Los Baños de Trillo. Una revisión histórica

domingo, 1 enero 1989 0 Por Herrera Casado

Los Baños de Trillo se han recuperado, finalmente, a principios del siglo XXI.

I

Entre el apretado haz de cosas curiosas, de hechos e instituciones que ha tenido en los tiempos pasados la provincia de Guadalajara, han sido, indudablemente, los baños de Trillo los que han tenido un más alto significado social y científico de todas éllas. En este primer trabajo, repasaremos muy por encima los avatares históricos del mismo, y en otro segundo veremos algunos detalles anecdóticos de su existencia en el siglo XVIII.

     Dice el doctor Contreras que los baños de Trillo «ya se conocían en la época de la dominación romana, en la que Trillo se llamaba Thermida» (1). Y, en efecto, desde tiempos muy antiguos fueron conocidas y apreciadas estas aguas medicinales, para las que se erigió un centro donde poder tomarlas comodamente. Romanos y árabes se aprovecharon de éllas, quedando su fama extendida por todo el país.

     Ya en el siglo XVII comenzaron algunos autores a ocuparse de éllas, describiendo el lugar y estudiando la composición de las aguas y sus aplicaciones (2). Por entonces, dice Limón Montero, no había allí «mas casa ni comodidad que una cabaña que se hizo de brozas», con lo que las fatigas que habían de pasar los bañistas debían ser notables y aun perjudiciales para su salud. Con todo, la gente mejoraba y aun de sus afecciones reumáticas, gracias a los componentes clorurado‑sódicos, sulfatado‑cálcico‑ ferruginosos, y arsenical de las aguas.

     Ya a comienzos del siglo XVIII, en 1710, pasaron los baños a ser incluídos en el término de Trillo, saliendo del de Azañón en que se encontraban anteriormente.

     El auge del balneario comenzó en el reinado de Carlos III, el «rey alcalde» que levantara estatuas y construyera magníficas obras públicas por todo el país. En 1771, llegó al balneario don Miguel M. de Nava‑Carreño, decano del Consejo y Cámara de Castilla, quien denunció al rey el interés del lugar y su completo abandono. Fué nombrado enseguida «gobernador y director de las casa de Beneficencia y Baños Termales de la villa de Trillo», y comisionado don Casimiro Gomez Ortega, profesor de Botánica en Madrid, «hombre de esclarecido talento, vasta erudición y profundos conocimientos» para realizar el estudio químico de las aguas.

     En los cinco años siguientes se adecentó todo aquéllo, se canalizaron conducciones, se arreglaron fuentes y se descubrieron otras nuevas: las del Rey, Princesa, Condesa, el Baño de la Piscina y otras fueron rodeadas de pretiles, uno de éllos «en forma de media luna», y a su pie un asiento que, guardando la misma figura, forma una especie de canapé todo de sillería muy hermoso y cómodo, y en el cual pueden sentarse a un tiempo con mucha conveniencia hasta cuarenta o cincuenta personas. Se hicieron cloacas para el desagüe, y en 1777 se concluyó el Hospital Hidrológico, a cuya entrada se colocó un busto de Carlos III, y en el interior una imagen de la Virgen de la Concepción, patrona de los establecimientos. Este Hospital Hidrológico no tuvo un destino inmediato, pero en 1780, se extendiò el acta que lo hacía «público Hospital… con doce plazas, con la dotación de alimentos, cama y asistencia necesaria para ocho hombres y cuatro mujeres de continua residencia en él, con la precisa prohibición de pedir limosna allí, ni por el pueblo».

     El norte filantrópico que desde el primer momento dirigió estos baños, queda retratado en el anterior detalle, o en la frase de su primer director, el señor Nava, quien, al hablar de la utilización de las aguas, decía: «debe dirigirse a la utilidad pública, a cuyo objeto se dirigen todas las miradas de S.M. como a blanco único de su paternal desvelo», revelador enunciado del Despotismo ilustrado, que prevalecía en el siglo XVIII.

     También el obispado de Sigüenza, en cuya jurisdicción quedaba Trillo, se ocupó en colaborar, levantando una nueva fuente, para pobres y militares, llamada del Obispo, en honor de don Inocente Bejarano, que ocupaba en 1802 la silla seguntina.

