Evocación y turismo por la Alcarria: Paseando por Cifuentes

viernes, 20 agosto 1993 0 Por Herrera Casado

 

Es Cifuentes uno de esos lugares en los que uno no se cansa de andar las calles, de mirar los rincones, de vivir la noche fresca entre el rumor de las arboledas que por todos lados le circundan. Cualquier momento es bueno para recordar el porqué, y el cómo, de sus añejos edificios. Cualquier día tiene su hueco perfecto para subir a la Plaza de la Provincia, tirar adelante por la Calle de los Remedios o desde el Rastro mirar la planta recia y altiva del castillo de Juan Manuel en lo alto del cerro.

En esta jornada veraniega, cuando toda la Alcarria se encuentra densamente poblada de su hijos, los de siempre y los que vinieron a traer aires nuevos, es un buen instante para volver a Cifuentes, y allí mirar, y saber, de esas voluminosas presencias de piedra y escudos. Por ejemplo, del Convento de los dominicos, que hace guardia frente a la iglesia, y que en realidad se denomina Convento de San Blas, porque su inicial fundación fue en un territorio, cercano a Gárgoles de Arriba, donde decía la tradición que habían matado y martirizado los romanos a San Blas (el de Capadocia nada menos) cortándole el cuello con un cuchillo.

Ocupando el costado norte de la recoleta Plaza de la Provincia, se encuentra este suntuoso edificio que fue asiento de los frailes predicadores o dominicos. Fundado primeramente, como acabo de decir, en el lugar denominado «los Tobares», a unos dos kilómetros de Cifuentes, por el infante don Juan Manuel en el siglo XIV, y ocupado primeramente por monjas dominicas, estas se trasladaron en 1611 a la villa ducal de Lerma, ocupando el vacío caserón nueva congregación de frailes.

Tan mal estaba el edificio aquel de las afueras, y en tan mal sitio por la abundancia de charcas y aires insanos, que los frailes blanquinegros acudieron en petición de ayuda a las autoridades y al pueblo, recibiendo el gran empuje del también dominico y a la sazón obispo de Sigüenza, fray Pedro Tapia, que dio 5.000 ducados, así como los señores de Cifuentes, concejo y vecinos, surgiendo un nuevo convento en 1648. De él queda el enorme edificio con patio central, sobre cuya puerta luce un escudo de la orden de dominicos con esta leyenda: «Praedicatorum Parenti Ac Primo Inquisitori don Dominico Guzmano Sacrum». La iglesia adjunta es un suntuoso edificio, con gran portada a poniente de severas líneas y escudos de la Orden, rematada en esbelta espadaña que sobresale por encima de todo el caserío, diseñada en un estilo anticlásico de cánones muy alargados. Al sur se abre otra puerta, cobijada por arco, en la que luce gran escudo del obispo Tapia. Sobre sus muros, un medallón de la Virgen del Rosario. Parece ser que dirigió las obras de este magno edificio, en algún momento de la primera mitad del siglo XVII, el arquitecto seguntino Antonio Salbán. El interior es de una sola nave, con crucero en forma de cruz latina, habiendo sido recientemente restaurado y acondicionado para Centro Cultural, estando pendiente de colocar una interesante colección de pintura que añadirá atractivo museístico a este edificio y a Cifuentes todo.

Pero siguiendo el paseo por Cifuentes, el viajero no debe olvidar perderse por la calles más recónditas. Todas ellas guardan el encanto de lo antiguo: la que llaman sinagoga en la calle Empedrada, y que no es sino una casa del siglo XV con gran arco de piedra de tipo gótico, prominentes alerones de madera, y un patio con columnas.

La casona con escudo de los Calderón, que aparece frente al convento de Belén, ofrece de interés su aspecto nobiliario y los escudos que la presiden. Otra casona que hace ángulo con el hospital del Remedio, en la que destaca su aparejo popular y el escudo en alabastro, con bella arquería de tipo gótico en su parte trasera.

En las afueras del pueblo se conservan, muy bien restauradas y cuidadas por su Ayuntamiento, algunas ermitas de rancia tradición. Así, la ermita de la Soledad, a la entrada según se viene de Trillo, con una entrada de doble arco dividido por columna central. La de San Roque, y finalmente la ermita de Santa Ana, resguardada entre cipreses, sirviendo de espacio sagrado al Cementerio Municipal. Son todas ellas construcciones propias del siglo XVII.

Otro bello escudo representando el blasón de la villa, es el que hoy se ve en tallada piedra sobre la puerta del molino de «La Balsa», y en el que bajo el castillo ampuloso sobre rocas, y un par de ruedas de molino, se lee esta frase: «Este molino se declaró en litigio en el Real y Supremo Consejo de Castilla por propio de la Villa a instancias y adelantos para su expediente y seguimiento de don Juan Cavallero y Calderon y don Pedro Corona L(opez) de Mendoza». Viene esto a recordar el proceso que a comienzos del siglo XIX se siguió en torno a este polémico molino, que fuera construido en el siglo XIII por doña Mayor Guillén para uso de los propios de la villa, y que siempre tuvo sobre él litigios y apegos de los vecinos más poderosos. Su construcción actual es realmente del siglo pasado. Y para terminar el periplo cifontino, hay que irse al barrio que está a la salida de Cifuentes, en dirección a Gárgoles y Trillo, y en medio de unos sencillos jardines, encontrar insigne y orgullosa a la picota, que es pieza en sillar labrado, del siglo XVI, obra artística estimable y representativa de ser Cifuentes, en aquella época, villa en la que se administraba la Justicia por parte de alguna autoridad local (en este caso la de los señores condes). Se constituye este monumento por tres niveles de gradas, en medio de las cuales surge la clásica silueta compuesta de cuadrada basamenta, columna cilíndrica acanalada rematada en capitel con cuatro salientes adornados por tallas imprecisas, y rematada por un cuerpo final de decrecientes módulos cuadrados, que culmina con un fragmento metálico, resto de su antigua culminación cruciforme.

Todos son suficientes elementos como para salir del periplo con el buen sabor de boca de haber encontrado un lugar de suficientes y linajudos méritos, y a pesar de ello tener la certeza de que, a la caída de la tarde, y ya en la noche fresca y agradecida, se podrá seguir la ruta por sus múltiples espacios de refresco, diversión y cena. Una excursión a anotar. Un pueblo sin peros, a tope y en la línea del más recio alcarreñismo.