Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

marzo, 1987:

El retablo del Marqués de Santillana (II)

 

Seguimos esta semana hablando del famoso Retablo del Marqués de Santillana que actualmente se encuentra, negado a las visitas, en una de las salas bajas del palacio del Infantado, y que creemos merece ser conocido y admirado de todos. En esta ocasión, y después que la pasada semana dimos un repaso a su autor y a los avatares de su encargo, realización y destino, ahora nos dedicaremos a recordar su estructura y contenido.

Cuando el visitante se pone ante esta maravilla del arte, queda suspendido su ánimo ante la proporción de su es­tructura y la belleza de sus imágenes. Es de unas dimen­siones relativamente grandes, las justas para coronar un pequeño templo. En su proporción se adivina una tendencia a lo cuadrado. Presenta tres niveles claramente diferenciados: en el inferior aparecen representados los Padres de la Iglesia con sus atributos; en el nivel medio, están los retratos del marqués Iñigo y de su esposa Catalina de Figue­roa, con la imagen de la Virgen María, de talla, en el centro; en la parte superior del retablo, vemos doce án­geles con cartelas y pergaminos en sus manos, en los que se ins­criben, con letra gótica, los gozos compuestos por el mar­qués en honra de la Madre de Dios. Todavía en lo mas alto, había una tabla representando a San Jorge matando al dragón, y que todavía existente en el siglo XIX, cuando fué sacado del hospital de Buitrago, luego se ha perdido y no se ha vuelto a incorporar al conjunto primitivo.

En una breve descripción de las figuras, perso­najes y detalles que el observador puede y debe admirar ante este reta­blo, debemos destacar los cuatro Padres de la Iglesia que figuran pintados en las tablas de la predela: visten todos ellos al modo clásico y son fácilmente identi­ficables por sus atributos: de izquierda a derecha vemos a San Jerónimo, revestido de hábitos cardenalicios, por ser consejero del Papa; a San Gregorio atavia­do de Sumo Pontí­fice; a San Agustín, de obispo, con una gran bolsa en la mano que sin duda contiene una maqueta de iglesia; y a San Ambrosio, también de obispo, con un libro.

En el nivel medio del retablo, allí donde se centra la atención del observador, y se nuclea el interés del comitente en producir y elaborar su mensaje, aparecen los retratos de los marqueses, arrodillados y mirando hacia el corazón del retablo, donde en talla de madera aparece la Virgen Maria, que hoy se muestra en una talla de moderna hechura aunque con el estilo propio del gótico. El Marqués de Santillana aparece en el lado noble, a la derecha de la Virgen, que es la izquierda del espec­tador. Arrodillado sobre un sitial con garras de águila, viste jubón de tono verdoso oscuro, y se toca con gorra de largas becas; de su cuello cuelga la cruz de San Antón; al cinto, porta un bolso rico, una joya que promete estar repleta de riquezas; delan­te de él, aparece un libro de Horas, cerrado. Tras del marqués, un paje con espada, también arrodillado; detrás, la puerta de la estancia, que da al campo, a través de la cual se ve un paisaje llano y raso. En la pared del recinto donde don Iñigo arrodillado se supone que ora, cuelga una cartela en pergamino con los  siguientes versos, que el propio Marqués compusiera años antes:

Por los quales gozos doze

donzella del sol vestida

e por tu gloria infinida

faz tu, señora, que goze

de los gozos e plazeres

otorgados

a los bien aventurados

bendita entre las mugeres.

La Marquesa, doña Catalina de Figueroa, aparece arro­dillada en su sitial, teniendo delante un Libro de Horas, abier­to; sus manos pasan las cuentas de un rosario; cubre su cabeza con una gran cofia de lino rizado; viste túnica roja con ribete de armiño, y todo se pone debajo de un manto de terciopelo forra­do de brocado; bajo el sitial, un perrillo dormita; detrás está una dueña arrodillada. Delante aparece un ventanal por el que se ve un paisaje arbolado; detrás, la puerta abierta por la que se aprecia un paisaje en el que destaca un castillo y una almenada muralla bajo el cielo azul.

