La Guadalajara recóndita (y 4)
La Fundación de la duquesa de Sevillano
El recorrido de los participantes en el III Encuentro de Historiadores del Valle del Henares el pasado día 29 de Noviembre de 1992, culminó al fin de la mañana en las alturas verdes de la Fundación de la duquesa de Sevillano, lo que vulgarmente se conoce como el Colegio de las Adoratrices.
Es este un lugar que nadie puede imaginar cuanta belleza, cuanto esplendor, cuanta maravilla de formas y colores encierra hasta que no se decide a ir a verlo. Bien es cierto que el panteón propiamente dicho, el enorme edificio cuya cúpula rosada brilla al sol de la mañana y en su cripta se contienen los restos mortuorios de quien lo fundó y alentó, se encuentra abierto al público diariamente. El entusiasmo de la hermana Mariana, una veterana religiosa adoratriz, lo mantiene mañana y tarde abierto y listo para quien quiera admirarlo y pasmarse. De ese modo, desde hace algún tiempo, los sábados y domingos especialmente son muy numerosos los grupos que suben a verlo. Curioso: va más gente de fuera que de la propia Guadalajara. ¿Es que realmente no nos interesa nuestro patrimonio monumental?
Lo primero que visitamos fue el panteón de la duquesa de Sevillano, un gran edificio de planta de cruz griega, ornamentado al exterior en estilo románico lombardo, con profusión en el empleo de todos los recursos ornamentales y constructivos de este arte. Se cubre de gran cúpula hemiesférica con teja cerámica, y se remata en enorme corona ducal. Su recinto interior, al que se accede por magna escalinata, es de una riqueza ostentosa en la profusión de mármoles y piedras nobles de todas clases, con variedad infinita de recursos decorativos, en capiteles, muros, frisos, etc. Cubre la cúpula una composición magnífica de mosaico al estilo bizantino; sobre el altar mayor, un Calvario pintado sobre tabla, de Alejandro Ferránt. En la cripta, el enterramiento de la fundadora, obra simbolista de gran efecto, en mármol y basalto, del escultor Ángel García Díaz.
El enorme complejo de la Fundación se constituye por un conjunto de edificios y espacios que articulan una interesantísima colección de muestras del arte del eclecticismo de finales del siglo XIX. Fué trazado y construido por el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco, entonces reputado entre los mejores del país, a partir de 1887. Comprende el conjunto una serie de espacios en los que aparecen patios, huertos, terrenos de secano, jardines y paseos, entre los que surgen los diversos edificios, rodeado todo ello por una valla o cerca espléndida, que en su parte noble muestra, dando al parque de San Roque, una portada con elementos simbólicos, y una gran reja artística de hierro forjado. Es realmente muy significativa la auténtica unidad de todo el conjunto, que revela una idea directora, no sólo en su concepto arquitectónico y urbanístico, sino en el significante y simbólico. En este edificio central, destaca su gran fachada de piedra caliza blanca, de grandiosidad renacentista pero con detalles estilísticos románicos, en esa mezcla de estilos tan característica del eclecticismo finisecular, y en su interior merece verse el patio central, que utiliza la planta cuadrada, rodeado en sus cuatro costados por arquerías semicirculares en dos pisos, sustentadas por pilares y capiteles, en un revival románico espléndido. Los viajeros de la «Guadalajara recóndita» creían no poder ver ya nada más bello que este patio, iluminado por el sol de la mañana que tamizado pasaba entre las grandes ramas de los cedros del Líbano que le pueblan, enormes.
Finalmente, pudimos al fin admirar la iglesia dedicada a Santa María Micaela, tía de la duquesa constructora, y fundadora de las Religiosas Adoratrices. Aquí los asombros de quienes por vez primera contemplaban el edificio se perdían en imposibles frases. Un lujo impensado de filigranas, vidrieras de colores y artesonados de magia oriental. El conjunto es de estilo románico al exterior, aunque en el interior sorprende la magnificencia de su abundante decoración mudéjar, con reproducción de modelos de frisos y mocárabes del palacio del Infantado, iglesia de San Gil y otros edificios arriacenses. Presenta también extraordinario artesonado de estilo mudéjar, y un suelo de imitación sevillana. Es de una sola nave y de tres ábsides semicirculares que abocan al presbiterio. «Increíble». Ese era el calificativo que muchos de los participantes en el Encuentro del Valle del Henares dieron al lugar último de esta visita. Existen muchos otros lugares que podrían formar parte en el catálogo de la «Guadalajara recóndita»: el palacio de Dávalos (¿por cuanto tiempo?); el patio del antiguo palacio de los Condes de Coruña; la iglesia covarrubiesca del convento de la Piedad; el templo trentino de los Remedios; los torreones de Alvar Fáñez y el Alamín; el salón chino del palacio de la Cotilla… y tantos otros que podrían dar para una nueva jornada de asombros. ¿Llegará un día en que todo ello, limpio y rescatado, pueda quedar a la admiración de cuantos saben (de oídas, por supuesto) que Guadalajara es más bella de lo que parece?