Un alcarreño del Renacimiento. Alvargómez de Ciudad Real, el latinísimo
Siempre fue Guadalajara ciudad donde florecieron en abundancia los poetas y literatos. Y fue muy especialmente su Siglo de Oro el XVI, cuando de mano de la familia Mendoza alcanzó la ciudad del Henares su título de «Atenas alcarreña», ocupando calles, plazas y palacios los ilustres varones dedicados a la contemplación de las letras y las ideas.
Ahora que estamos en la plena efervescencia, quizás un tanto soñadora e irreal, de la fiesta pura, es buen momento para echar un vistazo a esos «atrases» de las gentes y las cosas que conformaron esta ciudad en que vivimos, palpitante desde hace siglos, tanto como ahora. Y de sus gentes, de las doctas y leídas, que también a su tiempo corrieron ferias, traer a la memoria uno de los más destacados personajes. A uno que fue representante característico del Renacimiento hispano, y que aquí en Guadalajara nació, murió y dio su obra toda. Perteneciente a familia de nueva nobleza, autodidacta muy posiblemente; crecido y educado en el ambiente intelectual del palacio del Infantado, se ocupó en versificar en lengua latina, y trató de hacer, siguiendo las recomendaciones del humanista italiano Pico della Mirandola, una «teología poética» que remedara y aun unificara las grandes creaciones poéticas del clasicismo latino con el cuerpo dogmático cristiano. Nebrija le llamó «el Virgilio cristiano» y Juan Catalina García dice de él que fue «el poeta latino más notable de la gente española de su tiempo». Recientemente se ha hecho una gran tesis doctoral sobre su figura en la Universidad de Cádiz, lo que confirma su importancia y pervivencia.
Su vida
Nació Alvar Gómez de Ciudad Real en Guadalajara, en el año 1488. Hijo único y heredero del importante mayorazgo que fundo su abuelo. Este, también llamado Alvar Gómez, ocupó el cargo de secretario real con Juan II, Enrique IV y aun alcanzó la primera época de los Reyes Cristianos. Se distinguió por su capacidad de maniobra política, sabiendo traicionar y quedar bien con todos. El consiguió por trueques y negocios con el Gran Cardenal de España, don Pedro González de Mendoza, el señorío de Pioz, Atanzón, el Pozo de Guadalajara, los Yélamos y otros pequeños lugares. La familia fue, en todo caso, de escasos recursos. Fueron sus casas, inicialmente, un palacio o «casas mayores», en la parroquia de San Esteban, que se caían de viejas. El hijo del poeta levantó unas nuevas junto a la iglesia de San Ginés y puso por fin en práctica el deseo de todos sus antepasados de erigir convento de concepcionistas, cosa que se hizo frente a su nuevo palacio. Con más dinero, se ocupó en erigir nueva iglesia a su villa de Atanzón.
El poeta no parece que fuera a Universidad alguna. Ocupado en su corta hacienda, por sus dotes de poeta y humanista fue muy querido de sus conciudadanos. Ocupó algunos cargos en el gobierno del concejo y en las cortes de Valladolid en 1518 consta que representó a Guadalajara. Se casó con dona Brianda de Mendoza, hija legítima del tercer duque del Infantado. Se ocupó en guerras, de las que el Imperio carolino siempre anduvo metido. Y con el césar Carlos acudió a Bolonia, formando en la comitiva de su coronación imperial. Allá en Italia se acercó a los Papas, formó en sus cortes. Al flamenco Adriano dedicó su «Thalichristia» y a Clemente la «Musa Paulina», en 1522 y 1529 respectivamente. Una larga temporada pasó en la península itálica y es muy de notar que ese «exilio» o larga vacación en el extranjero coincidió con el de otro ilustre alcarreño, LuÍs de Lucena, médico de los Papas, y preocupado siempre de la hondura cristiana. Las relaciones entre ambos, aún por aclarar, son innegables. Es la época, al unísono, en que se desata en España la persecución inquisitorial contra los alumbrados, cayendo en las garras del Santo Oficio, y luego en sus hogueras, varios personajes de Guadalajara que se habían destacado en los oficios del quietismo, la dexadez y el libre interpretar de libros sagrados. A Alvar Gómez no llegó a tocarle el tribunal severísimo, pero él se mantuvo en Italia por si acaso. Y con el aprecio de los Sumos Pontífices como tarjeta. Volvió a España, sin embargo, y aquí murió, en su ciudad natal, el domingo 14 de julio de 1538, siendo enterrado en la iglesia conventual de San Francisco, en la capilla familiar que fundó su abuelo.