     A la muerte del señor Nava fue nombrado gobernador interino el conde de Campomanes, primer ministro, quien delegó en don Narciso Carrascoso, prebendado de la catedral de Sigüenza, quien dejó los baños otra vez en abandono.

     Fernando VII creó en 1816 el cuerpo de médicos directores de baños, nombrando director de los de Trillo a don José Brull. En 1829, pasó a dirigirlos don Mariano González y Crespo, quien publicó estudios sobre el uso de las aguas, descubrió una nueva fuente, y arregló el «camino viejo» que venía desde Brihuega, por Solanillos. Levantó edificios y construyó las fuentes de «Salud» y «Santa Teresa», así como nuevas dependencias para la dirección y administración. Durante su mandato se montó también la calefacción en los baños, por medio de generadores de vapor.

     Poco a poco, los baños de Trillo, que tanto habían supuesto para la salud de los artríticos de los siglos XVIII y XIX, fueron decayendo. La desamortización de Mendizábal dispuso de éllos, vendiéndolos a los Sres. de Morán, que se dedicaron a su cuidado. En 1860 fué la Diputación Provincial la encargada de su administración.

     Cuando en 1878 decía don Marcial Taboada, en el centenario de su restauración, que «Quiera el Cielo que los días que hayan de venir y las generaciones que hayan de sucedernos, dén cima al humanitario cometido de nuestro augusto fundador…», ignoraba la escasa vida que le restaba a esa institución sanitaria, para la que ahora, en esta última andadura del siglo XX, pedimos una atención, tanto por parte del Estado, como de los particulares, pues las aguas medicinales de Trillo siguen brotando del fondo de la tierra, y se está perdiendo una magnífica medicina que podría ser de gran utilidad para centenares de personas afectas de los diversos tipos de reumatismo que con éllas podrían aliviarse.

II

     Tomando ahora el sesgo anecdótico de la institución sanitaria y social de Trillo, pues ambas cosas a la vez fueron sus baños, lo mismo que ahora ocurre con cualquier balneario, nos aparece en primer lugar un tesorillo en el que buscar detalles para reconstruir el modo de pasar el tiempo de quienes hasta allí llegaban en el siglo XVIII. Se trata de un manuscrito existente en dicha sección de la Biblioteca Nacional, en cuarto, por pliegos sueltos, con un total de 21 folios, y titulado: «Las aguas de Trillo», ó «Las aguas medicinales», pues de las dos maneras aparece en la portada, bajo la denominación general de sainete. No figura autor ni año.

     El argumento es muy sencillo, y sin aspiración alguna, salvo la de entretener. Un marqués, ya viejo y artrítico, se marcha a los baños de Trillo para buscar mocitas y burlarlas. Se encapricha de la hija del médico del balneario; le propone al padre su casamiento con élla. El padre acepta, y la chica, sin poder protestar, firma un papel en el que dice querer casarse con Jorge Pedro‑Ximénez Valdepeñas y Peralta, nombre del marqués…y de su hijo, coon quien resulta estar ya casada la niña y así legalizar su boda secreta, ante la burla y desesperación del marqués vejete.

     De varios detalles del sainete sacamos algunos apuntes del ambiente que allí existía: era la principal excusa el tomar las aguas, por baño externo y también bebidas, pero lo que más gustaba a los viajeros era andar todo el día de diversión. Dice así uno de los protagonistas: «Aquí (en Trillo) se vive con libertad, y se trata en dando un poco de tiempo a cuidar la quebrantada salud, lo demás del día al obsequio de las Damas, al juego, música y bailes. Oh, qué bien me aconsejaban los Médicos que viniera aquí a beber las aguas!». Claro es que, tras de tanta diversión y bullanga, las afecciones se recuperaban muy lenta y dificultosamente, quedando de ese modo un poco en entredicho la fama de las aguas y los médicos. dice así Ruano, el galeno del sainete: «Habrá manías mas endiabladas que las de estas gentes? Todo el día de bailes, guitarras, juego, cenas, merendonas, y luego a las pobres aguas y al Doctor desacreditan!».

