León Felipe en Almonacid de Zorita

viernes, 16 febrero 1990 1 Por Herrera Casado

 

Uno de los grandes poetas españoles, y aun universales, del siglo XX, ha sido León Felipe. Nacido en el pueblecito de Tábara, en la provincia de Zamora, solamente usó sus nombres de pila, aunque su nombre y apellidos completos eran León‑Felipe Camino Galicia de la Rosa. Nació en el referido lugar castellano en 1884, y murió en México, exiliado, en 1968. No es este el lugar para hacer un análisis de la obra literaria, que fundamentalmente fué poética y teatral, de León Felipe Camino. Si viene hoy a este rincón del «Glosario Provincial de Guadalajara» es por el hecho de que su inicio a la literatura y más concretamente a la poesía, razón última y definitiva de su vida, lo tuvo en Almonacid. Había estudiado en su juventud la carrera de Farmacia, y tras algunas estancias breves por ciudades castellanas, junto a su padre, que era notario, en el verano de 1919 llegó a nuestra comarca, a Almonacid de Zorita, donde permaneció un año llevando la botica del pueblo.

La impresión que para el resto de su vida llevó León Felipe de Almonacid fue imperecedera y algo mágica. Siempre recordó que fue allí donde construyó su primer verso, aquel tan simple y tan hondo que decía

Nadie fue ayer

ni va hoy

ni irá mañana hacia Dios

por este camino

que yo voy.

Para cada hombre guarda

un rayo nuevo de luz el sol

y un camino virgen

Dios.

y que a él mismo le hizo comentar «esta fue la primera piedra que yo encontré (el primer verso que escribí) en un pueblo de la Alcarria al que quiero dedicarle aquí, ahora ya viejo, y tan lejos de España, mi último recuerdo… los escribí junto a una ventana, en una mesa de pino y sobre una silla de paja…»

En lo que el luchador poeta calificó de «aquel oscuro bautizo de la Alcarria» actuó de regente de la farmacia local, sin apenas trabajo y con todo el tiempo del mundo para dedicarlo a pensar y escribir. Le cuidaba una señora viuda y encontró «amistades en gentes sencillas y hasta algún espíritu compasivo, como el médico de una aldea vecina que venía a Almonacid expresamente a hablar conmigo».

Como dice uno de sus máximos estudiosos, Miguel Nieto Nuño, «en un pueblo de la Alcarria encontró León Felipe la lección y el reposo de la poesía que luego echó a los caminos del mundo con un ardor infatigable».

Durante un año vivió el poeta en un caserón de la calle mayor de Almonacid, en la paz casi idílica de un pueblo sencillo, luminoso y amable. Insiste Nieto Nuño en que «Almonacid de Zorita está en el núcleo de la voz de León Felipe». Allí, en un silencio permanente, comenzó su voz a sonar y a rodar sobre los papeles. De aquel núcleo inicial saldrían los «Versos y Oraciones del Caminante» que en 1920 se imprimirían (primera edición del primer libro) en Madrid. Años después, el poeta recordaría de nuevo aquellos momentos. Su voz es la más auténtica para explicar lo que significó su estancia entre nosotros: «… un pueblo claro y hospitalario. Las gentes generosas y amables… ¡Y tenía un sol! Ese sol de España que no he vuelto a encontrar en ninguna parte del mundo y que ya no veré nunca. Me hospedaron unas gentes muy buenas, con quienes yo no me porté muy bien. Y ahora quiero dejarles aquí, a ellas y a aquel pueblo de Almonacid de Zorita… a toda España, este mi último poema. La última piedra de mi zurrón de viejo pastor trashumante». Tras aquel año de paz el poeta marchó a Guinea, a viajar por el mundo, a América en fin. Como mexicano universal también se le ha tenido, pues toda su vida quedó, tras el paréntesis de la Guerra Civil en el que anduvo de nuevo por estos lares, a escribir y testificar de lo humano en tierra mexicana.

El recuerdo de León Felipe en Almonacid debe acabar con este verso maravilloso, sencillo y profundo, que el poeta dedicó al pueblo alcarreño donde tan inolvidables horas pasaría, donde nació su pasión por la palabra. Es, quizás, la más bella página que se ha escrito nunca sobre este lugar de nuestra provincia:

 Sin embargo…

en esta tierra de España

y en un pueblo de la Alcarria

hay una casa

en la que estoy de posada

y donde tengo, prestadas,

una mesa de pino y una silla de paja.

Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla

en una sala

muy amplia

y muy blanca

que está en la parte más baja

y más fresca de la casa.

Tiene una luz muy clara

esta sala

tan amplia

y tan blanca…

Una luz muy clara

que entra por una ventana

que da a una calle muy ancha.

Y a la luz de esta ventana

vengo todas las mañanas.

Aquí me siento sobre mi silla de paja

y venzo las horas largas

leyendo en mi libro y viendo cómo pasa

la gente al través de la ventana.

Cosas de poca importancia

parecen un libro y el cristal de una ventana

en un pueblo de la Alcarria,

y, sin embargo, le basta

para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.

Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa

cuando pasan

ese pastor que va detrás de las cabras

con una enorme cayada,

esa mujer agobiada

con una carga

de leña en la espalda,

esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias de Pastrana,

y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.