Niebla el Lupiana

viernes, 3 marzo 1989 0 Por Herrera Casado

 

La mañana de invierno se llenó de caminos húmedos, de sendas entrevistas a través de la niebla. No ha sido ésta una estación de lluvias, pero aquella ocasión,  ‑el mundo todo palpi­taba de alegría‑  se llenó de pequeñas gotas relucientes, de tibia nube verdegrís sujeta en vuelo a las laderas, a los bos­ques, a las ruinas solemnes y silenciosas de antiguos monaste­rios.

Los viajeros llegaron, en aquella hora, hasta Lupiana. El hondón por donde la Alcarria se hace tierna y mimosa, entre olivos, fuentes y algún que otro nogal, recibe nombre de remota diosa terrestre o lunar. Lupus tiene ecos de lobo, y ana es el nombre de la madre por antonomasia. La madre‑loba dando apellido a la tierra. Y el pueblo alcarreño, tan cerca de la capital y sin embargo tan lejos del mundo, se ofrece limpio y sonriente al paseo, a la deambulación relajada, a la mirada sin objetivo y sin prejuicios. Los viajeros toman el urbano sendero de las empinadas y retorcidas callejuelas.

En Lupiana lo primero es la plaza. Y en ella la picota. El Ayuntamiento luego. Esa plaza mayor se forma por un recinto amplio rodeado de una parte de edificios vetustos, y de otra por alta barbacana de piedra tallada. En su costado norte aparece el caserón del Ayuntamiento, con atrio y galería, y una torrecilla para el reloj construida en ladrillo, obra todo ello del siglo XVIII. En el centro del plazal luce la bella picota de la villa, obra del siglo XVI, que consta de alta gradería de piedra sobre la que emerge la columna de fuste estriado y un remate piramidal escoltado de cuatro dragones de corte plateres­co.

En lo más alto del pueblo se alza la iglesia parroquial dedicada a San Bartolomé. Es obra del siglo XVI. Es ella el emblema de una creencia firme, dura como las piedras que la dan forma, espiritual como la nube que entonces la envolvía. Se precede este templo de una escalinata de piedra que asciende a un amplio salón circuido de barbacana de tallada sillería. El aspecto exterior es sólido, y en el destaca la presencia de la torre, obra fechada en 1676, y que consta de cuerpo prismático y remate en bolas. En el muro del sur se coloca la portada, obra magnífica de estilo plateresco, muy desgastada ya por los elemen­tos atmosféricos: consta de una puerta de medio punto, escoltada por columnas estriadas que apoyan en gruesos pedestales, decora­dos con buena iconografía, y rematadas en bellos capiteles de grutescos, cabezas de angelillos y calaveras. Sobre ellos, un friso de densa y prolija decoración plateresca, y en las enjutas sendos medallones representando las figuras de San Pablo y San Bartolomé, en medio relieve y de exquisita factura. Encima del conjunto, una hornacina hoy vacía. Sobre el muro de poniente, otra pequeña puerta de adovelado arco semicircular, muy sencilla.

La portada de este templo parroquial de Lupiana reúne todos los elementos que nos permiten clasificarla, sin violencia, dentro del círculo de los seguidores de Covarrubias. Es, sin duda, un elemento «covarrubiesco» muy firme y bien defi­nido, para cuya catalogación solo falta el hallazgo del documen­to que lo confirme.

En el interior, al que se pasa a través de una cancela con buenos ejemplares de fallebas y piezas de forja popular, se admira la equilibrada arquitectura de sus tres naves, que forman un armónico conjunto de inspiración gótica, pues las pilastras que les separan son conglomerados de columnillas adosa­das, con bases gotizantes y remates en collarines de talla vege­tal, que sostienen arcos apuntados, atravesados de otros escarza­nos en el tramo de los pies del templo. Rematan los muros latera­les en un breve friso de estuco con grutescos, y la nave central se cubre con grandioso alfarje o artesonado de madera, con deta­lles de lacería mudéjar en tres almizates o harneruelos cen­trales. La cabecera del templo consta de gran arco triunfal, semicircular, escoltado de haces de columnillas rematadas en pequeños capiteles de decoración foliácea, que da entrada al presbiterio, de planta rectangular, compuesto de dos tramos suce­sivos, cubiertos de bellísimas nervaturas góticas y terminando en las esquinas con sendas veneras. Los bordes del recinto presentan cenefas y frisos de estuco en relieve con prolija decoración plateresca de grutescos y roleos, obra toda del siglo XVI. A ambos lados se presentan, en la nave de la epístola, una capilla sencilla, que comunica con el presbiterio a través de arco de piedra, y en el lado del Evangelio un amplio recinto de cúpula semiesférica apoyada en pechinas, que sirve de sacristía.

Poco a poco, conforme ha ido pasando la mañana, el sol se ha adueñado del paisaje. Aquella niebla tempranera, blanda como un susurro, se ha disuelto. El abrazo, que soñábamos inter­minable, entre el cielo y la tierra se ha relajado. Los viajeros se alejan, pero saben que a Lupiana volverán, y que ese pálpito en el que han estado sumidos (la luz grisácea de la mañana, la piedra rojiza del templo, el verde ansioso del parque) vendrá un día a salvarlos de cualquiera muerte prematura.