Sigüenza en el siglo XVIII
En este año que ya va acabando, y que se ha dedicado en gran parte de España al recuerdo del monarca ilustrado Carlos III de Borbón, y a la labor que él y sus ministros desarrollaron por todo el país, la ciudad de Sigüenza celebró el pasado verano un amplio ciclo de conferencias en torno a este hecho y a su entronque con la Ilustración. Conferenciantes de nota, y múltiples temas monográficos vieron la luz en aquella serie de encuentros que esperamos pronto ver publicados en un nuevo número de los «Anales Seguntinos». Hoy entregamos una breve reflexión o vistazo rápido sobre la Ciudad Mitrada durante aquella centuria de progreso general, aunque, como ahora veremos, en Sigüenza quedó un tanto mediatizado por el predominio continuo y atosigante de la clase eclesiástica.
El desarrollo de Sigüenza, progresivo e imparable a lo largo de toda la Edad Media, desde su reconquista en 1123, se completa en este siglo, especialmente a partir de las obras que manda realizar el obispo Díaz de la Guerra, quien gobernó la diócesis entre 1773 y 1800, en pleno reinado de Carlos III. Se construye el barrio de San Roque, con un aire de conjunto plenamente organizado y metódicamente distribuido.
La ciudad, que se ha ido engrandeciendo a lo largo de los siglos, desde el referido año 1123 en que ocurrió su Reconquista a los árabes por parte del obispo‑guerrero don Bernardo de Agen, continúa bajo el mismo sistema político que en el siglo XII: se trata de un señorío de tipo eclesiástico, en el que el señor es el Obispo y el Cabildo, quienes cobran los impuestos y ponen a los cargos municipales, o al menos los controlan.
El desarrollo urbano, social y económico de la ciudad ha ido progresivamente creciendo: son decenas de monumentos, grandes iglesias, la catedral, palacios, una Universidad, Conventos, Hospitales, Hospicios, el castillo‑palacio, etc., todos ellos llenos de obras de arte. Viven allí pintores, escultores, literatos, y especialmente eclesiásticos que dominan la Universidad y las finanzas.
En la segunda mitad del siglo XVIII, la población de Sigüenza alcanza la cota máxima de su historia, con un total de 1278 familias (unos 6.400 habitantes) en 1797, habiendo estado siempre, a lo largo del siglo XVIII, por encima de los 4.000 habitantes. De ellos, la clase dominante era indudablemente la eclesiástica, con un núcleo de poder constituido por la persona del Obispo y los individuos del Cabildo catedralicio. Todavía en 1751 existían en este Cabildo 14 dignidades, 37 canónigos, 13 racioneros y 14 medioracioneros, lo que suponen cifras absolutamente comparables con las de la plena Edad Media. Además de ellos existían otros muchos sacerdotes seculares que ocupaban puestos de vicarios, párrocos, ayudantes, etc.
En 1753, según el catastro del marqués de la Ensenada, en Sigüenza existían 101 casas cuyo jefe de familia era un eclesiástico. Por lo tanto, al menos esa era la cifra mínima de personas de esta clase existentes en la ciudad. En esas casas vivían, en calidad de criados, servidores, amas y familiares, 260 personas más dependientes de ellos.
En cuanto a la clase nobiliaria, en Sigüenza siempre fue muy escasa. En el siglo XVIII aumentó, habiendo 8 familias de nobles en 1775, 14 en 1785 y 16 en 1797. El resto de la población se repartía entre las clases trabajadoras, bien artesanos, comerciantes, agricultores (mayoría), y profesionales liberales.
Los recuerdos, hoy visibles, de aquella centuria, son todavía hermosos y dan un tono de elegancia a la parte baja de la ciudad. Así, el barrio de San Roque, mandado construir por el obispo Díaz de la Guerra, con sus «cuatro esquinas», su calle principal, su convento de franciscanos (hoy Ursulinas) de aspecto barroco, su ermita de San Roque, su Cuartel de milicias, su Calvario en la Plaza de las Cruces, y tantos otros detalles, en los que el viajero (y esto es lo especialmente recomendable) puede perderse y extasiarse en el recuerdo de aquella centuria singular, hoy recordada con especial referencia a la ciudad de Sigüenza.