Un edificio en trance de ruina:el convento del Carmelo de Budia

viernes, 26 agosto 1988 0 Por Herrera Casado

 

En ocasiones anteriores nos hemos ocupado de la historia y de algunos datos concretos del patrimonio artístico de Budia. Hoy, y tras comprobar la magnífica restauración que se ha realizado del Ayuntamiento de la villa, que recobra un primerísimo puesto en el «ranking» de Casas Consistoriales alcarreñas, vamos a ocuparnos, con la angustia que el caso requiere, dada su importancia y su perentoriedad, de un edificio que está en trance de hundimiento, y que no es otro que el antiguo, y hoy abandonado convento de los monjes carmelitas de Budia.              

Se sitúa en las afueras del pueblo, a occidente del mismo, en una meseta amplia que forma la montaña en declive: allá en la parte más alta de la villa se ve hoy la estructura de la iglesia conventual, con su magnifica fachada todavía en pie, aunque con amenazadores signos de ruina. Se trata de un ejemplo muy importante y característico de la arquitectura carmelitana del siglo XVII español, en la línea de las fachadas conventuales de Ávila, Madrid y Guadalajara que en esa centu­ria trazaron y construyeron varios monjes carmelitas. Sería concretamente un arquitecto de la Orden, el santanderino fray Alberto de la Madre de Dios, quien estableciera los más auténticos cánones de este tipo de arquitectura. El fue quien diseñó los conventos del Carmen en Guadalajara (el de San José y el de la Epifanía, la Colegiata de Pastrana, y el convento carmelita de San Pedro de Pastrana, en el que murió en 1635 y fué enterrado.

El convento de Budia, no se fundó realmente hasta 1732, siendo levantado el conven­to e iglesia inmediatamente después. Pero la tradición arquitectónica y artística que rezuma su silueta y su apariencia, pertenece en todo a la centuria anterior.

El cuerpo central de su fachada presenta tres arcos bajos de acceso, hoy cerrados de una verja. El central se escolta de planas pilastras, y se remata con vacía hornacina. Sobre ella aparece un enorme ventanal escoltado de almohadillado, que tenia por misión dar luz al coro, y sobre ella todavía gran remate triangular con bolones. El templo es de tres naves, con  gran cúpula, hoy ya hundida, sobre el crucero. Es verdaderamente lastimoso que una muestra de la arquitectura hispana de nuestro Siglo de Oro se halle en estas condiciones de abandono. Se trata, sin exageración ninguna, de una pieza arquitectónica absolutamente excepcional, bella y al mismo tiempo única.

El convento estuvo en funcionamiento desde 1732 hasta 1835, fabricándose en él gran parte del paño necesario para la vestimenta de la Orden de Castilla. La Desamortización decretada por Mendizábal de los bienes eclesiásticos, propició el abandono de los pocos monjes que quedaban, y desde mediados del siglo pasado el pueblo dedicó el patiecillo delantero de este convento para cementerio de la localidad, dejando el templo a su aire: tan a su aire, que tras casi ciento cincuenta años de abandono, cada día se cae un poco más. Si a ello añadimos el hecho de que, no hace todavía muchos años, el párroco de entonces decidió desmontar lo que quedaba de cubierta y poner a la venta tejas y vigas de la misma, el proceso de hundimiento se ha acelerado notablemente.

La visión de estas ruinas, evocadoras y señoriales, en la frialdad de la tarde de primavera, en esta altura de Budia desde la que se ven lejanos los horizontes olivareros de la Alcarria, es a un tiempo reconfortadora y triste. Lo primero porque al viajero le trae la certeza de que existió un tiempo en el que los hombres hacían las cosas con ilusión, con ganas, con el ímpetu de sembrar el país de cosas buenas, grandes, hermosas; lo segundo por ver que, siglos después, en un momento en que la teoría dice que el respeto a la cultura y a las raíces debe estar en la primera página de las actuaciones públicas, esas obras se vienen al suelo sin que apenas nadie proteste, ni se preocupe. El convento carmelitano de  Budia, las ruinas que quedan de él, merecen, por lo menos, una visita. Y después, entre todos, el clamor que propicie su restauración y su adecentamiento.