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junio, 1990:

La igleisa parroquial de Millana

 

I

Situada en plena Alcarria, en el valle del río Guadiela, en el seno de lo que históricamente se conoce como la Hoya del Infantado, se encuentra la villa de Millana, que posee una interesante iglesia parroquial dedicada a Santo Domingo de Silos, construida en estilo románico puro. La construcción de esta iglesia se debe a su señora territorial, doña Mayor Guillén de Guzmán, quien se vio dueña de este lugar en 1253, por lo que resulta fácil datar la portada meridional de esta parroquia emilianense en los inicios de la segunda mitad del siglo XIII, lo cual añade otro dato a nuestra teoría de una cronología muy avanzada para el románico alcarreño.

Presentamos hoy este trabajo sobre este edificio románico, a sabiendas de que hay alguien a quien le interesará muy especialmente su descripción y apreciaciones, que en cualquier caso son de una validez general.

La iglesia de Millana presenta importantes restos de su primitiva construcción románica. En el siglo XVI fue completamente rehecha, pero se conservaron sus dos portadas y buena parte de sus muros, procediéndose solamente a la reedificación y ampliación de la cabecera del templo. Su interior es de una sola nave y no ofrece elementos de interés. En el exterior, es lo más señalado, aparte de las numerosas y diferentes marcas de cantería en los sillares de sus muros, especialmente en el del norte, la presencia de dos portadas que le confieren un interés especial en el examen aún por hacer del arte románico en la Alcarria.

La portada norte es muy sencilla y se encuentra hoy tapiada e inutilizada. Consta de un arco muy simple, con moldura sencilla y decoración de bolas, faltándole algunas dovelas que han sido suplidas por piedra desbastada y cemento. Enmarcando al arco aparece un filete con simple molduraje, también incompleto. Esta portada norte, a pesar de su sencillez, fue utilizada en tiempos remotos, y es una interesante prueba de un modismo constructivo habitual en el siglo XIII.

Pero el elemento más valioso y definitorio del templo que hoy presentamos, es su gran portada meridional, que ofrece una estructura muy clásica dentro de lo que el arte románico suele presentar (ver la fotografía adjunta). Situada centrando el paramento sur del edificio, necesitó que a éste se le hiciera un cuerpo saliente para albergarla, debido a la profunda bocina de sus arcos. No cabe duda que desde su construcción, en el siglo XIII, esta portada se ha mantenido sin cambios apreciables en su conjunto. Se aloja, como decimos, en un saledizo cuerpo de sillares bien tallados, en los que abundan las marcas de canteros. Este cuerpo saliente se cubre de un tejaroz sostenido por magnífica serie de canecillos que alternan con metopas o rosetas en las que aparece decoración interesante. El ingreso propiamente dicho se constituye por una serie de cinco arquivoltas baquetonadas, llevando al interior un arco liso que hace el oficio de cancel, y que se apoya en lisas jambas laterales que escoltan el ingreso, en tanto que las cinco arquivoltas descansan sobre una serie de cuatro columnas adosadas a cada lado, con basa moldurada y corrido plinto. Estas columnas rematan en sendos capiteles que ofrecen una bella e interesante decoración, que comentaremos como se merece en nuestro «Glosario» de la semana próxima.

Finalmente, ante la portada descrita se abre un amplio espacio rodeado de alta barbacana, correspondiente al antiguo cementerio o salón del templo, hoy ocupado de árboles y jardines, lo que le confiere un encanto aún mayor.

y II

Continuamos hoy con el estudio iniciado la pasada semana en torno a uno de los más bellos ejemplares de la arquitectura románica en la Alcarria: la iglesia de Santo Domingo de Silos de Millana, un ejemplar que bien merece una visita detenida. En este caso, y tras haber analizado la estructura formal del templo y sus portadas, nos centraremos especialmente en sus aspectos decorativos e iconográficos, en la seguridad de que habrá alguien interesado en recoger estos datos y valorarlos en sus justos términos.

