Una imagen de Escipión

sábado, 15 agosto 1987 1 Por Herrera Casado

El Doncel de Sigüenza, don Martín Vázquez de Arce. Dibujo original de Antonio Herrera Casado

 

Índice  

1. Introducción
2. El Renacimiento
3. La Tumba renacentista
4. Escipión como arquetipo
5. Escipión y los Mendoza
6. El Doncel, un Mendoza más
7. La Idea del enterramiento
8. El Doncel de Sigüenza, imagen de Escipión
  

Un motivo que puede parecer exclusivamente ritual e irreal, como la celebración de un Centenario, puede transformarse a veces en útil tarea que procure un avance a la ciencia y a las letras en una determinada parcela de la sociedad. Este es el caso que hoy nos convoca, y que nos lleva convocando ya desde hace meses a diversos actos  y celebraciones: en este de 1986 se cumplen exactamente 500 años de la muerte en la Vega de Granada del Comendador de Santiago Don Martín Vázquez de Arce, caballero seguntino que ilustra, con su nombre, su memoria, y especialmente su estatua mortuoria, la catedral y la ciudad toda de Sigüenza, y aun de la provincia de Guadalajara.  

Aparte de servir la efemérides Para la lógica promoción de la estatua, de la ciudad de Sigüenza y de algunas otras cosas que ahora no nos incumben, esta ocasión ha sido propicia Para hablar del Doncel y, en ocasiones, para pensar sobre su figura, sobre su época, sobre la estatua que lo representa. Esto es, en definitiva, lo verdaderamente útil de tan grande boato: que algunas Personas se hayan dado a pensar y perfeccionar el conocimiento de este insigne Personaje.  

Y aquí estamos, no tan solo para cumplir el rito, sino intentando enfrentarnos, una vez mas, a la realidad y a la historia. Analizando en pormenor los datos que el pretérito nos concede, en forma de documento de papel o piedra, y tratando de adentrarnos, con honradez, con meticulosidad, con valentía también, en el misterio de lo que, sobrepasando los valores aceptados de la historia, se ha convertido ya en un mito. En definitiva, Procurando encontrar, no un nuevo significado, sino el ultimo, el verdadero significado de la estatua de Martín Vázquez.  

El año Pasado, en una charla que ofrecí en Sigüenza, a propósito de los enterramientos góticos de su Catedral, puse de manifiesto como se nos ofrece, al estudiar ese conjunto de monumentos, la doble vertiente de la Fe     teocentrica y el humanismo antropocéntrico que en la crisis de la Baja Edad Media castellana pugnan por aflorar, a través de unas estatuas mortuorias, ante la sociedad. Ahora entramos en una nueva época. En la del pleno Renacimiento. Pero como no existen en la historia cortes bruscos ni escuetos pasos de página, el momento es también de ambivalencia: el humanismo pleno lleva aun pegados jirones de goticismo. La estatua yacente y el enterramiento del Doncel es una autentica bisagra entre dos épocas tan varias como la Edad Media y el Renacimiento. Y no solo desde el punto de vista ideológico, como vamos a ver, sino incluso en el de las fechas: pues mientras la muerte del caballero se produce en 1486, dentro todavía del Medievo, la estatua se talla y genera años mas tarde, cuando ya la Edad Moderna, según los libros de historia, ha abierto sus puertas. Ocurre que el Personaje es gótico y su retrato es renacentista. Pero, de todos modos, y por estar en ese límite impreciso de dos mundos, tanto uno como otro comulgan de ambos modos: la mentalidad medieval y la renacentista se acabalgan en esta figura del Doncel. Personaje y estatua se suceden y se amalgaman a un tiempo con las edades que se persiguen.  

El Renacimiento  

Aunque en España no ha sido tenido en cuenta con la valoración que merece, el Renacimiento fue algo más que el simple tópico del retorno a lo clásico y la exaltación del hombre como eje del Universo: una serie de teorías y aun sistemas filosóficos se encargaron de servir de cimiento metafísico a lo que hoy nos ha llegado como un fenómeno meramente visual. Cuando muchas veces nos expresamos, al tratar de comprender un cuadro, una estatua o una disposición arquitectónica, en el sentido de querer llegar a la medula de su significado, corremos el riesgo de quedar en una superficie literaria que no llega a convencernos. Se hace necesario, pues, superar este nivel del examen artístico, y llegar a la razón ultima de su palabra.  

El Renacimiento florentino, germen de todos los demás renacimientos, tiene en su punto He partida la filosofía de Marsilio Fícino, el «Philosonhus Platonicus, Theologus et Medicus” que con su lucida mentalidad renovadora puso los fundamentos de toda la dinamica espirítual, social y cultural del Renacimiento europeo (1). Por tan solo presentarle ante Uds. diré aquí los tres puntos fundamentales de su empeño: fue el primero hacer accesibles, a base de traducciones al latín, con epitomes y comentarios, los documentos originales del Platonismo; el segundo fue coordinar esa enorme masa de información en un sistema vivo y coherente que fuera capaz de dar un nuevo significado a la herencia cultural de esa época, desde los escritos de Virgilio y Cicerón a los de San Agustín y Dante, incluyendo todo lo relativo a la mitología clásica, la física, la astrología y la medicina; el tercer punto, el que nos da la clave de su fuerza y novedad, fue el intento de armonizar ese sistema con la religión cristiana. En definitiva, Ficino trato de “cristianizar” la antigüedad clásica, sin renunciar a uno solo de los hallazgos de ésta.  

