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julio, 1989:

El mecenazgo en la historia

 

Últimamente se ha estado hablando en diversas tribunas sobre el mecenazgo en la historia de Guadalajara. Tesis doctorales, libros divulgativos, artículos en revistas, etc., han puesto de relieve la larga serie de empresas que especialmente los Mendoza llevaron a cabo en una labor de mecenazgo hacia las tierras de Guadalajara en las que habitaban.

Han sido el libro de Víctor Nieto sobre la Arquitectura española del Renacimiento, la Tesis doctoral (todavía inédita) de Mª Teresa Fernández Madrid, sobre el mecenazgo mendocino y su introducción del Renacimiento en España, que incluso ha visto la luz, muy resumida, en la Revista «Goya», o el libro de Rosario Diez del Corral Garnica titulado «Arquitectura y Mecenazgo» publicado por Alianza Forma, en el que se inicia el estudio de este tema con la figura del Cardenal Mendoza y sus actividades constructivas por Guadalajara.

Está claro que es este un tema que interesa, especialmente a los investigadores. Sería muy largo de contar aquí en qué consiste. Fundamentalmente debe saberse que la familia Mendoza, que actúa siempre como un bloque y no por individuos aislados, tiene entre sus metas la de prevalecer sobre el resto de sus conciudadanos, tanto en el momento cotidiano, con la preeminencia social, como en el futuro, en el «mas allá de la muerte» con la fama póstuma. A ello encaminan sus pasos, y para ello planifican un conjunto de actividades en las que ellos aparecen como jerarcas y magnates. Incluso como benefactores de la sociedad que les rodea.

El marqués de Santillana es uno de estos mecenas. Construye un hospital de pobres en Buitrago, y pone en el altar mayor un retablo, que pintaría Jorge el Inglés, en el que aparece el marqués poeta dibujado a cuerpo entero. Es un dadivoso señor, que pasará a la posteridad. De sus hijos, destaca el pequeño, el Cardenal don Pedro González de Mendoza, que una vez instalado en el nivel más alto de poder junto a los Reyes Católicos (es obispo de Sigüenza, de Sevilla y de Toledo al mismo tiempo, amen de multitud de prebendas y abadías en España y Europa) se dedica a entregar a las ciudades que ama de instituciones públicas útiles y hermosas: así el Colegio de la Santa Cruz en Valladolid, el Hospital de la Santa Cruz en Toledo, el monasterio de San Francisco en Guadalajara y tantas otras cosas y apoyos a personas que le hacen ser tenido por un auténtico y relevante mecenas.

En su familia, incluso educados junto a él, aparecen el segundo conde de Tendilla don Iñigo López de Mendoza, que construye en Mondéjar el monasterio de San Antonio para franciscanos. O el propio hijo del Cardenal, don Rodrigo de Mendoza titulado marqués de Cenete, un poco loco por cuestión de amores pero dado también a la arquitectura de nobles edificios.

Incluso en las ramas de otras familias que emparentan con los Mendoza se da esta faceta del mecenazgo hacia las artes. Los duques de Medinaceli habían emparentado con los alcarreños a través de doña María de Mendoza, la segunda de las hijas del marqués de Santillana, que casó con don Gastón de la Cerda, cuarto conde de Medinaceli. El hijo de ambos, don Luis, primer duque del título, heredero del señorío de Cogolludo a través de su madre, construiría en la villa serrana un impresionante palacio en el primero de los renacimientos arquitectónicos que se dan en Castilla. Esa línea horizontal y espléndida de la fachada del palacio ducal de Cogolludo, que acompaña a estas líneas, da idea de la elegancia y encanto italianos que los Mendoza y sus familiares imprimen a cuanto hacen en las tierras alcarreñas.

