Un viaje a Ruguilla

viernes, 8 agosto 1986 0 Por Herrera Casado

En estas calurosas jornadas del verano es casi obligado el viaje a nuestros pueblos, a los entornos frescos que forman los arroyos y umbrías por los parajes recónditos de la Alcarria. Uno de los pueblos que se rodean de más hermoso paisaje en nues­tra tierra es, sin duda, el de Ruguilla. Hasta allí llegamos esta semana, con este bagaje de noticias que pueden ser de utilidad para el lector.

Asienta este típico pueblo alcarreño en la falda de un cerro coronado por peñasco de piedra tobiza (sobre el que asienta la ermita de Santa Bárbara). Sus calles son cuestudas e irregu­lares. Por noroeste, levante y sur, el pueblo se rodea de rocosas eminencias denominadas las covachas, las cuevas y la muela en las que aparecen numerosas cavernas o perforaciones, muchas de ellas artificiales. Entre unas y otras alturas, bajan por estrechos y profundos barranquillos las aguas de pequeños arroyos que, reuni­dos y encaminados hacia Sotoca, darán finalmente en el río Tajo por su margen derecha.

Aparte la curiosa e inolvidable disposición del caserío de Ruguilla, su termino abunda en deliciosos paisajes cubiertos de espesas bosquedas y roquedales: así el valle de trasmuela, o la callejuela cercana al pueblo; o el peñascoso barranco de las Carcamas, entre cuyas rocas de variada silueta crecen mas de mil quinientas variedades de plantas silvestres que dan oportunidad a las abejas de formar la miel mas exquisita de toda la Alcarria. Lugares amenos para la excursión o periodos de descanso.

El nombre del pueblo deriva de las varias rocas de sus contornos, y quizás más concretamente de la roca o roquilla en que asienta. En sus cercanías se descubrieron muy concretas muestras de culturas prehistóricas: así, en el cerro de las Covachas hay restos de calles y un dolmen; sobre el cerro de la Muela se encuentra cerámica que atestigua la existencia de anti­guo poblado, quizás celtibérico; en la falda del cerro de las Covachas, restos de necrópolis de la misma época tardo‑romana o hispano‑romana. Tras la reconquista a los árabes de la zona, realizada a finales del siglo XI, quedo este lugar incluido en el Común de Villa y Tierra de Atienza, que hasta la margen derecha del Tajo extendió sus limites.

Se rigió por el Fuero de dicha villa realenga. En su término gozaron de grandes y productivas propiedades los monjes del cercano monasterio cisterciense de Ovila, situado en la margen derecha del río. En 1479 aparece incorporada al señorío de los condes de Cifuentes, la familia Silva, y a la jurisdicción ordinaria de dicha villa. Aun dentro del señorío de Silva y Mendoza, en el que llego hasta el siglo XIX, hacia 1750 consiguió el privilegio de villazgo y ser villa eximida de la jurisdicción cifontina. Padeció grave destrucción en la Guerra de Sucesión, por ser su señor partidario del archiduque Carlos; y lo mismo ocurrió en la guerra de la Independencia, asolada por los fran­ceses. Hoy se mantiene con un ritmo de vida y economía un tanto precarios, aunque muchos de sus naturales, emigrados a las gran­des ciudades, regresan al pueblo en los periodos de vacación y descanso, dándole una animación inusitada en estas fechas esti­vales.

El viajero deberá admirar en Ruguilla la iglesia parro­quial dedicada a Santa Catalina. Es una bonita e interesante obra arquitectónica del siglo XVI, con una sola nave e inmenso cruce­ro, que remata en cúpula y linterna. La nave se cubre de bóveda de medio canon. Tras la desamortización, fueron traídos a este templo muchos altares, cuadros, estatuas y joyas del culto del monasterio cisterciense de Ovila, pero en la Guerra Civil de 1936‑39 las milicias republicanas destruyeron todo lo que contenía el templo. Solo queda en el de antiguo la pila bautismal de aire románico, con bonitas tallas geométricas en su taza.

En la parte mas baja del pueblo, a su salida, esta la ermita de la Soledad, con puerta de entrada de doble arco. Sobre la rojiza roca que culmina el pueblo, destaca la sencilla ermita de Santa Bárbara, con un atrio delantero, hoy absolutamente vacía.

Muy numerosas son las fiestas y costumbres que añaden interés a Ruguilla. Se celebra la fiesta de Santa Catalina, patrona del pueblo, el 28 de noviembre; antiguamente se celebra­ban en esta ocasión corridas de toros, y al finalizar el espectáculo, con el astado muerto, se guisaba en la plaza, y todos los asistentes a la fiesta comían de el. Mucho se celebraban los ritos de iniciación de los mayos, con rondas y canciones alusivas de los jóvenes hacia las mozas. El día de la Cruz, el 3 de mayo, se subía a la ermita de Santa Bárbara, y desde allí se bendecían los campos.

En la festividad de Santa Águeda tenían su día señalado los mozos, que en esa jornada ejercían la autoridad municipal, y corrían por las calles un viejo macho cabrio al que se azuzaba para asustar a las mozas, comiéndoselo luego entre todos a la puerta de cualquiera de las muchas bodegas de las inmediaciones; ese mismo día se formaba una especie de tribunal por los jóvenes que dirimía las cuestiones suscitadas entre ellos durante el año.

También era muy celebrada la festividad del Corpus Christie, en la que se sacaba el Sacramento por las calles con altares en las encrucijadas y muchedumbres de florecillas monta­races cubriendo el suelo, o arrojadas desde ventanas y balcones; la flor del cantueso, utilizada para tapizar el suelo de la iglesia, era por eso llamada «la flor del Señor». Muy típica era también la fiesta celebrada la noche y víspera del 14 de noviem­bre, festividad del Cristo: esa noche se reunía todo el vecinda­rio en la plaza y se encendía una gran hoguera: se disparaban cohetes, se departía amigablemente, y el Concejo repartía caña­mones y vino en taza para todos.

Entre los ilustres personajes nacidos en Ruguilla, son a destacar don Manuel Serrano Sanz (1866‑1932), archivero de la Biblioteca Nacional, catedrático de Historia en la Universidad de Zaragoza, y cronista provincial de Guadalajara, gran experto en bibliografía, arte medieval y en Historia de América, dejo escri­tos inmensos acopios de libros y artículos sobre estos temas, así como varios otros en torno a la provincia de Guadalajara. Juan Francisco Yela Utrilla, profesor de latín en varios Institutos de España, dejo escritos numerosos libros y artículos, entre los que destacan sus grandes obras, Gramática latina y España en la Independencia de los Estados Unidos de América.