El teatro en el siglo XVI en Guadalajara
La festividad del Corpus Christi o jornada dedicada al Santísimo Sacramento ha tenido, desde hace muchos siglos, una entidad muy caracterizada en Guadalajara. Además del significado puramente religioso, que es lo que hoy prima, en ocasiones anteriores fue lo que con toda justicia podría denominarse una auténtica «fiesta popular». Todo el mundo se echaba a la calle, en una jornada que generalmente ya era de buena temperatura, y además de asistir a los oficios litúrgicos y contemplar el paso de la procesión, se divertían con las representaciones teatrales que el Ayuntamiento ofrecía, así como con los desfiles de pantomimas, cabezudos, máscaras y tarascas. Por la tarde había corrida de toros, y alguna justa caballeresca como residuo medieval. La fiesta del Corpus Christie en Guadalajara podemos decir que alcanzó toda su plenitud en el siglo XVI, época de la que tenemos bastantes datos relativos a su celebración, y de la que hoy aportamos un documento curioso, precisamente el de la celebración de esta fiesta en 1586, esto es, hace exactamente cuatro siglos.
Se ofrecían corridas de toros en este día, en la plaza que se formaba delante del palacio de los duques del Infantado. Se daban entre cuatro y ocho toros, y el espectáculo duraba largas horas. A los astados se les alanceaba a caballo y a pie, o se les echaba en otras ocasiones más singulares a luchar contra osos o leones, y finalmente se les mataba.
En la procesión del Santísimo Sacramento, solemnísima y multitudinaria, que era presidida por el corregidor y acompañado de los cargos municipales y representaciones de los gremios y la aristocracia de la ciudad, dio siempre carácter ‑al menos desde el siglo XV en que tenemos noticia de que ya salían‑ los Apóstoles. Se formaba esta Cofradía por diversos individuos que para la ocasión se vestían con los trajes de época de los discípulos de Cristo, poniendo sobre sus caras unas máscaras que así acentuaban el carácter sagrado de su representación, siendo precedidos en el cortejo por niños que portaban carteles con sus respectivos nombres. Estos apóstoles heredaban de sus padres o antecesores directos el derecho a salir de tal modo en la procesión del Corpus, y es verdaderamente reconfortante el hecho de que hasta hoy mismo se haya mantenido esta antiquísima costumbre.
En cuanto a lo que de fiesta realmente popular encerraba la jornada, fue siempre llamativa, ruidosa y múltiple. Es indudable que, por lo menos a lo largo de los siglos XVI y XVII, el Corpus Christie fue la fiesta más importante y esperada de la ciudad. Una costumbre muy bonita era que por la mañana del luminoso día, salían ricamente vestidos y montados en sus caballos, el Corregidor y los comisarios de fiestas del Ayuntamiento, recorriendo las calles por donde habría de pasar la procesión. Reglamentada por unas normas muy estrictas y tradicionales, en ella se representaban todos los elementos significativos de la vida de la ciudad. Acudían cofradías y representaciones a la iglesia de Santa María de la Fuente, la Mayor donde se ponía el Santísimo sobre unas ricas andas, y así salía a la calle acompañado de autoridades y gremios. Cada grupo hacía algo concreto y preestablecido de tiempo inmemorial: los escribanos llevaban hachas de cera encendidas; los procuradores una imagen de la Virgen, etc. Todos los estamentos ciudadanos competían ‑en esta sociedad más litúrgica que teocéntrica‑ en aparecer con mayor pompa y llamatividad sobre los demás.
Las fiestas consistían en danzas representaciones teatrales, y desfiles de gigantes, cabezudos y tarascas. Estas cosas las pagaba el Ayuntamiento, por contrato previo con particulares o compañías de cómicos y profesionales. En cuanto al sentido de las representaciones teatrales, y según hemos podido colegir de los títulos que en documentos se dan a las mismas, todos ellos estaban relacionados con historias bíblicas o del «Flos Sanctorum», que quizás muy en su origen habían sido «autos sacramentales» en los que la dualidad Bien‑Mal luchaba y se manifestaba ante los fieles. Las danzas estaban normalmente protagonizadas por demonios, soldados, gitanos y moriscos, pero en todo caso para esta época, la ciudadanía había olvidado el sentido primitivo (quizás heredado de épocas prehistóricas, ibéricas) y el Corpus quedaba como una fiesta pura, colorista y abigarrada, popular y espontánea en modo tal que ya para hoy la quisiéramos.