Pero no solamente en el aspecto monumental y arquitectónico fueron mecenas los Mendoza. También en el artístico: recuérdese que ellos coleccionaron tapicerías por decenas, promocionando la industria del tapiz y de la seda en Pastrana. Ellos auparon a escritores y mantuvieron en sus casas a historiadores, poetas y dramaturgos: así a Luis Gálvez de Montalvo, a Francisco de Medina, a Gómez de Castro, etc, e incluso llegaron a promocionar las ideas nuevas (el pietismo, el iluminismo, los alumbrados) en materia de religión, con la buena fe de alcanzar las metas más justas.

Ese mecenazgo desapareció en Guadalajara con los Mendoza, y ahora parece querer renacer, en los tiempos que corren, gracias a quienes hoy ostentan, en toda sociedad moderna, el poder real, el que permite mantener el dinero: son los bancos, las Cajas de Ahorro, las empresas de electricidad, de comunicaciones y automoción las que controlan la mayor parte de los fondos que corren de mano en mano, y así entre nosotros ha surgido una corriente que debería ir avanzando aún más, de ayuda al arte y a la cultura de parte de Cajas de Ahorro (la Provincial de Guadalajara fue la pionera en este sentido, y luego han sido la Ibercaja y otras) y de empresas como Unión‑Fenosa, Central de Trillo, y algunas otras que patrocinan empresas de real envergadura cultural en beneficio de la sociedad en que están instaladas.

Bien es verdad que esas ayudas les suponen a estas empresas descuentos fiscales. Pero la forma de desgravar dedicando parte de sus beneficios a la edición de libros, al patrocinio de actos literarios, de reuniones científicas, de conciertos o representaciones teatrales, es en cualquier caso benéfica y plausible.

Por el contrario, las instituciones públicas, léase Ayuntamientos, Diputación Provincial y Junta de Comunidades, parecen irse cada vez más hacia un mecenazgo meramente festivo y bullanguero, patrocinando conciertos de pop, corridas de toros o festivales rockeros (respectivamente), y dejando a la cultura y el arte en un segundo plano que debería recuperar protagonismo.

El escudo heráldico de Sigüenza

              

La Ciudad de Sigüenza ha venido utilizando, desde tiempo inmemorial, armas propias, que han adquirido, por tradi­ción de varios siglos, el carácter de Escudo Heráldico Municipal. Sin embargo, nunca han llegado estas armas a gozar de ratifica­ción oficial por organismo competente. Podría decirse, sin embar­go, que el Escudo Heráldico Municipal de Sigüenza es el más antiguo de todo el territorio provincial, y el que durante más tiempo ha mantenido su estructura inamovida.

Hemos podido concretar la estructura tradicional del escudo de armas seguntino, que como una excepción entre todos los demás de la provincia, y por supuesto entre los del resto de cabezas de partido judicial que hemos ido repasando a lo largo de las ante­riores semanas, se presenta en multitud de formas gráficas a nuestra consideración actual.  Además se han encontrado referen­cias documentales antiquísimas que hacen alusión a la existencia de las armas municipales, como los sellos concejiles de plomo, que en el siglo XIV mostraban un águila y un castillo, en este orden.

En la obra del heraldista Antonio de Moya, del siglo XVIII, titulada «Rasgo heroico. Declaración de las Armas y Blasones con que se ilustran muchas Ciudades y villas de España» ya se describen las de Sigüenza tal como hoy se usan, pero dando de ellas unas explicaciones simbólicas exageradas, haciéndolas originarias de la época romana. Más modernamente, Julián Moreno, en su «Alma seguntina», de 1924, las interpreta como expresión de los escudos de armas de los dos primeros obispos de Sigüenza tras la Reconquista de la ciudad a los árabes. Pero opina que, debido a ello, debería cambiarse el orden en que aparecen las piezas del escudo, poniendo el águila a la derecha y el castillo a la iz­quierda.

En este sentido, efectivamente, en el enterramien­to de Don Bernardo de Agen, primer obispo de la diócesis, que se encuentra en la girola del templo catedralicio seguntino, se ve el escudo de este monje‑guerrero, consistente en águila pasmada sobre campo liso. Asimismo, en el enterramiento de Don Pedro de Leucata, segundo obispo de Sigüenza, que aparece en el muro del presbiterio de la catedral, se ve repetido y pintado, su escudo consistente en un castillo sobre fondo liso. Teniendo en cuenta que desde 1138, todavía Don Bernardo en la silla episcopal, el señorío de la ciudad perteneció a los Obispos por donación real, es lógico que el escudo de la ciudad adoptara por propio el de sus primeros señores.