     Incluso algunas señoras venían a los baños con otros intereses además de los meramente medicinales o de pasatiempo. Dice otro personaje del sainete, refiriéndose a una viajera adinerada que llega a Trillo: «Ya sé que usted viene a caza de cortejos o maridos a los baños…» Y luego el otro aspecto, el de los que sólo pensaban en matar el tiempo con su vicio favorito: «Hai otro Indiano mui ruin, pero jugador de taba, de parar, flor y otros juegos en que breve se despacha». Vidas vacías, nombres perdidos, Tal vez la música que allí gastaban sea lo único poético que de su recuerdo brota: en el sainete aparece un momento un quinteto «a dos voces, a dos frautas, y bajo», y luego sale una ronda de majos y majas con guitarras.

     Un pintoresco cuadro, en suma, en el que se funde el reir intrascendente con los quejidos de los gotosos: «¡ Qué bella estará una contradanza de reumatismos y flatos, con fluxiones y con asmas !» dice uno de los protagonistas. Y retrata en dos líneas el ambiente de los baños de Carlos III en el Trillo del siglo XVIII.

     Pero también la piedad cristiana, el responsable conocimiento científico de las propiedades del agua, y el merecido descanso para los fatigados trabajadores del intelecto se encontraban en Trillo.

     Recordaremos, por una parte, como en 1745 se fundó en este pueblo la «Cofradía y Esclavitud de la Concepción de Nuestra Señora de la villa de Trillo» por los bañistas concurrentes a dicha villa. Por entonces no estaban aún «descubiertos» los baños por el elemento oficial de la nación, pero de todos modos acudía allí nobles y gentes adineradas. El conde de Atarés y del Villar fué primer presidente de la Cofradía, y sus constituciones las escribió don Plácido Barco Lopez, siendo aprobadas enseguida por el Vicario seguntino y publicadas luego en 1794, cuando el balneario se hallaba en su mejor momento de esplendor. El número de hermanos de la Cofradía se limitaba a 40, y con todo era muy difícil entrar en élla.

     La estancia de don Casimiro Gomez Ortega en Trillo fué muy celebrada: era director del Jardín Botánico madrileño y doctor en Madicina por Bolonia. Un verdadero sabio de alto renombre. Bastante tiempo pasó en los baños estudiando las plantas, los minerales y, por supuesto, las aguas, que abalizó minuciosamente. Extendió su afán investigador al recuento de casos anteriores que apoyaran la bondad del líquido elemento, y acabó dando una somera historia de la villa y sus baños. La imprenta real de Ibarra publicó su obra «Tratado de las aguas termales de Trillo» en 1778, siendo muy bien recibida.

     En 1798 llegó a Trillo don Gaspar Melchor de Jovellanos, uno de los más altos y preclaros políticos que ha tenido la historia de España. Andaba ya por entonces algo fastidiado, y quiso llegarse a la villa alcarreña al intento de mejorarse. Allí se alojó en la casa de don Narciso Carrasco, prebendado de Sigüenza y amigo suyo. La vida de Jovellanos en los baños de Trillo fué de lo más austera: se levantaba entre las 6 y las 7 de la mañana, y se iba en ayunas a las fuentes, a beber el agua termal. Utilizaba, según él mismo nos relata, los vasos «de cortadillo» de La Granja, de un cristal exquisito. Luego paseaba por la frondosas alamedas del Balneario. Después, a tomar chocolate, y ya el resto dle día lo ocupaba en leer, meditar y charlar con sus amistades. Uno de éllos era el doctor don Manuel Gil, médico de Cifuentes. Jovellanos se fué a Madrid pasado el verano, manifestando él mismo su recuperación.

     Y así era como, entre bromas y veras, transcurría un año tras otro la existencia de estos baños alcarreños, que según el refrán eran casi panacea universal: «Trillo todo lo cura, menos gálico y locura». Lástima que se encuentren ahora tan abandonados y preteridos, cuando tanto en el terreno arqueológico, como incluso en el sanitario, podrían abrir tantas posibilidades a nuestra provincia.

