Una mirada al pasado: los hidalgos molineses

viernes, 17 noviembre 1989 1 Por Herrera Casado

 

La tierra molinesa, llena de encanto en su apartada altura, tiene algunos rasgos socio‑históricos que la hacen similar en muchos sentidos a las regiones del norte de la Península, especialmente a la Rioja, a Navarra y a Álava. Y ello es en el sentido de que, aparte de existir todavía en su territorio muchos apellidos de esos orígenes norteños, hubo en siglos pasados abundancia de hidalgos, gentes de mediano pasar económico, que tenían la prerrogativa de no pagar impuestos.

A estos hidalgos, que en algunos pueblos de Cantabria o de Navarra llegaron a ser mayoría, les correspondía un escudo de armas, unas veces por concesión real, y otras por herencia de linajes hidalgos anteriores de los que procedían. El caso es que existen en las citadas regiones norteñas infinidad de lugares cuyas calles principales están cuajadas de escudos heráldicos propios de los linajes e hidalgos de antaño.

Algo similar ocurre en el Señorío de Molina de Aragón. A las tierras llanas de la sesma del Campo vinieron desde el siglo XVI hasta el XVIII abundantes familias norteñas: los Iturbe, los Diez de Aux, los Lasarte y Lariz, etc. Dejaron por Milmarcos, por Tortuera y Embid sus casonas cuajadas de escudos de armas que hoy sirven para analizar esa influencia sociológica y recordar las formas de vida de otros siglos.

Queremos hoy evocar a esos hidalgos molineses, dignos y helados en sus anchos y oscuros caserones de la ciudad de Molina, sin demasiados posibles pero con un portalón de piedra tallada sobre el que airoso desafía el paso de los siglos el escudo de armas que habla con locuacidad de su pasado denso y glorioso. En un libro próximo a aparecer, y que hace ya el número 3 de la Colección «Archivo Heráldico de Guadalajara», tratamos precisamente de estos escudos heráldicos molineses, y más concretamente de los todavía existentes en la capital del Señorío, donde aún pueden verse, si se tiene la paciencia de recorrer una por una sus calles y plazas, varias docenas de ellos.

Así, en la calle de Quiñones, y centrando la portada que en su día fué panel multicolor de pinturas al fresco representando vistas de Manila y escenas de santos y artistas, el escudo heráldico de don Fernando Valdés y Tamón, Virrey que fué de Filipinas, casado con una molinesa de la familia de los Vigil de Quiñones, ofrece su galanura y su riqueza de lambrequines entre los que aparecen bocamangas y cañones, estandartes y angelillos victoriosos. Es un ejemplo realmente hermoso y grandilocuente de lo que era la heráldica molinesa en siglos pasados.

En la calle de las Tiendas, que es larga y estrecha como una Cuaresma, existen todavía algunos de estos emblemas. En un edificio que, frente a San Martín, se ha edificado de nuevo, con destino su planta baja a comercio de amplia escaparatada, se ha vuelto a colocar el escudo que desde hace siglos presidía su fachada. Es concretamente el de los López Montenegro, tallado en piedra y con restos evidentes de su primitivo policromado (figura 2). El de los López Montenegro era un linaje de larga tradición en el Señorío de Molina, en el que tuvieron abundantes posesiones y sede principal en la localidad de Milmarcos, donde aún queda de ellos algún palacio en muy buen estado. Exhiben otros escudos en las casonas de dicha villa de Milmarcos, pero el que aparece aquí, bien conservado y aun policromado en la calle principal de Molina, es el auténtico de este linaje, pues así lo anota León Luengo en sus papeletas heráldicas, donde da una reproducción coloreada y timbrada de celada y lambrequines similar a esta, y que según él se encontraba entre los papeles del archivo de dicha familia.

Si nos damos otra vuelta por el cogollo antiguo de la ciudad del Gallo, en el número 19 de la calle Capitán Arenas, frente a la que fue iglesia de San Miguel y hoy es casa de viviendas encontramos el apunte (más bien ya dispunte) del palacio de los Arias, en cuya fachada se ve un escudo que a pesar de tener más de 200 años de vida, aun mantiene su frescura, su talla perfecta, su policromía original. Es el de los Arias de la Muela, que añade en sus cuarteles los emblemas de Malo y Ruiz de Molina (figura 3). Se trata de un escudo magníficamente tallado y muy bien conservado que surge sobre el muro de fachada de la casa que fué en tiempos antiguos sede del linaje de los Arias, uno de los de mayor prosapia en el Señorío de Molina, con tierras y ganados, e incluso otras casonas en lugares de la Sesma de la Sierra, así como en Tordelpalo, donde aún se ve una casona con los escudos de este linaje sumado al de los Cienfuegos. Consiste en un escudo español, cuartelado, presentando en primer lugar las armas de los Arias, que son un castillo atacado por un león que asciende a las almenas por una escalera, al pie una granada, un ramo de laurel y una rueda de molino; segundo las de Muela, que son un árbol atacado de un león; tercero las de Malo, que consta de un cordero místico, rodeado de tres leones y dos estrellas de seis puntas, con tres calderas al pie; y cuarto las de Ruiz de Molina, las propias del caballero viejo, que consisten en un castillo con dos ruedas de molino. Por timbre lleva una celada diestrada sobre cartela barroca.

Es, en resumen, un breve recorrido por la memoria y las huellas pétreas de los hidalgos molineses, aquellos que conformaron en buena medida la imagen y la gloria de este territorio tan característico de nuestra provincia. En sus blasones aún se ven, hoy hemos visto, parte de esa historia prendida en el viejo reloj de los siglos.