Ocho siglos en Valfermoso de las Monjas

domingo, 2 febrero 1986 3 Por Herrera Casado

 

La historia tiene también, que duda cabe, su música. El devenir de las memorias, que es de ordinario silencioso y pulcro, de vez en cuando suena. Y lo hace especialmente cuando cae la cuenta exacta de los años, cuando el tope de las cronologías le pone algunos ceros a la cifra del «ahora hace años…» con que nos cuentan cada historia. Un centenario es, en cualquier caso, siempre un motivo de reflexión, de parada, de volver la cabeza hacia algo que, no por viejo, deja de pronunciar su voz, y llamarnos.

Ahora estamos en el centenario del monasterio de Val­fermoso de las Monjas. Será en diciembre próximo que cumplirá la fecha exacta: ochocientos años de existencia. Un suspiro, apenas. Una histo­ria rectilínea, con alto y bajos, con riquezas y miserias, con músicas y con quejas. La biografía de un monasterio suele tener varias fechas significativas. Pero son las de su nacimiento y muerte, como le ocurre a los humanos, las que centran su ser y su significado. Aunque sabemos que en este año de 1986 se han de celebrar algunos actos, tanto dentro como fuera del cenobio de San Juan de Valfermoso, en orden a conmemo­rar el octavo centenario de su fundación, en esta hora queremos reme­morar, muy brevemente, su singladura histórica, y con estas líneas tirar de la campanita esa que tienen a la puerta, para que suene y sepan todos que aun late, que después de tan largo camino de penas y alegrías, Valfermoso y sus monjas benedictinas sigue latiendo, sigue diciendo cosas en la historia de Guadalajara.

La fundación de Valfermoso, ya lo hemos dicho, se remonta a 1186, año en el que un matrimonio de hidalgos atencinos, Juan Pascasio y dona Flambla le edificaron y trajeron monjas france­sas, presididas por la que seria primera abadesa, doña Nobila de Perigord, y otra monja llamada dona Guiralda. Las acompañaba un clérigo, también francés, llamado Ebrardo, redactor del Fuero que estos señores concedieron a la aldea de Valfermoso en 1189. La confirmación de la fundación se hizo, por el rey de Castilla, en 1998, y la inaugu­ración definitiva se hizo en 1200.

Los fundadores Pascasio y Flambla compraron un amplio terreno del valle del río Badiel, que en el siglo XII pertenecía el Común de Atienza, para allí instaurar una colonia de agricultores, a la que dieron el bonito nombre de Valfermoso y dotaron, para su rápido desarrollo, de un Fuero. Las monjas recibieron de los atencinos el gobierno y administración del pueblo y del territorio en torno. Ense­guida comenzó el monasterio de monjas a recibir favores de los grandes de España. En 1197 el obispo seguntino concedió a la abadesa dona Nobila un buen territorio labrantío y la exención de algunos impues­tos. El Papa Gregorio IX concedió en 1236 una Bula por la que donaba al monasterio de «dueñas» de Valfermoso los diezmos de dicho pueblo, de Utande, Ledanca, Miralrio, Bujalaro y Matillas. También recibieron numerosos favores de Fernando IV, así como de los Mendozas, desde el primero de ellos que asentó en Guadalajara, don Pero González de Mendoza junto a su esposa dona Aldonza de Ayala, hasta los López de Orozco, señores territoriales de la alcarria e incluso los mismos Reyes Católicos.

La protección real llego a su limite máximo en tiempos de  Felipe IV, cuando este monarca le dio al monasterio el titulo de Real y se vio convertido en señor de gran territorios de la Alcarria, extendiéndose sus dominios por los valles de Cañamares, Henares, Badiel y Tajuña. Se dio por entonces la circunstancia de residir en el Monasterio la que fuera conocida actriz de la Corte madrileña, y ex‑amante del Rey, Juana Calderón mas conocida por «la Calderona», quien termino sus días, junto a su hija también monja, ejerciendo de abadesa de Valfermoso. En el siglo XVIII llegó a ser tan poderosa y rica la comunidad benedictina, que ponía sus censos y hacia empréstitos nada menos que a la Compañía de los Cuatro Gremios, una especie de gran trust banquero.

En los inicios del siglo XIX llego la agonía a Valfer­moso. En todo caso, esta fue lenta y matizada por circunstancias diversas. Ante la invasión francesa huyeron las monjas en dirección a Bustares y el Alto Rey, quedando allí albergadas una temporada, y yendo luego a la ermita de Nra. Sra. de la Esperanza, en término de Durón, donde estuvieron hasta el fin de la Guerra de la Independencia. Años después, la Desamortización de Mendizábal proporciono un revés económico irrecuperable a la comunidad, al desposeerla de todo, excep­ción hecha del edificio del monasterio y una pequeña huertecilla aneja.

El hecho de ser numerosa la comunidad, las permitió continuar subsistiendo como monasterio, y así se llega a 1924 en que lo habitaban 23 monjas. La mas autentica y dura prueba que tuvo que sufrir Valfermoso ocurrió en 1936, cuando perseguidas y amenazadas de muerte, tras ver como el edificio de convento e iglesia era incendia­do, hubieron de huir campo a través, durmiendo al raso y buscando cada una las formas de sobrevivir mas adecuadas. Reunidas en 1938 en el convento de Calatayud, tras múltiples peligros, se reinauguro el monasterio en 1940, llevando desde entonces una vida de recolección y de entrega a diversas tareas sociales, como fue colonia infantil durante una época, y ahora Casa de retiro y ejercicios espirituales.

Esta es, en muy resumidas palabras, la historia de una institución antiquísima y plenamente identificada con la Alcarria en la que asienta. Ahora la recordamos, cuando se cumplen justamente ochocientos años de su primera andadura. Y ahora pedimos a todos que, por ser parte intima y latiente de esta historia de la Alcarria que aquí semana tras semana tratamos de evocar, tengan un recuerdo de cariño y apoyo hacia ellas: monasterio y comunidad.