La portada románica de Millana tiene unas característi­cas comunes con la del Salvador en Cifuentes. Es de su misma época (2ª mitad del siglo XIII), está erigida y costeada por la misma persona (Dª Mayor Guillén de Guzmán), y presenta una dis­tribución de sus elementos tectónicos y decorativos muy simila­res, aunque evidentemente es más sencilla. El estilo de sus elementos iconográficos es, dentro de su ingenuidad y rudeza, también similar a los de la referida portada, y a su vez a los de la puerta mayor del templo de Santa María del Rey de Atienza.

Pertenecen al arte muy esquemático y simple de una cuadrilla de canteros que, obedeciendo programas previamente establecidos por clérigos y matizados por señores, recorren la Alcarria poniendo en esa época su ingenua visión del mundo trascendente.

Los elementos iconográficos mas destacados de esta estructura románica se encuentran localizados en el friso superior de canecillos y metopas alternantes, y en la serie de ocho capi­teles que rematan las columnas adosadas en el ingreso. En los canecillos apenas se advierte rastro de escultura, pues la mayoría son simples bloques de piedra tallada, ofreciendo algunos muy esquemáticos perfiles de animales. En los huecos entre los canecillos aparecen tallas denominadas metopas, en las que se pueden observar algunas curiosas figuras. Predominan las de tema vegetal, con rosáceas, palmetas, etc., siempre tratadas con una intención claramente decorativa e irreal. También se ven dos figuras de animales: un cuadrúpedo, que podría ser un león, y un ave de presa, indudablemente un buitre, que ataca y engulle a una víctima (ver dibujo adjunto).

Los capiteles que rematan a las columnas adosadas ofre­cen una decoración que entronca con la idea románica de exponer en las portadas elementos del Antiguo y Nuevo Testamento alter­nando con las figuras irreales del bestiario medieval, en esa mezcla tan típica de una edad en la que todo lo maravilloso e intemporal cae dentro de un mismo concepto narrativo y concep­tual. A la izquierda del espectador se presentan cuatro capiteles en los que aparecen parejas de figuras enfrentadas en su centro. A pesar de la dificultad de identificación debido a las agresio­nes que han sufrido a lo largo de los siglos, y al esquematismo de su inicial talla, vemos de izquierda a derecha una pareja de grifos, otra de centauros, otra de grifos y otra de arpías (ver en el dibujo adjunto una pareja de estos capiteles).

En el grupo situado a la derecha del espectador, se encuentran otros tantos capiteles, en los que de derecha a izquierda vemos un ser con cabeza bovina y otro con alas que sujetan o atraen hacia sí a dos pequeñas figuras humanas desnudas; le sigue otro capitel con una pareja de centauros enfrentados; otro en el que se ve a un anciano junto a un ángel que baja de la altura; y finalmente, el más interno, ofrece una figura de ángel separada por la esquina central del capitel de otra figura de aspecto femenino. En cualquier caso, la rudeza de la talla y el malísimo estado de conservación de estos capiteles les hacen muy difícilmente identificables en su contenido iconográfico.

El intento de su identificación no debe dejar de hacerse. Es claro el significado de los cuatro capiteles  de la izquierda. Son parejas de elementos del bestiario medieval. Los grifos, mezcla de águila y león, son elementos benéficos, protectores de los caminos y de los caminantes. Los centauros retratan la parte animal y baja del hombre, y pueden identificarse con elementos pecadores. Las arpías son también seres mitológicos, se dice que hijas de Neptuno y el mar, y representan al vicio en su doble expresión de culpa y castigo. En definitiva, la serie de capiteles de la izquierda de la portada de Millana tienen un equilibrio perfecto en cuanto a representación del Bien y el Mal en forma de animales del bestiario.

En los capiteles de la derecha, vistos desde dentro a fuera, nos encontramos en el primero con lo que podría ser la representación de la Anunciación del Ángel a la Virgen María. Una figura angélica saluda a otra femenina, y es fácil identificarlo con la escena bíblica referida (San Lucas, 1, 26). La segunda escena muestra un ángel que, como si descendiera de lo alto, se aparece a un personaje con características de viejo, barbado. Podría identificarse, con ciertas dificultades, y en base a su hilación con la escena aneja, a la revelación del ángel a San José, en sueños, de la concepción milagrosa de María (San Mateo, 1,18). En el tercer capitel, aparecen sendos centauros, con su habitual significado impuro. Y en el cuarto una imagen diablesca, con cabeza de animal, y otra angélica, disputan o acosan a dos seres humanos, desnudos y de pequeño tamaño. Está claro que, sin un orden neto, esta serie de capiteles representan dos escenas de la Biblia, del Nuevo Testamento en concreto, más otra del bestiario y, en fin, una típica manifestación del Juicio de las almas, con su sentido premonitor y advirtente de los Novísimos.