ANECDOTARIO DE LOS BAÑOS DE TRILLO

     La semana pasada veíamos una somera historia de los baños de Trillo. Tomando ahora el sesgo anecdótico de esta institución sanitaria y social alcarreña, pues ambas cosas a la vez fueron sus baños, lo mismo que ahora ocurre con cualquier balneario, nos aparece en primer lugar un tesorillo en el que buscar detalles para reconstruir el modo de pasar el tiempo de quienes hasta allí llegaban en el siglo XVIII. Se trata de un manuscrito existente en dicha sección de la Biblioteca Nacional, en cuarto, por plie­gos sueltos, con un total de 21 folios, y titulado: «Las aguas de Trillo», ó «Las aguas medicinales», pues de las dos maneras aparece en la portada, bajo la denominación general de sainete. No figura autor ni año. Hace ya bastantes años lo comenté en estas mismas páginas, pero no me resisto ahora a comentarlo nuevamente, pues estoy seguro que muchos nuevos lectores me lo agradecerán.

     El argumento es muy sencillo, y sin aspiración alguna, salvo la de entretener. Un marqués, ya viejo y artrítico, se marcha a los baños de Trillo para buscar mocitas y burlarlas. Se encapri­cha de la hija del médico del balneario; le propone al padre su casamiento con élla. El padre acepta, y la chica, sin poder protestar, firma un papel en el que dice querer casarse con Jorge Pedro‑Ximénez Valdepeñas y Peralta, nombre del marqués…y de su hijo, coon quien resulta estar ya casada la niña y así legalizar su boda secreta,ante la burla y desesperación del marqués vejete.

     De varios detalles del sainete sacamos algunos apuntes del ambiente que allí existía: era la principal excusa el tomar las aguas, por baño externo y también bebidas, pero lo que más gusta­ba a los viajeros era andar todo el día de diversión. Dice así uno de los protagonistas: «Aquí (en Trillo) se vive con libertad, y se trata en dando un poco de tiempo a cuidar la quebrantada salud, lo demás del día al obsequio de las Damas, al juego, música y bailes. Oh, qué bien me aconsejaban los Médicos que viniera aquí a beber las aguas!». Claro es que, tras de tanta diversión y bullanga, las afecciones se recuperaban muy lenta y dificultosamente, quedando de ese modo un poco en entredicho la fama de las aguas y los médicos. dice así Ruano, el galeno del sainete: «Habrá manías mas endiabladas que las de estas gentes? Todo el día de bailes, guitarras, juego, cenas, merendonas, y luego a las pobres aguas y al Doctor desacreditan!».

     Incluso algunas señoras venían a los baños con otros inte­reses además de los meramente medicinales o de pasatiempo. Dice otro personaje del sainete, refiriéndose a una viajera adinerada que llega a Trillo: «Ya sé que usted viene a caza de cortejos o maridos a los baños…» Y luego el otro aspecto, el de los que sólo pensaban en matar el tiempo con su vicio favorito: «Hai otro Indiano mui ruin, pero jugador de taba, de parar, flor y otros juegos en que breve se despacha». Vidas vacías, nombres perdidos, Tal vez la música que allí gastaban sea lo único poético que de su recuerdo brota: en el sainete aparece un momento un quinteto «a dos voces, a dos frautas, y bajo», y luego sale una ronda de majos y majas con guitarras.

     Un pintoresco cuadro, en suma, en el que se funde el reir intrascendente con los quejidos de los gotosos: «¡ Qué bella estará una contradanza de reumatismos y flatos, con fluxiones y con asmas !» dice uno de los protagonistas. Y retrata en dos líneas el ambiente de los baños de Carlos III en el Trillo del siglo XVIII.

     La estancia de don Casimiro Gomez Ortega en Trillo fué muy celebrada: era director del Jardín Botánico madrileño y doctor en Madicina por Bolonia. Un verdadero sabio de alto renombre. Bas­tante tiempo pasó en los baños estudiando las plantas, los mine­rales y, por supuesto, las aguas, que abalizó minuciosamente. Extendió su afán investigador al recuento de casos anteriores que apoyaran la bondad del líquido elemento, y acabó dando una somera historia de la villa y sus baños. La imprenta real de Ibarra publicó su obra «Tratado de las aguas termales de Trillo» en 1778, siendo muy bien recibida.