La parte alta del retablo está ocupada por las fi­guras que en alguna ocasión han dado nombre a la obra: los Án­geles, en numero de doce, niños, que se presentan suspen­didos en un fondo oscuro, sin celajes, recubiertos de amplí­simas túnicas, quebradas en duros y angulosos pliegues; sus alas son muy agudas, como hechas con las finas plumas de las colas de un pavo real; sus rostros en ocasiones no son infantiles. El color de las túnicas alterna entre el azul y el rojizo pálido. En sus manos todos llevan pergaminos en los que, con letras góticas, figuran versos, gozos a la Virgen, escritos por el propio Marqués.

La conjunción de los colores, la viveza de las figuras, la armonía de la estructura: todo hace de este Retablo del Mar­qués de Santillana, pintado a mediados del siglo XV por el maes­tro Jorge Inglés, una auténtica joya del arte hispánico que, en cualquier caso, debemos conseguir que quede en Guadalajara, por­que muy probablemente fué pintada para esta ciudad, para ese palacio en el que actualmente se encuentra. Pero sobre todo debemos conseguir que esta pieza magnífica sea inmediatamente expuesta al público y a la consideración de todos los españoles. Ahí dentro no hace nada sino cubrirse con el polvo glorioso de las obras de arte, de las que todo el mundo habla, pero a las que, por los hechos, todo el mundo desprecia.

El retablo del Marués de Santillana (I)

 

Anda ahora de actualidad el Retablo del Marqués de Santillana, obra de arte de categoría primerísima en el patrimo­nio artístico español, y del que por unos y otros se ha hablado, en estos días, exponiendo claramen­te dos premisas que ya con anterioridad, y en un trabajo que por sus características tuvo escasa difusión, previamente planteé (*): una, la de que es verdaderamente penoso que una pieza artística de tal considera­ción esté encerrada en una sala sin opción de ser admirada por quien desee hacerlo. Y otra, que la ciudad de Guadalajara, el Ministerio de Cultura, el Museo de Bellas Artes de nuestra ciu­dad, y quien quiera que tenga responsa­bilidad en el tema, debería apoyar por todos los medios la permanencia en Guadalajara de este retablo, y su admiración pública.

Quieren estas líneas ser mero repaso al significado de la pieza, a la descripción de su belleza y al recuerdo de su autor, de su comitente y su destino. Y en este sentido, debemos empezar haciendo referencia al motivo de creación y de su ser‑en‑ el‑mundo.

Sabemos que fué un encargo personal del marqués de Santillana a un pintor que ejercía como artista de cámara en la corte mendocina. En un momento del final de su vida, después de haber pasado por experiencias de todo tipo en la política corte­sana, en la guerra contra los árabes, en la lectura de los clási­cos romanos, y hasta en los amores diversos a las campesinas y a las aristócratas, don Iñigo decide encargar un retablo a honor y gloria de la Virgen María, a la que ha dedicado unos Gozos en los que ha puesto su mejor ingenio y su alta galanura poética. Y quiere que en dicho retablo aparezca su figura, la de su esposa, y su capacidad creativa como versificador. El retablo lo pondrá en algún lugar de sus preferencias más íntimas.

No sabemos exactamente para donde lo encargó. El retablo se ha conocido siempre como el del Hospital de Buitrago, porque allí estuvo durante muchos siglos, desde que en su testa­mento, redactado en 1454, pide que se ponga en el altar mayor del Hospital del Salvador, de su querida villa de Buitrago, un reta­blo,…e sea puesto allí el retablo de los Angeles, que mandé fazer al maestro Jorge Inglés, pintor, con la imagen de Nuestra Señora, de bulto, que mandé traer de la feria de Medina. Pero debemos plan­tearnos realmente la posibilidad de que el encargo de esta obra de arte no fuera hecha, en principio, para aquel lugar. Es muy posible, y lo apuntamos como una hipótesis de in­terés, que este retablo fuera encargado para su oratorio privado del palacio de Guadalajara donde vivía el marqués. En el momento de su prepa­ración a la muerte, prefiere que sea un lugar publico el que ostente su retrato y sirva mejor a los intereses por los que fué programado. ¿Una iglesia, un convento, o incluso la capilla priva­da de su palacio de Guadalajara?  