Solían salir músicos, timbales y trompetas contratados por el Ayuntamiento. También los referidos gigantes y cabezudos y una enorme representación de San Cristóbal con el Niño en brazos. Y vayamos ahora con la noticia y comentario de lo que, exactamente hace ahora cuatro siglos, se preparó como fiesta popular en Guadalajara por parte de su Ayuntamiento. Ha quedado memoria de ello en las Actas Concejiles de los días 31 de enero y 16 de mayo de 1586, en que, muy previsoramente, se habían puesto ya a tratar sobre la fiesta de verano.
Eran comisarios concejiles para la celebración Juan de Zúñiga, Antonio de Obeso y Cristóbal Osorio. Ellos deberían mantener conversaciones con unos y otros, contratar y perfilar lo que sería la fiesta. En enero se habló con un famoso comediante del siglo XVI, Osorio, quien quedó en representar el Día del Corpus dos autos sacramentales por precio de 140 ducados, y si la ciudad quedaba contenta, aún se le habrían de dar otros 20 ducados más, añadiendo 800 reales de señal a la firma del contrato. Pareció muy bien el Ayuntamiento, pues Osorio era hombre muy popular en la Castilla y los madriles de la época. Pero finalmente se deshizo lo hablado. Se ve que a Osorio, quizás en Toledo, en Granada o en el mismo Madrid le pagaron mejor, y dejó a los de Guadalajara con un palmo de narices.
Enseguida empezaron las búsquedas, y se halló a un tal Andrés de Angulo, autor de comedias, dispuesto a «que él y su gente vendrían a representar el día del Corpus deste año en la forma en que antes tenía hecha obligación Osorio». Pero Angulo ofreció más. Por el precio presupuestado él daría no dos, sino una verdadera catarata de autos, de entremeses, de mascaradas y fiestas que inundarían la ciudad durante varios días con su arte su alegría. Pareció muy bien a los ediles esta oferta, y se apalabró con él a pagarle, el día de después Corpus, los 140 ducados previstos, aunque le pidieron dejara una cadena de oro en prenda de su compromiso…
Y esto es lo que hizo Andrés de Angulo con su grupo de cómicos en la Guadalajara de 1586: como presentación, vino un día de la Pascua del Espíritu Santo a representar una obra en el salón del Ayuntamiento. El día de la víspera del corpus por la tarde representó otra comedia en el mismo salón mayor de la Casa Concejo. Y ya el día de la fiesta realizó lo siguiente: a la salida de la procesión en la plaza de Santa María, un auto sacramental. Otro poco después, cuando la procesión pasaba junto a la casa del duque (el palacio del Infantado), seguido de dos entremeses y una danza de máscaras. Más otro auto de devoción y dos entremeses en la plaza del Concejo (la plaza mayor). Y por la tarde de ese día, haría otro auto con dos entremeses y una danza de máscaras «en el tablado que se haze en Santiago» y ya de noche concluiría con «otro auto e dos entremeses en el tablado que se hace en la plaza del concejo desta ciudad delante del corredor del ayuntamiento». Debió ser algo soberbio, impresionante, una compañía de cómicos durante un día entero cambiar incesantemente de vestimentas, de papeles, de tonos y de misiones. Un espectáculo único y fascinante, que hoy no nos queda sino rememorar con las alas de una imaginación que, a buen seguro se nos queda chica.
En todo caso, nos demuestra la vitalidad y las ganas de diversión que siempre tuvo el pueblo de Guadalajara. En eso, como en muchas otras cosas, seguimos siendo los mismos de siempre.