La Serranía de Cuenca

viernes, 24 enero 1992 0 Por Herrera Casado

 

Siempre habíamos oído decir que, lindando con los límites de nuestra provincia, existía un mundo de singularidad maravillosa, una especie de paraíso sin límites, verde siempre, húmedo, montuoso y bello en sus cuatro esquinas, que era la Serranía de Cuenca. Lo hemos querido comprobar y, recientemente, hemos realizado un viaje por esas latitudes, que están realmente próximas a nosotros, pues desde diversos lugares de Guadalajara puede accederse a ese entorno paisajístico y natural tan hermoso.

Bien desde las sierras del Alto Tajo, especialmente por Peñalén (a través de Cueva del Hierro) o por Peralejos de las Truchas (a través de la recién terminada carretera que le une con Tragacete), o bien desde la Alcarria a partir de Alcocer y Millana, entrando por Priego, e incluso directamente llegando (hoy se hace en menos de dos horas) a Cuenca capital. Todos los caminos de nuestra Región castellano‑manchega conducen hoy a la Serranía de Cuenca.

En ella no se sabe qué mejor ponderar. Saliendo de la capital, por una carretera magnífica, cómoda, y ya inmediatamente encajonada por los cantiles amarillentos y grises de la hoz del Júcar, se llega en pocos minutos al pueblo de Villalba, y desde él enseguida al Ventano del Diablo, un increíble paisaje en el que uno puede asomarse desde un auténtico balcón espacioso horadado por los siglos en la roca sobre las profundas, siempre verdes aguas del Júcar que cien metros más abajo corren silenciosas.

Más allá, subiendo la carretera siempre, se llega también enseguida al paraje más universalmente conocido de este entorno: la Ciudad Encantada de Cuenca, donde por el módico precio de 100 Pts. se puede entrar y gozar el día entero caminando por sus pinares y contemplado, arracimadas y como en un museo al aire libre, sus múltiples figuras: el «Tormo Alto», el «Perro», los «Barcos», el «Puente Romano», la «Cara del Hombre», el «Frutero» y tantas otras curiosas formaciones pétreas que le dan un aspecto único en el mundo. Siempre hay cientos de turistas y paseantes recorriendo sus caminos, olorosos a romero.

Siguiendo el camino de esta incomparable Serranía de Cuenca se llega a Uña, rodeada de montañas, y a la orilla de una idílica laguna de azules y límpidas aguas. El camino prosigue, y a la vera del río Júcar, retenido luego en algunos pantanos, los buitres contemplan al viajero desde los bordes inaccesibles de sus roquedales enormes. Se pasa por el pueblo de Huélamo, blanco como andaluz estancia, y alto y encrespado en torno a su roca del castillo. Un perfecto lugar para retirarse, piensa en viajero mientras su automóvil le lleva, veloz por la bien plantada carretera serrana, hasta Tragacete, donde casi se roca el final del viaje. Allí, tras repostar el organismo con una suculenta comida en el Hostal del Gamo, nos dirigimos al «Nacimiento del Río Cuervo», tan hermoso que parece preparado para la foto, para el vídeo, para quedarse allí a vivir en la soledad de las verdes praderas y los bosques rumorosos. Inenarrable la belleza del lugar. ¡Y tan cerca de Guadalajara…! Pues sólo unos escasos kilómetros la separan a esta Serranía de nuestra provincia.

El regreso a Guadalajara puede hacerse bajando por Tejadillos (con el curioso Monumento a la Madera de Torner), y por Poyatos, entre los escarpados paredones de la Hoz del río Escabas, otro de los entornos más impresionantes y desconocidos de esta parte de España, hasta Priego, lugar al que se entra a través de otro desfiladero increíble, la «Hoz de Priego», tan estrecha, que no se permite el paso de camiones por ese lugar. No cabrían.

Una buena idea, como la que hemos tenido nosotros hace escasas fechas, para cualquiera de estos domingos de incipiente primavera: una vuelta completa a la Serranía de Cuenca, en la que, además de lo reseñado, hay muchas otras cosas que admirar. Las «torcas», los paisajes de Cañete, el Parque Zoológico del Hosquillo, poblado de especies animales en libertad, entre ellas los osos… y mil y un detalles de inolvidable hermosura.