El humanismo florentino perseguía esta fusión haciendo de la mitología no solo una metáfora de la vida moral, sino incluso un simbolismo continuo de la vida universal y finalmente una anticipación plenamente satisfactoria de la verdad cristiana. De a.C. que se Produzca, desde el inicio del movimiento humanista toscano, esa. doble vía de actuación: por una parte, la introducción y uso de formas antiguas en las decoraciones de altares, pavimentos, códices, púlpitos y tumbas de uso cristiano, y por otra la dispensación de una especie de devoción y culto simbólico a personajes y temas clásicos (2).  

En ese camino trabaja Marsilio Ficino con la mas importante de sus obras filosóficas: la “Theologia Platonica», en la que aspira a restaurar el sistema de pensamiento platónico demostrando al mismo tiempo su pleno acuerdo con el cristianismo. La formula de un circuitus spiritualis que fluye por el Universo que el imagina, va a cuajar, en una definitiva “concordatio” entre las bases filosóficas y éticas del clasicismo griego y romano, y los modos de comportamiento mas la semántica cristiana. Para decirlo en pocas palabras, el “neoplatonismo” de Marsilio Ficino, base teórica del Renacimiento italiano, supone un supremo valor universal, una meta igualmente atrayente a los valores de la antigüedad clásica y a esos del cristianismo. Para él son tan santos Platón y Hermes Trimegisto como Agustín de Hipona e incluso Tomas de Aquino. Hércules será un esforzado varón que representa las virtudes mas altas que enseña Cristo, y Santa Librada, por poner un ejemplo cercano a nosotros, ve reflejadas sus virtudes en los fatti di Ercole (3).  

En ese sentido, cuando en 1487 pronuncio Ficino un memorable discurso en la iglesia florentina de Santa Maria de los Ángeles sobre el tema de la «Philosophia platonica tanquam sacra legenda est in sacris», lo hizo en apoyo del uso de las fabulas, mitologías y creencias antiguas como factores ilustrativos de los dogmas cristianos, y en ese sentido de fortalecer una mística pagana continuo siempre y continuaron sus múltiples seguidores.  

Pero no solo una vertiente filosófica o religiosa encierra la mentalidad neoplatónica. Es también un renovación del interés por el arte y su expresividad la que debemos a Ficino, y por ella el autentico Renacimiento de las artes, como consecuencia de un nuevo concento del artista, del «artifex universalis,» a quien el exalta en su escrito mas conocido (4). En la antropología de Ficino y Pico della Mirandola se destaca al artista no como realizador de una hazaña particular, de una obra concreta por maravillosa que sea, sino como un ser idealmente omnipresente en toda actividad humana, capaz de infundir un halito de universalidad y trascendencia a su tarea.  

Finalmente, el humanismo florentino nos entrega, en la raíz del Renacimiento que propugna, una nueva visión de la historia. Es el «Speculum Historiae”, que propone la época gloriosa de la Roma clásica como foco permanente de todas las virtudes (5). En esa perfección digna de imitación, han de mirarse los hombres que, en ese momento, hacen la historia: los dirigentes, los pensadores, los poderosos. A cada hecho de la actualidad se le pone en comparación con algo ya ocurrido en la vieja Poma. Allí esta el ejemplo, a.C. la imitación. Pero esa nueva «concordatio» entre lo ideal antiguo Y la realidad permite que esta sea también mejor, mas clara, ejemplar a su vez para el futuro.  

La Tumba Renacentista  

Uno de los elementos de índole social y artística que cambian radical­mente en el Renacimiento, es la tumba o lugar de enterramiento de las personas de relieve. En este sentido, son también numerosos los tratadistas que proponen conceptos y distribuciones ideales. La utopía alcanza, incluso a la forma en que el hombre manifiesta su muerte. Alberti, a comienzos del siglo XV, insiste en la importancia que tienen las tumbas en el interior de las iglesias (6). Dice que deben ser sencillas, y, si se colocan en el interior de una canilla familiar, esta debe distribuirse lo mismo que si de un templo independiente se tratara, una pequeña iglesia domestica: pusilla templorum exemplaria.  

Son múltiples los modelos que a partir de ese momento surgen por Italia. Quizás el más interesante, novedoso y completo del inicial renacimiento sea la capilla familiar de los Strozzi, en la iglesia de Santa María Novella de Florencia (7). El tipo que se impondrá a lo largo del Quatroccento es, sin embargo, el que adopta el humanista Leonardo Bruni, en 1445, para su tumba en Florencia. Fija en ella una tipología que a partir de entonces será seguida frecuentemente: un nicho, en forma de medio punto, y el sepulcro cobijado debajo de el. Es el antecedente mas claro del sepulcro de Martín Vázquez. Aun otro modelo, procedente de otra escuela artística de gran personalidad como es la veneta, se impondrá en numerosos ámbitos a partir de la segunda mitad del siglo XV: podríamos denominarlo el tipo de «sepulcro‑retablo», que se inicia con el que Pietro Lombardo diseña y realiza para el Dogo Pietro Mocenigo en la iglesia de los Santos Giovanni­e Paolo de Venecia. Ese es el modelo que se sigue, como en un calco, para el enterramiento del hermano del Doncel, para el Obispo de Canarias don Fernando de Arce. De él esta tomado también el de otro ilustre humanista del bloque mendocino: el cardenal don Diego Hurtado de Mendoza, en la catedral de Sevilla (8).  

