Una visita a Salmerón
Desde las altas mesetas que por el norte cierran el amplio valle del río Guadiela, en plena Alcarria baja, van descendiendo arroyos entre los que destaca el que llaman de Valmedina, en cuya orilla derecha, y sobre un otero, asienta el pueblo de Salmerón. Las mesetas son el último reducto de gran planicie elevada que muestra la comarca de la Alcarria de Guadalajara. Su caída hacia el Guadiela se hace a través manchas densas de sabinares y carrascales, con algunos olivos y viñedos en las partes bajas. Salmerón es pueblo grande, de aspecto pulcro, muy bien cuidado y urbanizado, con vida activa y animada. La tarde de primavera, que está ventosa y luminosa, pone en los ojos de Águeda, que ven por vez primera estos horizontes, un punto de alegría aún más alta de que la que por hábito trae.
La historia de Salmerón es común a la de los otros pueblos y lugares que conforman la «Hoya del Infantado», de los que sobresalen Alcocer, Valdeolivas y el propio Salmerón. Fueron señores de estas tierras la que había sido amante de Alfonso X, doña Mayor Guillén de Guzmán, y de ella pasó, a través de diversas herencias, al infante don Juan Manuel, quien por aquí puso, como en todas sus posesiones, un fuerte castillo, del que ningún resto ha llegado hasta nuestros días. En 1471, el rey Enrique IV de Castilla se lo entregó en donación a don Diego Hurtado de Mendoza, segundo marqués de Santillana, a quien en 1475 hicieron los Reyes Católicos primer duque del Infantado. En poder de esta familia prosiguió durante las siguientes centurias.
Para quien como nosotros llega, en la tarde del domingo, hasta la villa de Salmerón, hay que destacar los elementos de tipo patrimonial y monumental que el pueblo atesora. Por una parte encontramos, nada más aterrizar en el centro de la localidad, el noble ámbito de su plaza mayor, en una de cuyas vertientes se alza el ábside de la iglesia; en otro costado está el Ayuntamiento, edificio del siglo XVIII con soportales, que muestran en su fachada grabadas curiosas frases o arengas moralizantes, además de un par de escudos con leones rampantes. Actualmente está recibiendo este edificio una cuidada restauración que se seguro muy pronto le dejará con su antigua prestancia recuperada.
El resto de la plaza se completa con casas típicas alcarreñas, de las que abundan por el resto del pueblo, con soportales y limpios enfoscados. Varias casonas nobiliarias se reparten por el caserío, algunas con escudos tallados; otras con fachada de sillería y portones adovelados, todas interesantes muestras de construcción civil de los siglos XVI al XVIII.
La iglesia parroquial, que es un enorme edificio de sillería que muestra al exterior nada menos que tres portadas, a cual más interesante, es un verdadero monumento renacentista orgullo de la Alcarria toda. También en el momento actual está recibiendo la restauración que merece, aunque al parecer no va todo lo rápida que debiera. Apuntalamientos, parches y otras muestras del proceso restaurador, deslucían la ocasión de nuestra visita. De todos modos, algo sacamos en claro. Esto. La portada meridional es severamente clasicista, mientras que la del muro occidental presenta un estilo plateresco popular con múltiple arcada semicircular, en algunos de cuyos arcos se inscriben rosetas, y bustos de apóstoles, con cruz de Calatrava en la clave. La portada del norte, que todavía se encuentra, como desde hace muchos años, totalmente tapiada y vedada a la contemplación de los aficionados, presenta una línea renacentista más purista, adornando sus enjutas con un par de escudos. El interior es de aspecto noble y limpia arquitectura renacentista, aunque en el momento de este viaje estaba cerrada y no fue posible dar con quien tenía la llave que nos hubiera permitido verla y admirarla en sus obras de arte y sus retablos.
Para quien se quiera llevar el recuerdo completo del patrimonio histórico‑artístico de Salmerón, recomiendo que bien a la ida, o a la vuelta, se detenga un momento en ese lugar, también enclavado en el mismo arroyo de Valmedina, y al pie de alta sierra que se ondula en la caída de la meseta hacia el Guadiela, donde se ven las ruinas de lo que fue convento de frailes agustinos de Nuestra Señora del Puerto. Solo quedan los muros de su iglesia, en los que se adivina su presbiterio de planta poligonal con fuertes muros de sillería y bóvedas de nervatura, así como algunos nichos o enterramientos de corte gótico. También queda parte del refectorio y varias dependencias ya muy arruinadas. Se fundó este cenobio en la primera mitad del siglo XIV, por Alfonso XI, y luego los sucesivos monarcas castellanos le fueron dando privilegios y riquezas, pues la tradición aseguraba que en este lugar se conservaba el cuerpo incorrupto de Santa Isabel de Hungría. En este monasterio se impartieron enseñanzas de artes y gramática, y acabó su vida con la Desamortización. La leyenda dice que fue fundado por alto dignatario de la corte de Alfonso XI, don Gil Martínez, a quien le salió en este paraje, estrecho «puerto» para la imaginación popular, una gran sierpe a la que venció invocando a la Virgen María y prometiendo erigir en aquel lugar un monasterio. Hoy queda viva la devoción a esta Virgen del Puerto en una pequeña ermita ante la cual hay una fuente de abundosas aguas.
La silueta de Salmerón, en su altozano majestuosa y sencilla a un tiempo, se nos pierde cuando el regreso. Queda el gusto de haber saboreado un pueblo más de la Alcarria, un rincón de esos en los que arte y amabilidad se dan la mano. Un lugar a donde merece la pena ir, y estarse un rato.