Atienza, la Caballada y el Centenario de Layna

viernes, 28 mayo 1993 0 Por Herrera Casado

El próximo domingo va a ser un gran día para Atienza, para la Caballada y para cuantos guardan fiel y vivamente la memoria de Layna Serrano, el que fuera cronista provincial y gran historiador de Atienza, al cumplirse en este año el primer centenario de su nacimiento.

Y va a ser un gran día porque precisamente en Atienza, allá por sus plazas del Ayuntamiento y del Trigo ‑Arrebatacapas por medio, con su fino «biruji» tan cierto‑ se reunirán (nos reuniremos) cuantos profesamos en la veneración de quien ‑ese fue Layna‑ supo dedicar sus mejores entusiasmos a estudiar el pasado de tierra tan áspera y tan cordial, y a defenderla contra tirios y troyanos (patética y arqueológica personalización de la incuria y la acedía de las gentes hispanas). Será con motivo de esa fiesta en la que, una vez al año, se juntan los atencinos de pro, los cofrades de la Trinidad, y viven la jornada de memoria fiel a su Rey Alfonso VIII, todavía pululante, con la pesada corona de oro y rubíes a la cabeza, entre los murallones carcomidos del castillo y las arcadas oscuras de sus iglesias.

Ya el pasado sábado día 15 de Mayo, con motivo de este Centenario tan señalado, se hizo, de una parte, el homenaje debido a la memoria de quien escribiera la «Historia de la Villa de Atienza» hace ahora cincuenta años, y de otra se les impusieron los hábitos de honor «caballarescos» a dos personajes vivos que tanto han hecho, tan bien lo han hecho, en pro de esa fiesta, de sus gentes, de su imagen por el mundo: Santiago Bernal, el fotógrafo, y Luís Carandell, el periodista. Nuestro aplauso, aquí y ahora, para ellos. Y nuestro recuerdo, tan escueto pero deseoso de multiplicarse, para Layna Serrano y su recia mirada inquisitiva de albaláes, breves y arquivoltas.

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Atienza tiene abierta una puerta muy grande para el futuro. Aunque está cargada, como esos hidalgos viejos de las viejas ciudades castellanas, de blasones y ejecutorias, no puede ni quiere volver la espalda al mundo. Tanta espalda, además! Con el castillo por lomo y siete templos románicos en las extremidades que la sostienen. Mucha vereda por delante. Cada día se ve mejor cuidada, limpias las calles, severos los horizontes y alto el pendón que tremola, al menos una vez al año, con la fe cierta de los cofrades de la Trinidad.

Después de la fiesta, íntima y cordial, del pasado sábado día 15, el domingo se abrirán las puertas todas (la de Salida, la de Nevera, la de Arrebatacapas, la del Campo, la de Puerta Caballos…) para que todos entren a Atienza. Para que en ella vean, en ella vivan un año más, la fiesta de La Caballada

Es esta la tradición más característica de la villa castellana, una de las más antiguas y curiosas de España. Se trata de la fiesta anual de una cofradía, la de arrieros o recueros de Atienza, puesta bajo la advocación de San Julián y la Santísima Trinidad. Tiene su orígenes en los antiguos gremios medievales formados para la defensa de los intereses de un oficio o actividad, como era en este caso la de los arrieros o transportistas de mercancías en mulas, de las que había crecido número en esta villa, cruce de caminos entre las dos Castillas y Aragón. Estos arrieros atencinos protagonizaron un bello gesto de lealtad al monarca castellano, el aún niño Alfonso VIII, que tenían en Atienza custodiado ante las amenazas de su tío el rey Fernando de León de acaparar el reino de Castilla. Y estos hombres de Atienza, decidieron, una mañana de primavera del año 1163 (hace ya la friolera de 830 años) sacar de la villa a su rey, escondido en una comitiva de arrieros, para llevarle a Segovia y allá ponerle a salvo. Este acto fue base del gran aprecio que Alfonso VIII tuvo siempre por Atienza, favoreciendo al pueblo con mercedes y exenciones. Y este acto de valentía y fidelidad fue la base de una celebración anual que los hombres de Atienza han mantenido incólume durante más de ocho siglos: la Caballada. Con unas ordenanzas, escritas en pergamino en aquella época, y un ritual perenne que cada año, el domingo de la Pascua de Pentecostés, se repite. Los miembros de la «Mesa» o «Concejo» de la cofradía van la tarde anterior (será mañana sábado) hasta la ermita de la Estrella, donde se comen siete tortillas hechas con diferentes rellenos, que recuerdan las siete jornadas que emplearon los arrieros en trasladar desde Atienza a Segovia al rey niño Alfonso. A la mañana siguiente, vestidos todos los cofrades con el traje castellano, oscuro, de pana, con grandes capas pardas, sombreros de ala ancha, y montados en enjaezados caballos o mulas, van a la casa del cura o abad de la cofradía, a recogerle a su casa, el cual monta también a caballo. Luego pasa lista el «fiel de fechos» poniendo multas a quien haya incurrido en alguna pena durante el año anterior. Se subasta luego la bandera o el guión de la cofradía, dando el grito de «¡Buen mozo la lleva!» cuando se adjudica. Luego se pone en marcha la comitiva, precedida de un gaitero y un tamborilero, más el abanderado. Pasan las calles del pueblo, y bajan hasta la ermita de la Estrella, a unos dos kilómetros de la villa. Allí se saca en procesión a la Virgen, se subastan las andas y un árbol de rosquillas, se baila la jota serrana a la puerta de la ermita, y se come: los cofrades, en privado, en un apartado de la ermita (será cordero, y pasas), y el pueblo sobre los prados que la rodean. A la tarde, se regresa al pueblo, se toma un vaso de vino en la plaza del Trigo, todos aún caballeros de sus monturas, y luego se trasladan a la vega de poniente del castillo, donde se celebran carreras animadas, a caballo, de los cofrades, por parejas. Es una fiesta muy vistosa y tradicional, a la que cada año acuden centenares de curiosos, turistas y estudiosos del costumbrismo castellano.

No debe perderse ningún buen alcarreño, campiñero o serrano, este próximo fin de semana, por ningún otro sitio que no sea Atienza. Allí estaremos, a bailar la jota de dulzainas y tamboriles, a sentirnos mayores con la sangre roja como el bermellón del pendón secular, y la frente dorada y alta como el castillo emblemático de nuestra nación.