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diciembre, 1987:

La Navidad en la Alcarria

 

Aunque este año no podamos hacer el relato de la blanca «Navidad» sobre la Alcarria, porque la nieve faltó a su cita acostumbrada, y las ilusiones de los niños y de los poetas queda­ron un tanto truncadas, sí que haremos la llamada al recuerdo de lo que fueron, y aún perviven casi agónicas, las Navidades aldea­nas de nuestra tierra alcarreña, con su correlato de villancicos y rondas, con sus alegrías chiquilleriles y las costumbres añejas de la matanza y el buen comer.

Ya en el calendario románico de Beleña, en el arco de ingreso a la pequeña iglesia aldeana, obra del remoto siglo XIII, se representa el mes de diciembre por un hombre sentado ante una mesa bien provista de viandas, dando al conocimiento de los tiempos venideros que la forma de celebrar estas fiestas era, también entonces, llenar abundantemente los estómagos. Al mes de enero le significan por la matanza del cerdo, desequilibrando con ello la normal representación de los meses en la generalidad de los calendarios antiguos.

Pero el caso es que estos dos ritos son los que, hoy también, conforman la celebración de la Pascua de Navidad en nuestra región. Que hasta hace muy poco tiempo fué la fiesta eminentemente pastoril, en la que ese gremio olvidado y de gentes con muy pocas posibilidades, se levantaba durante unos días en centro de la atención y el cariño de sus paisanos. En muchos lugares de la Alcarria, los pastores llenaban el mes de diciembre con su presencia notable en cualquier acto del pueblo, y sus cánticos plenos de ingenuidad invadían trochas y altares, porto­nes y soportales de las villas de la tierra.

Eso nos cuenta Aragonés Subero, en su libro magnífico sobre el folclore de Guadalajara, y más recientemente José Anto­nio Alonso Ramos, en el estudio publicado en los «Cuadernos de Etnología de Guadalajara» sobre Canciones tradicionales de la Navidad alcarreña. Ellos nos dicen como los pastores de Peñalver cuidaban durante todo el mes la lamparilla del Santísimo y del altar de la parroquia. Allí mismo, la Nochebuena veía su triunfo, pues en la Misa del Gallo, a la medianoche, iban en traje de faena a la iglesia, portando dos ancianos pastores un corderillo y un gallo, que contestaban a las oraciones del cura con un balido o un quiquiriqueo, según a uno u otro apretaran sus dueños. Los zagales ayudaban a misa y el resto de pastores y pastoras dejaban oír su orquesta de almireces, castañuelas, zam­bombas y panderetas. Poco más o menos ocurría en el cercano lugar de San Andrés del Rey, donde también se libraba de muerte tempra­na a los corderillos que nacían en ese día de la Nochebuena.

Grandes fogatas se encendían en nuestros pueblos delan­te de las iglesias. Como contrapunto a ese otro 24 de junio en el que la noche se puebla de luminarias, las posturas extremas del sol sobre el horizonte son saludadas con el rito del fuego. Y, después de la gran lumbre, a la Misa del Gallo, a cantar villan­cicos. Durante toda la noche recorrían el pueblo los mozos jóve­nes, con improvisadas orquestas a base de palillos, huesos secos, panderetas y zambombas, botellas de anís rascadas, y alguna que otra bandurria entrometida. A rondar a todos los vecinos y pedir­les el aguinaldo. Así hacen en Trillo, donde les daban lo más selecto de la reciente matanza: los chorizos aún blandos, que al día siguiente ponían a freír y así celebrar la Navidad.

La matanza del cerdo, proverbial festejo comunitario en los pueblos de la Alcarria, se encuentra muy unida a la celebra­ción navideña. Porque si bien es cierto que estos sacrificios se hacen en la época del frío intenso para conservar mejor sus productos, por otra parte es la ocasión más solemne y en la que con más justificación se pueden consumir esos bocados de ilustre prosapia castellana como son el jamón, el chorizo y la morcilla. Las familias se reúnen por uno y otro motivo, y en la Navidad se cata casi con mayor placer de lo salado que fabricó el abuelo, que de los bizcochos y mazapanes que trajo el tendero.

