Santiago Bernal: una mirada sobre Guadalajara

viernes, 18 diciembre 1992 0 Por Herrera Casado

Santiago Bernal Gutierrez (fotografía de A. Herrera Casado)

 Por fin hemos podido ver, aunque metido en el frasco de las esencias, por lo pequeño y lo puro, un repertorio antológico de la obra de Santiago Bernal, sin duda uno de nuestros mejores artistas vivos. Ha sido desde el día 10 que se inauguró, y hasta mañana 19 por la tarde que se clausurará, en la Sala de Exposiciones de la Agrupación Fotográfica, en la sede del Ateneo Municipal, donde la muestra antológica de Bernal nos ha sido brindada a cuantos admiramos el sabio quehacer de la cámara y la generosidad de este hombre que, si nacido en tierras segovianas, ha tenido entre nosotros, en esta Guadalajara que ahora tan justamente le aplaude, su andadura más plena.

No quiero extenderme en alabanzas de Santiago Bernal, porque es amigo mío y sonaría a adulación. No lo necesita tampoco. Porque lejos de los homenajes que se tributan en comidas con discursos y abrazos, a Santiago Bernal se le acaba de rendir el más concienzudo homenaje que cabe, el de mirar su obra, contemplar con reposo y silencio las fotografías que durante largos años ha tomado con sus máquinas y ha revelado en sus laboratorios, siempre entre las prisas de sus múltiples quehaceres (el primero sacar adelante, con toda la nobleza del hombre cabalmente honrado, a la familia), y ahora en un ramillete de casi treinta obras, nos da entre el blanco y negro de los positivos la genial mirada que él ha tenido sobre el mundo, sobre las tierras de Guadalajara, sobre los hombres, las mujeres y los chiquillos de nuestros pueblos, arrancando al olvido ese instante de luz y de alegría que se prende en el papel.

Vino Bernal a Guadalajara hace cuarenta años, y muy poco después, de la mano de Antonio Márquez y otros iniciales fundadores de la Agrupación Fotográfica, se lió con su Rollei a retratar a cuantas gentes se encontraba en sus salidas dominicales por los pueblos. Con toda sencillez nos lo cuenta: le pareció un honor que le hacían sus recién estrenados compañeros de la Agrupación dejarle fallar un «concursillo» social del club fotográfico. Pero acertó plenamente. Toda su carrera la hizo detrás del visor de sus cámaras. Apretar el disparador, revelar personalmente los carretes y positivar en las cubetas sobre papeles siempre ultraduros, los de los fuertes contrastes y las apasionadas siluetas de las cosas.

No es completa, todavía, esta muestra antológica del arte de nuestro mejor fotógrafo provincial. Porque está bien representada su faceta como avanzado de la «fotografía de autor», del tema libre, del «documentalismo social» que a él le gusta para definir su primera obra. Pero falta esa otra dimensión del paisaje, que tan certeramente Bernal ha llevado siempre entre sus manos, en su corazón ya alcarreño y en sus botas de caminante perenne por nuestra geografía. Falta además esa visión del reportaje sobre los temas que hacen festiva la cotidianeidad de nuestra provincia: la Caballada, la Octava de Valverde, las botargas y las procesiones de Semana Santa. Vendrá (debe ser pronto) una segunda parte de esa antología bernalesca que apuesto ya por sacar, en cuanto sea posible, en libro. Porque junto a aquellos pioneros de nuestro arte fotográfico provincial como fueron don José Ortiz de Echagüe y don Tomás Camarillo, que contaron con soberbias ediciones de sus mejores fotografías, Santiago Bernal tiene los suficientes méritos y las más que aprobadas obras como para mostrarnos a Guadalajara vista por sus ojos, por su precisa mano que busca, coloca y eterniza en papel las cosas.

De la muestra que ahora cuelga en el Ateneo de Guadalajara, quizás lo mejor son los retratos de las gentes anónimas que hicieron contrapunto con los muros de las iglesias y las fuentes de las plazas. Las viejas de Bocígano, el fantasma de Roblelacasa y la chiquillería de Caspueñas, se suman al santero de Atienza, el pastor solemne y dramático de la serranía y los dignos mendigos del Rastro. Hay más pobres que ricos en esa mezcla: más honra que pesetas, y más denuncia de la que uno piensa. Pero dejaremos su mérito en la belleza de los lugares, en la oportunidad de los gestos, en la precisión del documento. Muchos, ‑yo diría que todos‑ los personajes que aparecen en las fotos de Bernal, pertenecen ya a otra época. Aunque algunos de ellos (los niños y el capitán del equipo de Lupiana, por ejemplo) todavía sigan siendo jóvenes. Lo que no pasa son las tardes de luz con toros incluidos, lo atardeceres brillantes con sonido de ovejas, y esas mañanas húmedas de niebla y de escarcha cuando los planos de la tierra parecen cortarse por invisibles cuchillas astrales. Esa perenne imagen, ‑hombres y tierras de Guadalajara‑ es lo que nos ofrece Santiago Bernal en su exposición antológica del Ateneo. Y el homenaje que, sin querer, surge de ellas, es lo que ofrecemos, yo en nombre de muchos amigos y admiradores, a su autor, al prolífico y honrado Bernal, que es para todos nosotros espejo de virtudes y de altruismo. Y maestro, al fin, en fotografías.