En cuanto al sentido último que a la tumba renacentista se le quiere dar, entra en ello en juego ese afán de trascendencia y significado múltiple que a toda representación artística se le da en el Renacimiento. Superando los modelos góticos que, a lo largo del siglo XV, especialmente en la Europa no italiana, se utilizan con generalidad, en los que se utiliza el modelo bajo arco, un énfasis individualizador del retrato del difunto, y un sentido escenográfico de la muerte que poco a poco ira dando paso a significados que preludian el concepto triunfal de la misma.  

El sepulcro renacentista es, en última instancia, un monumento “egoísta”, en el que se rinde culto al «yo» con exceso. Es lógico que sea así, en un momento en que se trata de exaltar el valor del individuo, no solo en un sentido genérico, como ser inteligente y director de la Naturaleza, sino de un grupo de individuos en particular: los poderosos, los dirigentes, los sabios y los guerreros. Y en ellos se tiende a calificar por encima de cualquier otra cosa la “virtus” del individuo, el valor que ha desarrollado a lo largo de su vida para vencer las dificultades que esta le ha puesto. El sepulcro es, en cualquier caso, un monumento, cívico las mas veces, que se localiza en el inferior de la iglesia, en el interior de tina capilla que viene a ser un templo familiar o un palacio familiar, un espacio reservado para ese grupo en la Eternidad.  

Escipión como arquetipo  

El Neoplatonismo viene a proponer a la sociedad de su tiempo, la admiración, el seguimiento y aun el culto laico hacia personajes clásicos, reales unos, mitológicos otros, y los ofrece como modelos. Tanto los paradigmas tomados de la Mitología griega clásica, en la que ve una enorme cantidad de situaciones sociales sublimadas, como en la serie de personajes históricos virtuosos: sabios, guerreros, poetas, científicos, etc. Todos ellos se toman como modelos de la «virtus» que el hombre debe perseguir. Y todos ellos tienen, en el seno de la concordatio ficiniana, un sentido cristiano de perfección.  

Bajo estas pautas, una de las valoraciones clásicas del escolasticismo bajo medieval será renovada: tratase de la consideración del santo cristiano como caballero o guerrero que pasa su vida en permanente lucha contra los vicios y las pasiones, obteniendo al final merecida victoria, y a la inversa la del caballero que lucha por la religión como un santo o que alcanza la Gloria eterna por sus acciones guerreras. El neoplatonismo extiende el campo de acción de esa figura, y valora también como santos a todos los guerreros y «virtuosi” de la época clásica, al tiempo que otorga un valor de sabiduría y comunión en el Parnaso de la Mitología a los santos cristianos (9).  

En este contexto, surge una figura de la historia de Roma que el Renacimiento florentino potencia en gran manera. Se trata de Escipión, conocido en las historias con el apelativo de «el Africano», y cuyo verdadero nombre era Publio Cornelio Escipión. Las traducciones de los historiadores clásicos romanos, hicieron surgir casi mítica la figura de este héroe, sublimación de todas las virtudes, militares, cívicas y éticas de la Roma antigua. Julio Cesar, en las “Guerras de España y de África” le ensalza al máximo; Cicerón en su «Republica» dedica al joven militar los epítetos más valiosos; y Tito Livio en sus “Décadas” narra con detalle su trayectoria genial en las guerras púnicas contra Aníbal en España y el norte de África.  

Esta documentación clásica, es retomada por los hombres del Renacimiento. En 1417 encontró Poggio un manuscrito del clásico Silio Itálico en el que bajo el titulo de las Púnica se versificaba la tercera década de Tito Livio, dedicada a Escipión (10).Fue repetidamente copiado, en manuscritos Primero y luego en imprenta, esta obra poética. Y Petrarca dedico al héroe romano su poema «Africa». Macrobio también, en 1472, hizo una edición comentada de la “Republica» ciceroniana, en la que insiste en el sentido neoplatónico del «Sueno de Escipión» como un adelanto de la idea cristiana de la Eternidad (11).   

En cualquier caso, Escipión es Presentado a los ojos del hombre del Ouatroccento como una figura clasi.ca provista de las mas excelsas virtudes a las que Puede aspirar el hombre: sabio, valiente, decidido, organizador, elocuente, culto, joven. En la composición mencionada de Silio Itálico, surgen una serie de imágenes que luego el arte del Renacimiento se encargara de utilizar en múltiples formas: se ofrece al joven héroe entre el Vicio y la Virtud; aparece como el capitán noble y generoso frente al espantoso Aníbal; es la personificación entre el Bien y el Mal: las imágenes de Roma contra Cartago, de Marte contra Neptuno, del delfín contra el dragón, de Escipión contra Aníbal, adornadas con el verso latino, sirven para que desde 1475 aproximadamente, a partir del taller del Verrochio, el tema se divulgue y utilice con gran frecuencia.  

En numerosos ciclos pictóricos aparece el tema de Escipión: en el «Cambio» de Perusa, al compás del pincel de Perugino, y bajo la inspiración del humanista Maturanzio, surgen Licinio, Leonidas y Horacio Cocles bajo el signo de la Fortaleza, mientras que Pericles, Cincinato y Escipión se agrupan en el limite de la Templanza. La «Crónica Ilustrada» de Maso Finiguerra, y el «De Casibus illustrium virorum” de Bocaccio también colaboran a la difusión del tema, que es finalmente con Mantegna, en su serie de «El Triunfo de Escipión”, seguida Por Giambellino en “La Continencia de Escipión» y muchos otros artistas, cuando se hace tan popular y conocido que llega a transformarse en un tema absolutamente cotidiano y de todos aceptado es mas, a partir del Quatroccento florentino la figura de Escipión y su «leyenda» histórica se convierten en un arquetipo que va a ser utilizado en numerosos lugares y con fines a veces dispares (12).  

