El palacio de Antonio de Mendoza o «Todo tiene un límite»

viernes, 13 noviembre 1987 0 Por Herrera Casado

 

En nuestro deseo de dar a conocer, semana tras semana, los elementos más significativos que conforman el patrimonio histórico‑artístico de Guadalajara, hemos ido mostrando, poco a poco, aquellos monumentos, biografías o hechos históricos que han ido conformando el ser de nuestra tierra, y ofreciendo a cuantos han querido dedicar unos minutos a la lectura de estas páginas, la posibilidad de acercarse a las raíces de nuestra esencia.

Uno de los monumentos que, en varias ocasiones, ha acudido a este Glosario, porque su importancia le ha hecho acree­dor a una atención más digna, ha sido el Palacio de Don Antonio de Mendoza, situado en pleno corazón del casco antiguo de la ciudad de Guadalajara, utilizado durante más de un siglo como Instituto Nacional de Enseñanza Media «Brianda de Mendoza», y declarado Monumento Histórico‑Artístico de categoría Nacional en el año 1931. El hecho de haber sido construido a principios del siglo XVI, por encargo del ilustre militar y humanista don Anto­nio de Mendoza, y dirigido en su estructura y detalles por el arquitecto mendocino Lorenzo Vázquez, a lo que suma el mérito de habérsele añadido, unos años después, hacia 1530, el templo dedicado a la Piedad, trazado por Alonso de Covarrubias y tallado personalmente por el genial artista toledano en su portada de increíble belleza, suponen para este edificio la categoría máxi­ma, después de la primacía ostentada por el Palacio del Infanta­do, entre todos los monumentos de nuestra ciudad.

El traslado del Instituto a otro local más moderno, hace ya bastantes años, y su posterior abandono, que fué seguido del inicio de unas obras de restauración que ya van durando más de lo que, hace casi cinco siglos, supuso su construcción, es el motivo que nos ha mantenido preocupados a muchos alcarreños, que hemos venido viendo cómo el cierre a las visitas, las obras parsimoniosas, y sobre todo el deterioro alarmante de las porta­das principales del Palacio y la iglesia conventual, iban cam­biando el tono de este edificio, quitándole la pátina de lo monumental y tornándosela en la de una ruina.

Otra vez recordaremos, para quienes no llegaron nunca a ver esta maravilla del arte renacentista alcarreño, en qué con­siste el Palacio de D. Antonio de Mendoza y su aneja iglesia de la Piedad. Brevemente recordaré que lo más interesante del pala­cio es su fachada de entrada, de arco semicircular, apoyado en pilastras y escoltado de jambas que lucen una profusa decoración a base de cartelas, armaduras, trofeos militares y frutas, rema­tadas por capiteles de complicada labor vegetal. El resto de la portada se llena con molduras y frisos llenos de roleos, grutes­cos, cuernos de la abundancia, etc., todo ello dentro de la mejor tradición florentina y tallado por experta mano. En el interior, sobresale el magnifico patio, de planta cuadrada, con seis colum­nas por lado, que sostienen un entablamento a través de capiteles de tradición renacentista alcarreña, y grandes zapatas de madera decoradas con florones. El segundo nivel o piso de esta galería, presenta el mismo número de columnas, con capiteles también bellísimos, algunos de los cuales lucen figuras de delfines, y se cierra por un antepecho calado. La escalera está dentro de la línea de los palacios lombardos, con tres tramos, calado barandal en el que luce el escudo de doña Brianda, y se cubre por un alfarje renacentista de tradición mudéjar, espectacular. Un gran escudo del Emperador Carlos luce en una de las paredes de este patio, que durante el último siglo tuvo una palmera que hoy ya ha desaparecido.

La iglesia, de la que apenas si queda la portada como más interesante, ofrece una auténtica filigrana de piedra tallada entre dos contrafuertes, que sujetan en lo alto un arcosolio de intradós ocupado por casetones con rosetas, y rematado por calada crestería o escocia con tejadillo. La puerta consta de un arco semicircular cubierto de fina decoración, sobre pilastras; a sus lados surgen dos bellísimos balaustres sobre pedestales, todo forrado de decoración tallada con gran finura y capiteles que rematan en cabezas de carneros. Varias molduras y frisos ofrecen al centro un escudo del apellido Mendoza y arriba un grupo escul­tórico auténticamente capital: una imagen de la Virgen con Cristo en el regazo, en figura de Piedad clásica. El interior, de gran aspecto renacentista, fué desmantelado a finales del siglo XIX, cortándolo en dos partes, dejando la superior para salón de actos del Instituto, y la inferior para capilla. Hoy es un almacén informe. En alguna parte, supongo, estará todavía lo que fue enterramiento de doña Brianda de Mendoza, diseñado y tallado también por Alonso de Covarrubias.

No es este el momento de entrar en consideraciones sobre lo acertado de su posible destino como tercer Instituto de Enseñanza Media de la ciudad. El tema candente es otro. Es el de ver a qué niveles de deterioro, (no por abandono, sino por medi­tado mal uso) está llegando una parte importantísima de este edificio. Concretamente las portadas de palacio e iglesia, las que dan a ese otrora romántico patio cercado de rejas, que da a Santa Clara. A través de unas escalinatas, de unos jardincillos en los que alguna palmera daba su tono exótico, se paraba el visitante a admirar las afiligranadas tallas de impostas, de pilares y arcadas en las que escudos mendocinos, estatuas sacras y victorias militares evocaban mudas las glorias pretéritas.

Desde hace años, la maleza descuidada lo ha invadido todo. Las palomas anidaron sobre la escocia de la portada ecle­sial, destrozando con sus excrementos la piedra caliza que Cova­rrubias tallara con mimo. Y por si eso fuera poco, desde hace meses se ha destinado el majestuoso entorno para servir de alma­cén de bancos rotos de escuelas, de vigas, de hierros y trastos viejos que no han encontrado mejor recaudo que el de ese genial bloque del arte plateresco. Hace unos días, el montón de trastos llegaba en altura a la mitad de la fachada de la Piedad.

Durante años, muchos alcarreños hemos pasado por delan­te de este lugar, preocupados al ver el progresivo deterioro al que se estaba sometiendo. Hemos esperado pensando que sería momentáneo, que pronto vendría el arreglo, la limpieza, la digni­ficación. Palabras de unos y otros, con responsabilidad en el tema, así nos lo hacían creer. Pero todo tiene un límite. Se hace preciso que todos tomemos conciencia del significado que este edificio tiene, para la historia, para el turismo, para el ser auténtico de Guadalajara. Y que cuantos sientan algo noble por este tipo de cosas, alcen también su voz pidiendo, como desde aquí lo hacemos, que de una vez por todas se acabe con este estado de cosas. En la situación actual, cada día que discurre es un paso atrás en las posibilidades de recuperar con dignidad este monumento. Lo que por un lado se puede estar restaurando, aunque a velocidad de tortuga, por otro se está deteriorando. En defini­tiva, y procurando contener la emoción que este problema me produce, como sé que se la produce a muchos otros alcarreños que tienen parte de su corazón y su cabeza en aquel lugar puestos, lo único que se me ocurre es pedir, a quien corresponda, que ponga todos los medios a su alcance para que lo antes posible el Pala­cio de don Antonio de Mendoza y la Iglesia de la Piedad vuelvan a darnos su imagen digna y hermosa. Y que a ambos monumentos los dejen, por lo menos, como estaban.