Protagonista, la princesa de Éboli
El pasado sábado día 23 de mayo tuvo lugar en Pastrana la jornada inaugural de lo que ha de ser un año dedicado al recuerdo de la Princesa de Éboli, esa figura singular de la historia alcarreña, que en el 92 ha cumplido los cuatro siglos de su muerte: cumplidos los trámites emprendidos por el Ayuntamiento de la villa de Pastrana y la Excma. Diputación Provincial, a través de una comisión nombrada al efecto, en esa jornada de primavera lluviosa se tensó el arco de los actos conmemorativos que ahora han visto su primer vuelo en una magnífica conferencia dictada por el profesor don Eloy Benito Ruano, catedrático de Historia en Universidad Nacional de Educación a Distancia, y Académico de Número de la Real de Historia, de la que además es Secretario.
En el salón de actos del Centro Socio‑Cultural de Pastrana, atestado de vecinos y de invitados, y con la presencia de numerosas autoridades de la villa (el Alcalde don Juan Pablo Sánchez y todos los concejales) y de la provincia (el Presidente de la Excma. Diputación, don Francisco Tomey, con varios de sus vicepresidentes, mas el Presidente de la Caja de Ahorro de Guadalajara don Juan Antonio Nuevo), se rindió un caluroso homenaje de simpatía y afecto a la actual duquesa de Pastrana, doña Casilda de Bustos y Figueroa, quien acompañada de su esposo el Conde de Mayalde, presidió los actos y dirigió unas palabras a todos los asistentes.
El conferenciante, ‑el profesor Benito Ruano‑, previamente presentado por el también profesor Pedro Fernández, bordó una extraordinaria lección de historia en torno a este personaje único y controvertido: doña Ana de Mendoza y de la Cerda. Minutos antes, don Eloy había rendido viaje en la cripta existente bajo el altar mayor de la Colegiata pastranera, donde están, sumidos en el frío vaso de una barroca urna de mármol, los restos de la que fuera «una joya engastada en los esmaltes de la fortuna y de la naturaleza», en frase que le dedicara (por enamorado) el secretario real Antonio Pérez. Y con esa emoción acumulada, el académico nos expuso, a lo largo de una hora que se hizo corta, los avatares biográficos, y las secuencias caracterológicas de esta mujer que, como la había definido Ibáñez Martín, en frase que a Benito se le quedó grabada desde sus años mozos, «fue mujer aunque tuerta de singular hermosura».
La que era por su sangre descendiente de reyes y de príncipes, directa sucesora del marqués de Santillana y del Gran Cardenal Mendoza, nacida en Cifuentes a mediados del siglo XVI, ha estado condicionada en su visión histórica por una serie de parámetros que el profesor Benito Ruano centró nítidamente: el poder, la belleza, la feminidad, el carácter y las valoraciones (hostiles o fervorosas) que se le han dado.
De forma amena, pero al mismo tiempo rigurosa, el conferenciante nos trazó la semblanza biográfica de la tuerta doña Ana. Formada durante su infancia en la villa de Pastrana, fue desposada (que no casada todavía) en 1553 con el joven político Ruy Gómez de Silva, mano derecha del rey Felipe II durante mucho tiempo. Con él tuvo seis hijos, y junto a él ayudó notabilísimamente a su burgo pastranero poniendo conventos, industrias y mejoras urbanas y arquitectónicas muy señaladas. El profesor Benito destacó el carácter auténticamente «ilustrado» del duque en estos años del tercer cuarto del siglo XVI, truncados por la muerte en 1573 del Príncipe y duque primero de Pastrana. En ese año, doña Ana entró monja en el Convento carmelita de San José, en su villa alcarreña, tomando el nombre de «Sor Ana de la Madre de Dios». Pero su caprichosa condición y su genio fuerte desbarató la vida recoleta de la comunidad, y finalmente, tras tres años de pretendida espiritualidad, salió de la vida carmelita para entrar de lleno en la crónica política más animada del siglo: el asesinato de Escobedo envolvió al Rey, a Antonio Pérez y a la propia Ana. No fue pasional ese crimen, ‑afirmó don Eloy Benito‑, sino «de Estado». La venganza que Felipe II tomó contra Antonio Pérez y la princesa de Éboli, cuando estos quisieron descargar ciertas culpas que se les venían encima trasladando la responsabilidad al Rey, supuso para el primero la huída a Francia y para la segunda una prisión de 12 años (primero en Pinto y Santorcaz, y finalmente en su propio palacio de Pastrana) que sólo acabó con su muerte el 2 de febrero de 1592.
De aquélla «furiosa y terrible mujer… orgullosa y loca como una Jezabel neobíblica» como algún cronista coetáneo la calificó ha quedado finalmente una leyenda que supera con mucho a los escuetos datos de la historia. Mezclada en tan turbio asunto como la muerte de Escobedo, jefe del partido que quería entronizar a don Juan de Austria, hermanastro del Rey, en los Países Bajos, no pudo evitar que tras su muerte la incluyeran en el ojo del huracán de la «leyenda negra» fraguada por los judíos que, expulsados años antes de la Península se hicieron ricos en las tierras de Flandes.
En cualquier caso, fue todo un acontecimiento cultural este encuentro del pueblo de Pastrana con la memoria de su querida Princesa de Éboli. Con la palabra y el saber de Benito Ruano se tejió un encendido recuerdo hacia «esa dama», en cuya memoria se puso luego el nombre de Princesa de Éboli a la que hasta el día antes se denominaba «La Calle Ancha», y más tarde, y también con asistencia de cientos de personas, en el Convento de los franciscanos se inauguró la Exposición‑Homenaje a la Éboli, que merecerá un estudio y valoración más detenida en futura crónica.
Quede aquí constancia de esta iniciativa puesta en marcha el pasado sábado, en la que vibró (como Pastrana sabe hacerlo cuando se la convoca adecuadamente) el pueblo de empinadas y estrechas callejas por las que aún resuena, fuerte y dulce a un tiempo, la memoria de tanta historia cómo nació de la mirada de la Éboli.