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octubre, 1988:

Covarrubias y el covarrubismo en la provincia de Guadalajara

         

Tras haber visto en pasadas semanas la vida y obra de Alonso de Covarrubias, y en más detalle su obra en las ciudades de Guadalajara y Sigüenza, nos queda hoy solamente, para completar una visión general y rápida de su intervención en el arte de nuestra provincia, el repaso a ciertos monumentos capitales de nuestro patrimonio, e incluso el análisis de otros elementos que le deben, si no la paternidad directa, sí al menos la inspiración y la influencia de formas.

Cotizado al máximo, rifado entre las más altas instancias (arquitecto oficial del Emperador y del Arzobispo toledano, preferido de los capitulares de Sigüenza, mimado de los Mendoza), Covarrubias fue llamado en 1535 por el General de la Orden de San Jerónimo para que trazara y dirigiera un nuevo claustro, de estilo renacentista, en el monasterio cabeza de la Orden Jerónima: en San Bartolomé de Lupiana.

Los documentos que atestiguan la paternidad de Covarrubias sobre este claustro fueron hallados por la investigadora doña Juana Quilez, en el Archivo Histórico Provincial de Guadalajara. En ellos se demuestra que el arquitecto toledano realizó las trazas de este claustro, que luego sería tallado formalmente por el cantero Hernando de la Sierra y su gente. Se trata, todos le conocen, de un ámbito puramente renacentista y plateresco, con una puridad de líneas exquisita, y con una decoración sencilla pero muy cabalmente terminada. Presenta un cuerpo inferior de arquerías semicirculares, con capiteles de exuberante decoración a base de animales, carátulas, Ángeles y trofeos, y en las enjutas algunos medallones con el escudo (un león) de la Orden de San Jerónimo, y grandes rosetas talladas. Un nivel de incisuras y cinta de ovas recorre los arcos. La parte inferior de este cuerpo tiene un pasamanos de balaustres. El segundo cuerpo de este claustro consta de arquería mixtilínea, con capiteles también muy ricamente decorados, y los arcos cuajados de pequeñas rosáceas, viéndose tallas mayores en las enjutas. Su antepecho, magnífico, en piedra tallada, ofrece juegos decorativos de sabor gótico. En uno de los laterales se añadió un tercer cuerpo que, si rompe en parte la armonía del conjunto, añade por otra una nueva riqueza, pues figuran columnas con capiteles del mismo estilo, antepecho de balaustres, y zapatas ricamente talladas con arquitrabe presentando escudos. Los techos de los corredores se cubren de senci­llos artesonados, y en las enjutas del interior de la galería baja aparecen grandes medallones con figuras de la orden. En frases de Camón Aznar, máximo conocedor de la arquitectura plateresca española, refiriéndose al claustro de Lupiana, dice que el conjunto produce la más aérea y opulenta impresión, con rica plástica y alegres y enjoya­dos adornos emergiendo de la arquitectura, es obra excelsa de nues­tro plateresco.

También en Pastrana actuó Covarrubias. Con toda seguridad fue el tracista, junto a Juan de Borgoña como pintor, del retablo mayor de la Colegiata, que según los libros de fábrica del templo fue realizado en 1536, pero que luego, en la reforma manierista realizada por el Obispo González de Mendoza, hijo de la princesa de Éboli, fue retirado y llevado a la ermita de Santo Domingo, donde finalmente se perdió y hoy solo se conserva una tabla, en el museo parroquial. En Pastrana es muy posible que trazara Covarrubias el proyecto para el palacio ducal, aunque este dato está aún sin confirmar. El aire sereno, equilibrado, pleno de clasicismo, de la fachada de ese palacio pastranero, evoca en todo los modos de hacer de Covarrubias. También la portada. El patio, que nunca llegó a existir, nos hubiera dado la clave de su autoría.

También en el retablo de Mondéjar participó Covarrubias, diseñando la parte arquitectónica y estructural del mismo. Junto a él, otros artistas de gran fama pusieron sus saberes: así Nicolás de Vergara el Viejo en lo ornamental; Bautista Vázquez en la escultura; y Juan Correa del Vivar en la pintura. Desapareció en la Guerra Civil y están haciendo ahora intentos en el pueblo de hacerlo nuevo.

