Sigüenza, ciudad eterna

viernes, 21 agosto 1987 0 Por Herrera Casado

 

Acaba de celebrar la ciudad de Sigüenza sus fiestas patronales, con la misma alegría de siempre, y para ella evocamos algunos aspectos y facetas de su pasado antiquísimos. Tiene Sigüenza, como núcleo urbano, varías caras, todas ellas a cual más interesante, y que de un modo u otro han sido puestas de manifiesto por escritores y comentaristas., Por una parte, su rango multisecular de burgo: cabeza de una diócesis, señorío durante largas centurias de unos obispos omnipotentes. Por otra, asiento del arte hispano en sus más característicos estilos y formas. Y aún, en un sentido más moderno, ciudad eminentemente de atractivo turístico, por la voluntad de sus habitantes de mantener y defender a toda costa esos, valores, históricos y artísticos que la confieren rango y categoría únicos.

Otro aún es su valor o faceta de subido interés: el de Sigüenza, como ciudad; como burgo corazón de un territorio, en el que se concentra una población, unos servicios y unas funciones que le confieren supremacía sobre las villas y aldeas que la circundan. Esa función de Sigüenza como ciudad ha sido analizada en otros aspectos secundarios por diversos investigadores recientemente. Así, Terán estudió su tipología constructiva y la división del burgo en barrios y funciones. Blázquez ha hecho un análisis cuidadoso de su funcionalismo ciudadano desde la neofundación en el siglo XIII por los obispos aquitanos; Martínez Taboada ha indagado sobre el desarrollo y estructuración progresiva de barrios, calles y funciones a lo largo del tiempo. Davara nos ha presentado su visión completa de la ciudad mitrada como objeto que recibe y emana mensajes comunicativos. Nosotros mismos, en fin, hemos desarrollado recientemente una obra que toca al especto de Sigüenza como ciudad medieval fundamentalmente.

Todos estos aspectos urbanísticos, sociales, geográficos se imbrican entre sí perfectamente, y su evolución a lo largo del tiempo entronca con la actualidad. De ser una ciudad de mera avanzadilla ante territorio enemigo, árabe, pasa a ser cabeza de tie­rra señorial con el prestigio que una catedral, un cabildo y un obispo le deban a una población en la Edad Media.

Se circunda de murallas, abre puertas a los cuatro puntos cardinales, y ejerce sus funciones de centro jurídico, administrativo, mercantil y cultural. En ella se asientan conventos, luego la Universidad, también cuarteles y se hace con una gran Plaza de Mercado que ejerce lo que en definitiva alza y prima a un burgo so4re el resto de la tierra circundante: el poder económico. La pérdida del señorío, sobre ciudad y tierra por parte de los obispos, en las postrimerías del siglo XVIII, y su consiguiente igualación ‑a nivel de simple ayuntamiento‑ con las poblaciones antaño supeditadas, parece imprimir un parón en la vida ciudadana. La igualdad social que apunta la Constitución de Cádiz, heredera directa de la Revolución Francesa, parece frenar su función de ciudad con batuta. Su propio dinamismo la saca del episodio, y vuelve a tener rango y cuerda Para rato.

Una población muy reducida hoy en día (pero al máximo de habitantes de toda su historia) se conjunta a la perfección con su cometido: ciudad cabecera de comarca, con los servicios correspondientes. Ciudad cabecera de obispado, con otros tantos de su rango. Centro cultural en cuanto a densidad  de colegios y escuelas, y en el sentido de conglomerar actividades culturales vera­niegas sobre un círculo más amplio, que abarca a la capital del reino.

Y, en fin, burgo de capacidad y posibilidad turística, con ofrecimiento de un patrimonio histórico‑artístico de alto rango, que atrae miles de visitantes esporádicos, y con clima e Infraestructura que permite el asentamiento permanente de veraneantes en número creciente. La posibilidad industrial siempre anduvo a trasmano; nunca fue pedida con entusiasmo Por la población, consciente de que no es ese su camino, y el clima de permanente crisis industrial y económica que vive actualmente la sociedad occidental, está claro que no va a ser por ahí su despegue.

Sigüenza, ciudad medieval, ciudad eterna, es en estos días núcleo festivo de toda su comarca. Acumulando funciones, los cultos religiosos y festejos populares en honor de San Roque, el hombre que anduvo peregrino Por los caminos de Europa, son también fiestas para toda la comarca, que aquí se reúne en torno a unos fuegos de artificio, un desfile de carrozas, un pregón y unas penas que suponen un espejo, inalcanzable, para las aldeas y lugares del entorno. Aparte de estatuas, portadas, joyas de orfebrería y castillos; aparte de abultadas nóminas de obispos y escritores, de hechos y fábricas, está la realidad densa de Sigüenza como ciudad, simplemente. Como otro aspecto capital de su personalidad inconfundible.

Seguro que estos días, los que restan de este festivo mes de agosto, han de ser muy felices para cuantos escogieron pasar su descanso en la alta ribera del llenares. La pátina de siglos que cubre la ciudad y su paisaje, el gozo único de recorrer su antigua geografía urbana, la amabilidad y sincero acogimiento de sus gentes, hacen de este pueblo del corazón de España, del corazón de Castilla, un lugar ideal para pasar unos días Y el mejor para quedarse a vivir siempre. Al menos en la memoria.