Los villancicos son también, en muchos casos, plenamen­te autóctonos, especialmente en su música, pues las letras son comunes al costumbrismo general castellano. Así ocurre con los famosos y populares villancicos que cantan en Sigüenza y Brihue­ga, puestos de relieve en estos últimos años por los grupos corales y rondallas de los respectivos pueblos. En la zona de los Yélamos se canta uno, La Airosa, de peculiares características.

Y siempre, siempre, con la alegría ingenua y sin lími­tes que a todos, chicos y grandes, el Nacimiento de Cristo en la humildad de un pesebre les ha deparado a lo largo de los siglos. Que sirvan, finalmente, estas palabras para desear a todos mis lectores, en esta fecha mágica y humana del 25 de diciembre, los mejores augurios de Feliz Navidad.

El castillo de Torija (y II)

 

Como veíamos la semana pasada, en nuestro repaso histó­rico, la antigua fortaleza torijana sufrió en el siglo pasado tal agresión que vino a quedar en ruina muy avanzada. Sobre ella pasaron otros cien años de abandono e inclu­so de aprovechamiento de sus piedras para construcciones en el pueblo, de modo que hacia los años sesenta de este siglo, solo quedaba del castillo de Torija un boceto borroso de lo que había sido. La Dirección General de Bellas Artes, inició por entonces una restauración meticulosa y muy bien llevada, que devolvió al edificio gran parte de su antigua prestancia. La adecuación del edificio que actualmente, y por parte de la Diputación de Guadalaja­ra, bajo la dirección técnica del arquitecto D. Tomás Nieto Taberné, se está haciendo con vistas a dedicarle para actos culturales al aire libre, terminará de recuperar esta fortaleza castellana para el disfrute de cuantos gustan de estos restos fosilizados de la historia.

Apoya el castillo de Torija en el borde de la meseta alcarreña, justo en un lugar en el que se inicia la caída hacia el valle, dominando el camino y una fuente amplia. Es de planta cuadrada, con torreones esquineros de planta circular. Construido todo él con sillarejo trabado muy fuerte, muestra en el comedio de los muros unos garitones apoyados sobre círculos en degrada­ción. Las cortinas laterales se rematan en una airosa cornisa amatacanada, formada por tres niveles de mensuladas arquerías, hueca la más saliente, que sostenía el adarve almenado, del que solo algunos elementos se nos ofrecen hoy a la vista.

También los torreones esquineros ofrecen en parte su cornisa amatacanada, aunque ya desprovistos del almenaje que en su día tuvieran. Algunos ventanales de remate semicircular apare­cen trepanando los severos muros.

La gran Torre del Homenaje es el elemento que concede un carácter más peculiar al castillo torijano. Alzase en el ángulo oriental, como un apéndice de la fortaleza, con la que sólo tiene en común el cubo circular de ese ángulo, a través del cual se penetra en la referida torre. Es de gran altura, muros apenas perforados por escasos vanos, y unos torreoncillos muy delgados adosados en las esquinas, que en las meridionales son apenas garitones apoyados en circulares basamentos volados. Se remata la altura de esta torre con una cornisa amatacanada forma­da también de tres órdenes de arquillos, y sobre ella aparece el adarve del que apenas quedan algunas almenas. Al comedio de sus muros aparecen garitones, y la cornisa también continúa sobre las torrecillas esquineras.

El interior de esta Torre del Homenaje muestra hoy todos sus pisos primitivos. Desde el patio y a través de una estrecha puerta se penetra a la sala baja, comunicada solamente por un orificio cuadrado en su bóveda. Haría de sala de guardia. Al primer piso se accedía desde la altura del adarve. La última sala remata con bóveda muy fuerte, de sillería, en forma de cúpula. Sobre ella asienta la terraza. Una escalera de caracol embutida en el muro comunicaba unos pisos con otros.

El interior del castillo de Torija está hoy totalmente vacío. Tendría primitivamente construcciones adosadas a los muros, dejando un patio central. Todo ello ha desaparecido, y hoy se utiliza como recinto abierto y despejado para actos culturales al aire libre.

La fortaleza de Torija tenía, y todavía se ven algunos restos, un recinto exterior o barbacana de no excesiva altura, que seguía el mismo trazado que el castillo propiamente dicho. En la parte norte, que da sobre la plaza, al ser más llana y por lo tanto más fácilmente atacable, estaba dotado de un foso por fuera de dicha barbacana, que recientemente se ha excavado. La entrada a la fortaleza se hacía por esta cara norte, atravesando el foso por medio de un puente levadizo que, cayendo desde la entrada del recinto exterior, apoyaba sobre sendos machones de piedra puestos al otro lado de la cava.

