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abril, 1990:

El barrio de Budierca

 

La ciudad de Guadalajara, de larga historia e importancia en los anales del Reino de Castilla, fué desde el momento de su toma a los árabes en 1085 un importante bastión de la realeza, que nunca entregó la ciudad en señorío a nadie, y que por lo tanto se mantuvo como cabeza de un fuerte Común de Villa y Tierra. De esa razón derivó la pronta erección de una fuerte muralla que cercó a la ciudad para la mejor defensa de sus moradores y de los moradores del territorio comunal en torno. Esta muralla surgió a partir del siglo XII, y en los de la Baja Edad Media creció y se perfeccionó.

La estructura de la ciudad se desarrolló desde entonces de una forma neta, apareciendo todo un círculo de murallas que englobaron la tradicional puebla, a la que solo podía accederse a través de puertas de seguridad. En el interior de la ciudad se crearon también a partir de entonces tres importantes vías de tráfico y desarrollo, que a su vez delimitaron cuatro áreas concretas de la ciudad. Una era la calle mayor, central y en fuerte cuesta, que iba desde la puerta de Madrid o de Bradamarte a la Puerta del Mercado o de Santo Domingo: recta y empinada, era el eje indiscutible de la vieja ciudad.

La segunda de las calles, a poniente, circuía y acompañaba a la muralla por dicho costado, siendo llamada la Ronda y ascendiendo por las actuales calles de Alvar Fáñez de Minaya, Ronda de San Antonio, y cuesta del Matadero hasta el paseo de las Cruces.

La tercera de estas calles o vías principales estaba a levante de la ciudad, y se denominaba de Barrionuevo, habiendo quedado hoy con los nombres de Ingeniero Mariño y Ramón y Cajal. Avanzaba esta vía desde la puerta de Madrid a la Puerta de Bejanque o de Zaragoza, y era centro de un barrio muy poblado en el que se englobaban las minorías étnicas de judíos y moriscos.

A la izquierda de esta vía y hasta la muralla se creó un barrio múltiple, en el que fueron surgiendo estructuras urbanas de peculiaridad cierta que han permanecido como tales hasta hoy.

Así, entre la referida calle de Barrionuevo y la muralla que circuía a la ciudad sobre el hondo barranco del Alamín, quedaron diversos elementos que, si no aislados, sí con la suficiente fuerza urbana e histórica como para dar razón cierta de existencia independiente a la zona. Eran los siguientes:

a) el Alcázar o castillo que estaba escuetamente limitado, y así aún se ve como ruinas del antiguo Cuartel de San Carlos o de Globos, entre la calle del Barrionuevo y la muralla sobre el barranco del Alamín.

b) las casas de los Mendoza, especialmente de doña Ana de Mendoza, sexta duquesa del Infantado, sobre las que construyó en el siglo XVI un monasterio dedicado a San José y ocupado por monjas de la Reforma Descalza del Carmelo.

c) la iglesia de Santa María de la Fuente la Mayor, de origen mudéjar, lugar donde en tiempos de los árabes estuvo situada la mezquita mayor, luego transformada en iglesia cristiana de gran envergadura.

d) el palacio de don Pedro González de Mendoza, gran Cardenal de España y Canciller de los Reyes Católicos, que quiso colocar frente a la iglesia de Santa María. Destruido por un incendio a finales del siglo XVIII, fué luego ocupado por la sede del Banco de España, y mas tarde por un grupo Escolar que incluye hoy la Escuela Oficial de Idiomas.

e) el palacio de los Carrillo, condes de Priego, que en el siglo XVI fué utilizado para construir el Monasterio de las Vírgenes de Carmelitas Descalzas, derruido finalmente hace pocos años para construir en su solar dos amplios grupos de viviendas.

f) el barrio de Budierca, en el que se incluyeron algunas casas y palacios de hidalgos y nobles, especialmente los Guzmán, linajuda familia venida de la Montaña santanderina con los Mendoza en la Baja Edad Media.

Este barrio de Budierca tuvo siempre en Guadalajara una especial significación, y no es exagerado decir que constituyó una especie de barrio aislado o incluso de pequeño pueblo incluido dentro de la ciudad. Sus habitantes eran también moriscos desde la Reconquista, siendo luego limitado por los referidos palacios de los condes de Priego por un lado, y de los Guzmán por otro.