  Los avatares posteriores de este retablo son conoci­dos, y un tanto tristes. Durante cinco siglos presidió el altar mayor de la iglesia del hospitalillo de Buitrago. A finales del siglo XIX, cuando la almoneda de los bienes de los Mendoza, fue desmontado y almacenado, troceado y como material de desecho, en los sótanos de las casas mendocinas de Madrid, de donde salió, nuevamente restaurado y cuidado con mimo, aunque ya mutilado en parte, hacia la capilla del castillo de Viñuelas que los duques del Infantado poseen en los alrededores de la capital de España. Finalmente, en 1983, este retablo ha llegado a Guadalajara, y montado en una de las salas bajas del palacio del Infantado, destinado a ser admirado como la mejor pieza del Museo Provincial de Bellas Artes, pero que por motivos que siguen sin estar bien aclarados, el retablo continua en sala cerrada y alejado de la posibi­lidad de su contemplación publica. La obra es propiedad privada del duque del Infantado.

El autor del retablo del marqués de Santillana fue el pintor Jorge Inglés. Escasamente conocido en su aspecto biográfi­co, no puede dudarse de su calificación como uno de los artistas mas destacados de la Castilla de mitad del siglo XV. Adoptaría el nombre de maestro Jorge Inglés por ser de esta nacionalidad, o quizás hijo de algún inglés. De todos modos, su formación artís­tica poco tiene que ver con lo que hacen los primitivos ingleses de la época. Quizás era realmente castellano, y utilizaba ese apodo, o flamenco, traído o contratado por el marqués, y fue nombrado de esa manera por su acento extraño. El hecho cierto es que denota una influencia muy clara de la pintura flamenca, especial­mente de van Eyck. Su arte, forzosamente, lo tuvo que apren­der fuera de Castilla.

Para Elías Tormo, Jorge Inglés se habría formado en España, en una firme tradición de miniaturistas. De hecho, muchos de los libros que formaban en la biblioteca de don Iñigo López de Mendoza, están decorados con bellísimas miniaturas que proceden sin duda de la mano e inspiración de maestro Jorge. Sánchez Cantón  hizo un detallado estudio, desde el punto de vista artís­tico, de la colección biblio­gráfica del marqués de Santillana, y parece fuera de duda que el Inglés decoró los manuscritos del Tratado de Caballe­ría de Bruni d’Arezzo; de la Grande e General Historia y Crónica General de Alfonso el Sabio, así como los de un volumen en que se contienen versiones de El Fedon, la Vita Beata, la Oración ante Honorio III y las Declamationes de Lucre­cio, todo ello hoy conservado en la Biblioteca Nacional de Ma­drid, con múltiples muestras de escudos, angelotes tenantes, orlas y decoraciones miniadas. Además se le atri­buyen las tablas del Retablo de la Virgen de la iglesia parroquial de Villasandino en Burgos, y un San Jerónimo sobre tabla en el Museo Provincial de Bellas Artes de Valla­dolid, todo ello posterior a 1450. La obra de Jorge Inglés ha sido estudiada, con la brevedad que impone su escasa producción, por tratadistas como Sánchez Cantón, Bertaux, Tormo, Valeriano Bozal, Azcárate, Gudiol, etc.           

En cuanto al momento de realización de esta obra, es fácil aventurar fechas, pues el marqués, que en él se ofrece en auténtico retrato vivo y palpitante, muestra tener aproximadamen­te unos 50 años de edad, ya en la madurez más avanzada de su vida. Es lógico que fuera retrato autén­tico, pues lo encargo en vida, y en ella se concluyó. Sería, por tanto, hacia 1448 que podríamos fechar la obra. Seis años después mandaba pasarla a Buitrago, cosa que no ocurri­ría realmente hasta después de 1458, año de su muerte.

En la próxima semana seguiremos haciendo el repaso del significado y la simbología de este interesante Retablo del Marqués de Santillana, hoy puesto de actualidad gracias a la polémica sobre su posible salida de la ciudad.

