La picota de Horche

viernes, 12 diciembre 1986 0 Por Herrera Casado

 

Uno de los símbolos mas propios de los pueblos de la Alcarria son las picotas que en muchos de ellos permanecen después de los avatares de los siglos, y que en definitiva vienen a representar su titulación de Villas con autonomía y justicia propia en tiempos pasados. Ese símbolo de villazgo se puso siempre, en ritos multitudinarios y festivos, en medio de la alegría del pueblo, que veía como desaparecía la sujeción a la justicia de otro pueblo cercano.

La historia de las picotas de los pueblos de la Alcarria ha sido muy variada, pero en general ha seguido en todos ellos un derrotero similar: levantas en los finales del siglo XV o primera parte del XVI, siempre en medio de festejos y alegrías populares, se identifico luego con la muerte y la tortura, y muchas de ellas fueron derribadas por los propios pueblos, en el siglo XIX, cuando la incultura de las gentes se dejo arrastrar por cuatro parlanchines. Algunas de ellas permanecieron de pie hasta nuestros días. Otras han ido cayendo, ya en nuestro siglo, a golpes de ignorancia e incomprensión, de falta de afecto por el patrimonio histórico propio.

Entre las picotas más hermosas con que cuenta la Alcarria, debemos recordar las de Fuentenovilla, la de Moratilla de los Meleros, la de El Pozo de Guadalajara… hay muchas todavía que evocan el tiempo pasado. Otras fueron derribadas y aun se plantean, de vez en cuando, en ponerse algún día a levantarla (tal es el caso de Palazuelos, que muestra en el centro de la plaza los trozos sueltos de su picota). Otras picotas, en fin, han visto renacer su silueta de antiguas cenizas, así ha ocurrido con la del serrano pueblecito de Sienes, que por el entusiasmo de sus habitantes y la ayuda económica aportada por Diputación Provincial, ha conseguido ver de nuevo levantada su antigua picota.

Hoy vamos a recordar una que fue muy hermosa y sin embargo ya no queda de ella si no es el recuerdo. Se trata de la picota de Horche. Se decidió su construcción en 1538, cuando obtuvo el titulo de Villa eximida de la jurisdicción de Guadalajara, y se proclamo «Señora de si misma». El vecino del pueblo Miguel de la hoz fue el encargado de construirla, de plantarla sobre cuatro gradas angulares, en medio de la plaza, toda ella hecha de yeso y piedra suelta.

Pero aquella primitiva picota no debía ser muy firme ni del gusto de los horchanos. El caso es que poco después, en 1548, se hizo una nueva picota, esta vez a cargo del famoso maestro de cantería Pedro de Medina, constructor de iglesias, puentes y monumentos por la alcarria. Cobro por ello 50.750 maravedís, y estaba toda «labrada de piedra paxarilla» como dicen las viejas crónicas. También se puso en el centro de la plaza, junto al inmenso olmo «que llenaba con su pompa la mayor parte de la Plaza». En aquel lugar se juntaban los diversos símbolos de un pueblo: el espacio abierto de la Plaza Mayor; el edificio comunal del Ayuntamiento o Concejo; el gran árbol matriz, el copudo olmo; y la enhiesta piedra símbolo de la independencia villariega, la picota.

Duro poco, sin embargo. Un desgraciado accidente hizo que la picota de Horche pasara al recuerdo en el mismo siglo en que se construyo. Dice el padre Juan Talamanco, antiguo historiador del pueblo, que en el ano 1590 ocurrió el grave percance que hizo desaparecer la picota de la plaza. Justamente el día del Corpus, en el que existía la costumbre de celebrar en la plaza mayor unas representaciones teatrales de Autos sacramentales y piezas populares, se ataron unas cuerdas a la picota para sostener un gran toldo que cubriera la escena. Se levanto a última hora una violenta ventolera, de tal modo que el toldo hizo de vela, y la maroma de arrastre: la picota dio con sus huesos, con sus talladas y hermosas piedras, por el suelo.

Después se usaron sus piezas cilíndricas como «peanas de las cruces de la Vía Sacra». Un vía crucis que el pueblo tenia construido en dirección a la ermita de la Soledad, fue el destinatario ultimo de las fragmentarias piedras de la picota. Y con los siglos, hasta esos restos desaparecieron. Una verdadera lastima. Aquel gallardo emblema, «el signo que planteo Horche de Villa eximida», como dice su historiador Juan de Talamanco, vino a quedar disuelto, como un azucarillo en medio de un enorme vaso de vacío. Y solo su memoria, diluida en el recuerdo de un viejo libro, ha llegado hasta nosotros. En cualquier caso, un valioso dato a tener en cuenta en ese discurrir lento y denso que es la historia de Horche.