El primer hospital de Guadalajara. Los hermanos de San Juan de Dios
Gracias a la amabilidad y el atento cariño que hacia las cosas de Guadalajara tiene mi buen amigo Gaudencio García, he podido leer no hace mucho un interesante libro en el cual aparecen datos hasta ahora inéditos sobre la historia de nuestra ciudad, y que no me resisto a dar aquí en letra impresa porque sé van a gustar a muchos y, en todo caso, aportan novedad para el mejor conocimiento de nuestro pasado.
Se trata de la obra del que fuera Cronista General de la Orden Hospitalaria en el siglo XVII fray Juan Santos, quien bajo un largo título que comienza Cronología Hospitalaria y resumen historial del glorioso patriarca San Juan de Dios nos refiere las andanzas de aquellos frailes que en siglos pasados fueron llenando nuestro país de lugares donde se asistía a los enfermos, y se les trataba de curar con las más modernas técnicas de que entonces se disponía.
Son decenas las casas y lugares con denominación de hospitales, más conventos, iglesias, ermitas y beaterios donde se daba albergue a los enfermos y peregrinos, y se les consolaba o intentaba curar de aquellos «fuegos de San Antón» y demás alteraciones que parecían castigos divinos y no eran otras cosas sino enfermedades venéreas, tracoma, y quién sabe si el SIDA, en alguno de los temporales rebrotes que probablemente ha tenido esta enfermedad en anteriores épocas.
En Guadalajara existían ya hospitales, humildes y mal acondicionados, desde la Edad Media. Uno era el de San Lázaro, inicialmente surgido como «lazareto» (de ahí el nombre) para recoger a los leprosos; otro el de Santa Ana, más los de San Pedro y San Pablo, Nuestra Señora de Guadalupe, etc. Pero en tiempos de Felipe II, en la segunda mitad del siglo XVI, y como una medida más de organizar de forma más cabal el país y sus negocios públicos, se refundieron todos en uno, creándose el Hospital de Nuestra Señora de la Misericordia.
Se encontraba por la parte baja de la ciudad, cerca de Santa Clara, y tenía una pequeña capilla en la que se daba culto a esta imagen de María Virgen, estando fundada una cofradía en su torno. Dice el autor de esta referencia, el hospitalario fray Juan Santos, con evidente exageración (que antes ha probado al hablar de los orígenes de la ciudad, a la que hace fundación fenicia en el año 3139 de la creación del mundo) que los Reyes de Aragón acudían a Guadalajara, a esta capilla de la Virgen de la Misericordia, a hacerle novenas exclusivamente, y que la reina doña Berenguela, las épocas que vivía en nuestra ciudad, acudía todos los días a la capilla a oír la misa.
Lo cierto es que la Cofradía de la Misericordia fué muy lucida desde el siglo XVII, y que grandes nobles, caballeros, hidalgos y gentes de postín formaron en ella, siendo sus priostes, por temporadas, los duques del Infantado, los de Medinaceli y Pastrana, los marqueses de Montesclaros y los de Mondéjar, el conde de Baños y otros de tal categoría. Ellos fueron los que, mediado el siglo XVII, pidieron al general de la Orden de San Juan de Dios, se hiciera cargo de este centro, y así fue que llegó a Guadalajara fray Pedro Pablo de San José, ajustando capitulaciones y tomando posesión del mismo el 2 de mayo de 1631, ante la presencia del duque del Infantado, de dos regidores de la ciudad, caballeros de hábito (a saber si serían de Calatrava, o de Santiago) y al Abad mayor del Cabildo de clérigos de la ciudad.
En ese momento, el Hospital de la Misericordia, que pasaba a estar atendido por los frailes de la Orden de San Juan de Dios, contaba con seis camas para hombres y cuatro para mujeres, y una renta anual de 500 ducados, lo que para la época no estaba nada mal. Vinieron seis religiosos, uno de ellos sacerdote, pero enseguida comenzó a crecer en atención, en camas, en edificios, hasta el punto de que en la segunda mitad del siglo esta casa hospitalaria de Nuestra Señora de la Misericordia tenía 25 camas, atendía al año unos 250 enfermos y contaba de «plantilla» con 8 religiosos.
Contó enseguida con el favor de los grandes arriacenses, que veían en la ayuda a este centro un modo de asegurarse la salvación tras la muerte. Y así recibió donaciones famosas, entre ellas los mayorazgos de Francisco de la Cerda, señor de las Cuatro Villas; el de Lorenzo de la Guerra, y los de la familia Cárdenas. Además, en el mismo siglo XVII recibió una buena suma del licenciado Diego Gómez, cura de Centenera, que debía ser millonario; de don Diego Espinosa de los Monteros, y de los Infantado y Pastrana, más la atención de los cabildos de curas y caballeros de la ciudad. Decía el autor de este libro que hoy comento que son las enfermerías muy buenas y muy espaciosas, y lo demás del convento y oficinas, lo que basta para quien se contenta con poco, como los pobres enfermos tengan lo mejor. Se construía por entonces una iglesia que iba para ser «de las curiosas que tenga esta provincia de Castilla». En cualquier caso, el Hospital de la Misericordia, que terminó de alzarse en la que es hoy (en su recuerdo) calle de San Juan de Dios, tuvo su momento de mayor esplendor en el siglo XVIII, en el que llegó a ser utilizado su gran patio como «Corral de Comedias» de la ciudad. Cayó no hace muchos años su antiguo edificio, en el que había estado, desde la Desamortización de Mendizábal, el Instituto de Enseñanza Media unas épocas, y la Escuela Normal de Maestros otras. Ahora es, simplemente, un recuerdo. Que hoy hemos tenido gracias, redobladas, a la amabilidad de mi buen amigo y siempre atento a búsquedas históricas relacionadas con Guadalajara, don Gaudencio García García, por tantos motivos parte misma de la historia de nuestra ciudad.