Otra de las obras interesantes de Covarrubias en nuestra provincia, desconocida hasta ahora, y puesta de relieve gracias al estudio de Muñoz Jiménez, es la traza de la iglesia parroquial de Yunquera de Henares. De la antigua estructura gótica, este templo solamente conserva la torre, que es muy bella. Su diseño fue ya muy avanzado, pues el proyecto lo realizó Covarrubias hacia 1559. Es un elemento que puede denominarse de «iglesia de salón o columnaria». Tiene tres naves de igual altura, separadas por cuatro columnas toscanas a cada lado, con una parquedad en la decoración que apunta a lo claramente manierista. Faltan las bóvedas, que probablemente serían inicialmente de crucería. Y falta la cabecera del proyecto original, pues la actual es más moderna. Los escudos mendocinos campean sobre las columnas del crucero.

Hay que hacer, finalmente, una referencia al «covarrubismo» en Guadalajara. No es ello otra cosa que el «estilo» de alonso de Covarrubias, que dejó impregnado, por el prestigio de que gozó su obra en vida, todo el carácter constructivo de la Castilla nueva, a partir de la segunda mitad del siglo XVI. Si no trazadas ni dirigidas por él, sí inspiradas en sus obras, existen repartidas por nuestra geografía una inmensa serie de obras de las que actualmente estamos haciendo recopilación para su estudio metódico. Pero que aquí damos en breve resumen, por orientar al viajero y curioso hacia estas obras que definen, en la escueta parla de sus portadas, lo que fué el «covarrubismo». Recordar, por ejemplo, la iglesia parroquial de Lupiana, en la que si no puso su genio el toledano, le faltó muy poco. Es una portada elegante y esbelta, con un templo también muy renacentista y bello. En Horche pasa algo parecido. La iglesia parroquial de El Cubillo de Uceda tiene portada, interior y detalles ornamentales que si no son de Covarrubias le faltará muy poco. Algo similar puede decirse del templo antiguo, hoy ya en ruinas de Trijueque. De la parroquia de Mandayona, de la de Garbajosa, de la de Aranzueque, etc. La portada del templo parroquial de Bujalaro, cerca de Sigüenza, es otra muestra clarísima de lo que hablamos. O la de Peñalver.

Se podría seguir con esta enumeración hasta completar varias decenas de ejemplos. La influencia de Alonso de Covarrubias sobre el arte y la arquitectura histórica de Guadalajara ha sido tan grande, que era obligado, pues, hacer este repaso somero que, a lo largo de un mes, nos ha permitido recordar esta figura gigantesca del Renacimiento castellano, y su paso por Guadalajara, cuando se cumplen los quinientos años de su nacimiento.

Covarrubias arquitecto en Sigüenza

 

Veíamos la semana pasada la actividad de Alonso de Covarrubias en la ciudad de Guadalajara, donde acudió al llamado de los todopoderosos Mendoza, para levantar obras que perpetuaran su poder. En Sigüenza actuó Covarrubias de forma amplia a lo largo del tiempo, con aportaciones sumamente interesantes en el aspecto cualitativo. Desde el inicio de su carrera, hasta poco antes de su muerte, aparece su nombre en los documentos del archivo catedralicio, lo que prueba el prestigio que siempre gozó como profesional de primera línea entre los poderosos miembros de la curia seguntina.

Las primera referencias son del año 1515: en esa fecha cobra una pequeña cantidad por la talla de una piedra para el enterramiento de Dª Aldonza de Zayas, una familiar de los Mendoza que poseía el patronato de la capilla de Santiago. Poco después, en 1517, cobró doce reales por tallar un balaustre para una pila de agua bendita. Poco más debió hacer en esa época. Acompañaba como un tallista o picapedrero más, al grupo de arquitectos y escultores toledanos formado por Sebastián de Almonacid, Talavera, Guillén, Egas, Vergara el Viejo, etc., y junto a ellos se formaba y colaboraba con su trabajo manual.

Pero el aprendizaje de esa primera etapa fue crucial, y pronto afamado y con obras reconocidas de gran importancia, en 1532 el Cabildo de la Catedral seguntina mandó llamar a Covarrubias y le pidió que ejecutara las obras de una nueva Sacristía o Sagrario mayor. Fue a principios de ese año, el 12 de enero, que el Cabildo le solicitó en forma la realización de dicha obra, y el 4 de marzo se ordenó la realización y firma de las condiciones y el contrato. En un momento no determinado de ese año 1532, Alonso de Covarrubias estuvo en Sigüenza, viendo el lugar donde habría de hacerse la obra, y durante 9 días estudió el terreno y trazó el proyecto del recinto. Cobró entonces 12.500 maravedises. Durante 2 años, hasta marzo de 1534, Covarrubias dirigió las obras de esta sacristía, que se iniciaron de inmediato. Aunque no residía en Sigüenza, él estaba en contacto con los oficiales encargados de ejecutarlas. En esa última fecha, Covarrubias solicitó del Cabildo seguntino la rescisión de su contrato, recomendando para que siguiera de director Nicolás Durango.