Sin embargo, parece claro, en definitiva, que el escudo de Sigüenza fué puesto, tal como hoy se mantiene, por su primer Obispo Don Bernardo, el cual utilizó para esta ciudad las armas de su lugar de procedencia, la ciudad francesa de Agen, de las que estas seguntinas son su reproducción exacta. En este sentido, cabe recordar la existencia de documentos sigilográficos antiguos, en los que se ve el sello concejil de la ciudad de Agen, ofreciendo en el anverso una ciudad amurallada y fortifica­da, mazonada, con tres puertas y dos ventanas, y en su interior un campanario flanqueado de dos torres y diversos pináculos, mientras que en el reverso aparece un águila que ofrece entre sus garras una filacteria. Estos sellos se encuentran pendientes por hilos de seda de diversos documentos de los siglos XIII y XIV. El hecho de que el escudo de Sigüenza muestre un águila sujetando un hueso entre sus garras, es una clara deformación por el uso de un mueble, pues en su origen lo que el águila del escudo seguntino llevaba, como la de Agen, era una filacteria o pergamino alarga­do.

Así pues, el Escudo Heráldico Municipal de Sigüen­za queda constituido del siguiente modo:

Escudo español, partido. A la derecha, de azur, un castillo donjonado de oro, aclarado de gules y mazonado de sable. A la izquierda, de gules, un águila pasmada de sable, coronada de oro, apoyada sobre un hueso humano de oro. Al timbre, la corona real.

De este modo luce hoy en todos los lugares repre­sentativos, y se utiliza para las medallas de sus concejales y munícipes, trayendo también como bandera local la partida de azur y gules, esmaltes de fondo de su escudo.

El escudo heráldico de Sacedón

 

Nuestro paseo histórico por las que fueron villas cabeza de partido judicial, y cuyos escudos formaron el emblema de la Provincia de Guadalajara cuando, en el siglo pasado, se crearon las Diputaciones Provinciales, nos trae hoy hasta la marinera y al tiempo alcarreña Villa de SACEDON, la cual ha venido utilizando, desde tiempo inmemorial, al menos desde hace dos siglos, armas propias, que han adquirido, por tradición secular, el carácter de Escudo Heráldico Municipal. Sin embargo, tampoco ellas han llegado nunca a gozar de ratificación oficial por organismo competente.

Quieren las tradiciones que Sacedón fuera lugar, importante y muy poblado, de iberos y luego de romanos. El caso es que solo consta su existencia cierta en la Baja Edad Media, en que aparece como aldea de la jurisdicción de Huete, formando parte de su Común de Villa y Tierra. A esta población alcarreña, hoy en la provincia de Cuenca, y que fué tan importante durante los siglos medievales y aun posteriores, se encuentra ligado Sacedón en su primera historia.

Después, en 1553, se independiza adquiriendo del Emperador Carlos I el título de Villa por sí, con jurisdicción propia. Título que fué confirmado por reyes posteriores, y espe­cialmente por Felipe V, en 1742. Fué a partir del siglo XVII mayorazgo de la casa del Infantado, perteneciendo en principio a don Gaspar de Sandoval Silva Mendoza y de la Cerda, hermano del duque a quien luego pasó. Y en el XVIII, durante la Guerra de Sucesión, sufrió tantos destrozos que quedó prácticamente despo­blado. Una jornada histórica vivió Sacedón cuando resistió va­lientemente el embate de las fuerzas contrarias al candidato borbónico que, finalmente, con el apelativo de Felipe V, accedió al trono hispano.                    