Este repaso, somero y superficial, que hemos hecho en torno a la estructura arquitectónica y al significado iconográfico de un edificio románico de nuestra provincia, creemos debe completarse con la visita detenida a dicho monumento, a lo que invitamos a todos nuestros lectores, en la seguridad de que saldrán recompensados.

El escudo heráldico municipal de Almonacid de Zorita

 

Uno de los elementos más significativos de un pueblo es el Escudo Heráldico Municipal, que habitualmente reúne, en la brevedad de unos símbolos coloreados, la esencia de la historia y del genuino espíritu de ese pueblo. En los últimos años, y gracias en buena medida a la campaña emprendida y felizmente continuada por la Excma. Diputación Provincial, de dotar a todos los pueblos de nuestra tierra de su correspondiente emblema heráldico, muchos lugares de Guadalajara han recuperado su antiguo emblema o han adoptado de nuevo el que para el futuro los identifique. Uno de estos lugares ha sido Almonacid de Zorita, donde todo aquello que suponga un encuentro con la cultura, con las raíces autóctonas, y con la esencia de la villa, es alentado y tenido en cuenta. Del escudo heráldico municipal de Almonacid de Zorita vamos a hablar hoy, en paradigma simple pero elocuente de lo que supone para un pueblo tener ese emblema que le define y resume.

Ya en el año 1400 tenía Almonacid un símbolo que se utilizaba como sello testifical en los documentos emanados por el Concejo. Así lo describía el escribano público de Zorita y su tierra, don Gregorio Martines de Almonacid:»E en el sello de Almonesçir contienense feguras de dos cruçes e de dos travas colgadas en cada una de ellas, en çera amariella con çintiella de seda de colores: bermeio e amarillo e blanco e prieto». Era un sello de los de tipo colgante, hecho en cera, en el que aparecían grabadas dos cruces de Calatrava, y de cada cruz colgando sendas trabas. Pendía del documento por cintas de hilo de seda y algodón de cuatro colores: rojo, blanco, amarillo y negro. Muy posiblemente llevaría una leyenda circular que diría:»+ Sigillum Concilii de Almonesçir».

Durante el siglo XVIII se usaron sellos de diversos tipos, en papel, estampillados, en relieve, en seco o en tinta, con el símbolo de la Villa, que eran tradicionalmente dos cruces de Calatrava.

Desde principios del siglo XIX, Almonacid usó en su Ayuntamiento una estampilla metálica en huecograbado para ser utilizada con tinta. Era de bronce, circular, de 30 milímetros de diámetro, y en ella se veía su escudo heráldico, cuartelado, con sendas cruces de Calatrava, y sendas granadas abiertas, con granos, periolo y corona terminal. Entre gráfilas continuas, aparecía la leyenda circular «Villa de Almonacid de Zorita».

Desde 1862 se utilizó un sello de tinta en el que aparecía un escudo cuartelado, en el que alternaban los castillos y los leones, ofreciendo en su punta un arbusto o planta, y timbrado de corona real y cruz sobremontada. Todavía añadía este emblema municipal, en una especie de estrecha bordura, tres armiños o crucetas treboladas. Y en los dos tipos existentes, respectivamente las siguientes leyendas: «Alcaldía constitucional * de Almonacid de Zorita», y «* Ayuntamiento Const. de * Almonacid de Zorita». Le vemos en el esquema adjunto a estas líneas.