El ingreso al interior del castillo no estaba, sin embargo, donde hoy se ha abierto la puerta. La estructura defen­siva de estos elementos guerreros, obligaba a realizar un recorrido por el camino de ronda, y hacer la entrada por otra de las cortinas del mismo. En el caso de Torija, es muy posible que esta entrada estuviera sobre el muro meridional, el que da al valle, donde siempre ha habido una pequeña puerta practicable.

Todavía una muralla de no excesiva altura se extendía, sobre el flanco del valle, rodeando la meseta y reforzando la defensa del pueblo. De esa antigua muralla se ven restos y un valiente cubo de refuerzo sobre la misma carretera que va contor­neando a la villa. En cualquier caso, y gracias al cuidado que en los últimos años ha recibido este hermoso castillo, Torija es hoy uno de los exponentes más fieles y bellos de la arquitectura militar medieval en toda Castilla.

E castillo de Torija

 

La aparición de la fortaleza de Torija enredada entre las frondas del vallejo en que se deshace la meseta de la Alca­rria, resulta siempre de un agradable efecto, pues el airoso aspecto de un castillo plenamente medieval, escoltado del case­río, ofrece la evocación de remotas edades y concita al viajero a detenerse y recordar su larga e interesante historia. Hoy nos detendremos en recordarla, y a la próxima semana haremos un esbozo de aquello que resulta más interesante, desde el punto de vista monumental y artístico, de contemplar al viajero. En cualquier caso, estas reflexiones al hilo de un Glosario quieren servir para promocionar la atención de todos los alcarreños hacia este hermoso paladín de la tropa castillera de nuestra provincia.

El nombre del lugar, Torija, procede de la palabra latina turrícula, o torrecilla. Fue, desde tiempos de los roma­nos, lugar de vigilancia de un camino que a lo largo de los siglos se ha mostrado fundamental en la comunicación entre dos regiones netamente definidas como Aragón y Castilla. Con ese carácter de pequeña torre de vigía, puesta al borde de la meseta sobre el barranco caminero, permaneció siglos. Tras la reconquis­ta de la zona por Alfonso VI en 1085, dice la leyenda que tuvo la posesión de Torija la Orden de los Templarios, quienes aquí instalaron convento y mejoraron algo la fortaleza.

En el siglo XIII, el rey castellano Alfonso XI entrega el lugar a don Alonso Fernández Coronel, uno de los valerosos capitanes que actuaron en la batalla del Salado. Ajusticiado este caballero por orden de Pedro I el Cruel, hizo que pasara a pose­sionarse de Torija don Iñigo López de Orozco, gran magnate de la Alcarria hacia la mitad del siglo XIV. Su participación en la guerra civil entre el pretendiente Enrique de Trastamara y el rey don Pedro I, hizo que éste, en 1369, y al acabar la batalla de Nájera en la que obtuvo el triunfo, diera muerte por su propia mano a López de Orozco. La victoria de don Enrique, apoyado entre otros muchos por los miembros de la ya fuerte casa de Mendoza, hizo al nuevo rey entregar Torija en premio a don Pedro González de Mendoza. En 1380, figura Torija en el mayorazgo que este magnate funda a favor de su hijo don Diego Hurtado, futuro almi­rante de Castilla.

Pero en el reinado de Juan I, y ante las continuas demandas de su derecho, pasó nuevamente castillo y lugar a la casa de los Coronel, en la persona de doña María Coronel, hija del primero de sus dueños. Ya en el siglo XV don Fernando el de Antequera, regente de Castilla, donó Torija a su copero mayor Pedro Núñez de Guzmán, de quien pasó a su hijo Gonzalo de Guzmán, conde de Gelves.

En 1445, los inquietos infantes de Aragón, primos del rey Juan II de Castilla y poderosísimos señores feudales en este reino, se apoderaron ilegalmente de Torija y de su fortaleza, haciendo la guerra desde él a otros lugares importantes de la Alcarria, llegando a sitiar Brihuega, y a bajar amenazantes hasta el mismo Alamín de Guadalajara. Juan de Puelles, criado del rey de Navarra, capitán del ejército de los revoltosos infantes, defendió el castillo cuando fué atacado por el arzobispo toledano Alfonso Carrillo y el marqués de Santillana, Iñigo López de Mendoza. Los ejércitos de ambos señores mantuvieron un cerco de varios años, tras los cuales se rindió honrosamente el navarro, en 1452.