‑‑‑‑‑‑‑‑‑‑‑‑‑‑‑‑‑‑‑

(*) HERRERA CASADO, A.: El Retablo del Marqués de Santillana (una joya olvidada), Guadalajara, 1986, 12 págs., edición electrónica no venal, para bibliófilos.

Galería de Notables: Algunos científicos

 

Tras de algunas semanas en las que me ha sido de todo punto imposible acudir a la cita con mis lectores de NUEVA ALCARRIA, debido a la presión implacable del trabajo profesional, y atendiendo algunas peticiones que se me han hecho a favor de escribir acerca de los personajes importan­tes que por una u otra razón descollaron en Guadalajara en tiempos pasados, vuelvo ahora a recordar unas cuantas figuras que en el plano de la ciencia tuvieron entre nosotros su nacimiento, y en remotos lugares la aureola de su fama y el refugio de saber.

Quizás con ellos pueda un día hacerse esa galería de notables que tan abultada, y solo con los alcarreños, llegaría a presentarse. Hoy recordamos a tres científicos que por una u otra razón sobresalieron en los aconteceres de su tiempo, y en periódicos, en memorias o en las hablas de las gentes dejaron correr su nombre y su quehacer. Un físico, un farmacéutico y un médico, los tres alcarreños.

Diego Rostriaga Cervigón

Nació en el pueblecito de Castilforte, en 1723. De allí partió, muy niño aún, para la Corte, donde entró a trabajar con el acreditado Fernando Nipet, relojero del Rey. La inteligencia, el dinamismo y listeza del joven Rostriaga hizo que pronto alcanzara saberes altos y depuradas técnicas en el tema de armar relojes y máquinas de precisión, lanzándose a una particular investigación en el campo, entonces naciente, de la mecánica instrumental, logrando que su ingenio y dedicación le abrieran las más difíciles puertas de la consideración madrileña.

Algunos grandes relojes de la Corte, con el del Palacio de los Reyes, el de las lomas del Moro, o el del palacio del Buen Retiro, mas el del Ministerio de la Hacienda Pública, y otros muchos, fueron salidos de su mano y su dedicación. El preparó, además, toda la colección de instrumentos necesarios para la enseñanza en el Colegio de Artillería instalado en el Alcázar de Segovia. En 1764 fué nombrado Ingeniero de instrumentos de Física y de Matemáticas, y aun poco después director técnico del departamento de Física del Real Seminario de Nobles de Madrid.

Sus artes y conocimientos le llevaron en 1770 a colaborar con Jorge Juan en la construcción de las bombas de vapor para el dique de Cartagena, realizando otros ingenios hidráulicos en Murcia, así como diversas máquinas y elementos extractores en las minas de Almadén.

De unas y otras empresas alcanzó Rostriaga, durante el ilustrado reinado de Carlos III, fama y reputación de entendió y sabio, hasta el punto de ser nombrado preceptor en los temas físicos del Príncipe de Asturias. En los Reales Estudios de San Isidro quedaron muchas de sus obras, en su mayoría ensayos y pruebas de aparatos: máquinas neumáticas, pirómetros, barómetros, pantómetros, microscopios de precisión, brújulas perfectas, hermosas esferas armilares, escopetas de viento, y un sinfín de elementos mecánicos de precisión, que le pusieron en la primera fila de los ingenios españoles de su época.

Murió Rostriaga en Madrid, en 1783, y si este recuerdo puede parecer breve, al menos dos siglos después surge su nombre como el de un alcarreño que puso muy alto el pabellón de su verde tierra en la Corte difícil y sabia de la borbónica ilustración carolina.

Fernando Sepulveda y Lucio

De Brihuega era éste, donde nació en 1825. Allí estudió sus primeras letras, y la enseñanza media en Guadalajara. Se doctoró en Farmacia, en Madrid, en 1849. Y ejerció otra vez su carrera a través de los lugares más representativos de su tierra: en la ciudad de Guadalajara fué además profesor de química y física en la Academia de Ingenieros militares. Pasó algunos años en Humanes, y finalmente volvió a Brihuega, donde ejerció de alcalde, y donde murió en 1883.