De diversas informaciones documentales y tradicio­nales se desprende que con antigüedad centenaria la villa de Sacedón ha venido usando armas municipales cuyo origen no consta de forma fehaciente, pero que son las siguientes:

Escudo español, de gules, un lienzo de muralla de oro, entre dos torres de lo mismo, defendida la puerta de un matacán, aterrazado de peñas de pla­ta, cortado de oro, con dos coronas de laurel de sinople puestas en faja. Timbrado de corona real cerrada.

La explicación de este blasonado no está clara, aunque es muy posible que la parte superior, el castillo o mura­lla torreada sea expresión de su pertenencia desde la reconquista al territorio del reino de Castilla; y la parte inferior, expre­sión inequívoca de una recompensa honorífica por algún señalado servicio realizado por la Villa a la Corona, y que podría refe­rirse a las diversas acciones que los de Sacedón realizaron a principios del siglo XVIII en la Guerra de Sucesión contra los ingleses y austriacos. La corona real cerrada es expresión del régimen monárquico constitucionalmente establecido.

El escudo heráldico de Pastrana

 

La Villa de PASTRANA ha venido utilizando, desde hace mucho tiempo, armas propias. Diversos documentos nos permi­ten conocer la forma y contenido de dichas armas en años pasa­dos, y tras el examen de los documentos que obran en el Ayunta­miento de la villa, hemos podido conocer el origen detallado del actual escudo heráldico que, a pesar de ser utilizado de forma común y sin réplica alguna, no tiene todavía la confirmación oficial que debiera.

La referencia mas antigua al escudo de la villa, la hemos encontrado en la «Relación Topográfica» enviada en 1576 al rey Felipe II, cuyo original se conserva en la Biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. En dicha Relación, suscrita por los vecinos Nicolás Hernández de Heredia y Fabián Cano, se dice que «el escudo de este pueblo fue un hábito de Calatrava, por haber sido de dicha orden e fundado por los Maes­tres, y agora despues que fué de señorio trae una cruz blanca».

Parece claro que en un principio, y desde la Edad Media, posiblemente desde que en 1369 le fue concedido el título de Villa por el Maestre Pedro Muñiz, Pastrana trajo por armas municipales una cruz roja flordelisada, que luego transformó en cruz blanca. El hecho es que en 1539, cambió sobre ella el señorío que ostentaban los caballeros calatravos, pasando a pertenecer al de la familia de la Cerda. Durante este señorío, que se prolongó hasta el siglo XIX, Pastrana tuvo por armas la cruz, aunque en ocasiones le fueron añadidas, o incluso suplantadas por ellas, las armas de sus señores los duques de Pastrana, que usaban las propias de los apellidos Mendoza, Silva y la Cerda. En este sentido, puede considerarse que el escudo tradicional de Pastrana sería partido, en el primer cuartel una banda (se supone que de gules en campo de sinople) acompañada de dos flores de lis de oro, en esquemática representación de los emblemas de los linajes de Mendoza y La Cerda, y en el segundo cuartel, de plata una cruz flordelisada de gules, o al contrario.

Pero a principios de este siglo, y a instancias del Ayuntamiento local, se compuso un nuevo escudo municipal, que venía a fundir las armas ya utilizadas anteriormente, añadiéndole nuevas figuras representativas de romántica leyenda que decía: «Pastrana defenderá la Cruz con la espada hasta la muerte». Sumó además la letra P, inicial del nombre de la villa, y desde enton­ces se ha venido utilizando, de forma tradicional, y ampliamente difundida, viéndose tallado este escudo en piedra sobre la facha­da principal de la Casa Ayuntamiento. Los colores y metales de sus muebles cambiaron, y quedó en definitiva y hasta la fecha, del siguiente modo:

Escudo español, partido. En el cuartel derecho, de azur, banda de plata y dos flores de lis de oro. Carga sobre ellas una letra pe, mayúscula, de sable, file­teada de gules. En el cuartel izquierdo, de plata, al punto de honor una cruz flordelisada de gules, y en el resto espada de oro, y una calavera en su color. Al timbre, la corona real cerrada, propia del régimen monárquico legalmente establecido.