La ermita de la Soledad de Horche
Suelen ser las ermitas, aunque no los más espléndidos desde el punto de vista artístico, los monumentos más cordialmente queridos por las gentes de nuestros pueblos de la Alcarria. Porque en ellas, si no esta la galanura del estilo románico o plateresco en toda su pompa, si que se encierra la tradición de una leyenda mariana, la belleza del rostro de la Virgen, o se condensa entre sus muros el cántico y el recuerdo de los años pretéritos: la nostalgia endulza la presencia de las cosas más sencillas.
La villa de Horche esta orgullosa de su ermita de la Soledad. A la entrada del pueblo, en el camino que viene desde Guadalajara, se alza su silueta majestuosa y su campanil le entrega un tono jocoso y tierno. Allá están reunidos, al cálido solaz de la luz del mediodía, algunos viejos o las paseantas que han llegado en su locuacidad hasta el hito que pone frontera al pueblo. El tiempo parece transcurrir más lento y amable en el rellano luminoso de su atrio.
La historia de esta ermita de la Soledad de Horche es sencilla. Sabemos que fue inaugurada, con gran pompa y ritual cristiano, en el mes de julio de 1565. La construcción tuvo lugar poco antes. En un principio estuvo dedicada a la Virgen del Rosario, y es casi seguro que a instancias de algún fraile dominico se iniciaron los trámites de su erección. El caso es que desde un principio tuvo allí su asiento la Cofradía de la referida Virgen del Rosario. El acto de la inauguración fue, como he dicho, solemne y multitudinario. Nos lo refiere con minucia y detalle cariñoso el padre mercedario Juan de Talamanco en su «Historia de Horche», y resumiendo podemos decir que consistió en la presencia del obispo de Neocesárea, fray Pedro de Jaque, fraile dominico, quien dijo la Misa y pronuncio la homilía, ante la presencia de las dos cruces parroquiales, y otras cinco mas, una en cada esquina de la ermita, y otra en su centro. Dentro de cada cruz, dice el cronista que había tres velas ardiendo. A todo esto, echaba incienso con fruición el vecino de Horche Bernardino de Reyna, y se entretenía en regar con agua bendita el espacio arquitectónico Francisco de Santos. Además acompañaron los clérigos Fernán Pérez y el bachiller Calvo, junto al prioste de la Hermandad, Atanasio Pareja. A pesar de lo temprano de la hora, las ocho de la mañana (hay que tener en cuenta que era un 18 de julio), estaba todo el pueblo atento a la ceremonia.
Años después, en 1589, los del Rosario construyeron un altar propio en la iglesia parroquial, y trasladaron al templo mayor de la Villa la sede de su cofradía. Era una forma de progresar y de facilitar las cosas a los hermanos cofrades. Fue entonces cuando la ermita del camino de Guadalajara se rebautizo y tomo el nombre de Nuestra Señora de la Soledad, quedando a su cuidado la Hermandad o Cofradía de la Santa Vera Cruz. Fue entonces (va ya para los cuatro siglos) que se puso en ella, en su altar mayor, «la prodigiosa Imagen de Maria Santísima en el doloroso paso de sola, y con su Santísimo Hijo muerto en sus brazos».
La ermita es hoy un singular monumento de sencillez y buen gusto. En su aspecto actual nos aparece como obra típica de finales del siglo XVI. Tiene un atrio a mediodía, y sobre el muro mismo una espadaña con un hueco de campana. La puerta de acceso es típicamente castellana, de madera con mirilla. El interior presenta una nave única dividida en dos tramos, con adosadas pilastras de tipo toscano, y la cubierta en forma de bóveda de medio cañón con lunetos. El crucero se cubre con una cúpula de media naranja sobre pechinas, y en los brazos del mismo, y en el altar mayor, aparece cubierta similar a la nave. A los pies del templo aparece un coro alto. El edificio todo es de piedra de sillarejo. Se distribuyen por su interior los diversos pasos de Semana Santa, y presidiendo el altar mayor vemos la venerada imagen de Nuestra Señora de la Soledad, que es imagen moderna, de vestir, realizada en este mismo siglo.
Merece la pena hacer constar el detalle de que, desde finales del siglo XVI, en que la edificación quedó al cuidado de la cofradía de la Vera‑Cruz, se pensó en realizar un Vía Crucis con Calvario, que finalmente quedo concluida en 1624. En las cruces, como basamentas, se pusieron las cilíndricas piedras que sobraron de cuando una ventolera tiro la picota de la Plaza Mayor. Y el Calvario se hizo frente a la ermita de la Soledad, amontonando buena cantidad de tierra, haciendo con ella un montículo, sembrándolo de olivos, y poniendo en lo alto tres cruces de piedra, con lo cual se remedaba de una forma grafica y muy poco usual el Monte Calvario de Jerusalem. Axial nos lo refiere el padre Talamanco, quien al continuar con la descripción de ermita y Calvario, se apasiona de tal modo (vivía este historiador con amor verdadero todo lo referente a su pueblo natal, como cuadra a los bien nacidos), dice que «A Maria Santísima en su Imagen de la soledad se dirigen los buenos deseos de todos mis paisanos, a ella con razón consagran sus votos, a ella recurren en todos sus peligros». De ese modo, vemos que el corazón de los horchanos ha estado, desde hace siglos, en un tradicional apego a la imagen y devoción de la Soledad. Religiosidad y tradición popular se unen en este recuerdo que hoy hemos querido tener para tan entrañable lugar de nuestra comarca alcarreña.