Calles y Plazas de Pastrana

viernes, 21 febrero 1992 0 Por Herrera Casado

 

Este de 1992 va a ser en buen modo el año de Pastrana. Y no por razones anejas a las conmemoraciones y fastos nacionales (léanse el Quinto Centenario por antonomasia, la Expo o las Olimpiadas) sino porque se han dado cita, como sin querer, varios acontecimientos que harán de esta villa que hemos llamado «principesca» un lugar para el encuentro de gentes diversas con diversas apetencias y gustos: desde los poetas y literatos que recordarán la figura romántica y legendaria de la Princesa de Éboli, cuyo cuarto centenario de su muerte se celebra en estas fechas, hasta los apicultores de toda Castilla‑La Mancha, que en una nueva (la décima ya!) edición de su cada vez más prestigiada «Feria Regional Apícola» verán todas las novedades del sector, se reunirán amigos y colegas, (entre los días 2 al 5 del próximo abril) y se avanzará un poco más por los modernos caminos de la producción de miel, de esa «miel de la Alcarria» que es nuestra mejor bandera gastronómica.

Y aún pasarán por Pastrana otras gentes, numerosas también, e ilustradas, para participar en otro de los Congresos Internacionales que a instancias y por el esfuerzo personal del profesor don Manuel Criado de Val se vienen celebrando bienalmente en esta villa. El de este año, preparado como nunca, con el patrocinio generoso de la Excma. Diputación Provincial, va a tratar nada menos de la Caminería y en él han de darse cita centenares de profesores, investigadores y escritores de todo el mundo.

Con este panorama, y con el de indudable atractivo creciente que los lugares de larga tradición y bien conservado urbanismo tienen cara al turismo nacional, Pastrana empieza a vestirse de largo en el apartado de la oferta del ocio cultural, del encuentro gremial y de la convocatorio universal de hombres sabios: allí correrán, por sus calles angostas pero evocadoras al máximo, las lenguas portuguesa y teutona, como antaño ocurría con sus estuquistas y tapiceros; y vendrán otra vez las razas varias, entre ellas aquellos moriscos y hebreos que dieron fuerza y vigor a su comercio. Y aun los nobles (los del espíritu) dirán con asombro la maravilla que encierra el burgo que es capital de la Baja Alcarria, y que se está poniendo sin duda a la cabeza del turismo y la oferta de maravillas en esta zona de nuestra provincia.

Entre unos y otros debemos ayudar a que esto sea así, y prospere de mejor manera. El Ayuntamiento y los que viven día a día a Pastrana, harán muy bien en cuidar al máximo esa maravilla de pueblo que tienen: limpiándole; evitando los detalles que al cotidiano discurrir pasan desapercibidos, pero que rompe el idealismo de quien llega por vez primera; tratando a todos los visitantes con el respeto que merecen; promocionando cada uno en sus posibilidades la imagen de esta villa «principesca» e impar.

Con su plaza de la Hora luminosa y abierta; su Palacio Ducal que merecería mejor destino; su Colegiata señorial y espléndida, cuajada de obras de arte hasta extremos impensables; sus conventos (los franciscos, las concepcionistas, y San Pedro allá abajo, esperando la remodelación final… ¿cuando llegará, completa y feliz?), sus calles y plazas… todo en Pastrana ríe y sueña sin tacha.

Para el visitante que recorre con parsimonia esta villa de la alcarria, no acaba su sorpresa con la contemplación, uno a uno, de los monumentos más señalados. Se continúa con el paseo, tranquilo y dispuesto a recibir sorpresas, por las calles, callejas, plazas, rincones, pasadizos y fuertes cuestas que la villa tiene. En esos lugares, anónimos o con nombres evocadores, está también el encanto y la monumentalidad de esta población. Que si tiene el apelativo de principesca por su historia, demuestra luego ser campesina, letrada, carmelita y artesana por sus cuatro costados.

Pastrana sólo puede descubrirse andando una por una sus calles y plazas. Hay algunas zonas que recomendamos no perderse. Así, el llamado barrio del Albaicín, donde tradicionalmente se dice vivieron los moriscos que, en gran número, trajo de las Alpujarras a su villa ducal don Ruy Gómez de Silva. Allí pusieron sus casas y talleres estos individuos, dedicados durante largos años al trabajo de la seda. En este mismo barrio tuvo casa, viviendo en ella y escribiendo algunas de sus más famosas obras, el dramaturgo Leandro Fernández de Moratín.

La calle de Calvo Sotelo, ó Calle Ancha (ahora Calle de la Princesa de Éboli) por la que se entra a la villa, ofrece un buen conjunto de edificios populares, destacando entre ellos algún palacio de antigua portada gotizante. En la Calle Mayor, que desde la Plaza de la Hora asciende suavemente hasta la Colegiata, también abundan los buenos ejemplos de construcciones reciamente alcarreñas, con planta baja de mampostería ó incluso sillar, planta alta de revoco en yeso, y tinados con galerías cubiertas bajo los pronunciados aleros. Se ven escudos de armas por los muros y en los interiores frescos y oscuros se paladea la poesía conceptual de otros siglos.

En la plaza de la Colegiata destaca el edificio del Ayuntamiento, recientemente restaurado y acondicionado para su uso moderno, aunque guardando estrictamente su antigua apariencia, que no es otra que la de un gran caserón revestido en su fachada del clásico aparejo toledano con sillarejo y alternando con anchas hiladas de ladrillo. En el muro frontal se empotra un antiguo escudo municipal tallado en piedra. Ese escudo, timbrado de corona ducal y adornado de múltiples lambrequines, ofrece como en sintético emblema la historia de la villa. En el cuartel primero, una letra P cruzada de una banda y escoltada de dos flores de lis; en el segundo cuartel, una cruz, una calavera y una espada, símbolos de hermosa leyenda que dice que Pastrana está dispuesta a defender la cruz con la espada hasta la muerte. También en esa plazuela, y frente a la iglesia mayor, se ven unas antiguas casas de alta galería abierta con arcadura de ladrillos, que perteneció a los clérigos capitulares de la Colegiata.

Los nombres del Heruelo, del Almendro, del Pilar, de las Animas (estos últimos en el barrio alto del Albaicín), de la Castellana, de las Siete Chimeneas, de las Monjas, etc. son algunos de los que sirven para nombrar las estrechas y frescas callejas pastraneras. La cuesta de la Castellana, muy pronunciada, también ofrece un precioso panorama de alcarreños perfiles. Es, en definitiva, todo un apretado conjunto de espacios urbanos que definen de magnífica manera a esta villa tan reciamente hispana que es Pastrana. Y que tiene, sin duda, en este del 92 su año más crucial. De él hablaremos otra vez, muy pronto.