     En 1798 llegó a Trillo don Gaspar Melchor de Jovellanos, uno de los más altos y preclaros políticos que ha tenido la historia de España. Andaba ya por entonces algo fastidiado, y quiso lle­garse a la villa alcarreña al intento de mejorarse. Allí se alojó en la casa de don Narciso Carrasco, prebendado de Sigüenza y amigo suyo. La vida de Jovellanos en los baños de Trillo fué de lo más austera: se levantaba entre las 6 y las 7 de la mañana, y se iba en ayunas a las fuentes, a beber el agua termal. Utiliza­ba, según él mismo nos relata, los vasos «de cortadillo» de La Granja, de un cristal exquisito. Luego paseaba por la frondosas alamedas del Balneario. Después, a tomar chocolate, y ya el resto dle día lo ocupaba en leer, meditar y charlar con sus amistades. Uno de éllos era el doctor don Manuel Gil, médico de Cifuentes. Jovellanos se fué a Madrid pasado el verano, manifestando él mismo su recuperación.

     Y así era como, entre bromas y veras, transcurría un año tras otro la existencia de estos baños alcarreños, que según el refrán eran casi panacea universal: «Trillo todo lo cura, menos gálico y locura». Lástima que se encuentren ahora tan abandonados y preteridos, cuando tanto en el terreno arqueológico, como incluso en el sanitario, podrían abrir tantas posibilidades a nuestra provincia.

BIBLIOGRAFIA BASICA DE LOS BAÑOS DE TRILLO

          En las dos semanas pasadas, nos hemos entretenido en recordar la historia de una de las instituciones más clásicas e interesantes de la provincia de Guadalajara: los baños y las aguas minero‑medicinales de Trillo, en la Alcarria. Y no sólo la historia, sino algunas curiosidades y anécdotas bañadas de ropaje literario, que nos posibilitaron acceder al mundo real de lo que el siglo de la Ilustración y aún el del liberalismo, nos ofreció en ese bello rincón de nuestra tierra.

          Ahora, y como remate de nuestra investigación, quisie­ra dar una breve pincelada bibliográfica en torno a este tema, para que aquellos que estén interesados en penetrar más a fondo en él, puedan hacerlo guiados de la amplia serie de libros que sobre este balneario y sobre la tierra y las aguas de Trillo existen.

          Quizás sea el más interesante y accesible hoy en día el libro que escribió el trillano Agapito Perez Bodega en 1986, titulado «Guía y notas para una historia de Trillo», en el cual, y a través de numerosos capítulos, se expone con gracia literaria y erudición profunda cuanto hasta hoy se ha podido saber sobre esta institución añeja. El ofrece también una amplia bibliografía del tema.

          Fué Bibiano Contreras,médico de Jadraque,en sus «Apun­tes para una Memoria sobre Hidrografía de la provincia de Guada­lajara», en la pág. 79 del «Memorial Histórico Arriacense», vol. 1, Guadalajara, 1915, quien habló también ampliamente de estos baños trillanos. El Dr. Castillo de Lucas se ocupó de estudiar el mismo asunto en el capítulo de su obra, ya superagotada, titulada «Historia y Tradiciones de Guadalajara y su provincia», de 1970.

          Solo en calidad de apunte, doy aquí alguna bibliografía de los baños de Trillo: en 1698 publica don Manuel de Porras sus «Aguas Minerales de Trillo». En esos años lo hace el doctor Limón Montero, con su «Espejo cristalino de las aguas de España». En 1714, don José Mendoza, médico de Cifuentes, da a luz su «Virtud medicinal de los baños de la villa de Trillo». En 1741, don Juan Eugenio del Río publica «Virtudes medicinales d las aguas terma­les de la villa de Trillo y método de usarlas». Don Juan Gayán y Santoyo, cirujano, publica en 1760 otro opúsculo sobre la mate­ria, y en 1762 es el célebre doctor Casal quien en su «Historia físico‑médica del principado de Asturias» menciona los baños de Trillo. La obra más voluminosa e importante sobre éllos publica­da, es la de don Casimiro Gomez Ortega, en 1778, titulada «Vir­tudes Medicinales de las aguas termales de la villa de Trillo y método de usarlas». Algo después, en 1791, don Luis Guarnerio y Allavena publica sus «Reflexiones sobre el uso interno y externo de las aguas termales de Trillo». Ya en el siglo XIX, finalmente, se ocupan de éllos don Basilio Sebastián Castellanos, con su «Manual del Bañista de Trillo», publicado en 1851, y don Mariano Gonzalez Crespo, su director, que publicó un estudio de «Las escrófulas y su curación por las aguas de Trillo». Este mismo autor publicó otras obras en torno al balneario que dirigía. Y así en 1844 publicó las «Observaciones prácticas sobre las virtu­des de las aguas minero‑medicinales de Trillo». Del año siguien­te, y del mismo autor, es una «Noticia abreviada del Estableci­miento de aguas y baños minero‑medicinales de Trillo».

