edificio concejil con gran escudo real sobre el balcón principal, otros palacios de hidalgos, y una fuente central llamada «de los delfines» por ofrecer tallados estos animales. A partir de estas plazas se abren cuestudas y estrechas calles en las que son inacabables los ejemplos de casonas nobles, mezclas espléndidas de la arquitectura rural de la zona con portaladas adoveladas rematadas de escudos señoriales.

Otros edificios singulares que ofrece Atienza son el Hospital de Santa Ana, construcción barroca con portada en la que surge un tallado medallón de la titular, y un patio sencillo y elegante; las ruinas del convento de San Francisco, del que quedan los fragmentos del ábside poligonal con rasgados ventanales de estilo inglés; la fuente de la Villa en el cruce de los caminos que traen los viajeros a élla; la posada del Cordón, medieval albergue con tallada cenefa franciscana en torno a la puerta de entrada; y decenas más de singulares arquitecturas.

Todo ello confiere a la villa serrana de Atienza de un marcado sabor medieval, y de un profundo sabor castellano, dándola con creces la valoración necesaria para ser considerada como uno de los más hermosos conjuntos de tipo histórico‑artístico de la patria castellana. No vendrá mal, este fin de semana, olvidarse un tanto de tanta gloria periférica como nos invade desde prensas variadas, y arrimarse a esta hermosa panacea del desconsuelo castellano: a la villa enriscada y monumental de Atienza, en la que de cuesta en cuesta, de caserón en caserón y de pórtico en pórtico, podemos ir descubriendo nuestra asombrosa raíz, la que nos nutre.