El referido barrio de Budierca puede ser considerado como una entidad urbana e histórica aparte en la consideración actual de la ciudad, que no ha conseguido todavía incluirlo en la circulación normal de direcciones y actividades comunes. Estuvo de siempre limitado, de una parte, a levante, por la muralla y el barranco del Alamín, que le cerraba completamente. De otra, por los referidos palacios del Cardenal Mendoza y de los Condes de Priego, que le aislaban de la calle Barrionuevo, su límite natural. De otra por la muralla y su puerta de Bejanque, que formaba un cierre casi hermético por el sur. Su acceso casi único era a través de la plaza de Santa María, y su calle de entrada la de Budierca, que hoy se llama del Dr. Creus por haber nacido en una de sus casas este insigne anatómico y cirujano del siglo XIX.

El barrio de Budierca tuvo, pues, ese incontestable carácter de aislamiento que aún hoy posee. Una sola calle de acceso (llamada de Budierca y hoy de Dr. Creus), una plaza central (llamada siempre, y también hoy, de Budierca) y algunas pequeñas calles, como la de Pescadores y la Ronda, que eran realmente estrechos callejones que salían a la calle Barrionuevo entre las moles cerradas de los referidos palacios.Estos datos históricos vienen, en nuestra opinión, a demostrar la tradicional conformación de un área de la ciudad, la de levante entre la calle de Barrionuevo y el barranco del Alamín, y más concretamente de un área dentro de ella, el barrio de Budierca, tradicionalmente aislado del resto de la ciudad. Las características históricas de esta área, limitada y conformada por notables construcciones palaciegas y religiosas, le dieron durante largos siglos el carácter de una pequeña ciudad dentro de la mayor urbe de Guadalajara.

Bibliografía

LAYNA SERRANO, F.: Historia de Guadalajara y sus Mendoza en los siglos XV y XVI, Madrid, 1942. Tomos I, y II

GARCÍA BALLESTEROS, Aurora: Geografía Urbana de Guadalajara, Madrid, 1978

HERRERA CASADO, Antonio: La muralla de Guadalajara en Revista «Wad‑al‑Hayara», nº 13 (1986): 419‑431

LAYNA SERRANO, Francisco: Los Conventos antiguos de Guadalajara, Madrid, 1943

MEMORIAL HISTÓRICO ESPAÑOL: Relaciones Topográficas de los pueblos de Guadalajara, Tomo XLVI, Real Academia de la Historia, Madrid, 1914

QUADRADO, José Mª; FUENTE, Vicente de la: Guadalajara y Cuenca, Ediciones El Albir, Barcelona, 1978

El médico liberal don Félix Serrano y Sanz

 

Entre los muchos e interesantes individuos que, nacidos en nuestra provincia, se han dedicado a la ciencia en sus más diversas parcelas, queremos destacar hoy, y traer por primera vez a la memoria impresa, a la figura de don Félix Serrano y Sanz, un alcarreño trabajador y apasionado, que siempre que pudo demostró su alcarreñismo, y que forma parte de ese grupo de científicos liberales y revolucionarios que hacen la «Gloriosa» de 1868 con su trabajo y su pasión por la mejora de la sociedad en que viven.

Había nacido este individuo en la localidad alcarreña de Ruguilla, en el seno de una familia de acaudalados agricultores y propietarios. Era su padre don Felipe Serrano y su madre doña María Sanz. Los abuelos paternos eran Manuel Serrano y Justa Santos, ambos de Cereceda, y los maternos Francisco Sanz y Maria Pérez, de Ruguilla. Hermano de nuestro personaje fue don Manuel Serrano y Sanz, ilustre historiadores americanista, catedrático de Historia en Zaragoza, y Cronista Provincial de Guadalajara en el primer tercio de este siglo.

Félix Serrano había nacido, como hemos dicho, en Ruguilla, el 21 de febrero de 1843, siendo bautizado dos días después en la parroquia de Santa Catalina de dicha localidad alcarreña, según hemos comprobado directamente en el libro de Bautizos (1801‑ 1852). Enseguida fue a Guadalajara, a estudiar el Bachillerato en el Instituto de Enseñanza Media de la Capital de la Alcarria, obteniendo en 1868 el título de Aprobado en Artes. Ese era el año en que Topete y Prim declaraban su revolución en la bahía de Cádiz e Isabel II tenía que salir de España. Era el año, en fin, en que se proclamaba la «Gloriosa» Revolución que propondría una nueva Constitución y daría paso al «Sexenio» revolucionario, época en la que nuestro personaje se formó en la Facultad de Medicina de Madrid, donde finalmente se licenció en 1872.

