Campoamor, un hombre de hoy para el arte alcarreño de siempre

viernes, 9 septiembre 1988 0 Por Herrera Casado

 

Cuando uno abre las páginas del libro virtual El arte alcarreño a través de los tiempos, se encuentra con la presencia de nombres y figuras de todo tallaje y anchura. Desde los remotos y felices hombres del Cuaternario que dibujaron sus retratos, los de los animales de su entorno, y las danzas que practicaban en la Cueva de los Casares de Riba de Saelices, hasta la escultura dinámica de Paco Sobrino; o desde la solemne palidez de las esculturas de la portada de Santiago en la parroquia románica de Cifuentes, hasta el hiperrealismo embriagador de Rubén Torreira. En ese libro magno, apasionante y múltiple, que un día alguien tendrá  que escribir, surgen los nombres y las piezas. Es un mosaico multicolor en el que se agitan las formas y fluyen los estilos: Vandoma, Lorenzo Vázquez, Antonio del Rincón ó Maino: todos han puesto, con su luz de Alcarrias, de Sierras y de Campiñas, la dimensión de su inspiración en las páginas de ese «arte alcarreño» que nunca acaba.

Una de las páginas de ese libro está ocupada, con derecho propio, por Jesús Campoamor y Lecea. En el capítulo de los pintores, se nos ofrece con la fuerza de una originalidad propia y un concepto muy personal del arte. Nació este artista en Guadalajara, en los años de la República, y vivió la infancia y juventud en esas décadas difíciles de la Guerra Civil y el posterior y lento desarrollo, lo que condicionó la imposibilidad de cursar unos estudios académicos sobre la materia artística que, desde muy niño, le apasionó. Es, por lo tanto, un autodidacta, dejando que sea su inspiración, siempre poderosa, la que se adueñe del campo en el que el arte debe expresarse. Todas las dimensiones del lenguaje artístico han sido probadas por Campoamor: desde la palabra (demostrando poseer los resortes intelectuales suficientes de un poeta) hasta la ruta de los volúmenes en la escultura, pasando lógicamente por la planicie coloreada de la pintura.   

La obra de Campoamor se ha ido fraguando a lo largo de los años. Más de 30 lleva en esta empresa de creador. Solo el esfuerzo y la experimentación le han hecho cambiar de estilo, aunque el fondo de su expresividad ha sido siempre el mismo. El paisaje alcarreño ha tenido siempre la consideración de figura estelar en su temática. La sistemática de su aportación, el modus apparendi ha sido generalmente la exposición, la muestra individual o colectiva, y en muy escasas ocasiones el certamen o el concurso, al que en concreto no ha acudido nunca. El modo, pues, de conocer la progresiva aportación de Jesús Campoamor a la historia del arte alcarreño, es el de examinar y valorar sus exposiciones individuales, que suele presentar cada tres o cuatro años. Es hoy concretamente, 9 de septiembre de 1988, que en la Sala de Arte de la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana» de Guadalajara, se abrirá al público precisamente una muestra con las últimas obras, tanto de pintura, como de escultura, de nuestro autor. 

Pero tras estos preámbulos y disquisiciones, que sólo han perseguido centrar levemente en el tiempo y el espacio a Campoamor Lecea, debemos plantearnos el valor y el significado de su obra. Esta discurre muy especialmente sobre el paisaje de las tierras de Guadalajara. Siempre lo ha hecho. Ha podido cambiar la técnica, el enfoque, la resolución de aspectos puntuales: pero el interés por el objeto ha persistido a lo largo de los años. La preocupación trascendental del pintor ha sido la de captar la esencia de la tierra y del cielo que le circuyen. Si el pálpito de un país, como decía Laín Entralgo, se constituye por su tierra, su cielo, sus pueblos y sus gentes, la elección de Campoamor ha recaído sobre los dos primeros elementos, que ha tratado de desmenuzar progresivamente hasta llegar a la entraña de su esencia. Y así, tras haber pasado por el retrato del paisaje, ha alcanzado finalmente (hoy lo veremos) la gracia de poseer su razón y su enjundia, la visión espiritual, el peso onírico que todo pedazo de tierra tiene. De este modo, el paisaje de Guadalajara, en un largo proceso de síntesis y análisis de formas y colores, ha cuajado en la obra de Jesús Campoamor, que es síntesis y esencia de nuestra tierra.

No es aventurado ni excesivo, creemos, afirmar que la figura que hoy protagoniza estas páginas es uno de los mejores pintores con que cuenta la historia del arte en Guadalajara. Saberlo no supone nada nuevo, pues lo sabemos de otros. Pero poder contemplar en directo, lo más reciente salido de su constante preocupación formal, ver por nuestros propios ojos, en un marco magnífico, sus últimas batallas con el color y las distancias, es un privilegio del que no podemos evadirnos. Será una buena ocasión para encontrarnos, en torno a la expresividad plástica y paisajística de Campoamor, todos cuantos de alguna manera amamos el arte y su infinito fluir.