Su inquieto afán le llevó de continuo al estudio y a la investigación de la realidad alcarreña en múltiples aspectos, tanto en el de la historia, la arqueología y la numismática, en todos los cuales fué un reconocido adelantado, como en el de la botánica fundamentalmente. Sepúlveda descubrió una necrópolis celtibérica en Valderrebollo y en ratos libres se dedicó a estudiar a fondo los archivos municipales de Brihuega y otros pueblos de la comarca.

Su afán primera fué, sin embargo, para la flora alcarreña. Largos años de su vida los pasó estudiando, clasificando, cultivando y protegiendo las plantas de nuestra tierra. Densos herbarios y escritos meticulosos premiados en varias ocasiones fueron fruto de sus trabajos, realizados siempre en compañía de su hermano José. En la Exposición Agrícola de Madrid (1857) presentó una abundante colección de productos químicos derivados de plantas alcarreñas, obteniendo con ella un importante premio.

La Asociación de Ganaderos del Reino, heredera de la antigua Mesta, le premió además por haber obtenido la sustancia precisa para la curación el «sanguiñuelo» o «mal el bazo» el ganado lanar, que en aquellos años causaba estragos en la cabaña nacional.

Prosiguió formando herbarios y aumentando sus relaciones botánicas. En la Exposición Provincial e 1876 obtuvo medalla de plata su trabajo sobre la flora de Guadalajara, y tres distinciones de bronce por otras tantas colecciones de tintas químicas, fósiles y objetos históricos. Es en la Exposición Farmacéutica Nacional de 1882, cuando Sepúlveda obtuvo la Gran Medalla de Honor y la Medalla de Oro de la Sociedad Económica Matritense por su obra, ya definitiva, Flora de la Provincia de Guadalajara, acompañada de una exposición de 750 especies vivas, que causó gran admiración.

Benito Hernado Espinosa

Este es el médico de nuestra relación. Nacido en Cañizar, en 1846, y muerto justamente 70 años después, en 1916, en Guadalajara, cursó sus estudios galénicos en la Facultad de Madrid, ganando por oposición, en 1872, la cátedra de Terapéutica en la Universidad de Granada, pasando después a regir la misma asignatura en la Universidad Central. Toda su vida dedicó a la enseñanza y la investigación, escribiendo numerosas e interesantes obras, entre las que podemos destacar La lepra en Granada, Ataxia locomotriz mecánica, y Metodología de las Ciencias Médicas, así como gran número de artículos en la prensa médica.

Hernando fue nombrado Académico de la Real de Medicina en 1895. Se dedicó asimismo a los estudios de historia y arte, escribiendo algunas obras a este respecto, como una amplia biografía del famoso músico alcarreño Félix Flores. El fué quien encontró en una perdida biblioteca de Toledo, en 1897, el importante libro de las «Constituciones del Arzobispado de Toledo» escrito por Cisneros. Su bondad de carácter y su sabiduría le ganaron a lo largo de la vida el respeto de cuantos le conocieron y la admiración de sus paisanos, perpetuado en la clásica medida de dar su nombre a una céntrica calle de Guadalajara, la que por entonces (y hoy todavía, en el decir popular) se llamaba «calle del Museo».

Estos tres personajes pueden, por derecho propio, formar con sus nombres y biografías que ahora hemos visto en rápido resumen, un inicio de «galería de retratos» de alcarreños ilustres, en este caso por los derroteros de la ciencia.

Galería de Notables: José Ortiz de Echagüe

 

Al haberse cumplido, en meses pasados, el centenario del nacimiento en nuestra ciudad de una de las máximas figuras del universal arte de la fotografía, la Agrupación Fotográfica de Guadalajara y la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana» han querido rendir un homenaje de recuerdo y cariño hacia este personaje que resalta las nóminas de artistas de nuestra tierra, siempre pletóricas, pero con él completas. Porque José Ortiz de Echagüe, alcarreño de origen vasco‑andaluz (por la procedencia de sus padres), fue pionero en muchas cosas, como ahora veremos, pero fue sobre todo un gran artista de la fotografía, el arte del siglo XX como se le ha calificado por algunos tratadistas.