Como un inciso se hace preciso mencionar la aparición del tema de los «capitanes enfrentados», como lo denomina Chastel, que a partir del poema de las “Púnica» surge en el arte del Renacimiento(13). La figura del joven y apuesto capitán romano, suma de todas las virtudes, valeroso y culto, frente al malvado y brutal capitán oriental, déspota y resumen He las fuerzas del mal, será repetida hasta la saciedad en el arte: en definitiva son Escipión y Aníbal, pero que con numerosas variaciones locales representaran otras circunstancias y situaciones históricas. La Castilla de fines de la Edad Media, en ese momento en que un ejercito de jóvenes aristócratas valerosos lucha contra el islámico reino de Granada, será un     lugar muy apropiado donde poder personificar esa ancestral ambivalencia, ese maniqueo «tour de force» que late en toda proposición ética.  

Escipión y los Mendoza  

Existe una circunstancia que en este momento debe quedar claramente expuesta, y es la relación que esta figura arquetípica de Escipión el Africano tiene con los Mendoza de Guadalajara. No es preciso insistir aquí en el papel que la familia de los Infantado, desde el primer marques de Santillana hasta su nieto homónimo, Iñigo López de Mendoza, el segundo Conde de Tendilla, pasando por el gran Cardenal Pedro González de Mendoza, tienen en la introducción del Renacimiento florentino y romano en la Castilla de finales del Quatroccento (14). Por una parte, sabemos que el neoplatonismo arriba con fuerza a la corte literaria del marques de Santillana, pues uno de sus mas queridos colaboradores y amigos, su capellán Pero Díaz de Toledo, dedico una larga temporada a traducir, en las salas del palacio mendocino de Guadalajara, el “Libro de Platón llamado Fedron” (sic) en que se trata de como la muerte no es de temer”. El recibimiento en nuestro territorio que el Gran Cardenal hace al Legado papal, el Cardenal Rodrigo Borgia, que viene de Italia en 14112 acompañado de una corte nutrida de humanistas, entre los que destaca Pietro Martire d’Anghiera, es el primero de estos puntos clave. El segundo es la larga estancia (1486‑97) en Italia del Gran Tendilla, quien, aparte, de su amistad con Lorenzo de Médicis, se trae de allí escultores, arquitectos, pintores y la mente totalmente imbuida de neoplatonismo.  

Esas ideas, que asientan y crecen con vigor en la familia mendocina, llegaran a cuajar de modo muy concreto en vida del cuarto duque, también llamado Iñigo López de Mendoza, quien dado a los estudios humanistas escribe y edita un libro, el Memorial de Cosas Notables, en 1564, donde trata de Escipión con largueza, y apunta la posibilidad de ser incluso un antecesor de la familia (15). Evolucionada la tesis, será propuesta formalmente por el historiador Francisco de Medina y Mendoza, autor de la primera (y hoy desaparecida) historia de Guadalajara, y recogida por Hernando Pecha en su “Historia de la Ciudad de Guadalaxara» (16). El quinto duque, que hacia 1580 propone al florentino Rómulo Cincinato la decoración manierista de los techos de las salas bajas de su palacio arriacense, dedicara una sala entera a Escipión el Africano, cuajados los techos de pinturas alusivas a este héroe romano, tenido por los Mendoza, repito, no solo como un individuo que aglutina todas las virtudes posibles de la humana naturaleza, sino como un antecesor de la familia, que así se eleva al mayor rango moral (17)   

El Doncel, un Mendoza más     

En este contexto, es necesario analizar la figura del Doncel don Martín Vázquez de Arce como inserta en el universo socio‑cultural de la corte de los Mendoza (18). Aunque asentada por tradición y propiedades en Sigüenza, la familia de los Arce tuvo un manifiesto y notable entronque con los Mendoza arriacenses. El padre, don Fernando de Arce, adquirió en Guadalajara, por donación de don Diego Hurtado de Mendoza, conde de Priego, en febrero de 1485, una casa con su corral anejo en la calle de Santa Clara. Este caballero hidalgo sirvió, en calidad de secretario y cortesano, a don Diego Hurtado, Primogénito del marques de Santillana y a su vez primer duque del Infantado, así como a su hijo don Iñigo López de Mendoza, segundo duque y constructor del gran palacio arriacense. En esos anos recibió don Fernando de Arce la encomienda de Montijo dentro de la Orden de Santiago.  

Desde su primera infancia, y en compañía de sus hermanos Francisco y Fernando, el Doncel Martín Vázquez de Arce residió en Guadalajara junto a sus padres, y recibió la educación que la familia Mendoza administraba, a todos sus «deudos» y allegados, en el palacio de la capital de la Alcarria. Respiro el aire humanista de los Mendoza de fin del siglo XV, y junto a ellos se embarco en las diversas expediciones guerreras emprendidas cada primavera contra el reino de Granada, unido junto a ellos en la común empresa de fe y valentía.  

La Idea del enterramiento  

No hace falta insistir en el hecho de que toda obra artística posee un significado oculto, traducción última y recóndita de su lenguaje propio. Ese significado puede estar oculto, en las obras antiguas, a los ojos del hombre de hoy, pero sin embargo era claro y palpable a los ojos de sus contemporáneos. Dice Eugenio Garin que “la visión poética del mundo que proporciono en el Renacimiento la búsqueda de significados ocultos en las cosas, llevaba implícito el rechazo de la fisicidad aristotélica y el triunfo del hermetismo» (19).  

