La ruta del románico rural en Guadalajara

viernes, 16 agosto 1985 0 Por Herrera Casado

 

Entre los múltiples proyectos que en orden a, alentar y potenciar el turismo, ‑tenedlo siempre en cuenta como uno de los elementos de cultura y libertad humanas‑ a través de la provincia de Guadalajara, nuestra Diputación Provincial viene realizando desde hace ya algunos años, se encuentra la edición de unos folletos de divulgación y propaganda de diversos pueblos, comarcas y rutas que se ofrecen de cara a un turismo de primera instancia, a quien nada sabe de Guadalajara y desea empezar por alguna parte.

Entre esos folletos, (ninguno de ellos va firmado, aunque todos tie­nen su autor, Y todos los autores tienen su corazoncito) se publicó uno mío que titulé la Ruta del Románico Rural de Guadalajara, con el deseo de que sus breves pinceladas sirvieran para animar a muchos al viaje y la aventura que supone conocer los viejos, los viejísimos Monumentos de Guadalajara. En estas horas de oferta de excursiones, de lanzamientos a la lejanía, por bien poco dinero y un esfuerzo que siempre será recompensado, ofrezco a mis lectores hacer esta «Ruta del Románico Rural» de Guadalajara. Algo inolvidable, con certeza.

Si hubiera que elegir un estilo artístico, de los varios que ha tenido el occidente europeo, a lo largo de los últimos veinte siglos, como más representativo de la provincia de Guadalajara, este sería sin lugar a duda el románico rural, pues no sólo por ser el más numeroso, sino por presentar unas ciertas características de peculiaridad en todo el ámbito castellano, le confiaron el papel de estilo figura o norma artística, rural y sencilla, popular y verdaderamente identificada con el pueblo en que asienta.

Pueden hallarse todavía más o menos conservados en su totalidad o en parte, un centenar de iglesias de estilo románico por los pueblos de la provincia de Guadalajara. Algunas muestran el influjo directo de la arquitectura medieval castellana de en torno al Duero, y otras presentan unos caracteres propios muy singulares. En muchas de ellas surge la gran galería porticada adosada al muro meridional del templo, con capiteles, canecillos y otros detalles iconográficos de gran relieve. En otras, sencillamente, es la simple portada de arcos semicirculares, o el simple ábside orientado a levante, lo que tienen de común con el estilo románico pleno. En todos los edificios de esta tierra, sin embargo, luce con fuerza el carácter puro, la seña cierta del Medievo.

La época de construcción de estas iglesias es generalmente el siglo XII, pues en esa centuria tiene lugar la repoblación del territorio, poco antes conquistado a los árabes, por parte del reino de Castilla. Los yermos campos se pueblan con gentes venidas del norte, y Van surgiendo aldeas y edificios religiosos. Nace así el románico rural, popular al máximo, que hoy todavía puede admirarse en su ambiente genuino.

Una primera ruta del románico de Guadalajara ha de partir desde Saúca, pueblecillo situado en el km. 130 de la carretera radial II de Madrid a Barcelona, en plena Serranía del Ducado. Este templo parroquial es ejemplo singular del estilo: maciza presencia de sillar rojizo, con fuerte espadaña a poniente, portada semicircular de entrada, ábside poligonal a levante, y magnífica galería porticada que rodea el templo por el sur y poniente, con múltiples arquillos semicirculares, apoyados en capiteles singulares, con bonitas hojas, tracerías y aun figuras humanas y animales. En el interior hay una gran pila bautismal de la misma época.

Una carretera local sigue hacia Sigüenza. Pasado el pueblo de Estriégana, debe torcerse a la izquierda, por una carretera estrecha que lleva hasta Jodra del Pinar, brevísimo caserío en el que el viajero admira su antiguo y perfecto templo parroquial, en el que como un milagro se muestra toda la tradición arquitectónica del Medievo castellano galería porticada al sur, con capiteles de hojas de acanto;’portón con arquivoltas semicirculares; gran espadaña triangular a poniente; ábside de semicírculo a levante, y un interior de fuertes arcos formeros, con entrada al breve y alto presbiterio. Parecen no haber pasado los siglos sobre este edificio.

