El escudo heráldico de la Diputación Provincial de Guadalajara

viernes, 15 noviembre 1985 2 Por Herrera Casado

 

La ciencia de la Heráldica se ocupa, se ha ocupado durante largos siglos, del estudio de los escudos y emblemas que caracterizan e identifican a individuos, instituciones y comunidades. Y de ese estudio se derivan en muchas ocasiones enseñanzas provecho­sas. No en balde la Heráldica esta considera como una de las ciencias auxiliares de la Historia.

Entre los escudos que pudieran ser de interés en la consideración heráldica de la provincia, y de cuyo estudio llevamos ocupándonos ya bastantes años, hay diversos grupos de relevancia: uno es el de las familias destacadas, o de personajes importantes. Todos ellos nos permiten a veces saber quien encargo un edificio o un reta­blo, que personaje mando grabar una lápida o las líneas familiares que unían a unos con otros elementos de alguna estirpe. Por otra destacan los escudos de las instituciones públicas o de los núcleos de pobla­ción, como los Ayuntamientos, que vienen a darnos en sus emblemas el resumen de su historia y el corazón de sus tradiciones.

De unos y otros ya hemos hablado en ocasiones ante­riores, y probablemente vuelvan a ocuparnos en el futuro. Hoy traigo a esta palestra de lo provincial el tema del escudo heráldico de la primera de estas Instituciones provinciales: la de nuestra Excma. Diputación Provincial de Guadalajara, que posee también su escudo heráldico, sobre el que convendría decir algunas palabras.

Es sabido que la institución de la Diputación Provin­cial se crea en 1812, cuando las Cortes de Cádiz proclaman la Consti­tución española que poco después es sancionada por el Rey Fernando VII. En aquella fecha, fue creada, junto a otras 30 mas, la Diputación Provincial de Guadalajara con Molina, siendo reabsorbido el segundo nombre y formando la definitiva Diputación y Provincia tal como hoy existe. Ya en el siglo pasado preocupo la necesidad de crear escudos heráldicos representativos de las Diputaciones, y de este modo la Real Academia de la Historia recibió el encargo, por parte del Ministerio de Gobernación, de estudiar la estructura y composición de los escudos de las Diputaciones.

De este tema se encargaron don Vicente Castañeda y Alcover, secretario perpetuo de la primera institución histórica de la Nación, y el marques del Saltillo, ambos insignes genealogistas y científicos cultivadores de la heráldica. Y entonces se decidió la composición de estos escudos de las provincias, formándolos con los de los municipios que entonces eran cabezas de partido judicial.

La medida fue entonces muy contestada. Hoy parece que estas cosas importan menos, pero analizadas desapasionadamente vemos que fue una solución injusta y en cierto modo disparatada. Porque entre la gran cantidad de pueblos de una provincia, elegir para repre­sentarla en un escudo los de las localidades que tenían juzgado, era segregar a otras poblaciones, quizás con más habitantes o con mayor relevancia histórica. Por esa razón, podría haberse elegido para poner en el escudo provincial las poblaciones donde había estación del ferrocarril, puerto de mar, o veterinario. En Guadalajara concretamen­te se pusieron las cabezas de partido judicial que luego veremos cuales eran, y se ignoro así poblaciones de importancia humana y económica capitales como Jadraque o Mondéjar, y otras de notable prestigio histórico, como Hita, Uceda o Zorita. Es más, con la remode­lación de los partidos judiciales que se hizo no hace mucho tiempo, y que redujo su número, quedando en la actualidad solamente tres en nuestra provincia (Guadalajara, Sigüenza y Molina), sería necesario plantearse la posibilidad de creación o estructura de un nuevo blasón para Guadalajara.

En nuestro territorio se adoptó, de este modo, un escudo que consistía en nueve cuarteles, dispuestos horizontalmente de tres en tres, y que representan a los escudos heráldicos municipales de Molina de Aragón, Sigüenza, Atienza, Brihuega, Guadalajara capital (situado en el centro), Cogolludo, Cifuentes, Pastrana y Sacedón. Por timbre del escudo, y después de diversas interpretaciones, es general la aceptación de la existencia de una corona real, pues no corresponde la mural por no tener una muralla la provincia, y por haber sido un monarca quien amparara la creación de estas instituciones.

En cuanto al futuro, parece ser que los tratadistas de heráldica local opinan que sería lo lógico prescindir de estos escudos tan densos y prolijos, y adoptar escudos sencillos que podrían ser, o bien los de la capital de la provincia con pieza figura que los sirviera de brisura (algún detalle en el jefe, una bordura o filiera con piezas representativas de la monarquía o de cualquier otro elemen­to muy representativo de la provincia, etc. Incluso se ha pensado en hacer escudos de nueva creación para las provincias. La idea, en cualquier caso, puede parecer atrevida, pero no descabellada: ahí esta el ejemplo de los escudos y banderas adoptados para las Comunidades Autónomas de creación contemporánea, o la decisión de la Provincia de Madrid, que al cambiar su denominación por el de Comunidad Autónoma, ha eliminado su escudo provincial y ha adoptado uno nuevo, que puede ser discutido, pero que encierra indudablemente la capacidad de ser sencillo y fácilmente identificable.

Sea como sea, y mientras los tiempos corran al tenor que los actuales, Guadalajara continuará con su Escudo Heráldico Provincial, en el que lucirán los nueve emblemas municipales de sus antiguos partidos judiciales. Axial, Molina nos mostrará el brazo armado del conde don Alonso, la barra y las ruedas de molino añadidas de las lises borbónicas; Sigüenza nos dirá de su origen aquitano con el águila pasmada y el castillo dorado; Atienza hablará de antiguas potencias a través de su castillo roquero y los símbolos del reino de Castilla al que perteneció como joya primera de su corona; Brihuega nos enseñará el castillo de la Peña Bermeja y las Virgen María entre las mitras de sus obispos; Guadalajara volverá a recordar la gesta de Alvar Fáñez de Minaya la noche del 24 de junio de 1085 en que recon­quistara el burgo a los árabes; Cogolludo traerá los símbolos de Castilla y los La Cerda; Cifuentes evocara la presencia en su altura del conde don Juan Manuel con su castillo del que manan siete fuentes sinuosas; Pastrana entregara su jeroglífico de cruces, espadas y calaveras sobre la plata de su ducal señorío; y en fin Sacedón con­cluirá enseñándonos su castillo potente sobre las dos coronas de laurel de su sacrificada historia.

En este escudo provincial, en definitiva, continuaremos viéndonos y viendo a la tierra entera en la que hemos nacido. Podrá ser discutible, perfeccionable, modificable, su estructura. No cabe duda que, hoy por hoy, es el elemento heráldico que mejor nos dice de tierras, de cielos y de apasionados recuerdos.