La capilla de Luís de Lucena, otra vez de actualidad

viernes, 7 febrero 1992 0 Por Herrera Casado

 

No podríamos calificar precisamente de secreto el hecho de que uno de los mejores monumentos histórico‑artísticos de Guadalajara es la llamada Capilla de Luís de Lucena, situada en pleno centro de la ciudad, en la cuesta de San Miguel, casi frente por frente de la Concatedral de Santa María. Sí que podríamos decir, desgraciadamente, que es un secreto lo que contiene. Porque a un porcentaje muy elevado, casi total sin duda, de alcarreños, le ha resultado imposible contemplar este interesante edificio por dentro. Y en él admirar las pinturas renacentistas que narran la historia de los israelitas rumbo a la Tierra Prometida, el Juicio de Salomón y la visita de la Reina de Saba, el canto de una docena de Sibilas con sus proféticos gritos precristológicos, la suavidad italiana de las virtudes cardinales y el vigor de las Teologales puestas entre Profetas del Antiguo Testamento, todo ello en un policromo y encendido coro de bóvedas manieristas, originales del florentino Rómulo Cincinato, que las pintó a finales del siglo XVI, y que ahí siguen, ignoradas de todos, cerradas a la cal y el canto de las tumbas.

Puestos a desvelar despropósitos, no levanto tampoco ningún secreto si digo que basta llegar a Guadalajara por cualquiera de las carreteras que a nuestra ciudad acceden desde Madrid, Barcelona, Cuenca, Cabanillas y Fontanar. En cada una de ellas, un enorme cartel puesto por la Junta de Comunidades anuncia por separado los mejores monumentos de la ciudad. En todas ellas la Capilla de Luís de Lucena, del siglo XVI, merece un cartel (y el correspondiente gasto del susodicho cartel). Pero ni por ésas se abre.

No hace muchos días he tenido la oportunidad, y el gusto, de pasar bastantes horas en las cercanías de esta Capilla de Luís de Lucena. Fotografiándola, midiéndola, estudiándola en sus más mínimos detalles. Y he podido comprobar, con satisfacción, como se acercaban hasta ella buen número de turistas. No sólo los domingos, sino incluso en días de diario. También visitantes extranjeros. Llegaban, se bajaban del coche, consultaban sus guías, cuchicheaban entre ellos, hacían alguna foto de los ladrillos que la dan abrigo. Y se iban, con un gesto entre decepcionado y derrotista. Afortunadamente, ninguno de esos turistas podía entrar en la capilla, cerrada herméticamente. Porque si lo hubiera hecho, además habría vomitado. Su interior está, lo he comprobado personalmente hace escasas fechas, en un estado realmente vergonzoso, deprimente, nauseabundo.

Todo este tema, que podría dar motivo más que sobrado para un debate político en el Concejo guadalajareño, o para un regocijante y escandaloso reportaje periodístico por parte de quien quisiera poner de manifiesto la raíz del principal mal que hoy aqueja a nuestro país, y que no es otro que la mala gestión de los fondos públicos, aquí no haré sino exponerlo en su realidad, pues ni tengo dotes para la lucha política, ni es mi estilo apretar las tuercas a nadie, por muy sueltas que las tenga. Pero hay cosas que claman al cielo. Y la Capilla de Luís de Lucena es una de ellas.

Se trata, y repito, de uno de los más señalados monumentos con que cuenta nuestra ciudad, que no anda precisamente sobrada de ellos. Es también de los más singulares de Castilla, pues une la gracia y el simbolismo humanista de sus pinturas interiores a la fuerza casi militar y mudéjar de su figura externa. Es la expresión de una época, el testamento estético de un hombre genial, del que hace poco se cumplía el quinto centenario de su nacimiento: el doctor Luís de Lucena. Viene reseñado en todas las guías por muy escuetas que sean. Acuden a verlo cientos, miles de turistas que, callados y extrañados, se van sin poder ver lo que las guías dicen. Y está en una situación de abandono realmente patética. Cerrada siempre, sin que nadie haya entrado, en los últimos cuatro años, a barrer el suelo, en el que se acumulan las defecaciones de las palomas junto a los desconchados yesos de los muros, que por la humedad otra vez se están derrumbando.

La ciudad, y en general las personas con una mínima dosis de sensibilidad, está demandando que se corrija de una vez por todas la injusticia que se está cometiendo con este edificio único. Como un paso importante, y meritorio, en este camino, está el que hoy da el Colegio de Arquitectos de Guadalajara, que con motivo de la inauguración de su nueva sede social, y entre otros actos celebrados, ha presentado un libro editado con su colaboración que trata precisamente de esta Capilla, de esta interesante pieza artística, joya de la arquitectura arriacense, que debemos entre todos sacar del olvido y rehabilitar para siempre. Solo hace falta un poco de imaginación. Y la voluntad auténtica de poner al ladrillo de Lucena y a la pintura de Cincinato en el lugar de honor (ó simplemente de decencia) que les corresponde.