Galería de Alcarreños ilustres: José María Alonso Gamo

viernes, 3 julio 1987 0 Por Herrera Casado

 

Hace tan solo unas jornadas, concretamente el pasado sábado día 23 de mayo de este mismo año, la noble villa de TORIJA honraba a uno de sus hijos más preclaros, José María ALONSO GAMO, con el homenaje de afecto de todo el vecindario, y la dedicatoria de una calle, la que le vio nacer, ahora ornada con una múltiple tesela de cerámica en la que surge su nombre en hermosas letras pintado.

Los parlamentos sabios, elocuentes y eruditos de diver­sos académicos y catedráticos, en esa hora solemne del homenaje, vinieron a dar testimonio ante los torijanos de hoy de quien era realmente el hombre al que ponían rótulo de calle. Quizás muchos otros alcarreños ignoren todavía quien sea José María Alonso Gamo, pero este inexplicable vacío de la memoria debe quedar, a partir de hoy, relleno con algunas nociones que, si breves, sean por lo menos reveladoras de su personalidad y su quehacer. A ello van encaminadas estas líneas.

Ante todo poeta, y por encima de ello, intelectual y escritor, ser humano a quien, por serlo verdaderamente, «nada humano le es ajeno». Nació Alonso Gamo en Torija, un 7 de septiembre de 1913, elegido por él este lugar, pues según explica con gracia, pasaba el veraneo su madre en la altura torijana, y esperaba dar a luz en octubre, cuando él quiso venir, antes de lo previsto, al mundo en Torija.

Estudios de bachillerato en Madrid, de Derecho en El Escorial, obteniendo su doctorado en la Universidad Central, en 1933. Luego, enseguida, la Guerra, en la que fragua (como tantos otros) su alma para siempre. Y después de ella, la vocación diplomática, la «carrera» por excelencia, y el deambular por esos mundos, representando y defendiendo a España con pluma, no ya con armas, y con el buen hacer de su corazón grande. Alonso Gamo ha recorrido buen número de capitales americanas y europeas, jubilándose no hace mucho de su último destino, el consulado de Amberes.

Pero el tránsito por los caminos de la diplomacia no le ha impedido nunca el desarrollo de su más íntima querencia. Pensar y escribir, dar en letra su agobio y su ternura. Poeta de vena lírica, moderna y tradicional a un tiempo, libros como «Tus rosas frente al espejo», «Paisajes del alma en guerra» y «Paisa­jes del alma en paz» han sabido llevar a la página chiquita y ya amarillenta de sus ediciones sencillas el pálpito magistral de su pluma, sin exageración entre las primeras de la poética hispana de este siglo. No en balde, por ella, consiguió en 1952 el Premio Nacional de Literatura, y en 1967 el «Premio Fastenrath» de la Real Academia de la Lengua por su obra Un español en el mundo: Santayana, editado un año antes.

No caben aquí, en estas líneas apresuradas y simples, la relación completa de premios y de hechuras literarias: libros de poesía, de ensayo, de biografías. Conferencias sobre temas literarios y alcarreñistas. Artículos en las más prestigiosas revistas del país. Su elegancia en todo, su pulcritud en la escritura, su perenne asechanza a la obra del clásico, que le ha llevado a ser posiblemente el más importante conocedor y estudio­so de Catulo que hoy existe en el mundo, y cuya traducción y estudio de su obra poética, todavía inédita, está pidiendo a gritos ser publicada.

De Alonso Gamo, de quien no hace muchos días me ocupaba en otra sección de este periódico comentando su reciente libro sobre el poeta alcarreño Luís Gálvez de Montalvo, solo cabe añadir, y no porque esté en el último lugar de sus virtudes, la caballerosidad y la generosa entrega de amistad que a todos ha brindado. Su biblioteca, de alejandrinos alientos, es puerto donde todos hemos alguna vez recalado; su casa y su tertulia en el paseo de la Castellana donde vive, se viste a menudo de alca­rreños horizontes para acoger a los amigos que le aplauden. Y el pálpito de humanidad y sabiduría que surge de este alcarreño insigne, y que aunque todavía vivo es ya merecedor de un busto en bronce para esta galería de los paisanos ilustres, nos envuelve cada vez que con él departimos, de él aprendemos o nos adentramos en la suave melancolía de sus versos.