El patrimonio provincial: algunos problemas pendientes

viernes, 23 octubre 1987 0 Por Herrera Casado

 

Reconocido por todos es el hecho de la gran potenciali­dad económica de nuestra provincia, y el actual grado de despo­blación al que ha llegado por la no completa utilización de sus recursos. Aparte de los económicos, de los agropecuarios, mineros e industriales, temáticas en las que no puedo entrar por ser totalmente ajeno a ellas, sí que puedo añadir que existe otra potencialidad en Guadalajara, todavía poco utilizada, cual es el turismo y la oferta de su patrimonio histórico‑artístico, en las modalidades más amplias que quepa imaginar, pues desde los recur­sos paisajísticos hasta los de evocación legendaria, monumentos de estilos medievales y renacentistas, etc., existe un acumulo de elementos procedentes de siglos anteriores que pueden dar un juego impensable a la hora de planificar el futuro de nuestra tierra.

Es algo que siempre arguyo cuando pretendo dar un ejemplo de esta posibilidad: en cualquier país del mundo, ya habrían construido un museo para albergar, en exclusividad, los seis tapices portugueses que actualmente se conservan en la Colegiata de Pastrana. En Estados Unidos, en Japón o en Alemania, se organizarían a lo largo de todo el año, no ya excursiones, sino caravanas auténticas para visitar ese Museo. Aquí seguimos en la necesidad de buscar al sacristán o recurrir a la amabilidad y paciencia del párroco para poder admirarlos, siempre poniendo de nuestra parte el entusiasmo que supere la dificultosa visión que las vigas de la sala, los dobleces a que obligan los muebles, lámparas y estatuas entre los que se acurrucan nos suponen para su admiración justificada.

Pero esto es solo un ejemplo. El año pasado la noticia sobrecogió a la provincia y al mundo aficionado al arte: el robo de un enorme y maravilloso lienzo de Ribera, en la parroquia de Cogolludo, puso en evidencia la deficiente protección que las obras de arte tienen en nuestra tierra. Para poner una fotografía en los periódicos y facilitársela a la policía en orden a su búsqueda, hubo que recurrir a aficionados (uno de ellos fui yo) que tenían clichés del cuadro, hechos en alguna visita anterior, y, por supuesto, a costa de sus más o menos estrechos posibles.

Cuando se viaja por nuestro país, o por la Europa continental en la que ya plenamente nos encontramos integrados, y vemos el mimo con que en otros lugares se cuida la arquitectura popular, las edificaciones tradicionales de cada comarca, los elementos sencillos pero específicos de cada pueblo, de cada calle, de  cada parcela del mundo (los aleros, los carteles, los colores de las ventanas, los hierros, las mil y una cosillas que hacen posible que la memoria del hombre se mantenga alerta), en Guadalajara seguimos encontrando cosas como las que ocurrieron con pueblos del tipo de Las Cabezadas, Robledarcas y Jócar (cuya es la fotografía que ilustra estas líneas): el Ejército dispuso de sus conjuntos urbanos para realizar prácticas de tiro y arti­llería. De esa silueta sencilla, cordial, hondamente hispánica que tenía Jócar, hoy no queda sino la alborotada presencia de un montón informe de cascotes.

La realización, hace algunos años, de un Inventario del Patrimonio de tipo arquitectónico de los elementos constructivos de la provincia, posibilitó que hoy existan, tanto en el Ministe­rio de Cultura, como en la Diputación Provincial, en el Colegio de Arquitectos, y en algunos archivos particulares, la referencia exacta y completa de todos y cada uno de los elementos que cons­tituyen ese patrimonio monumental de Guadalajara, y así consta la importancia minuciosamente registrada de todos sus edificios notables. A pesar de ello, ya han caído algunos bajo el rigor de la piqueta mal conducida: ¿qué fue, si no, del lavadero renacen­tista del Alamín, del que nunca más se supo; o del puente románi­co de Jócar, diluido por la fuerza de las excavadoras?

Queda sin embargo otra importante parcela de nuestra riqueza monumental que es preciso defender, y es precisamente esa de los elementos muebles: los cuadros, las joyas de orfebrería, las estatuas, los retablos, los escudos de palacios y casonas, los detalles incluso de tipo documental, libros, archivos, etc, etc. Para tener todo ello perfectamente documentado y estudiado, defendido en inicio, con la defensa que su catalogación presupo­ne, sería conveniente iniciar la tarea del Inventario del Patri­monio de Bienes Muebles. Por ley, tal actividad le corresponde realizarla al Ministerio de Cultura y, en su defecto, a la Conse­jería de Cultura de la Región. Pero las cosas de palacio van despacio.

Son todos estos unos breves apuntes preocupados ante lo que supone un no perfecto resguardo de nuestro patrimonio histó­rico‑artístico. La idea de su importancia, el progresivo aprecio que en niveles amplios de la población va surgiendo hacia él, ayuda en buen modo a su mantenimiento. Pero las tareas efectivas, dirigidas por las instancias públicas, en orden a su perfecta guarda, deberían ser más efectivas y concretas. Esperamos que en breve esto sea una realidad.