El retablo del Marqués de Santillana (II)

viernes, 27 marzo 1987 0 Por Herrera Casado

 

Seguimos esta semana hablando del famoso Retablo del Marqués de Santillana que actualmente se encuentra, negado a las visitas, en una de las salas bajas del palacio del Infantado, y que creemos merece ser conocido y admirado de todos. En esta ocasión, y después que la pasada semana dimos un repaso a su autor y a los avatares de su encargo, realización y destino, ahora nos dedicaremos a recordar su estructura y contenido.

Cuando el visitante se pone ante esta maravilla del arte, queda suspendido su ánimo ante la proporción de su es­tructura y la belleza de sus imágenes. Es de unas dimen­siones relativamente grandes, las justas para coronar un pequeño templo. En su proporción se adivina una tendencia a lo cuadrado. Presenta tres niveles claramente diferenciados: en el inferior aparecen representados los Padres de la Iglesia con sus atributos; en el nivel medio, están los retratos del marqués Iñigo y de su esposa Catalina de Figue­roa, con la imagen de la Virgen María, de talla, en el centro; en la parte superior del retablo, vemos doce án­geles con cartelas y pergaminos en sus manos, en los que se ins­criben, con letra gótica, los gozos compuestos por el mar­qués en honra de la Madre de Dios. Todavía en lo mas alto, había una tabla representando a San Jorge matando al dragón, y que todavía existente en el siglo XIX, cuando fué sacado del hospital de Buitrago, luego se ha perdido y no se ha vuelto a incorporar al conjunto primitivo.

En una breve descripción de las figuras, perso­najes y detalles que el observador puede y debe admirar ante este reta­blo, debemos destacar los cuatro Padres de la Iglesia que figuran pintados en las tablas de la predela: visten todos ellos al modo clásico y son fácilmente identi­ficables por sus atributos: de izquierda a derecha vemos a San Jerónimo, revestido de hábitos cardenalicios, por ser consejero del Papa; a San Gregorio atavia­do de Sumo Pontí­fice; a San Agustín, de obispo, con una gran bolsa en la mano que sin duda contiene una maqueta de iglesia; y a San Ambrosio, también de obispo, con un libro.

En el nivel medio del retablo, allí donde se centra la atención del observador, y se nuclea el interés del comitente en producir y elaborar su mensaje, aparecen los retratos de los marqueses, arrodillados y mirando hacia el corazón del retablo, donde en talla de madera aparece la Virgen Maria, que hoy se muestra en una talla de moderna hechura aunque con el estilo propio del gótico. El Marqués de Santillana aparece en el lado noble, a la derecha de la Virgen, que es la izquierda del espec­tador. Arrodillado sobre un sitial con garras de águila, viste jubón de tono verdoso oscuro, y se toca con gorra de largas becas; de su cuello cuelga la cruz de San Antón; al cinto, porta un bolso rico, una joya que promete estar repleta de riquezas; delan­te de él, aparece un libro de Horas, cerrado. Tras del marqués, un paje con espada, también arrodillado; detrás, la puerta de la estancia, que da al campo, a través de la cual se ve un paisaje llano y raso. En la pared del recinto donde don Iñigo arrodillado se supone que ora, cuelga una cartela en pergamino con los  siguientes versos, que el propio Marqués compusiera años antes:

Por los quales gozos doze

donzella del sol vestida

e por tu gloria infinida

faz tu, señora, que goze

de los gozos e plazeres

otorgados

a los bien aventurados

bendita entre las mugeres.

La Marquesa, doña Catalina de Figueroa, aparece arro­dillada en su sitial, teniendo delante un Libro de Horas, abier­to; sus manos pasan las cuentas de un rosario; cubre su cabeza con una gran cofia de lino rizado; viste túnica roja con ribete de armiño, y todo se pone debajo de un manto de terciopelo forra­do de brocado; bajo el sitial, un perrillo dormita; detrás está una dueña arrodillada. Delante aparece un ventanal por el que se ve un paisaje arbolado; detrás, la puerta abierta por la que se aprecia un paisaje en el que destaca un castillo y una almenada muralla bajo el cielo azul.

La parte alta del retablo está ocupada por las fi­guras que en alguna ocasión han dado nombre a la obra: los Án­geles, en numero de doce, niños, que se presentan suspen­didos en un fondo oscuro, sin celajes, recubiertos de amplí­simas túnicas, quebradas en duros y angulosos pliegues; sus alas son muy agudas, como hechas con las finas plumas de las colas de un pavo real; sus rostros en ocasiones no son infantiles. El color de las túnicas alterna entre el azul y el rojizo pálido. En sus manos todos llevan pergaminos en los que, con letras góticas, figuran versos, gozos a la Virgen, escritos por el propio Marqués.

La conjunción de los colores, la viveza de las figuras, la armonía de la estructura: todo hace de este Retablo del Mar­qués de Santillana, pintado a mediados del siglo XV por el maes­tro Jorge Inglés, una auténtica joya del arte hispánico que, en cualquier caso, debemos conseguir que quede en Guadalajara, por­que muy probablemente fué pintada para esta ciudad, para ese palacio en el que actualmente se encuentra. Pero sobre todo debemos conseguir que esta pieza magnífica sea inmediatamente expuesta al público y a la consideración de todos los españoles. Ahí dentro no hace nada sino cubrirse con el polvo glorioso de las obras de arte, de las que todo el mundo habla, pero a las que, por los hechos, todo el mundo desprecia.