El enterramiento del Doncel de Sigüenza va más allá de la simple representación de un retrato, mas allá del recuerdo escueto de una persona: trata de traducir una Idea de la muerte, mas concretamente de la Muerte del joven guerrero, cristiano, humanista y virtuoso. Durante el presente ano 1986, siguiendo estudios iniciados hace ya tiempo, se ha tratado por diversos autores de encontrar el verdadero significado del enterramiento del Doncel, y aun del nombre de la persona que trazara o diseñara su estructura. a.C. lo intento de nuevo (20).  

En cuanto al autor de la Idea del enterramiento, del sentido emblemático del mismo, parece claro que no pudo ser el propio Martín Vázquez de Arce, por razones obvias. Tampoco debió ser su padre, hombre poco afín a los asuntos humanísticos, mas entregado a los meramente burocráticos y caballerescos. Se ha pensado en que fuera su hermano, el obispo Fernando Vázquez, quien ideara el enterramiento y trazara su estructura planteando su simbología. Es muy posible, y por ello me inclino. Pero con ciertas matizaciones: es la principal la de ser este don Fernando Vázquez un mero reproductor de las ideas humanistas de los Mendoza, con las que convivió toda su vida.  

He aquí algunos datos de interés acerca de la vida del eclesiástico Fernando Vázquez, hermano del Doncel (21). Era unos 15 años mayor que el joven guerrero. Estudio Decretos en Salamanca, lo mismo que el Cardenal Pedro González de Mendoza, cabeza de la estirpe mendocina durante el ultimo cuarto del siglo XV. Era unos 16 anos mas joven que el eclesiástico mendocino. Muy posiblemente se formo en la casa de los Mendoza en Guadalajara, y de allí salio como un «familiar» del cardenal, ocupando su primer cargo conocido en 1474, como prior del cabildo de la catedral del Burgo de Osma, de la que fue Obispo una breve temporada don Pedro González. Nombrado en 1513 obispo de Canarias, y a pesar de estar envuelta su biografía en nebulosidades, parece ser que poco después volvió a la península, muriendo en 1522, posiblemente en Sevilla, o habiendo estado algún tiempo de cualquier modo, en aquella ciudad, en la que hasta 1501, en que murió, fue arzobispo don Diego Hurtado de Mendoza, sobrino predilecto del Cardenal Mendoza, que había ocupado previamente la silla arzobispal sevillana.  

Resalto esta relación, porque es muy curioso comprobar que el enterramiento que, junto al del Doncel, puso el eclesiástico Fernando Vázquez en la catedral seguntina para si mismo, y con toda probabilidad por sí mismo diseñado, es reproducción casi exacta del enterramiento suntuosísimo del Cardenal Hurtado de Mendoza en Sevilla, hecho algunos anos antes, a imagen de los utilizados por Pietro Lombardo en Venecia. La inscripción latina del sepulcro del purpurado mendocino en Sevilla la escribió el humanista italiano Pietro Martire d’Anghiera, que vino con su hermano Iñigo López, «el gran Tendilla” de su viaje a Italia. En última instancia, el enterramiento de ambos eclesiásticos (Diego Hurtado en Sevilla y Fernando Vázquez en Sigüenza), no hacen sino imitar en gran modo la estructura novedosa del enterramiento de su familiar y patrón el Cardenal Mendoza en el presbiterio de la Catedral de Toledo. Todo ello, en definitiva, sirve para confirmar la idea de haber estado, también el hermano don Fernando Vázquez de Arce, diseñador del enterramiento del Doncel, en un vital e intimo contacto con la idea del humanismo renacentista encarnada y mantenida por los Mendoza.  

El Doncel de Sigüenza, la imagen de Escipión  

Todo cuanto llevo antedicho nos trae a la formulación de una interpretación concreta y nueva de la figura de Martín Vázquez de Arce en su enterramiento de la catedral seguntina: se trata de una imagen de Escipión, que quiere simbolizar, en su aptitud y significado, la figura de aquel guerrero y político romano, en una expresión sublimada de virtud humana, valor militar, ilustración sabia y hombría de bien.  

Cuando en 1916, José Ortega y Gasset se puso como «espectador» ante la estatua del Doncel, y se pregunto, al comparar su vestimenta con su rostro, si era nos5ble que alguien hubiera unido el coraje a la dialéctica, no hacia sino expresar la perdida que para el se había producido del primitivo significado de la estatua (2P). Porque era eso precisamente lo que el hermano del Doncel había querido expresar, y lo que sus contemporáneos veían al ponerse ante la estatua. Lo que para Ortega estaba oculto, y solo afloraba tras la inquisitiva y sabia mirada de un intelectual preclaro del siglo XX, había sido algo patente y meridiano a los ojos de los hombres de comienzos del XVT: entonces, al contemplar el alabastro brillante tallado en forma de caballero recostado, nadie dudaba: era Escipión quien allí estaba, el joven Martín Vázquez de Arce representado como el valiente y memorable héroe romano. Era lógico: su vida breve e intensa, su dualismo guerrero e intelectual, la «concordatio” neoplatónica entre las armas y las letras, estaba allí perfectamente resumida.  