Las obras de la Sacristía de las Cabezas fueron, pues, dirigidas por este Durango (de 1534 a 1545) después por su hijo o hermano Juan Durango (hasta 1554) y finalmente por el maestro seguntino Martín de Vandoma, quien las dio por concluidas en 1563. Las trazas dadas por Covarrubias, no obstante, fueron siempre respetadas, y tanto en el aspecto estructural como en el decorativo, esta importante pieza arquitectónica de nuestro templo mayor lleva bien granado el sello inconfundible y magistral del arquitecto toledano del que ahora se cumplen los cinco siglos de su nacimiento.

La Sacristía de las Cabezas, todos la conocen, es una obra única, espléndida, que por sí sola daría fama a nuestra catedral. Tradicionalmente se la ha incluido en el concepto estilístico del plateresco renacentista, y, aunque sumamente cuestionado el término plateresco, y siendo evidente su existencia, la obra de Covarrubias para la Sacristía Mayor de Sigüenza rebasa ampliamente ese subestilo, y entra totalmente dentro de lo que debe considerarse el Manierismo.

Su estructura podría calificarse de Renacimiento puro: es una nave, abovedada, de planta rectangular, de 22.65 m. de longitud por 7.5 mts. de anchura, en una perfecta relación 1:3, muy propia de los salones clásicos. En cada lado aparecen cuatro arcosolios rebajados, de 1 metro de profundidad, que albergan la cajonería de la sacristía, con el intradós decorado de rosetas, y entre dichos arcos adosadas unas medias columnas que sostienen un entallamiento profusamente decorado, a partir del cual se alza la bóveda, que es de medio cañón perfecto, y está dividida a su vez en otros cuatro tramos iguales, separados por arcos fajones.

Es, sin embargo, en la decoración, donde la Sacristía de las Cabezas entra de lleno en el Manierismo. Una serie de elementos, fundamentalmente el conglomerado de sus 304 cabezas diferentes puestas en sendos medallones sobre las bóvedas, sorprenden de tal manera, y la hacen tan distinta a todo lo conocido, que la obra puede y debe calificarse de genial. Por una parte, podemos encontrar el factor «lúdico» de la lectura y descubrimiento de las cabezas. El espectador que se coloca bajo las bóvedas de la Sacristía Mayor de la Catedral de Sigüenza, se «entretiene» en ver, en interpretar, en reconocer personajes. Es una función nueva, inhabitual de la arquitectura. Es un signo eminentemente manierista. La bóveda tiene, pues, un aspecto «heterodoxo», no normal, fuera de lo establecido hasta entonces. Su función va más allá de lo que era de esperar. No sólo sirve para cerrar un espacio en su altura: se han puesto en ella retratos y personajes que piden ser mirados. Todavía otro carácter del Manierismo más preciso se da aquí: el compromiso de los temas arquitectónicos con estructuras decorativas de diferente naturaleza: las impostas y entablamentos tienen funciones exclusivamente decorativas; las bóvedas dan sensación de no pesar, etc. Indudablemente, y a pesar de las interpretaciones dadas por Pérez Villamil acerca de que el diseño final de este ámbito fuera hecho por alguno de los Durango, solo un genio como Covarrubias pudo ser su autor: las trazas originarias del toledano, hechas en 1532, fueron las que se mantuvieron hasta el fin.

Todavía en enero de 1569, los señores del Cabildo seguntino pensaron en el arquitecto Alonso de Covarrubias para llevar adelante la obra que planteaban del trascoro o girola, y como sabían que andaba ya achacoso y viejo, se la encargaron finalmente a Juan Vélez, aunque pidieron que se consultase a los mejores arquitectos, «…y sobre todo a Covarrubias, tan conocedor de esta Iglesia». No pudo ser así, pues el maestro andaba ya enfermo y pocos meses después moriría. Lo que sí es evidente conclusión sacada de tan escueta frase documental, es el cariño que el Cabildo seguntino tuvo siempre hacia Covarrubias, la admiración que su obra produjo en todos cuantos entendían de arte, y lo que, en definitiva, la ciudad de Sigüenza debe a este gigantesco artista castellano.