El 21 de agosto de 1886 vino al mundo en Guadalajara José Ortiz de Echagüe, y ello fue porque su padre, granadino, ocupaba a la sazón un empleo en el Academia Militar de Ingenieros, como profesor de la misma, en nuestra ciudad. Desde pequeño estuvo viviendo en la Rioja, donde se educó y donde, gracias a la acomodada posición de la familia, pudo desde joven manejar las últimas novedades en aparatos fotográficos que iban saliendo al mercado.

Gracias a esa circunstancia, y a su despierto natural, pronto destacó como gran fotógrafo, siendo de entonces, de 1903, cuando contaba 17 años, cuando hizo su famosa foto «Sermón en la Aldea» una de sus más conocidas obras de arte. También es de resaltar que, vuelto a Guadalajara para estudiar la carrera militar en la Academia de Ingenieros de la ciudad del Henares, en 1907 visitó el establecimiento el Rey Alfonso XIII, encargándose el joven José Ortiz de hacer el reportaje fotográfico e incluso algunas fotos y retratos del monarca.

La vida profesional de nuestro personaje anduvo algo alejada de sus aficiones gráficas. Terminó su carrera militar y se aparejó para ser uno de los pioneros de la aviación española. En Guadalajara también hizo sus primeras armas en el aire: obtuvo el título de piloto de globo libre en el «Cuartel de Globos» de los Manantiales, y en 1911 obtuvo el que fue primer carnet de vuelo en España, dedicándose no solo a la aviación sino a la dirección de empresas de tipo mecánico. Así, en 1923 fundó la Sociedad Industrial CASA (Construcciones Aeronáuticas, S.A.) que inició en España la construcción de aviones en Sevilla y en Madrid. En 1950, fue requerido por el recién creado I.N.I. para dirigir la nueva Sociedad Española de Automóviles de Turismo «SEAT», que conoció su seguro timón en los años de despegue y desarrollo más espectaculares. En 1967 se jubiló de todos sus puestos, ya con 80 años a las espaldas.

Su afición por la fotografía llenó toda la vida de Ortiz de Echagüe. Con sus cámaras al hombro recorrió España entera fotografiando cuanto de interés encontraba a su paso. Tuvo la visión no solo de la oportunidad, sino de la belleza, y fue capaz de plasmar en hermosas imágenes muchos tipos, muchos paisajes y muchos fenómenos que al resto de la gente escapaban. Así, reunió grandes series de imágenes que luego fue editando en libros que obtuvieron granes éxitos y enormes tiradas. Desde 1933 se convirtió en editor propio, sacando entonces a la luz la primera edición de su ESPAÑA, TIPOS Y TRAJES en que retrataba, incluso en color,  gentes de todos los rincones de la tierra hispana. Llegaron a editarse, a lo largo de los años y en múltiples ediciones, 70.000 ejemplares de esta obra, y aun hoy es rara y cara de encontrar. De su posterior obra, ESPAÑA, PUEBLOS Y PAISAJES, llegaron a editarse 90.000 ejemplares, y algo similar ocurrió con el resto de sus obras, como la ESPAÑA MISTICA y los CASTILLOS Y ALCAZARES, cuyos elementos gráficos, revestidos de la belleza que Ortiz de Echagüe sabía dar a sus producciones, aun hoy causan la maravilla admirada de cuantos gustan del arte fotográfico.

En la Exposición que, de forma antológica, ha organizado la Institución «Marqués de Santillana» en recuerdo de este personaje, ahora evocado a los 100 años de su nacimiento en Guadalajara, ha sorprendido una vez más la fuerza y la limpieza de sus imágenes, que arrancaron aplausos y emocionadas frases de admiración a los más destacados críticos mundiales de la fotografía.

Nuestra galería de notables se enriquece hoy con el recuerdo de este hombre, para quien el Ayuntamiento debería poner, en alguna calle o plaza de nueva creación, su nombre y su título preferido: José Ortiz de Echagüe, fotógrafo. En cualquier caso, el recuerdo y el aliento de estas figuras ya eternizadas por la razón de su propio esfuerzo y su valía constante, tenemos y tendremos por siempre entre nosotros.