La iglesia parroquial de Tierzo

viernes, 10 enero 1992 0 Por Herrera Casado

Interior de la iglesia parroquial de Tierzo

 

En el día frío de otoño, que por las alturas molinesas es soleado pero lleva cuchillos en las esquinas, nos hemos acercado hasta el enclave de TIERZO, medio perdido entre los cerros en que la Paramera se funde con la Sierra. Y allí hemos podido admirar, en compañía de sus gentes amables y hospitalarias, la maravilla de su iglesia parroquial dedicada a la Asunción de María, una auténtica maravilla que aún está por descubrir para tantos y tantos de nuestros paisanos que gustan de viajar por la provincia y encontrar edificios singulares y obras de arte si par.

En Tierzo están todos estos condimentos juntos, y así ocurre: que sale un guiso único, espléndido. Lástima que reste aún por hacer algunas obras de afianzamiento que indudablemente necesita el templo, pues no hace mucho se le retejó entero, salvando su progresiva ruina, pero ahora ofrece una serie de grietas en el muro meridional que requerirá un arreglo, siquiera sea mínimo.

Pero vayamos al grano. Lo que trae al visitante hasta Tierzo, aparte de contemplar, ya de paso, la casona de la Vega de Arias y el conjunto de edificios de las Salinas de Almallá, en el mismo término, es contemplar, por dentro y por fuera, esta iglesia de la Asunción, con mucho la mejor de todos los alrededores.

Es obra del siglo XVI, sin duda. Posiblemente tuvo templo románico, como en el cercano lugar de Teroleja. Pero en época de mejores posibles, se rehizo por completo. Así ocurre que se encuentra el templo totalmente orientado, con el ábside hacia levante y la espadaña a poniente. En el primero está la cabecera y en la segunda los pies del templo. La portada y acceso, por supuesto, hacia mediodía abiertos. Y el muro norte, totalmente cerrado, protegido de los vientos fríos.

La espadaña es muy alta y arriba ofrece dos huecos para las campanas. Delante de la puerta hay un pequeño atrio descubierto, en cuesta. Y el portón de acceso consiste en un vano de arco semicircular con sencillas molduras. Ningún otro detalle aparece al exterior que haga suponer la riqueza que hay dentro.

Es de nave única, alargada, dividida en cuatro tramos por arcos formeros que apoyan sobre pilares adosados a los muros. La bóveda que los cubre es de medio cañón, no muy acentuada, excepto en el tramo primero, el que cae delante del presbiterio, que es un ámbito cuadrado cubierto de gran cúpula semiesférica apoyada sobre pechinas. El presbiterio, en fin, o ábside, al modo de los románicos es un espacio muy pequeño y estrecho, cubierto de simple bóveda de crucería, que da cabida exclusivamente al altar mayor.

En la nave, son de destacar las barrocas molduras que corren por el arranque de la bóveda, sobre las que bajo cada arco formero aparece la cabeza de un angelote. En el centro de cada tramo de bóveda, y entre molduras barrocas, surge una tabla con una pintura de apóstol, en trazos populares y vivos colores, muy curiosas. Son concretamente San Bartolomé, San Juan y San Pedro con sus respectivos atributos los que aparecen. En la bóveda semiesférica del primer tramo, además de múltiples adornos también barrocos, aparecen los cuatro evangelistas en las pechinas.

Los muros del templo de Tierzo están completamente llenos de altares. El mayor es especialmente singular. Es obra del siglo XVII, y ofrece un buen repertorio de tallas de la época. En la calle central, lo mejor es sin duda la escena de la Natividad de María, en altorrelieve sobredorado. Encima hay una pintura, no mala, representando la entrega por la Virgen de la Casulla a San Ildefonso. Y por las calles laterales aparecen San Juan Bautista, San Roque, San Antón y San Pedro. En la alto, dos imágenes muy antiguas de San Juan Evangelista y la Virgen María.

Además hay otros cuatro interesantes altares barrocos distribuidos por la nave única, cargados de adornos, de tallas antiguas, de un amplio repertorio, en suma, que hacen de este templo un auténtico museo, especialmente llamativo si se observa desde la altura del coro, puesto a los pies de la nave.

Tiene además otros elementos que la hacen visitable a esta iglesia. Uno de ellos es el curioso cuadro representando a los «capirotes de Tierzo» que, a modo de ex‑voto o popular estampa sobre lienzo, existe en la sacristía. Es una representación ingenua pero vívida de la romería que antiguamente, y en ofrenda por haber salvado de una peste maligna, hacían todos los de Tierzo hasta el barranco y ermita de la Hoz, en el río Gallo, vestidos con largas túnicas blancas, capirotes sobre la cabeza, descalzos la mayoría y con una vela en la mano, allá por el mes de Junio, hasta la ermita de la patrona del Señorío. Ya no se hace, porque quedan pocos vecinos, y porque los aires que ahora corren no animan a tamañas manifestaciones. Pero el recuerdo ahí queda, vivo y palpitante.

Es, pues, este de Tierzo, un monumento que aún está por descubrir. Para quienes no temen los kilómetros ni el frío de las alturas, pueda ser ésta una buena excursión en este próximo fin de semana. Para cuantos, de una manera u otra, apuntan las cosas que tiene nuestra provincia, haciendo de ella un verdadero relicario del arte, es este otro elemento a tener muy en cuenta. Para el que, incluso, no sería excesivo su declaración como edificio singular, monumento de interés cultural o alguno de esos calificativos administrativos que ahora se le ponen a los edificios que, como el templo mayor de Tierzo, tienen solera, calidad y detalles.