Para hacer, en definitiva, el análisis de la estatua del Doncel conforme a la técnica de la lectura iconográfico‑iconológica de Panofsky, se impone su examen escalonado siguiendo los pasos propuestos por el maes­tro alemán (23). En un primer estadio de lectura icnográfica simple, o estadio formal, nos encontramos con una figura, tallada en alabastro, que muestra a un caballero, a un guerrero, joven, cubierto de armadura del tipo utilizado en Castilla en los anos finales del siglo XV, en actitud recostada, apoyando su brazo d9recho sobre un haz de laureles y teniendo entre sus manos un libro. A sus pies aparece un pequeño paje que llora apoyado en el casco del caballero. Llama la atención también la decoración del frontal del sepulcro, en el que alternan zonas de prolijas floral5as con un escudo familiar sostenido de dos pajes ataviados a la alemana, apoyando todo sobre los pequeños cuerpos de varios leones.  

En un segundo estadio de lectura icnográfica propiamente dicha, o análisis temático del asunto, nos encontraremos ante algunos elementos que posibilitan la adquisición de cierto sentido al conjunto. Así, vemos por ejemplo que el caballero tiene las piernas cruzadas, lo cual nos habla sobre su carácter de combatiente frente al enemigo del cristianismo, pues ello es una evidencia de ser «caballero cruzado» o defensor de la Cruz.  

Vemos también que el Doncel no lee, sino que medita, fija la vista en un punto inconcreto del suelo, pues la línea de su mirada se pierde sobre el borde superior del libro que tiene entre las manos. El brazo derecho lo apoya en un haz de laurel, que expresa en el lenguaje medieval de los símbolos La “virtud, la verdad, la perseverancia, la gloria militar y la fama literaria y artística», Pues se considera al laurel el árbol de Apolo, relacionado con el sol, y a la corona hecha con sus hojas el premio máximo que puede concederse a un hombre (24).  

Vemos a los leones de la basamenta que nos expresan el sentido de Resurrección espiritual, de confianza en el otro mundo, pues el león fue siempre tenido como emblema de la capacidad de renacer tras la muerte, dado que en la Edad Media se creía que el leen, al nacer, y mantenerse con los ojos cerrados durante varios días, estaba ciego y después adquiría la capacidad de ver. También el paje que llora a los pies del Doncel, apoyado en el casco del caballero, es expresión del dolor de los deudos por la muerte del compañero y amigo. Todos estos, y aun otros muchos que ya se han repetido en diversas ocasiones, son elementos puntuales, capaces de dar un sentido homogéneo a la comprensión de la estatua de Martín Vázquez de Arce, pero que en cualquier caso quedan cortos en orden a la expresión de su significado intrínseco, de su simbolismo total y único (25).  

En este sentido, y arribando a la tercera fase del análisis de Panofsky, hoy propongo una lectura iconológica de la estatua de don Martín Vázquez de Arce, que, ya para terminar, y teniendo en cuenta todo lo anteriormente expuesto, quiero que sea muy breve y concisa.   

Tres aspectos fundamentales sobresalen en esta consideración iconológica de la estatua del Doncel de Sigüenza. Es la primera la representación de la concordatio entre las armas y las letras, tema este que tanto había preocupado a los humanistas toscanos desde los días iniciales de su movimiento neoplatónico. A esa idea de la concordatio dirigieron todas sus acciones la mayoría de los caballeros italianos y españoles de la segunda mitad del siglo XV: uno de los que mas destaco en su perfección y Prestigio fue sin duda don Iñigo López de Mendoza, primer marques de Santillana, en cuyo ámbito cultural surge la plasmación de esta escultura. Se me ocurre, aquí, una pregunta que nunca tendrá contestación: ¿Cómo seria el enterramiento del Marques?, porque ya su hijo el primer conde de Tendilla, cuyo sepulcro se conserva hoy, muy deteriorado, en el crucero de la iglesia de San Gines de Guadalajara, le mostraba tendido, acompañado de un paje que lloraba a sus pies junto al casco del caballero, con vestimenta civil y un libro en las manos. No seguiría el escultor de la figura de  Martín Vázquez un modelo ya probado con éxito y del que solo tenía que fijarse en el presbiterio de la iglesia conventual de San Francisco de Guadalajara? (26).  

Es la segunda la identificación del difunto con un personaje virtuoso, extraído del catálogo de viri illustribu del neoplatonismo florentino: no puede ser otro que Escipión, Suma de la virtud, guerrero y sabio. El acumulo de características de nobleza, de capacidad para la guerra y de humanidad en la acción intelectual, que el diseñador de la tumba de Martín Vázquez de Arce quiere poner, se extraen del discurso sobre Escisión que todos los escritores y pensadores contemporáneos han desarrollado. La identificación no solo es fácil, sino que es obligada.  

Como tercer elemento iconológico a extraer de esta tumba, esta la sublimación de la “Cruzada contra Ganada», representación en un ámbito estrictamente humanista de la lucha de “Toma contra Cartago» que en el Renacimiento marca los límites de toda lucha entre el ámbito social civilizado y el bárbaro: es la confrontación entre el Occidente cristiano y el Oriente infiel. El delfín contra el dragón. La victoria en todos estos enfrentamientos, queda palpable en la estatua del Doncel. Esa es su misión última, demostrar la victoria de la Virtud a pesar de la muerte.  