Estos emblemas sucesivos han cuajado finalmente en lo que hoy se considera el definitivo escudo heráldico municipal de Almonacid, y cuya descripción es la siguiente: escudo español, cuartelado. En el primero y cuarto cuarteles aparecen sendas cruces flordelisadas, de la orden de Calatrava, de gules (color rojo), sobre campo de plata. Y en el segundo y tercero, sendas granadas en su color, sobre campo de sinople (color verde). Al timbre, como remate por lo alto del escudo, muestra la corona real de tipo cerrado, según corresponde al régimen monárquico legalmente constituido. Vemos este escudo en dibujo que acompaña a estas líneas.

El hecho de tener un Ayuntamiento escudo propio parece, en algunos aspectos, como una banalidad sin sentido, sin utilidad práctica concreta. Y no es así. Porque la fuerza que a un pueblo, a la comunidad de vecinos que lo habitan o se sienten identificados con él les transmite es real, auténtica. No son palabras meramente literarias, ni producto de una elucubración seudomágica o esotérica. Los técnicos (tan respetados hoy en día) en diseño y comunicación (los comunicólogos que parecen los sacerdotes de nuestro tiempo electrónico) afirman que aquel producto, empresa o institución que posee una imagen de marca con suficiente aceptación y popularidad, tiene recorrido medio camino en el difícil sendero de la competitividad comercial. Que se lo digan, si no, al presidente del Real Madrid C.F., que acaba de vender a una empresa la imagen de marca (y el escudo va en ella incluida) del Club «merengue» por 25.000 millones (veinticinco mil millones) de pesetas para los próximos diez años. Almonacid está hoy en su puesto, modelo de villa moderna y bien administrada, gracias en parte (aunque todavía sea muy pequeña) a su escudo heráldico. En cualquier caso, éste es el resumen de su historia y de su carácter más íntimo. Por lo menos tiene en valor de ser querido de los suyos. Que ya es bastante.

El Jueves de Corpus, la fiesta mayor de Guadalajara

 

El próximo jueves será Corpus Christi. Como lo ha sido todos los años desde que tal festividad, en su dimensión teológica, fué proclamada para todo el Orbe Católico por el Pontífice Urbano IV en 1264. Guadalajara, este año, no tendrá fiesta. Se traslada al domingo próximo, por razones que ya todos conocen. Yo no quiero insistir en el tema, por no correr el riesgo de ser tachado de desestabilizador. Pero el tema tiene la suficiente importancia, y la tradición ha sido, desde hace quinientos años, en nuestra ciudad, tan densa, que no puede pasarse esa jornada sin que recordemos la razón de que hoy, algunos, lamentemos su supresión.

Además del significado puramente religioso, que es lo que hoy prima, el Corpus fue en ocasiones anteriores lo que con toda justicia podría denominarse una auténtica «fiesta popular». Todo el mundo se echaba a la calle, en una jornada que generalmente ya era de buena temperatura, y además de asistir a los oficios litúrgicos y contemplar el paso de la procesión, se divertían con las representa­ciones teatrales que el Ayuntamiento ofrecía, así como con los des­files de pantomimas, cabezudos, máscaras y tarascas. Por la tarde había corrida de toros, y alguna justa caballeresca como residuo medie­val. La fiesta del Corpus Christi en Guadalajara podemos decir que alcanzó toda su plenitud en el siglo XVI, época de la que tenemos bastantes datos relativos a su celebración, y de la que hoy aportamos un documento curioso, precisamente el de la celebración de esta fiesta en 1586 hace poco más de cuatro siglos.

Se ofrecían corridas de toros en este DIA, en la plaza que se formaba delante del palacio de los duques del Infantado. Se daban entre cuatro y ocho toros, y el espectáculo duraba largas horas. A los astados se les alanceaba a caballo y a pie, o se les echaba en otras ocasiones mas singulares a luchar contra osos o leones, y final­mente se les mataba.

En la procesión del Santísimo Sacramento, solemnísima y multitudinaria, que era presidida por el corregidor acompañado de los cargos municipales y representaciones de los gremios y la aristo­cracia de la ciudad, dio siempre carácter  ‑al menos desde el siglo XV en que tenemos noticia de que ya salían‑  la Cofradía de los Apóstoles. Se formaba esta Cofradía por diversos individuos que para la ocasión se vestían con los trajes de época de los discípulos de Cristo, poniendo sobre sus caras unas máscaras que así acentuaban el carácter sagrado de su representación, siendo precedidos en el cortejo por niños que portaban carteles con sus respectivos nombres. Estos apóstoles heredaban de sus padres o antecesores directos el derecho a salir de tal modo en la procesión del Corpus, y es verdaderamente reconfortante el hecho de que hasta hoy mismo se haya mantenido esta antiquísima costumbre. A pesar de que ahora se tenga que trasladar de día.