Sus obras
La obra de Alvar Gómez de Ciudad Real es amplia, aunque no variada. Todos sus temas coinciden en la inspiración religiosa, cristiana, católica. Usa por norma la lengua latina, y es tal su conocimiento de ella, su maestría en el manejo de su difícil mecanismo, que puede decirse no tenía ningún secreto para él, y algunos de sus traductores afirmaron que era tan difícil de traducir como el más clásico de los romanos. De ese renombre como latino le vino la admiración que le profesó sin duda el mismo Erasmo de Rotterdam, quien con gusto accedió a poner unos versos, también latinos, en la presentación del «De Militia Principis Burgundi» del alcarreño. Es ésta una nueva oportunidad que nos permite sospechar del erasmismo y posible heterodoxia de Alvar Gómez.
Pongo aquí una relación cronológica y brevemente descriptiva de sus obras. Fue su primera publicación la Thalichristia, dedicada al Papa Adriano, con dos ediciones en Alcalá, los años 1522 y 1525. Aunque es obra cristiana, son numerosos los recuerdos e invocaciones a las figuras de la antigüedad grecorromana y a sus figuras mitológicas, demostrando Alvar Gómez en ese campo una erudición notable. El mismo título de la obra parece cristalizar la voluntad del poeta en hermanar lo religioso cristiano (Cristo) con lo mitológico pagano (Thalia, musa de la comedia), tarea muy común de la época. Pocos años después aparece editada su segunda obra poética, la Musa Paulina (Alcalá, 1529), que dedica al Papa Clemente VII y que escribe en dísticos latinos de gran altura estilística. En tercer lugar presenta una obra que viene a engarzar notablemente con el movimiento de indagación bíblico que Erasmo propone y otros muchos siguen: son Los Proverbios de Salomón puestos en verso y editados primero en Roma, 1535, y luego en Alcalá, 1536. En esa vía de acceso poético a los libros veterotestamentarios Gómez de Ciudad Real compone y da a luz (Toledo, 1538) las Septem elegiae in septem penitentiae psalmos. Es el año de su muerte inesperada en una madurez granada que aún prometía cosecha larga de sabidurías y elegancias. La admiración y fidelidad de su hijo Pero Gómez permitió que en 1540 la toledana imprenta de Juan de Ayala diera a luz el De Militae Principis Burgundi, dedicada a la glosa de los príncipes de Borgoña y muy en especial a la historia del Vellocino de Oro. El libro estaba dedicado, como es lógico, al Emperador Carlos, y en su preámbulo, tras la dedicatoria, figuran unos versos de Erasmo dirigidos a Alvar Gómez. Fue traducido este libro por el bachiller Juan Bravo y publicado con el título de El Vellocino Dorado, ese mismo año, también en Toledo. A la piedad de su hijo débese también que saliera a la pública consideración una obra originalmente compuesta por Alvar Gómez en metro castellano: la Theológica descripción de los misterios sagrados, partida en doze cantares, dedicada al Cardenal Tavera, impresa en Toledo en 1541. Años más tarde, dentro de la antología que Esteban de Villalobos imprimió ‑era 1604‑ con el título de Primera parte del Tesoro de Divina Poesía, aparecen las Sátiras morales de nuestro autor, en arte mayor y redondillas no malas. Y aun es preciso recordar ciertas cosas inéditas, y casi con seguridad perdidas, que Venegas cita en un prólogo a otra obra de Alvar Gómez, como compuestas por el arriacense: De prostigatione bestiarum adversus haeresiarchas, De conceptione Virginis y De las tres Marías.
Obra fecunda meritísima, surgida no sólo del hombre, sino del ambiente, de la ciudad en la que ha crecido y madurado. Guadalajara renacentista, patria chica de Alvar Gómez de Ciudad Real, musa a su vez de este poeta y de su poesía. Hasta aquí su recuerdo en estos días de olvidos.