Notas  

(1) Sobre el filosofo Ficino y su obra consultar preferentemente KRISTELLER: The Philosophy of Marsilio Ficino, Nueva York, 1943; HAK,H.J.: Marsilio Ficino, Amsterdam, 1934: SAITTA,G.: La filosofia di Marsilio Ficino, Mesina, 1923. Del autor florentino, es especialmente reveladora su Theologia Platonica incluida en “Opera, et quae hactenus extetere, et quae in lucem nunc primum prodiere omnia…”, edic. orig., Basilea, 1576  

(2) Sobre el neoplatonismo florentino véase especialmente ROBB, N.A.: Neoplatonism of the Italian Renaissance, Londres, 1935; TORRE, A. della: Storia dell’Accademia Platonica di Firenze, Florencia, 1920. Mas accesibles los estudios de CHASTEL, A.: Art et Humanisme a Florence au temps de Laurent le Magnifique, Paris, 1961, del que existe traducción española, Edic. Catedra, Madrid, 1982; y PANOFSKY, E.: El movimiento neoplatónico en Florencia y el norte de Italia, incluido en «Estudios sobre Iconología», Edic. de Alianza Universidad, Madrid, 1972.   

(3) Sobre el uso de Hércules en el arte renacentista español, ver ANGULO INIGUEZ, D.: La mitología y el arte español del Renacimiento, en Boletín de la Real Academia de la Historia», CXXX (.1952), 63‑212. Sobre la aparición de Hércules en la catedral de Sigüenza, y mas concretamente en el retablo de Santa librada, ver HERRERA CASADO, A.: Hércules en Sigüenza, en «Glosario Alcarreño”’, Tomo II: «Sigüenza y su tierra», Guadalajara, 1976, pp. 77‑80  

(4) La relación de Ficino con el arte queda plenamente revelada en la obra capital de CHASTEL,A.: Marsile Ficin et l’art, Ginebra, 1954. Toda la obra de Chastel es fundamental en este aspecto  

(5) Ver en este sentido la obra de SEBASTIÁN LÓPEZ, S: Arte y humanismo Madrid, 1978, especialmente el capitulo sobre “El espejo histórico”, pp. 254 y ss., así como en un sentido mas amplío CHASTEL & KLEIN, El humanismo, Barcelona, 1975  

(6)STEGMANN‑GEYMULLER: Die Architektur des Renaissance in der Toskana, Munich, 1908. Vol. V. Ver también la obra de NTETO ALCATDE, V., y CHECA CREMADES, F.: El Renacimiento (formación y crisis del modelo clásico), Madrid, 1980, especialmente su capitulo dedicado a «La exaltación del héroe y la gloria: el monumento ecuestre y la tumba», pp. 131 y ss. También consultar lo relativo a este tema en el siglo XV en la obra de CHECA CREMADES, F.: Pintura y escultura del Renacimiento en España, Madrid, 1983, pp. 43‑48  

(7) CHASTEL, A.: La glorification humaniste dans les monuments funeraires de la Renaissance, en “Atti Congresso Studi Umanistici», Milán, 1951  

(8) MENDEZ CASAL, A.: El Renacimiento italiano en España, en «Historia del Arte», Edit. Labor, Barcelona, 1968, tomo IX. Es interesante en el sentido de apuntar los orígenes de los enterramientos de la estirpe mendocina, AZCARATE RISTORI, J. M.: El Maestro Sebastián de Toledo y el Doncel de Sigüenza, en “Wad-al‑Hayara”, I (1974), pp. 7‑34. También el clásico estudio de TORMO y MONZO, E.: El brote del Renacimiento en los monumentos españoles y los. Mendoza del siglo XV, en    Bol. de la soc. Esp. de Exc., 25 (1917)  

(9) la teoría neoplatónica sobre la «concordatio» entre virtud clásica y cristianismo se expone fundamentalmente en las tesis de Marsilio Ficino sobre el amor, especialmente en FICINO, M.: De christian. religión, en “Opera…” , XV, y su comentario mas clarificador en CASSIRER, E.: Individuum und kosmos in der PhilosopIbie der Renaissance, Leipzig, 1927, así como en PANOFSKY, E.: Estudios sobre iconología, pp. 199 y ss.  

(10) Ver a este respecto SABBADINI,R.: Le scoperte dei codici latini e grecí ne’secoli XIV e XV, Florencia, 1915; STEFLE,R.B.: The Method of Silius Italicus, en “CIassical Philology” ,1922  

(11) OYANCE, P.: Etudes sur le songe de Scipion, Paris, 1935; ROSSI, V.: Il Quatroccento, Milán, 1949  

(12) Ver a este respecto BLUM, I.: Andrea Mantegna und die Antike, Estrasburgo, 1930; LOHNIZEN­MULDER, M. van: Raphael’s Images of Justice‑Humanity‑Friendship. A mirror of Princes for Scipione, Wassernaar, 1977. Es de anotar, incluso, la utilización que de la figura de Escipión el Africano se hace por parte de la Corte borgoñona, que en pleno siglo XV, alega tener por ascendientes de Felipe el Bueno nada menos que a Alejandro, Cesar, Escipión y Augusto, con Hércules en la cima de tan remotos ancestros. De esta «humanista» aspiración se burla sarcásticamente Erasmo de Rotterdam en su «Elogio de la Estulticia».  

