La ciudad antigua de Uceda
Es Uceda una de las poblaciones que cuenta con una historia más interesante y remota de cuantas existen en nuestra provincia. Ya en otras ocasiones hemos viajado hasta Uceda, hemos referido su historia, hemos recordado sus monumentos y cuanto de interés reúne en el plano artístico y urbanístico. Pero en esta ocasión queremos rememorar Uceda desde el punto de vista de la Reconquista, y nada mejor que volver a caminar por ella, evocar sobre las ruinas de la antigua ciudad toda su grandeza, y recordar su estado en aquellos años cuando fue definitivamente reconquistada al Islam por Alfonso VI.
Desde época prehistórica contó Uceda con una singular situación estratégica, que la hizo cobrar enseguida una subida importancia. No sería raro que tanto los pueblos ibéricos, como los romanos hubieran tenido en ella habitación. Lo que sí es indudable, es que los árabes consideraron a este lugar como clave en su estrategia defensiva de la Marca Media o frontera militar frente a los reinos castellanos del norte y por tanto desde el mismo siglo VIII se convirtió su altura en un potente bastión militar y residencial. De su importancia dan fe diversas crónicas antiguas, que aseguran la existencia en Uceda de jerarquías militares fronterizas, de mezquita, de una colonia judía notable, y por supuesto de unas defensas de envergadura, entre las que descollaba su castillo.
En las noticias que sobre las incursiones castellanas a tierra de Al-Andalus se hicieron en los primeros siglos de la Reconquista, siempre figura la ciudad y fortaleza de Uceda como uno de los objetivos a alcanzar. En las expediciones de Fernando I figura, y, por supuesto cuando tras la toma de Toledo, Alfonso VI menciona diversas ciudades y castillos fuertes que habían pasado al dominio político de la corona castellana, aparece Uceda como un bastión codiciado, siendo entregada su mezquita a la Iglesia Toledana para que la posea y administre.
Poco después, el señorío temporal de Uceda pasaba a los arzobispos toledanos, y se comenzó la creación del Común de Villa y Tierra, que llegó a contar con más de 40 aldeas dependientes de Uceda. De este modo se Configuró la vida de la villa durante toda la Edad Media, como lugar fuerte militar, como bastión histórico y como centro comercial y administrativo de una amplia comarca en tomo a las orillas del alto Jarama. Ya en el siglo XVI Uceda empezó a declinar su estrella, a cambio de cederle su puesto directivo comarcano a una de sus aldeas, Torrelaguna.
Visitar hoy Uceda en búsqueda de los restos de su antigua ciudadela es un auténtico gozo del espíritu. Aparte de visitar el bien urbanizado caserío actual, con su magnífica plaza principal, su larga y animada calle mayor, su iglesia parroquial espléndida, renacentista, hoy en obras de restauración, su centro cultural, etc., el viajero debe encaminarse hacia el poniente de la actual villa.
Allí encontrará, en medio de algunos breves campos de labor, suficientes rastros del pasado como para percatarse de la grandiosidad que tuvo este núcleo en la Edad Media.
Su situación es de auténtico nido de águilas sobre el Jarama, que suena lejano en el profundo foso que e rodea por el norte y el occidente. La antigua villa medieval ocupa un espacio de aproximadamente 6,5 hectáreas, y estaba completamente rodeada de murallas, que eran especialmente fuertes y gruesas en su parte oriental, la que daba a la actual parte poblada, por estar el terreno más llano en ese lugar. De su distribución, extensión y colocación de las torres y puertas no es difícil hoy hacerse idea, pues no sólo la viva y hermosa descripción que hacen de ella las antiguas Relaciones Topográficas, sino la visita que en su torno puede realizarse, da cabal idea de su estructura y grandiosidad.
La puerta principal de la villa medieval de Uceda se denominaba la «puerta Herrena» quizás en recuerdo de su portalón de hierro forrado de pieles, como dicen antiguas crónicas que era. Desde dicha puerta, que se encontraba frente a la entra, da de la actual calle mayor, se penetraba en la ciudad y se bajaba un trecho hasta llegar frente a la otra puerta, la de la Varga, que permitía la entrada a los que subían por el zigzagueante camino que ascendía desde el río. Junto a esta puerta de la Varga (que es palabra que aún hoy significa cuesta), se abría la iglesia parroquial principal de la ciudad, templo mimado por los arzobispos toledanos, que en él quisieron poner lo mejor del arte medieval cisterciense, construyendo una iglesia de hermosas proporciones y alturas, toda ella en un uniforme estilo románico, que hoy, a pesar de su estado semirruinoso y contener en su interior el Camposanto, aún muestra su belleza y fastuosidad.
La puerta principal, la «Herrena» de las crónicas, era un soberbio ejemplar de torre albarrana adosada a la muralla, que permitía el paso haciendo un requiebro o zig‑zag, para mejor control de los que pasaran, pudiéndose calificar del mismo estilo que la puerta de Bejanque en la muralla de Guadalajara, o que las puertas de las murallas de Palazuelos actualmente existentes. La muralla de Uceda tenla aún otras tres torres: una pentagonal, con puente levadizo delante; otra gran puerta entre dos torres y otra enorme, muy fuerte, de planta pentagonal, maciza aunque con un hueco para la escalera, que aún hoy existe en la esquina nordeste del recinto y que cobija a la llamada «casa de la muralla» que en Uceda todos conocen.
Estas torres se unían por medio de lienzos de sillarejo y argamasa, corno aún es visible en todo el recorrido de la carretera que conduce a Torremocha bajando por el hondo barranquillo que rodea a Uceda por el oriente. Dentro de estos límites descritos, hasta el siglo XVI se albergó una población de unos 2.500 habitantes, constituyendo una típica ciudad medieval sobre cuya pérdida y arrasamiento no pueden entonarse sino lamentaciones, o con muy buena voluntad, como acabo de hacer, rememorarla en sus condiciones auténticas. A partir de entonces, la gente fue a residir al llamado arrabal, que no era otra cosa que la actual villa, donde se levantó nueva iglesia parroquial, se erigieron palacios y edificios públicos, que conllevaron el abandono y la ruina total para el antiguo burgo, qué había sido codiciado y mimado por árabes y arzobispos.
Nos queda por último decir unas palabras del castillo, que todavía puede verse, aunque sea sólo en su planta y en su sombra, situado en una eminencia soberbia a occidente de la antigua villa. Situado el visitante junto a la iglesia románica de la Varga, allá por donde el sol se esconde vese un cerrete en el que destacan dos torreones que escoltan un empinado camino. Camino que asciende a una meseta, de unos 4.000 metros cuadrados, en la que sólo se aprecian algunas trincheras realizadas por los eternos buscadores de «tesoros», y en los costados, unos mínimos restos de muralla de sillarejo. La verdad es que tanto en el recinto de este castillo de Uceda, como en sus derrumbes hacia la cuesta de la Varga se han encontrado y aún se ven con facilidad abundantes fragmentos cerámicos de época árabe y medieval cristiana. Algunos de estos fragmentos, de técnica mudéjar a la cuerda seca, son muy bellos. Y vienen a ser la prueba evidente de la importancia que este terreno, hoy baldío y solitario, fue antaño una ciudad grandiosa y potente. En grado suficiente como para haber sido protagonista destacada de aquel proceso de Reconquista del que ahora se cumple justamente el noveno centenario