Covarrubias arquitecto en Guadalajara

Portada de la iglesia de La Piedad en Guadalajara, obra personal en diseño y talla de Alonso de covarrubias

 Vista la pasada semana la vida y obra general del arquitecto toledano Alonso de Covarrubias, del cual se cumplen ahora los cinco siglos de su nacimiento, pasamos hoy a recordar su obra en Guadalajara. Tanto en la capital (que hoy veremos) como en otros varios lugares de la provincia (Sigüenza, Pastrana, Lupiana, Mondéjar, etc.). Fue abundante su producción en nuestra tierra, por la razón de estar esta comprendida, en gran parte, dentro del obispado de Toledo, en el siglo XVI, y ser entonces Covarrubias el más prestigioso de los arquitectos de la época.

La primera obra personal y exclusiva de Alonso de Covarrubias se encuentra en la ciudad de Guadalajara. El estudio meticuloso que de este tema hizo Layna Serrano nos lo dejó perfectamente definido hace bastante tiempo. Hoy lo recordaremos en breve resumen. El que fué palacio del caballero don Antonio de Mendoza, hermano de Iñigo López de Mendoza, constructor del palacio ducal, lo heredó a su muerte su sobrina doña Brianda de Mendoza, quien soltera e inspirada del amor divino, se hizo franciscana y fundó con diversas amigas un beaterío que fué luego convento, al cual llamaron de La Piedad. Se instalaron en el palacio del tío, que había diseñado y dirigido Lorenzo Vázquez, poniendo en él lo primero de la arquitectura renacentista. Pero necesitaban una iglesia aneja. Y para ello pensaron en un joven arquitecto toledano que prometía. Fué así que en 1526 hizo éste las trazas de iglesia y portada, poniéndose enseguida a levantar el edificio, del que se habían hecho los cimientos dos años antes. Poco duró el trámite constructivo, pues cuatro años después, en 1530, se dio por concluida la obra.

El templo de la Piedad, que fue durante el último siglo la capilla del Instituto de Enseñanza Media «Brianda de Mendoza»Alonso de, marcó una época en la construcción de templos renacientes. Puede y debe considerarse aún totalmente plateresca, especialmente en lo que a su decoración concierne, aunque ofrece una serie interesante de novedades: hay en ella un temprano ejemplo del uso de bóvedas de tabique doblado sobre arcos de medio punto con nervios falsos; tiene también una profusa decoración «al romano» que era lo que en ese primer momento de inicio del Renacimiento se tiene por moderno y más bello; es, finalmente, el gusto por la temática mas puramente clásica lo que pone de manifiesto Covarrubias al poner como remate de la portada una talla de La Piedad copiada de la de Miguel Ángel. En cualquier caso, la belleza sin par de la portada de este templo, en la que el arquitecto y tallista toledano puso su más exquisito gusto y una técnica refinada y de primera línea, sigue todavía, a pesar del abandono inmerecido en que se la tiene, sobresaliendo entre las primeras piezas del estilo plateresco en Castilla. Es, repetimos, verdaderamente lamentable que no se cuide, limpie y adecente su entorno como merece.

Pocos años después, las monjas de La Piedad de Guadalajara volvieron a llamar a Covarrubias. Era 1534, y querían que tallara el enterramiento para la fundadora, doña Brianda, que acababa de morir. Este enterramiento, que aun se conserva en el interior del templo antes tratado, es obra sencilla pero muy hermosa del plateresco, hoy imposible de admirar por el estado en que se encuentra el espacio que la contiene. Consistía en un sarcófago de alabastro tallado adornado con molduras, pilares, tondos y escudos de las armas de la difunta, y sobre él una urna de jaspe, sin bulto ni figura, en un concepto un tanto abstracto de la estatuaria funeraria.

Aunque no está perfectamente documentado, para Layna no existía duda de la paternidad de Covarrubias respecto a la capilla de los Zúñigas en la iglesia del convento de Santa Clara, hoy parroquia de Santiago. En esa capilla, situada en la cabecera de la nave del Evangelio, existe un alto arco apuntado de ingreso, con pilastras adosadas en las que lucen rosetas, todo ello muy en la línea de trabajo del toledano. El enterramiento del fundador, del que sólo queda la hornacina, podría ser también diseño de Covarrubias. En cualquier caso, no está demostrado documentalmente este dato.