(13) Ver a este respecto CHASTEL,A.: Arte y humanismo… pp. 255‑56, y CHASTEL, A.: Les capitaines antiques affrontes dans l’art florentin du  XV siecle, en “Memoires de la societe des Antiquaires de France”, París,1954  

(14) NADER,H.:The Mendoza FamiIy in the Spanish Renaissance (1350 to 1550), New Brunswick, 1979, edición española «los Mendoza y el Renacimiento español», Institución Provincial de Cultura «Marques de Santillana», Guadalajara, 1985. Ver tambien TORMO y MONZO, E.: El brote del Renacimiento en los monumentos españoles y los Mendoza del siglo XV, en Boletín de la Soc. Esp. de Exc., 25 (19171)  

(15) LÓPEZ DE MENDOZA, Iñigo: Memorial de Cosas Notables…, Guadalajara, 1564   

 (16) PECHA, H.: Historia de Guadalaxara y como la religion de Sn Geronymo en España fue fundada, y restaurada por sus ciudadanos, Institución Provincial de Cultura “Marques de Santillana”, Guadalajara, 1977   

(17) HERRERA CASADO, A.: El arte del humanismo mendocino en la Guadalajara del siglo XVI, Guadalajara, 1981. En esta obra trato sobre la decoración manierista de las techumbres de las salas bajas del palacio del Infantado en Guadalajara, donde la facilidad pictórica del florentino Rómulo Cincinato y el entusiasmo renacentista del quinto duque Iñigo López de Mendoza, se vieron dirigidas por el programa preparado por el historiador Medina de Mendoza. Ver a este respecto también HERRERA CASADO, A.: El historiador D. Francisco de Medina y Mendoza (1516‑1577) en «Wad‑al­Hayara”, VIII (1981), 445‑452. Sobre el palacio de los Mendoza en Guadalajara, consultar aún HERRERA CASADO, A.: El Palacio del Infantado en Guadalajara, Institución Provincial de Cultura «Marques de Santillana», Guadalajara, 1975  

(18) La novedad de esta teoría sobre la adscripción del Doncel de Sigüenza, D. Martín Vázquez de Arce, a la familia de los Mendoza de Guadalajara, la publique inicialmente en HERRERA CASADO, A.: Un Mendoza más: Martín Vázquez de Arce, en «Glosario Alcarreño”, tomo II, “Sigüenza y su tierra” Guadalajara, 1976, PP. 95‑98. Expuesta mas ampliamente en HERRERA CASADO, A.: El Doncel, 500 años después, separata de la Revista “Guadalajara”, Excma. Diputación Provincial, Guadalajara, 1986, ha sido posteriormente admitida y seguida Por otros autores, entre ellos MARTÍNEZ GÓMEZ‑GORDO, J. A.: El Doncel de Sigüenza (historia del heroico Comendador don Martín Vázquez de Arce), Sigüenza, 1986, especialmente pp. 34 y SS.  

(19) GARIN, E.: Imágenes y símbolos en Marsilio Ficino, Barcelona, 1981  

(20) En especial ver MARTÍNEZ GÓMEZ-GORDO, J. A.: El Doncel de Sigüenza: historia, leyendas y simbolismo, Sigüenza, 1974.; HERRERA CASADO, A.: El Doncel de Sigüenza, 500 anos después, Guadalajara, 1986  

(21) SÁNCHEZ DONCEL, G.: Don Fernando Vázquez de Arce, prior de Osma y Obispo de Canarias, en «Wad­al‑Hayara», VI (1979), 119‑126. MINGUELLA Y ARNEDO, fr. T.: Historia de la Diócesis de Sigüenza y de sus Obispos, Madrid, 1912   

(22) ORTEGA Y GASSET, J.: Tierras de Castilla: Notas de andar y ver, en «El Espectador”. Biblioteca Nueva, Madrid, 1966.   

(23) PANOFSKY, E.: Estudios sobre Iconología, Madrid, 1972, pp. 13 y ss. Del mismo autor, y sobre este tema, ver Idea (contribución a la historia de la teoría del arte), Edit. Cátedra, Madrid, 1977   

(24) ALCIATO, Emblemas, Edit. Akal, Madrid, 1985, especialmente el comentario de SEBASTIÁN LÓPEZ, S. en pág. 251  

(25) Sobre la significación simbólica de los elementos de la obra de arte, ver fundamentalmente REAU, L.: Iconographie de l’art chretien, 5 vols, París 1955‑59.  

(26) En el concepto neoplatónico de la “concordatio” surgen como polos de la cuestión los dos modelos del vir activum frente al vir contemplativus. La máxima expresión, o al menos la más conocida, de esta cuestión, la desarrolla Michealangello Buonarrotti en los enterramientos mediceos de la sacristía de San Lorenzo en Florencia. Allí aparecen las figuras del activo Giuliano, que parece esperar la entrada en una batalla, frente al pensativo Lorenzo, quien medita reposadamente. El Doncel viene a ser, incluso antes del desarrollo de la idea por el genial artista florentino, una síntesis de esas dos figuras; en definitiva, una representación ideal de la “concordatio” neoplatónica entre la acción y la contemplación. Es mas, la estatua del Doncel viene a ser expresión de un arquetipo de la época: el «guerrero que lee”, la discusión entre las armas y las letras están aquí perfectamente equilibradas. Para mi no existe duda que este es el principal valor iconológico, el mensaje mas contundente de la estatua funeraria de Martín Vázquez: la encarnación en un hombre del ideal de “concordatio” humanista. Otra muestra mas, en el arte del Quatroccento italiano, de este tema que, en cualquier caso, es abundantísimo, nos la ofrece el retrato de Federico de Montefeltro acompañado de su hijo Guidobaldo, que pinto el español Pedro Berruguete y hoy se conserva en el Palacio Ducal de Urbino: allí aparece el noble toscano vestido de los pies a la cabeza como (in militar y en el reposo sereno de su “estudiolo” dedicado a la lectura de los clásicos: en el suelo aparecen, junto al casco guerrero, montanas de libros.