En ese ambiente, con profesores del talante, entre otros, de Velasco, creció su interés por lo social, participando activamente en la movida política del momento. Con el referido profesor Velasco colaboró Serrano en la creación del Museo Antropológico Nacional, sede de un movimiento intelectual muy definido, y caracterizado por sus ideas avanzadas. De ese grupo surgió el periódico científico «El Anfiteatro Anatómico Español» en el que Félix Serrano Sanz colaboró activamente, con artículos que, aunque breves, presentaban una visión propia de la medicina y de algunas formas de ver la ciencia, en relación con lo social, muy características del momento y del movimiento en que estaba incluido.

Entre esos trabajos, de dos columnas, aparecidos en dicho periódico, podemos recordar algunos títulos, que sólo con su lectura nos hacen intuir la moderna y peculiar concepción de la Medicina que tenía el alcarreño: Bases para la estadística nacional de profilaxis y demografía, con un sentido de estadista que en ocasiones fué apoyado con el nombramiento de Subdelegado de Sanidad; Tratamiento especial para la curación del cáncer, y Técnica operatoria para casos de Urgencia en los que, si no resuelve ninguno de estos problemas de forma notable, sí que muestra su preocupación por dos aspectos prácticos de la actualidad médica; La enfermedad indefinida y Enfermedades no clasificadas son dos trabajos que aluden a una parcela un tanto marginal de la medicina, de la que él se preocupó siempre; Los sueros como antineumónicos intenta abordar un tema de real práctica, y son ya los artículos sobre La miseria y la enfermedad y La vida del médico rural los que entran claramente en la parcela de la preocupación social en torno al tema de la salud y la sociedad.

Fue además médico forense, y en varias legislaturas de la Restauración obtuvo el acta de diputado, siempre desde sus presupuestos conceptuales de liberalismo a ultranza. En cualquier caso, y a pesar de esta breve visión, recordar a este personaje que en el aspecto científico y social fue un apasionado defensor de la libertad y un animoso partícipe de un momento clave de la historia de España. Aunque no tan vehemente como él, su hermano don Manuel Serrano, de quien ya hemos hablado en ocasiones anteriores, comulgó de sus ideas liberales, y por ello los últimos años de vida le costó algún que otro disgusto, especialmente bajo la batuta del general Primo de Rivera. Son en definitiva dos figuras importantes a incluir en la «Galería de Alcarreños Notables» que hoy se ha adornado con la de don Félix Serrano Sanz, que murió en Madrid en los primeros años de nuestro siglo.

El Marqués de Montesclaros, según Huaman Poma de Ayala

 

Uno de los muchos alcarreños en América que irán saliendo a la luz en los próximos años, estudiados en su aspecto histórico, y recordados en libros, en conferencias y en revisiones de sus figuras, es don Juan de Mendoza y Luna, un miembro notable de la casa mendocina que habitó el palacio del Infantado, y uno de los más destacados Virreyes que tuvieron México y el Perú en los inicios del siglo XVII. Aunque en próximos meses aparecerá, en el seno de la colección «Virrey Mendoza» que edita la Diputación Provincial de Guadalajara, una obra mía sobre este personaje, amplia y prolijamente documentada, hoy quisiera dar una pincelada breve y colorista sobre este alcarreño. A través precisamente del texto que sobre la historia del Perú escribió un indio, don Felipe Huaman Poma de Ayala, también en los finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, que le fué presentada personalmente al virrey alcarreño cuando residía en Lima.

La historia de este Huaman Poma es un tanto misteriosa. Se sabe que en 1615 tenía 80 años y estaba ya todo cano, y flaco, y desnudo, y descalso. Aunque en unos lugares se califica como «cacique principal» en otros aparece en funciones de «teniente de corregidor de indios». Fue uno de los primeros americanos que tomó parte en el debate sobre la conquista y colonización. Se opuso enérgicamente al mando directo de los extranjeros sobre sus compatriotas incas, pidiendo la restitución de sus tierras y el regreso de la gobernación andina. Es ferozmente anticlerical y condenó por codicioso y cruel el comportamiento de los funcionarios coloniales civiles y eclesiásticos, aunque siempre trató de establecer una relación directa con las más altas autoridades de la administración española. Así, sabemos que al Virrey don Juan de Mendoza le admiró y tuvo una especial veneración por su persona y por lo que él calificó como una muy favorable administración.

