Atienza, señas de identidad

viernes, 16 octubre 1987 0 Por Herrera Casado

         

Entre las numerosas poblaciones de sonoros nombres y prosapias esclarecidas que la provincia de Guadalajara encierra, la villa de Atienza luce con fuerza sobre todas: su importancia estratégica, a la sombra del poderoso castillo, y el emporio de riqueza que fue en la Baja Edad, la proveyó de un sinnúmero de edificios y obras de arte de los que todavía, a pesar de abandonos y destrucciones, puede mostrar al viajero que hasta allá se acerque un buen rimero.

No es posible describir o recordar, en la brevedad de una página, el conglomerado esfuerzo de los hombres de pasadas centurias por hacer de Atienza una bella población. Su silueta, amaneciendo sobre los ondulados y resecos campos de Castilla, es obra de la Deidad suprema, y la colaboración del hombre. El alcázar sobre la roca altiva, las iglesias, los palacios, las fuentes y las plazas confieren a esta villa su esbeltez y su prestigio.

Hoy recordaremos un par de monumentos que la adornan. Seguro que ellos son capaces de atraer el interés del viajero hacia Atienza, y hacer que su dominical excursión se centre en las callejas empinadas de este núcleo serrano. Uno de sus más hermosos edificios es la iglesia parroquial de la Trinidad.

El único resto del estilo románico, en el que estuvo construida primitivamente toda la iglesia, es el ábside, magnífico, de clara influencia segoviana. En sus muros aparecen dos pares de columnas que no llegan al suelo, apoyando sobre ménsulas con carátulas. Corre una imposta con decoración bellísima de tallos serpenteantes, a dos niveles, sobre todo el ábside. En él se abren también tres interesantes ventanas, abocinadas, formadas por dos arcos: el exterior baquetonado y el interior sobre columnillas acodilladas, con capiteles finamente elaborados en los que se ven variados motivos vegetales.

En el siglo XVI sufrió una radical transformación, haciéndose de nuevo todo el templo, a excepción de la cabecera. Se pusieron muros de sillería, más altos, con torre adjunta de planta cuadrada. La puerta de acceso, al mediodía, y precedida de un amplio atrio o patio rodeado de barbacana, es de sencillas líneas clasicistas, resguardada de un gran arco de medio punto, y reja grandiosa, realizada en 1729. A los pies del templo hay otra puerta renacentista formada por un arco de medio punto con baquetón corrido y encuadrado por una moldura.

El interior es de una sola nave, dividida en tres tramos, con coro alto a los pies. Su bóveda es muy bella, de crucería con nervaduras que descargan en capiteles a modo de ménsulas, de tipo jónico. El alargado presbiterio se cubre de bóveda apuntada. A los lado de esta única nave se abrieron en el siglo XVI y siguientes diversas capillas. Entre ellas destaca la del Cristo de los Cuatro Clavos, que en su altar mayor presenta una magnífica talla gótica de Cristo en la Cruz, obra del siglo XIV, así como las reliquias de las Santas Espinas en una arqueta de orfebrería.

En el muro del norte se abre la capilla de los Ortega. Es obra del siglo XVII, cubriéndose de bóveda hemisférica apoyada sobre pechinas. Sobre el arco de entrada, escudo de armas y leyenda en la que se recuerda cómo fueron don José Ortega de Castro, alguacil mayor de la villa, y su esposa, quienes pagaron el retablo. Se trata de un elemento barroco con pinturas de mediana calidad, representando la central a la Sagrada Familia. En el muro sur de la nave se abre la Capilla de la Purísima Concepción, obra realizada en estilo rococó francés. De planta cuadrada y cubierta de bóveda hemisférica. Tanto la cúpula y pechina como las paredes ostentan abundante y fina decoración exuberante, con cornucopias del estilo. Esta capilla se hizo en 1767, y fué decorada por Lorenzo Forcado y José de la Fuente.

El retablo mayor de la iglesia de la Trinidad es barroco, de mediados del siglo XVIII. Un magnífico grupo escultórico ofrece en lo alto a la Santísima Trinidad. En el interior del templo se conserva un pequeño museo con interesantes y valiosas obras de arte, que bien merecen la detenida visita de los degustadores de pintura y orfebrería. Destacan entre todo, unas tablas representando profetas, muy posiblemente de la mano del aragonés Soreda. No debe dejar de admirarse en este templo la magnífica pila bautismal, de estilo románico, con abundante decoración geométrica.

Otro interesante edificio atencino, hoy en vías de restauración y definitiva recuperación para su uso turístico, gracias a la acción restauradora de la Excma. Diputación Provincial, es la Posada del Cordón, que encontramos en la cuesta que sube hacia la plaza del Ayuntamiento. En siglos antiguos, este caserón sirvió como posada o mesón para el descanso de los arrieros. En su portada, de la que deriva su nombre, aparece rodeándola un grueso cordón tallado con característicos nudos en las esquinas. Lo más bello del edificio es la ventana gótica, de la que junto a estas líneas vemos un dibujo, con arco ajimezado y doble arco florenzado cubierto de cardinas y ocupado de escudo y leyenda gótica el resto de la superficie hasta un arrabá que la rodea, formando un sugestivo conjunto de arte gótico civil, poco frecuente en nuestras latitudes.

En cualquier caso, dos elementos puntuales de lo que es todo un rico museo viviente de arte y evocaciones, fáciles de encontrar entre las callejas y rincones de esta Atienza eterna que hoy está pidiendo vuestra visita.