La fortaleza y la villa, dadas por el Rey al arzobispo en derecho de conquista, fueron trocadas con el marqués de Santi­llana, quien dio al eclesiástico su villa de Alcobendas. Así pasó a la casa de Mendoza, donde en la línea de segundones, permanece­ría varios siglos. Don Iñigo dejó la villa de Torija, en herencia a su hijo (cuarto) don Lorenzo Suárez de Figueroa, a quien el rey Enrique IV dio los títulos de conde de Coruña y vizconde de Torija. Fundó en su hijo don Bernardino de Mendoza un mayorazgo que incluía sus títulos y la villa de Torija y su castillo‑ fortaleza. Esta estirpe mendocina, aunque habitualmente residió en Guadalajara y posteriormente en Madrid, mantuvo siempre un gran cariño por su castillo alcarreño, manteniendo un alcaide a su cuidado.

Todavía en 1810, sufrió un avatar histórico la fortale­za que supuso su ruina y casi total hundimiento. En ese año, encendida con máximo ardor la Guerra de la Independencia contra los franceses, el guerrillero castellano Juan Martín el Empecina­do lo dinamitó para evitar que pudiera ser utilizado por el enemigo. La restauración de la Dirección General de Bellas Artes en los años sesenta y de la Diputación de Guadalajara más recien­temente, ha posibilitado la recuperación de la antigua prestancia y carácter de esta fortaleza, que hoy luce entre las más bonitas de nuestra región. A la semana próxima, como al principio prometíamos, daremos la descripción y valoración de su monumental silueta.

Sigilografía alcarreña

 

Es el tema de moda. El Curso de Introducción a la Sigilografía que durante las pasadas semanas ha venido impartien­do el Aula de Historia de la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana», ha puesto en boca de todos esta extraña palabreja, que para muchos ha desvelado su inicial misterio, mostrando a la parte de la ciencia histórica de que se ocupa como un poco más cercana y accesible. La ciencia de los sellos y las marcas ha centrado durante unos días la atención de los medios cultos arriacenses, y con este motivo se han ido abriendo las interrogaciones hacia lo que de Sigilografía podía haber todavía en la historia de Guadalajara.

La última palabra la va a tener, hoy precisamente, el Premio Nacional de Historia 1987, el eminente profesor D. Julio GONZALEZ, quien clausurará el referido Curso con una conferencia que lleva por título Los sellos concejiles medievales de la provincia de Guadalajara. Con su enorme sabor, el profesor Gonzá­lez nos revelará el significado y la importancia de los pocos sellos que de algunos pueblos y villas alcarreñas se tienen noticias o incluso se conservan.

Los Sellos Medievales en Guadalajara

En la provincia de Guadalajara, hubo durante la Edad Media muchas villas y lugares en los que se utilizó, por parte de sus Concejos o ayuntamientos, el sello de plomo o cera como marca autentificadora de la legalidad de sus documentos. Concretamente tuvieron esa prerrogativa las villas que eran jurídicamente cabe­za de «Común de Villa y Tierra». Así, Molina de los Caballeros, Guadalajara en el Henares, Uceda, Brihuega, Atienza, Zorita, Beleña del Sorbe, Cogolludo, y tantas otras. Muy pocos de estos sellos han llegado hasta nuestros días, y de algunos solamente la matriz o vaciado original.

Tal es el caso del sello concejil de Guadalajara, que estampaba sobre material céreo el juez de la ciudad, sobre los hilos de seda colgantes de los documentos que la ciudad extendía con reconocimientos, órdenes o resoluciones jurídicas de cumpli­miento público. En el anverso del sello, aparecía el esquema de una ciudad polimorfa, medieval, alzada sobre las ondas del agua de un río. Por encima de las ondas suaves (y suponemos que serían las del Henares) se alza la ciudad en la que, tras pequeña mura­lla, se ven algunas iglesias, palacios y torreones. En derredor de esa ciudad una leyenda dice así: Sigillum Concilii Guadel­feiare, que viene a significar «el sello del Concejo de Guadala­jara».