Como ocurre con el desaparecido convento de monjas concepcionistas de Nª Sra. de la Concepción, que estuvo en la actual plaza de Moreno, donde luego los Paules. Dice Fernando Marías en su estudio sobre la arquitectura toledana que Covarrubias firmó las trazas para este convento en 1530. Se trataba de un templo de una sola nave, amplia y cubierta de crucería, con una sencilla portada clásica en la fachada, y que por antiguas fotos que de ella hemos visto, parece más moderna de esa fecha, de finales del XVI o principios del XVII. Y desde luego no de Covarrubias. Terminó esa obra Iñigo de Orejón, hijo de Acacio de Orejón, arquitecto de Guadalajara que intervino en la reforma del palacio del Infantado acometida por el quinto duque.

Estas obras, unas seguras y otras probables, que el arquitecto toledano del cual ahora conmemoramos el quinto centenario de su nacimiento, dejó en Guadalajara, son expresión fiel de su genialidad, y todavía hoy, en que nuestros ojos se han acostumbrado a la maravilla, al milagro, a la sorpresa, siguen extasiándonos y permitiéndonos comprender que la mano del hombre, cuando está guiada de la voluntad y del genio, puede transformar la piedra en infinito. Para una muestra, véase (si es que se puede) la portada de La Piedad en Guadalajara.

Covarrubias: un arquitecto del Renacimiento

 

Se conmemora este año el quinto centenario del nacimiento de Alonso de Covarrubias, maestro de obras y arquitecto genial, introductor del Renacimiento en Castilla, y autor de una numerosa serie de obras en el reino y arzobispado de Toledo (lo que hoy constituye la región de Castilla‑La Mancha). A lo largo de unas semanas, dedicaremos nuestra sección evocadora de personajes, aconteceres y monumentos, a este importante artista que dejó honda huella y magníficas expresiones de su valor en monumentos de Guadalajara, Sigüenza y varios otros pueblos de nuestro entorno.

El estudio de la vida y la obra de Alonso de Covarrubias está ya realizado muy concienzudamente. Diversos autores se han ocupado de ello, especialmente Fernando Marías y Chueca Goitía. No obstante, en estas líneas haremos una resumida semblanza de su biografía, para que nuestros lectores puedan centrar bien la figura de este artista que ahora cumple su 500 aniversario, y poder comprender mejor su intervención en el patrimonio artístico de Guadalajara.

Nació Covarrubias en el pueblo toledano de Torrijos, en 1488. Fueron sus padres Sebastián de Covarrubias de Leiva y María Rodríguez de Leiva, a quien también se llama en algunos documentos María de Covarrubias de Gerindote. Entre sus hermanos, que se sepa existían Marcos, bordador en Alcalá de Henares, y Juan, clérigo y racionero en la catedral de Salamanca. Alonso de Covarrubias casó en 1510 con María Gutiérrez de Egas, sobrina de los maestros arquitectos Egas, que tantas obras dejaron en la diócesis toledana. De ella tuvo cinco hijos, a los que dio esmerada educación: Diego de Covarrubias y Leiva alcanzó a ser uno de los más prestigiosos hombres de su tiempo, pues nacido en 1512 alcanzó los obispados de Ciudad Real y de Sevilla, e incluso llegó a ser presidente del Consejo de Castilla. Los otros hijos fueron Antonio, canónigo de Toledo; María, que casó con el escultor Gregorio Pardo; Catalina, que se metió monja dominica en Toledo, y la más pequeña llamada Ana.

Como curriculum vitae apresurado de Alonso de Covarrubias podemos recordar que muy joven aún obtuvo (1514‑1515) el grado de maestro de cantería, siendo nombrado Maestro Mayor de la catedral de Toledo (un cargo de alto prestigio, pues venía a ser reconocido como arquitecto responsable de una de las obras más grandiosas del país) en 1534. Ya en 1537 fue nombrado arquitecto de las obras reales en Madrid, Toledo y Sevilla, con lo que obtenía así el reconocimiento tanto de la Iglesia como del Rey. Se jubiló de su trabajo en 1566 y murió el 11 de mayo de 1570, siendo enterrado en su capilla particular de la iglesia de San Andrés en Toledo.

