En encierro de Brihuega

viernes, 16 agosto 1991 0 Por Herrera Casado

 

Hoy viernes, día 16 de Agosto, la villa de Brihuega cumplirá un año más, un siglo más, su ritual de toros, de prisas y de miedos. Va a celebrarse, a la tarde, en pleno calor del verano, después del día de la Virgen y de la procesión de la Cera, ese encierro de los toros que ha venido dando fama universal a nuestro alcarreño enclave.

Los brihuegos, alegres como andaluces trasplantados, dicen que su encierro es «el más antiguo de España», el «más hermoso de España», «el más auténtico, emocionante y bullicioso del mundo entero». La verdad es que, año tras año, concita mayor expectación, y el pasado fueron casi 20.000 personas las que se dieron cita en sus calles estrechas, en su Plaza del Coso, en las Eras de María Cristina, para ver pasar los toros, los cabestros, y la mocedad que se pasea, a toda prisa por delante de los cuernos y las pesadeces negras de los morlacos.

Antiguamente (y parece que la tradición es de siglos, aunque nadie enseña nunca «el papel» que lo demuestre), se hacía la «bajada» solamente, desde el camino de Valdeatienza, más arriba de la colonia de Chalets que han surgido encima de la Alameda, hasta la Plaza del Coso, ó del Ayuntamiento, que hacía funciones de plaza de toros, de «arena» donde los carros y las viejas construcciones servían de límite al arte de Cúchares de unos y otros.

Ahora, cuando los crecimientos briocenses amparados por Jesús Ruiz Serrada han construido la Plaza de Toros sobre la muralla, y el pueblo ha recibido bienandanzas y restauraciones por todas partes, se ha modificado el rito, y más que un «encierro» de toros es una suelta. Porque desde los chiqueros de la Plaza se soltarán a la tarde, cuando suenen los «chupinazos del alcalde», y subirán corriendo por plazas, callejas y rincones, atropellando y huyendo al mismo tiempo, y se perderán por el campo, llegarán al río, se subirán a Villaviciosa, sabe Dios…

En esa interrogación está el intríngulis. ¿Qué pasará? No hay programa. Cada año es diferente. Los toros se sueltan, y allá irán los mayorales, con caballos, o con Toyotas, es igual, a por ellos. A juntarlos. A guardarlos en el corralón construido delante de San Felipe. A medianoche, antes de la madrugada, deberán estar todos. Si no se nubla, a partir de las doce habrá luna blanca, pues está (si no me equivoco) en cuarto creciente. Y los bultos negros se notarán mejor que otras veces.

Al día siguiente, el sábado, la «bajada» propiamente dicha. Desde San Felipe. Y ya las corridas. En un ritual que cobra, cada año que pasa, animación y popularidad. Porque se ha hecho desde siempre, y porque ese «juego del toro» que todo español lleva dentro, como un ancestralismo heredado, se va a desarrollar sin cortapisas, a pecho descubierto.

Por ser un festival popular y espontáneo, el «encierro de los toros» de Brihuega no tiene historia escrita. En un libro estupendo que ha publicado no hace mucho el sacerdote briocense don Jesús Simón Pardo, y que titula «Brihuega: hitos, mitos y leyendas», se dedican varias páginas a narrar avatares, leyendas, dichos y sucedidos en torno a este acontecimiento. Y dice cómo ya en el siglo XVIII con seguridad se hacía. O como hace pocos años unos bestias se dedicaron a matar un novillo arremetiéndole con un utilitario viejo. Yo mismo podría contar de cómo tuve, en el de 1970, que atender a un chaval al que un toro le metió la punta del pitón hasta casi el riñón (y parecía que se había metido un palito sin importancia…). De hecho, este «encierro» briocense está ya en la solemne lista de las Fiestas declaradas de interés turístico provincial, y protegidas por la Diputación para que no desaparezcan. La verdad es que otras puede que tengan ese riesgo, pero no el «encierro» de Brihuega, al que cada año acuden más visitantes, corredores, y turistas.

La Alcarria vive sobre las cuestas de esta antigua «Brioca» una jornada memorable, de sudor y risas, de sustos y apreturas, cuando a media tarde de tal día como hoy (¿de hoy mismo, vale?) suena el cohete y saltan a volar toros y mozos, convirtiéndose el pueblo en un solo ser de múltiples miembros, que se mueven de aquí para allá, queriéndose sin tregua, odiándose a rabiar. Luego se hablará de la carrera cuesta arriba, de la suelta en el campo, de la recogida nocturna, durante meses. Y en los bares, en las tertulias junto a los «guinches», bajo los arbolotes de las Eras, seguirán diciéndose unos a otros: «‑Pues yo tenía un toro encima, se me venía encima, pero le di un quiebro, y aquí estoy, como si nada…». Hazañas de brihuegos, nostalgias de hoy mismo.