El castillo roquero de Zafra en Molina (II)

viernes, 25 marzo 1988 0 Por Herrera Casado

 

Veíamos la pasada semana en estas mismas páginas, la historia densa de aconteceres, dilatada en el tiempo y atrayente con fuerza, del castillo o fortaleza roquera de Zafra, situado en el término municipal de Campillo de Dueñas, en el Señorío de Molina. Terminábamos lamentándonos de su progresivo deterioro y pérdida de su primitiva estampa, rescatada en gran modo por su actual propietario, el Sr. Sanz Polo, en el transcurso de los últimos años.

Sin embargo, hoy todavía tiene Zafra una estampa singu­lar y espléndida, merecedora de una visita pausada, seguros de adquirir para la memoria y el gusto una imagen de verdadera evocación guerrera y medieval, como si el sonido todavía vigoroso de las armas y los gritos de guerra llegara tamizado por la limpia atmósfera de aquella altura. Puede llegarse hasta el castillo, en época seca, a través de caminos en regular estado, desde Hombrados, Campillo de Dueñas o Castellar de la Muela. A 1400 metros de altitud, en la caída meridional de la sierra de Caldereros, sobre una amplia sucesión de praderas de suave decli­ve se alzan impresionantes lastras de roca arenisca, muy erosio­nadas, que corren paralelas de levante a poniente. Sobre una de las más altas, se levantan las ruinas del castillo de Zafra, reconstruido hoy sobre los restos que los siglos habían ido derruyendo y respetando.

La roca sobre la que asienta fue tallada de forma que aún acentuara su declive y su inexpugnabilidad. En la pradera que la circunda solamente quedan mínimos restos de construcciones, que posiblemente pertenecieran a muralla de un recinto exterior utilizable como caballeriza, patio de armas o mero almacén de suministros. En lo alto del peñón vemos el castillo. Debe subirse a él por una escalera de madera que el actual propietario ha puesto para su uso. Hace unos años, la única forma de acceder al castro era a base de escalar la roca con verdadero riesgo.

Sabemos que en tiempos primitivos, cuando los condes de Lara lo construyeron y ocuparon, Zafra tenía un acceso al que se calificó por algunos cronistas como «de gran ingenio y traza». Ningún resto queda del mismo, pero es muy posible que estuviera en el extremo occidental de la roca, y que mediante la combina­ción de escaleras de fábrica, quizás protegidas por alguna torre, y peldaños tallados en la roca, pudiera accederse a la altura.

Una vez arriba, encontramos un espacio estrecho, alar­gado, bastante pendiente. Los restos que sobreviven nos dan idea de su distribución. Queda hoy parte de la torre derecha que custodiaba la entrada por este extremo. Fuertes muros de sillare­jo muy basto, con sillares en las esquinas, y los arranques de una bóveda de cañón. A mitad del espacio de la lastra, surgen los cimientos de lo que fue otra torre que abarcaba la roca de uno a otro lado, y que una vez atravesada, permite entrar en lo que fuera «patio de armas», desde el que se accede a la torre del homenaje, que, hoy reconstruida en su totalidad, y a través de una escalera de piedra adosada al muro de poniente, nos permite recorrerla en su interior, donde encontramos dos pisos unidos por escalera de caracol que se abre en el espesor del muro de la punta de esta torre, de planta hexagonal irregular. Aún nos permite la escalera subir hasta la terraza superior, almenada, desde la que el paisaje, a través de una atmósfera siempre limpia y transparente, se nos muestra inmenso, silencioso, evocador nuevamente de antiguos siglos y epopeyas.

Para quien se anime a visitar la fortaleza de Zafra, le recomendaría no intentar llegar en épocas de lluvias, ni cuando el terreno esté blando. El mejor camino es el que parte desde Hom­brados, y es preferible preguntar antes en el pueblo, recomendán­dose hacer el trayecto a pie (una jornada entera para la ida, la visita, y la vuelta), en vehículo «todo‑terreno» o en automóvil de turismo con las precauciones de rigor. La posibilidad de visitar el interior de la torre está en función del contacto previo con su propietario, D. Antonio Sanz Polo, miembro de la Asociación Española de Amigos de los Castillos, y siempre dispuesto amigablemente a mostrar «su castillo» a quien se lo solicita.