          Otros autores dieron a la estampa trabajos varios sobre este peculiar entorno geográfico de la Alcarria. Jose María Brull, en 1818, publicó en Madrid un folleto titulado «Observa­ciones sobre la naturaleza y virtudes de las Aguas Minerales de Trillo». Mas antiguo, de 1793, es el escrito de A. Vallés y Covarrubias titulado «Discurso médico crítico sobre el uso inter­no y externo de las Aguas Thermales de la Villa de Trillo». Y en la «Nueva Guía del Bañista de España», en sus páginas 131 y 132, de A. Maestre de San Juan, editado en 1852, vienen también datos sobre el balneario trillano.         

          Es, finalmente, el doctor Marcial Taboada de la Riva, quien, en 1878, saca su folleto sobre el «Primer centenario de los establecimientos balnearios de Carlos III en Trillo», donde se hace un poco de historia acerca de éllos. Pido a mis lectores habituales disculpas por esta larga parrafada bibliográfica, con cierto aspecto de «ladrillo» indigerible, pero surge de la nece­sidad honesta de completar el estudio o la remembranza de las pasadas semanas con este sumario escueto, pero denso, de los libros y los folletos que en algún momento dijeron (casi todos éllos repitieron) algo sobre estas aguas, sobre sus baños, sobre el pueblo de Trillo y sobre la Alcarria. La semana próxima, espero, vendrá algo mas entretenido a alegrar este rincón del periódico.

NOTAS

(1) Bibiano Contreras, «Apuntes para una Memoria sobre Hidrografía de la provincia de Guadalajara», en la pág. 79 del «Memorial Histórico Arriacense», vol. 1, Guadalajara, 1915. Castillo de Lucas interpreta el nombre de Thermida por los baños del Guadiela, en Santaver.

(2)  Solo en calidad de apunte, doy aquí alguna bibliografía de los baños de Trillo: en 1698 publica don Manuel de Porras sus «Aguas Minerales de Trillo». Poco después, lo hace el doctor Limón Montero, con su «Espejo cristalino de las aguas de España». En 1714, don José Mendoza, médico de Cifuentes, da a luz su «Virtud medicinal de los baños de la villa de Trillo». En 174, don Juan Eugenio del Río publica «Virtudes medicinales d las aguas termales de la villa de Trillo y método de usarlas». Don Juan Gayán y Santoyo, cirujano, publica en 1750 otro opúsculo sobre la materia, y en 1762 es el célebre doctor Casal quien en su «Historia físico‑médica del principado de Asturias» menciona los baños de Trillo. La obra más voluminosa e importante sobre éllos publicada, es la de don Casimiro Gomez Ortega, en 1778, titulada «Virtudes Medicinales de las aguas termales de la villa de Trillo y método de usarlas». Algo después, en 1791, don Luis Gualnerio Alabera publica sus «Reflexiones sobre el uso interno y externo de las aguas termales de Trillo. Ya en el siglo XIX, finalmente, se ocupan de éllos don Basilio Sebastián Castellanos, con su «Manual del Bañista de Trillo», publicado en 1851, y don Mariano Gonzalez Crespo, su director, que publicó un estudio de «Las escrófulas y su curación por las aguas de Trillo». Es, finalmente, el doctor Marcial Taboada, quien, en 1878, saca su folleto sobre el «Primer centenario de los establecimientos balnearios de Carlos III en Trillo», donde se hace un poco de historia acerca de éllos.