De iconografía románica: la trompa oriental de la Catedral seguntina
En este repaso que semana tras semana estamos haciendo del románico de Guadalajara, luego de ver estructuras de plantas y disposiciones de portadas, hoy nos toca detenernos en un tema muy puntual, en un detalle pequeño pero singularísimo en lo que toca a la iconografía que el estilo aquí nos ofrece. Concretamente en la trompa oriental de la catedral seguntina. Es este un detalle que poco abulta, pero que algunos buenos conocedores de la catedral y del arte románico provincial saben que es verdaderamente clave para la apreciación total de esta temática.
Porque el románico ofrece, como arquitectura, unas formas externas (espadañas, ábsides y portadas) y unas internas (naves, espacios, presbiterios) que le dan carácter y nos permiten clasificarlo, agrupar los monumentos en diversos tipos, en áreas de influencia, en talleres de trabajo, etc. Pero también nos da el arte del Medievo una palabra más en susurro, pero no menos explícita, como es la que nos llega desde los capiteles, desde los canecillos, desde los arcos tallados de las entradas: la iconografía, en suma, que vuelca ante nuestros ojos el mensaje simbólico del hombre medieval.
Y dentro de ese bloque iconográfico del románico de Guadalajara, que aunque no muy denso, sí reúne elementos de subido interés *, nos detendremos hoy a analizar la propuesta moralizante que un ignoto clérigo de finales del siglo XII cuajó en una serie de figuras puestas, y talladas con maestría, en el hueco que forma la trompa de bóveda creada en el ángulo suroriental del crucero catedralicio de Sigüenza.
Está formada dicha trompa por dos arcos, que apoyan sobre sendas ménsulas, y que albergan en su centro un trompillón. Los dos arcos se cubren de tallas de figuras que ahora comentaremos, y las ménsulas de apoyo son cabezas, femenina una, monstruosa la otra, y masculinas las dos restantes. El arco más externo presenta cuatro figuras. De izquierda a derecha consideradas se ve primero una figura femenina que tiene sobre sus rodillas apoyada otra figura como de niño, muy pequeña. A continuación aparece un acróbata o saltimbanqui que lanza palos al aire y los pasa por debajo de las piernas. Y finalmente otra figura femenina, vestida solemnemente con un brial y un gran manto sujetado por cinturón, que tiene entre sus manos un instrumento musical que parece una pandereta grande de forma cuadrada. El arco más interno de esta trompa seguntina presenta de cuerpo entero otras dos figuras de músicos que interpretan sobre los instrumentos de cuerda que sostienen entre sus manos: uno de ellos lo apoya sobre el hombro izquierdo, y el otro entre las piernas. Son instrumentos parecidos a vihuelas.
Estos arcos se apoyan en sus extremos sobre sendas cabezas. Las que sujetan el arco externo son a la izquierda un hombre con poblada barba, de aspecto apacible y bondadoso, y a la derecha un terrible monstruo que devora a un pequeño ser humano (un Leviatán muy caracterizado). El arco interno se sujeta a la izquierda por la cabeza de una mujer que se cubre de un velo todo el pelo, también con apariencia de virtuosa, y a la derecha por un rostro negroide, de pelo ensortijado y labios muy abultados (el negro como demonio).
En el trompillón, dos apacibles figuras de ancianos sentados y dormidos apoyando sus cabezas sobre sus manos.
A pesar de la brevedad de este muestrario iconográfico románico, se funden en su estructura una serie de ideas maestras en la escultura simbólica medieval. De un lado, la representación de ese mundo de espectáculo y vanidad que son los acróbatas, los músicos y las cantantes que les acompañan. El hombre que centra el arco superior hace auténticos malabarismos con unos palos que lanza al aire, y en el inferior dos figuras se dedican a tocar instrumentos, mientras que arriba otra mujer toca el pandero y otra entretiene a su hijo. En cualquier caso, es una polimorfa representación del mundo civil irreligioso que sólo piensa en la fiesta y en la diversión, antítesis del ideal cristiano, espiritual y litúrgico.
Las ménsulas sobre las que apoyan los arcos son representaciones de seres. Ahí están equilibradas las dos tendencias que al hombre medieval se le ofrecen. De una parte, dos cabezas (femenina y masculina) de serena apariencia y exponentes de un comportamiento cristiano. De otra, el Leviatán engullidor de almas y el Diablo de negroide aspecto, ambos exponentes del mal y los peligros que éste genera.
Bajo tal cúmulo de contradicciones y batientes posibilidades, dos seres humanos, ya viejos, meditan o duermen. A ellos es a los que se propone la varia lección de arriba: la consideración del Bien y el Mal, tanto en la tierra como en el Más Allá después de la muerte. Y la necesidad de vigilar, de meditar, de no dormirse ante los peligros. Es, en cualquier caso, una equilibrada muestra de la iconografía moralizante del románico castellano, de neta influencia francesa, pues decoración tan prolija en trompas eclesiásticas no son muy frecuentes en el estilo románico de nuestro país. Esta de Sigüenza es un ejemplar verdaderamente singular, y que hemos querido traer esta semana a nuestra sección de Glosa y recuerdo, para que las mil y una vertientes del románico guadalajareño tengan su cumplida noticia y reciban la atención que merecen.
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(*) En diversos artículos previos, incluso en algunos libros, ya hemos tratado la mayoría de los grupos iconográficos del románico alcarreño. Revisar especialmente nuestros estudios sobre los capiteles de Sauca, de Labros, de Pinilla, la revisión del mensario de Beleña, o los análisis de las portadas de Cifuentes, de Atienza o de Millana.