En su obra pueden distinguirse, como hace Muñoz Jiménez en su estudio dedicado a la Arquitectura del Manierismo en Guadalajara, tres etapas muy concretas, en cada una de las cuales dejó obras diversas. Una primera sería la de formación y aprendizaje (1510‑1526), en la que junto a canteros como Antón Egas, Juan Torrollo, etc., desarrolló sus iniciales saberes de cantero y tallista. En esta época ya fue a Sigüenza, trabajando allí junto a otros muy afamados arquitectos y escultores como Sebastián de Almonacid, Enrique Egas, Talavera, Guillén, Vergara el Viejo, etc. Pero sin tener todavía una responsabilidad en la traza de monumentos ni ser un tallista de primera fila.

La segunda etapa de su actividad es la de sus obras platerescas, ya con iniciativa propia y desarrollando todo su genio que luego se lanzaría sin trabas (1526‑1541). De 1526 es su primera obra conocida: concretamente en Guadalajara, la iglesia del convento de la Piedad, de la que hablaremos más ampliamente la próxima semana. Después de ella, en 1529 le fueron aceptadas sus trazas para la capilla de los Reyes Nuevos en la catedral de Toledo. En 1530 dio las trazas para la portada de Santas Justa y Rufina, donde trabajó hasta 1542. Al mismo tiempo, en 1530, levantó el patio del palacio de los marqueses de Malpica. También por esos años, de 1532 a 1534 dirigió en Sigüenza la Sacristía de las Cabezas, cuyas trazas, íntegramente realizadas por Covarrubias y seguidas en años sucesivos por otros maestros, demuestran el incipiente manierismo en la decoración y disposición de los elementos. En 1534, siendo ya maestro mayor de la catedral primada, dirigió las obras de San Clemente en Toledo, y a partir de 1535 traza la escalera claustral de la Santa Cruz en Toledo, y la escalera, fachada, patio y jardines del palacio arzobispal de Toledo. Aun en esos años, a partir de 1537, se responsabiliza de hacer los proyectos de un buen número de dependencias del Alcázar real madrileño, como los patios, escaleras, etc. Muchas otras obras de esa época, todavía con un sello netamente plateresco, pueden aún admirarse en Novés, Dos Barrios, Madridejos, Yepes, Plasencia, etc.

La tercera etapa, la más definitoria de Covarrubias, es la que abarca de 1541 hasta su jubilación y muerte en 1570. En ellas se lanza a una visión nueva, más avanzada, de la arquitectura, sin perder las referencias previas renacentistas, pero ahondando en las posibilidades decorativas que los nuevos modos ofrecen. El sintagma albertiano y las bóvedas de arista y cañón son usadas con profusión, con gran influencia serliana, y en la decoración se afina yéndose a la desornamentación más acusada. El claustro del convento de dominicos de Ocaña es obra de Covarrubias en 1541 y pertenece claramente a esta nueva etapa. También en esa fecha trazó la parte principal del palacio arzobispal de Toledo, y el patio real del convento de San Pedro Mártir de Toledo.

En esa época definitiva de su carrera y su arte, Covarrubias levanta, a partir de 1541, el Hospital Tavera de Toledo, obra que por sí sola le hubiera consagrado como uno de los mejores arquitectos de todas las épocas. Con ella se convierte, superando viejos cánones góticos y platerescos, en el principal representante del Manierismo serliano español. Todavía siguió trabajando en el Alcázar madrileño, proponiendo numerosas trazas y dirigiendo sus obras. Hizo el monasterio de San Miguel de los Reyes en Valencia, con una escalera de tipo imperial entre los dos claustros. Concluyó la cabecera de la iglesia parroquial de Getafe, la de Santa Catalina en Talavera y la de La Puebla de Montalbán, en los que ya introdujo la cúpula y numerosos elementos decorativos (como cariátides y Hermes) tan propios del manierismo.

La obra completa de Alonso de Covarrubias llenaría varias páginas. Su actividad, incansable y siempre en primera línea de novedad y vanguardia, le han consagrada para los siglos futuros como un magnífico artista que ha llenado los pueblos y ciudades de nuestra actual región de Castilla‑La Mancha con su equilibrado estudio del espacio y los volúmenes. En el quinto centenario del nacimiento de esta figura, ha sido nuestro recuerdo hacia su persona y su obra. En las próximas semanas veremos, más detenidamente, su aportación al arte de la Alcarria, y lo que aún queda entre nosotros de su genial iniciativa.