Al reverso del referido sello, un caballero revestido a la usanza de la plena Edad Media, montado en brioso y dinámico corcel que cabalga. El personaje lleva entre sus manos una bande­ra, totalmente desplegada, en la que se ven unas franjas horizon­tales. Junto a él, una borrosa palabra parece interpretarse cono ius que significaría «juez» y que identificaría al caballero con este personaje, el más importante y representativo de la villa en aquella época. 

Como el de Guadalajara sabemos que hubo varios otros sellos en los pueblos importantes de la actual provincia. El de Atienza mostraba también un caballero y un castillo. En el de Brihuega aparecía la Virgen de la Peña y una fortaleza con un par de báculos. En el de Molina había dos ruedas de molino, y en el de Cifuentes una montaña de la que manaban siete arroyos. En esos sellos concejiles medievales se basaron los heraldistas siglos después para componer los que hoy son escudos heráldicos munici­pales, auténticos emblemas identificativos de los pueblos. 

Orientación Bibliográfica

Es realmente muy poco lo que se ha escrito hasta ahora sobre Sigilografía española, aunque concretamente no es lo menos importante lo referente a la provincia de Guadalajara en particu­lar. Si bien no llegamos en ningún momento a la densidad e impor­tancia de publicaciones que en otros países europeos han dedicado sus investigadores a esta rama auxiliar de la ciencia histórica, a continuación pongo una relación breve de las publicaciones españolas más destacadas sobre el tema, con especial referencia a todo lo que sobre Sigilografía en Guadalajara existe hasta el momento.

Publicaciones nacionales son las de MENENDEZ PIDAL, J.: Sellos españoles de la Edad Media, Madrid, 1921; el magnífico estudio monográfico de GONZALEZ, Julio: Los sellos concejiles de España en la Edad Media, en Revista «Hispania»,XX (1945), y lo relativo a la región catalana de SAGARRA, Ferrán de: Sigillogra­fía catalana, Barcelona, 1916‑32, mas el artículo dedicado a los sellos de origen judío, en CANTERA BURGOS, F.: Sellos hispanohe­breos, en Revista «Sefarad», XIII (1953). Es el más moderno de estos estudios el Catálogo de la Exposición sobre la historia de la Sigilografía Española, MENENDEZ PIDAL de NAVASCUÉS, F., y GOMEZ PEREZ, E.: Matrices de sellos españoles (siglos XII al XVI), Ma­drid, 1987.

Respecto a la provincia de Guadalajara, y aparte de la conferencia que esta tarde pronunciará don Julio GONZALEZ en nuestra ciudad, relativa a Los sellos concejiles medievales de la provincia de Guadalajara, y que desde ahora mismo es ya, con seguridad, un clásico en este tema, es posible señalar un nutrido bloque de publicaciones que para los interesados refiero a conti­nuación y con él cierro este Glosario dedicado al tema de la Sigilografía alcarreña:

GARCIA LOPEZ, J.C.: La Alcarria en los dos primeros si­glos de su Reconquista, Guadalajara, 1973. Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana». Páginas 88‑90.

GARCIA LOPEZ, J.C.: El Fuero de Brihuega, Madrid, 1887

GARCIA LOPEZ, J.C.: El sello antiguo de Guadalajara, y otros de la provincia, en «Vuelos Arqueológicos», Madrid, 1911, pp. 57‑74

GARCIA LOPEZ, J.C.: El Sello municipal de Atienza, en Revista «Historia y Arte», II (1896):85‑88

GARCIA LOPEZ, J.C.: El Sello municipal de Guadalajara, en «Boletín de la Sociedad Española de Sociología», II (1894‑95):91‑ 92

LAYNA SERRANO, F.: Historia de la Villa de Cifuentes, Guadalajara, 1979. Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana», Lámina V de esta edición.

HERRERA CASADO, A.: El escudo de Molina de Aragón, en «El Señorío de Molina», Guadalajara, 1980. Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana», pp.33‑35

RIESCO TERRERO, A.: Colección Sigilográfica del Archivo de Almonacid de Zorita: sellos maestrales y los concejiles de Zorita y Almonacid, en Revista «Wad‑al‑Hayara», 8(1981):215‑226

MENENDEZ PIDAL de NAVASCUES, F.: La matriz del sello del Concejo de Viana de Mondéjar, en Revista «Wad‑al‑Hayara», 14 (1987)