En cuanto a lo que de fiesta realmente popular encerra­ba la jornada, fué siempre llamativa, ruidosa y múltiple. Es indudable que, por lo menos a lo largo de los siglos XVI y XVII, el Corpus Christi fue la fiesta mas importante y esperada de la ciudad. Una costumbre muy bonita era que por la mañana del luminoso DIA, salían ricamente vestidos y montados en sus caballos, el Corregidor y los comisarios de fiestas del Ayuntamiento, recorriendo las calles por donde habría de pasar la procesión.  Reglamentada por unas normas muy estrictas y tradicionales, en ella se representaban todos los elemen­tos significativos de la vida de la ciudad. Acudían cofradías y religiones a la iglesia de Santa Maria de la Fuente la Mayor, donde se ponía el Santísimo sobre unas ricas andas, y así salía a la calle acompañado de autoridades y gremios. Cada grupo hacía algo concreto y preestablecido de tiempo inmemorial: los escribanos llevaban hachas de cera encendidas; los procuradores una imagen de la Virgen, etc. Todos los estamentos ciudadanos competían ‑en esta sociedad más litúrgica que teocéntrica‑ en aparecer con mayor pompa y llamatividad sobre los demás.

Las fiestas consistían en danzas, representaciones teatrales, y desfiles de gigantes, cabezudos y tarascas. Estas cosas las pagaba el Ayuntamiento, por contrato previo con particulares o compañías de cómicos y profesionales. En cuanto al sentido de las representaciones teatrales, y según hemos podido colegir de los títu­los que en documentos se dan a las mismas, todos ellos estaban rela­cionados con historias bíblicas o del «Flos Sanctorum», que quizás muy en su origen habían sido «autos sacramentales» en los que la dualidad Bien‑Mal luchaba y se manifestaba ante los fieles. Las danzas estaban normalmente protagonizadas por demonios, soldados, gitanos y moriscos, pero en todo caso para esta época, la ciudadanía había olvidado el sentido primitivo (quizás heredado de épocas prehistóricas, ibéricas) y el Corpus quedaba como una fiesta pura, colorista y abigarrada, popu­lar y espontánea en modo tal que ya para hoy la quisiéramos. Solían salir músicos, timbales y trompetas contratados por el Ayuntamiento. También los referidos gigantes y cabezudos y una enorme representación de San Cristóbal con el Niño en brazos.

En cualquier caso, una ocasión muy especial en la que la ciudad de Guadalajara (calles, casas, gentes de una y otra posición, instituciones y cielos) se unía a sí misma para dar la nota, el color, el canto, y ser más suya, mas propia, mas Guadalajara que nunca. ¿Seré tan raro que me gusta recordar estas cosas, y aún pedir a quien por tener el mandato popular manda en la ciudad, que restituya a su primitiva esencia tal parafernalia? ¿Seré tan bobo que no me consuelo por haberla perdido?

Camilo José Cela en Almonacid

 

De los cinco Premios Nobel que España ha dado a la literatura, el único que hoy queda vivo es Camilo José Cela Trulock (Padrón, 1916), vecino actualmente de la ciudad de Guadalajara. Esta misma ciudad, y muchos otros pueblos de nuestra geografía provincial, pueden contar anécdotas de don Camilo, y algunos le han dedicado  calles y plazas (léase Peñalver, o El Recuenco). El burgo alcarreño de Almonacid de Zorita es uno de los que puede, y debe, hablar de CELA como de uno de sus personajes mas señalados, pues allí estuvo en sus dos salidas por la Alcarria, ese hermoso país al que a la gente no le da la gana ir. Yo anduve por él unos días y me gustó, según decía en el prólogo de su primer Viaje a la Alcarria, hecho allá por el mes de junio de 1946.

