El románico perdido: Ures

viernes, 26 enero 1990 0 Por Herrera Casado

Un detalle popular en una puerta de Ures.

 

El estilo románico es uno de los más representativos de la provincia de Guadalajara. Su extensión fue total durante los siglos de la repoblación (XI al XIV) y puede decirse que todas las iglesias construidas en aquella época (y fueron centenares) estuvieron dentro de la norma formal románica. En los siglos de la expansión económica y poblacional de Guadalajara (XVI al XVIII) se derribaron muchos de aquellos templos, construyéndose otros nuevos en estilo renacentista, y quedando bajo ellos, incrustados en los muros o a medias legibles en sus plantas, los vestigios de las antiguas construcciones medievales.

El templo parroquial de Ures, ‑un mínimo caserío que hoy está incluido en el municipio de Sigüenza, y que se encuentra muy cerca de Pozancos‑ es un ejemplo de esa transformación. Aunque precisamente por la escasa entidad de su población, nunca sufrió excesivas modificaciones. Este edificio es una prueba evidente del simplismo funcional con que el arte románico acometió sus más ínfimos elementos, pero también la evidencia de la homogeneidad con que siempre estructuró sus templos.

Localizada en el centro del breve caserío, aislada del resto de los edificios, aparece esta pequeña iglesia de Ures, formada por los cuatro muros que al exterior se ofrecen, y por una sola nave en el interior. Con todos los parámetros clásicos de la arquitectura románica, nos presenta el muro occidental liso y rematado en sencilla espadaña de corte triangular con un par de vanos para las campanas. La chavalería de nuestro fin de siglo le ha puesto, en su ánimo de fomentar el deporte en cualquier rincón de este preolímpico país, una canasta de baloncesto cosida al muro, con lo que tenemos lo que podría denominarse, en el argot administrativo al uso, un «templo románico polivalente» que haría las delicias de cualquier diseñador social que se precie. La puerta del templo se encuentra en este mismo muro de poniente, y no tiene el más mínimo asomo de decoración románica. Por no tener, no tiene ni señas de edad cronológica. ¿De cuando es esa puerta? Tiene, como las mujeres bellas y maduras, una edad indefinida.

El muro del mediodía, iluminado por el sol, no tiene el acceso que le correspondería. En el caso de Ures, esta anomalía estructural es debida a la disposición del terreno en que asienta el pueblo, que es mas elevado por este lado, y hubiera obligado a hacer una puerta muy baja, con escalinata de bajada al interior. Demasiada complicación para tan brece lugar. El muro del norte se encuentra hoy totalmente cegado, sin apenas un ventanal, pero primitivamente tuvo una puerta de acceso, ancha y baja, de arcada semicircular, que fué tapiada en siglos pasados.

Y al fin, la cara de levante, la que define la orientación del templo, ofreciendo en este caso un ábside mínimo, de planta semicircular, con aspilleras de muestra, porque no parecen de verdad, de tan pequeñas. Bajo el alero, y a todo lo largo del templo, aparecen canecillos sin moldurar que sujetan el tejado. El material con que están compuestos los muros es de sillarejo muy basto, poco cuidado, mezclado con argamasa en el centro de los muros, y alternando con sillares en las esquinas.

El interior es lo más simple que pueda concebirse: una nave única, un espacio diáfano y reducido en el que aún renquean algunos altares de imprecisa silueta barroca, y una bóveda de yeso, falsa, que tapa el trabado maderamen original de la cubierta. El semicircular ábside se traduce al interior por un presbiterio similar, muy pequeño. A un lado, por reducida puerta, se accede a la sacristía que fue añadida en siglos posteriores.

En definitiva, este de Ures puede ser calificado como uno de los templos románicos de la provincia de Guadalajara, con una época de construcción remontable al siglo XII o XIII, y sin ningún elemento ornamental o estructural notable. Debe, sin embargo, figurar con toda justicia en las nóminas, si se quieren completas, de los templos románicos de nuestra tierra. Por ello, y por alguna otra cosa que yo me sé y me callo, está aquí, Como otra esfinge que mira, que sabe, y que sueña.