Del manuscrito de Fuman Poma se han hecho alguna estimables ediciones y muchos estudios valiosos. La edición mas al alcance de todos es la que hizo «historia 16» en su número 29 de la colección «Crónicas de América», en 1987, en tres tomos, con reproducción de todos los dibujos originales del autor. El manuscrito de Huaman se encuentra actualmente en la Biblioteca Real de Dinamarca, en Copenhague, donde lo descubrió, en 1908, el profesor de Gottingen Richard Pietschmann.

En ese libro tan impresionante, especialmente por la riqueza y exotismo de sus grabados, todos dibujados de la mano de Huaman Poma, aparece dibujado, en la página 470, el alcarreño don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, según lo vemos en el grabado adjunto, con una leyenda que dice así: «BVEN GOBIERNO/DON IVAN DE MENDOZA y de la Luna, marques de montesclaros, el décimo visorrey en lima», y debajo del dibujo, en el que se barbado y joven a don Juan de Mendoza, rodeado de ventanales variados y muy limeños, dice: «visorrey 10, don juan de mendoza y de la luna, marqués de montesclaros gouernó desde decienbre de mill y seyscientos y ciete que… y gouernó hasta el año de mill y seyscientos y quinze años en tienpo del rey Felipe el tersero».

Después, pone Huaman la «mini‑crónica» del gobierno del Virrey Montesclaros. Dice así (copiamos textualmente del libro del indio): «BVEN GOBIERNO / Don Juan de Mendoza y de la Luna, marqués de Montesclaros, el décimo visorrey destos rreynos, muy cristianícimo, gran limosnero y caritatibo, amigo de los pobres, gouernó pacificamente y faboreció a los prencipales y a los demás yndios pobres. / Y por mandado de su Magestad becitó las minas de Choclo Cocha, minas de plata, y Guanca Bilca, minas de azogue. Con su persona los uido a uista de ojos todo el trauajo y mala uentura, tanta muerte de los yndios azogados y de auerse despobládose este dicho rreyno del Pirú y de cómo se a de despoblarse más adelante. / De ello auía de enformar a su Magestad de todo ello. Y a faborecido, escrito a su Majestad, enformándolo todo en fabor de los pobres yndios, para que se ponga en rremedio. Y a hecho otras obras muy sanctas en seruicio de Dios y de su Magestad, como hombre cristiano y cauallero y principal. / Y adelante hará otras obras muy grandes y buenas, por donde creserá más el seruicio de Dios y de su Magestad, por donde otros caualleros ciguirá el camino uerdadero y derecho. / Otros visorreyes tendrán enbidia de que este cristianícimo a dado tanto fabor a los pobres yndios de las dichas minas. / De ello multiplicará la hazienda de su Magestad, ci no se acaua de murir los yndios. Dios y su Magestad le agradeserá, escriuiendo toda su santa buena obra y serbicio de Dios nuestro señor y de su Magestad. Que será memoria en este rreyno y en el mundo deste cauallero cristianícimo».

En la página 1091 de su manuscrito, el inca Felipe Huaman llama al marqués de montesclaros, en quechua, Cascamanta runa. ¿Quizás expresaba así su título de Montesclaros? En algunos otros lugares del manuscrito, que titula «Nueva Crónica y Buen Gobierno», Huaman menciona a Juan de Mendoza y siempre le cita halagadoramente, teniéndole por un benefactor de la tierra peruana y de sus indios.

Don Juan de Mendoza y Luna, tercer marqués de Montesclaros, había nacido en Guadalajara, en enero de 1571, muriendo en Madrid el 9 de octubre de 1628. Había sido caballero de la Orden de Santiago (ni siquiera ese detalle se le olvida a Huaman, que le pinta la cruz afilada en la pechera), y Asistente o Corregidor de Sevilla, pasando en 1603 a ser Virrey de México, y en 1607 del Perú, hasta 1615, en que fué destituido. Luego ocupó en Madrid los cargos de Consejero de Estado y de Hacienda, presidiendo finalmente el recién creado Consejo de Aragón. De todo ello, como digo, mucho más ampliamente hago referencia en mi obra «El gobierno americano del Marqués de Montesclaros» que recientemente ha aprobado su edición la Excma. Diputación Provincial de Guadalajara, y que espero pueda estar pronto al alcance de todos los interesados en el tema.

Hoy ha sido una visión rápida y pintoresca de la relación entre nuestro Virrey alcarreño y el cronista indio Huaman Poma de Ayala, puesto de moda también con el crecimiento actual de los estudios sobre la América Hispana.