Más allá, en el valle del Henares, asienta Sigüenza, ciudad en la que toda maravilla del arte es posible. La catedral comenzó a construirse en el siglo XII, y así son románicas sus puertas occidentales, su acceso meridional, y un gran rosetón sobre el muro sur, verdaderamente único en su género. Por la ciudad alta surgen otras iglesias románicas: Santiago, con portón semicircular de decoración mudejarizante, y San Vicente, con portada muy similar y también bella. Ambas son iglesias de tipo urbano.

Siguiendo la carretera comarcal 114, pronto se alcanza, en un ramal a la derecha, el pueblecillo de Pozancos, en el que ha de admirarse su antiguo templo parroquial, que conserva plenamente el aire románico, reflejado concretamente en su arcada de acceso, con bellos capiteles foliados, y el ábside semicircular. Frente a la carretera que nos llevó a Pozancos, arranca otra que conduce a Palazuelos y de ahí a Carabias, donde surge otra iglesia de singular encanto, poseedora todavía de una gran galería porticada, orientada sobre tres de sus costados, con numerosos arquillos y capiteles de tema vegetal.

Sigue la ruta hasta llegar a Atienza, la alta villa medieval resguardada a la sombra de su castillo. Por las callejas del burgo, y aun por sus alrededores inmediatos, van surgiendo las iglesias que han sobrevivido al paso de los siglos. Aquí hubo, durante la Baja Edad Media, más de una docena de templos, de los que aún hoy el viajero puede contemplar cinco, y en este orden: al final de la calle principal del pueblo, una vez cruzada la espléndida Plaza del Trigo, se admira la iglesia de la Santísima Trinidad, en la que destaca el ábside semicircular, cuajado de ventanales, impostas, canecillos y capiteles de rica ornamentación. Camino arriba, hacia el castillo, se alcanza la iglesia de Santa María del Rey, que hoy sirve de cementerio, y que muestra dos extraordinarias portadas: en la principal lucen sus arquivoltas más de un centenar de figuras, y en la del norte surgen frases en caracteres latinos y cúficos de alabanza a Dios. En la parte baja de la villa se visitará la iglesia de San Gil, que muestra de románico su ábside semicircular, y ya casi en el valle ha de verse la iglesia de San Bartolomé, precedida de un bello pórtico con portón, y un interior de gran carácter; Y más allá aún, la ermita de Nuestra Señora del Val, en la que destaca su portada, con arquivoltas ocupadas por curiosos personajes contorsionistas o saltimbanquis del Medievo. Para contemplar el interior de estas iglesias, es necesario ponerse en contacto previamente con el sacristán o el párroco.

De Atienza hay que seguir, por la carretera comarcal 114 hacia Ayllón y Aranda. Se visitará primero la ermita de Santa Coloma en Albendiego, quizás el más bello templo románico de la ruta y de la provincia toda. Está aislado en el campo, entre arboledas densas. Perteneció a un antiguo monasterio de canónigos agustinianos. Tiene una espadaña triangular a poniente, un espléndido ábside semicircular a levante, con columnas adosadas en haz, y tres ventanales ocupados por variadas celosías caladas con tracerías mudéjares. El interior es impresionante, con presbiterio central, de piedra vista, y capillas laterales, todo ello cuajado de vistosos capiteles del estilo. Hay que pedir la llave en el pueblo.

Subiendo ya al alto llano de la sierra de Pela, se visitará la iglesia parroquial de Campisábalos, en laque se admira su atrio porticado; su portón grandioso, cuajado en sus arquivoltas de tracerías mudejarizantes; y su ábside semicircular, con vistosa serie de canecillos. El interior es magnífico, mostrando su presbiterio de piedra vista, con cúpula sobria de la que cuelga un crucifijo. Adosada tiene la capilla del caballero San Galindo, que muestra también bella portada románica, y en su muro sur tallado un «mensario» con representación gráfica de los doce meses del año, con las faenas agrícolas y ganaderas practicadas en el lejano siglo XII Su interior es también merecedor de ser visitado.

Al final del trayecto, en un apartado rincón serrano, Villacadima surge como fantasmal pueblo abandonado, en cuyo centro se alza ya a medio derruir, su iglesia parroquial, del más puro estilo románico rural. Se accede a ella a través de un amplio atrio descubierto, y llama la atención del visitante la gran puerta de entrada, de arcos semicirculares en degradación, tallados con diversos temas geométricos de raíz mudéjar.