Tiempo de Botargas

viernes, 1 febrero 1991 0 Por Herrera Casado

 

El pasado sábado día 26 de enero, la plaza mayor y las calles todas de Robledillo de Mohernando eran una fiesta: la fiesta de las botargas, que se habían dado cita en ese lugar campiñero como inicio de una andadura que estos días, justo a partir de hoy y durante una semana más o menos, va a ser densa, colo­rista y sonora por muchos de nues­tros pueblos de la Sierra y la Campi­ña. Ahora que San Blas, que Santa Águeda, que la Candelaria y algunos que otros celestiales patronos se eri­gen en unánimes señores del calen­dario y la celebración, las botargas hacen su aparición, —cencerros‑ y cachiporras en cinturas y en ma­nos—y corren las calles y vuelan por las terreras echando rayos de luz o imprecaciones festivas, como gentecillas de un bién/mal que a todos nos toca.

Pero ese inicio del tiempo de bo­targas, repito, tuvo lugar el pasado sábado en Robledillo, en el discurso de una celebración que tuvo varios motores y que sonó bien hasta el último momento. De un lado, la Asociación «El Roble» de Robledi­llo de Mohernando, que preside Juan Francisco Palancar, y que se dio por entero al gran número de visitantes que acudieron a la cita. De otra, ese humánense entusiasta y certero en cuanto hace, dice y escribe que es Francisco Lozano Gamo, alma en buena medida del encuentro. Allí, en la plaza mayor de la villa de Robledillo, y desde primeros horas de la mañana, se congregaron gen­tes de todas latitudes, sociales y culturales: gentes sencillas de los pueblos comarcanos, estudiosos del folclore, políticos provinciales, pactas y gastrónomos, andarines y banqueros, cantautores y periodis­tas, en una mezcolanza digna de un retablo milagroso. Sobre todos Ellos, por supuesto, la luz y el ruido de las botargas, venidas de Beleña (Paulino Herrera Palancar, que aho­ra la viste, nos explicó con pelos y señales todo el rito de su celebra­ción en aquel perdido y maravilloso enclave de junto al Sorbe), de Arbancón (el joven Alfredo Pinel, con la tallada máscara del Mere en la mano, también nos contó las ca­rreras, las naranjadas y los saltos que por los soportales de su pueblo dará mañana mismo), de Peñalver(refe­rida su secuencia emocionante y casi sagrada por quien durante muchos años fue su encarnadura fiel, don Feliciano Sánchez Brihuega, que llegó a Robledillo acompañado de su nieto Álvaro Sánchez, quien ahora se viste de colores y echa a volar por las ventanas peñalveras), de Montarrón (era Félix Mejía San­josé quien vestido de su «puntilloso» atavío nos contaba también el rito de su festejo, que ya se celebró hace días, por San Sebastián. Y los de Humanes, de Alarilla, con su careta de cuero, y otros muchos que por allí andaban y bailaban, incluidos el botarga infantil del propio Robledi­llo, que había tenido su fiesta mayor el pasado día 24, día de la Virgen de la Paz, acompañado de su corte de chicas cobijadas sus rubias me­lenas de pañolones de seda. Y toda la alegría del mundo.

Entre los espectadores y comen­sales de las «patatas con bacalao» (y la tortilla de escabeche de postre) que puso la Asociación «EI Roble», los etnólogos Sinforiano García Sanz, prohombre del propio Roble­dillo, querido de todos (porque lo merece) en su sazonada edad, y José Ramón López de los Mozos, cada vez más sereno en su saber de estas cosas. Estaban también Manuel Esteban, siempre atento, desde su Tamajón querido, a cuanto pase por la Serranía del Ocejón y sus vaguadas; José Antonio Suárez de Puga, observador silencioso de la incesante ocupación humana; Pedro Lavado Paradinas, que desde Madrid se vino a vivir de cerca esta explo­sión de magias querubínicas; Javier Borobia, que ronda siempre donde hay personas y personajes conjuga­dos; José Antonio Alonso, mirando y repartiendo su generosa sonrisa; Lupe Sanz Bueno, tan conocedora de estas tradiciones serranas, por­que en Uceda cumplió su rito iniciá­tico; Miguel Ángel Moranchel, Fer­nando Chápuli, Romo, y mil más que quieren a Guadalajara y la buscan en cada rincón donde se expresa.

Para este cronista fue de una es­pecial alegría el trozo de día que de­dicó a ver, por vez primera (lo con­fiesa) el peliculón que en 1951 rodó Pío Caro con las indicaciones y el guión de su hermano Julio Caro Baroja sobre «Las Botargas» de Guadalajara, producido por NO&DO y aunque en blanco y ne­gro, y proyectado a través de un video en un televisor puesto en alto y al fondo de una nave demasiado grande para este objetivo, quedó la mar de majo y apasionante: la visión de la fiesta hace cuarenta años, rodada sin ambición pero también sin engaño, era conmove­dora y fué inolvidable.

Después se procedió a un coloquio sobre botargas y su significado, interpretado por los et­nólogos citados (García Sanz, López de los Mozos y Lozano Gamo) que no llegó a aclarar nada sobre el verdadero origen de estas figuras festivas. Entre otras cosas porque es imposible decir la última palabra sobre el significado de estos ele­mentos festivos que, muy antiguos (quizás) y muy paganos (a saber), son en cualquier caso la razón de unas bonitas fiestas que este próxi­mo fin de semana en el que ya entramos tendrán lugar en muchos pueblos de nuestra provincia.

Para el curioso de estos temas, no le vendrá mal recordar que maña­na sábado salen a la calle (y espere­mos que haga bueno, y no se calen) en Retiendas, en Arbancón, en Aleas (y no en Beleña, que ahora se hace en Agosto, por aquello de que es cuando están todos los hijos del pueblo en el ídem), y el domingo día 3 en Albalate, en Almoguera y en Peñalver.

Será este tema una buena justi­ficación para hacerse a La carretero, consultar el mapa, arribar a los pue­blos, y conocer mejor su forma de ser y de expresarse. En este caso concreto de las botargas, y aunque en coda pueblo y cada festividad se manifiesta de un modo diferente, en común aparece su carácter jugue­tón, temido de niños y reído de mayores, revestido de un traje de franela o paño fuerte de múltiples colores, la cara tapada de una más­cara enloquecida, las manos ocupa­das de porras, naranjas y castañue­las, las espaldas y cintos llenas de cencerros y campanillas, y unas ganas incansables de correr, de gol­pear «a propios y extraños», de pedirles limosnas y voluntades, de saltar en silencio delante de la Vir­gen, de San Blas o de quien se lo pida generosamente. En fin, un día donde lo cotidiano se olvida y la magia del primitivismo prehistóri­co parece aflorar en cada plaza, en cada era, en cada rincón frío de los pueblos de nuestra provincia. Un buen momento, —mañana, el domingo para conocer esta costum­bre milenaria, para recordarla y revi­virla, para saber un poco más de nuestra tierra.