La literatura de viajes, por descriptiva de lugares, de paisajes y monumentos, y sobre todo de tipos y situaciones sociales, es una de las facetas que mejor ha cultivado Cela, y con la que ha obtenido un aplauso general. De ese amor a la Alcarria, que él siempre tuvo, y que le ha llevado a escogerla como lugar de su retiro último, surgieron dos obras maestras: el Viaje a la Alcarria, hecho y escrito en junio de 1946, y finalmente publicado en 1948, mas el Nuevo Viaje a la Alcarria de 1985, publicado al año siguiente, ofreciendo sendas visiones de la misma tierra en momentos diferentes de su evolución.

De Almonacid hace referencia el académico y Premio Nobel en ambas ocasiones. La primera solo llega a adivinarlo, como él dice. Desde Pastrana, su fin de viaje, baja con sus amigos don Paco y don Mónico hasta Zorita, escala el castillo y desde sus almenas, sobre los cerretes y olivares de más allá del bodujo, se adivina Almonacid de Zorita, el pueblo donde, hace ya más de un cuarto de siglo, estuvo de boticario el poeta León Felipe.

La segunda alcanza a visitarlo, a charlar con sus gentes, a captar el espíritu neto de la villa. A bordo de su Rolls color crema, acompañado de la choferesa negra, llega a la plaza un día de junio de 1985, siendo recibido en loor de multitudes. En su obra pone Cela, a lo largo de cuatro páginas, cuanto ve y le sorprende en Almonacid. Recuerda de nuevo a León Felipe, su admirado amigo y poeta, y aún pone aquel primer verso que escribiera, aquel Nadie fue ayer ni va hoy… que se fraguó en un claro salón de la estrecha calle donde el nombre y los recuerdos apuntan a los Fernández de Heredia, la familia que acogió a Felipe y se portó con él sobremanera.

Camilo José Cela habla con el alcalde, con don Olegario, de quien dice es un hombre joven, trabajador y entusiasta. Difícil es mejorar esa alabanza, porque contiene el trío de virtudes que hacen al hombre feliz y trascendente. Habla de la historia de Almonacid, y recuerda, porque le gustan especialmente, a los judíos que eran mas listos que los cristianos, aunque aquí no podían establecerse. Y habla también del Ayuntamiento, que es rico y atiende con buen criterio las obras públicas y hasta las culturales…. Palabras como proféticas, visto ahora, años después, cuanto por la cultura está haciendo, y aun piensa hacer el Ayuntamiento almonacileño. Pero lamenta que no arreglen la picota, entonces medio derruida, y hoy ya en bastante mejor estado de salud.

Camilo J. Cela se dio una vuelta ancha y detenida por Almonacid. Apuntó con tino y recordó con frases breves los monumentos del pueblo. La iglesia parroquial, el convento de las monjas, etc., y con su brevedad, su gracia contenida y su perfecto decir las eterniza. Cela tiene esa capacidad: lleva en su pluma una varita mágica que dota de vida eterna a las cosas que menciona. Y aún se acuerda del cura, de don Octaviano, de algunos niños que corren por las calles con camisetas de anuncios. Y se para a reponer fuerzas en Casa Churre, donde se siente a gusto, en ese grato ambiente de tasca pueblerina, de figón alcarreño donde hay riquezas gastronómicas que enumera con detalle, con delectación incluso: tortilla de patatas, de ajos tiernos y de jamón, jamón sin ser en tortilla, o sea en lonchas o en tacos, a elegir, queso de tres clases, chorizo, salchichón, lomo en tripa, zarajos, calamares fritos, calamares en su tinta, callos, chuletas de cordero, pajaritos fritos y patatas fritas para acompañar. Son las palabras de Cela, las sencillas y contundentes frases de quien puede llamarse un alcarreño más. Almonacid le cuenta, por supuesto, entre sus personajes mas queridos. Y creo, humildemente, que no sería sino una expresión de justicia y reconocimiento el que Almonacid de Zorita le dedicara a Camilo José Cela una de sus calles, en recuerdo y admiración de cuanto él ha escrito y dicho sobre este pueblo. El Ayuntamiento que preside don Olegario García Rodríguez sabrá recoger este guante, y ponerlo en la bandeja que merece.