La calle de la Mina

domingo, 5 mayo 1985 0 Por Herrera Casado

 

En nuestro recorrido por las calles de la ciudad de Guadalajara que tuvieron alguna relación con la ciudad medieval o con el momento de su reconquista a los árabes, por parte del reino de Castilla, nos vamos a ocupar hoy de una de las más tradicionales calles que bordearon la muralla del burgo medieval, y de aquellos remotos tiempos guarda su nombre. Nos referimos concretamente a la calle de la Mina, cuyo nombre permanece aún dentro de un cierto halo de misterio para muchos, y creo que en todo caso es conveniente airear su origen para que de todos sea conocido el mismo.

Es esta una larga vía que nace en el mismo centro de la ciudad: en la hondonada que existe junto a la plaza de Mariblanca, o de Santo Domingo, donde hoy se encuentra la estatua al Conde de Romanones. De esa hondonada a la que es preciso bajar por unas escaleras, parte la calle, en un principio llana y progresivamente en cuesta acentuada, casi en todo un trayecto recta, hasta acabar muriendo en la calle de Ramón y Cajal, concretamente en el, espacio llamado «Puerta de Bejanque».

A lo largo de su recorrido, nos encontramos en la calle de la Mina, con sencillas casas, que tienen más aspectos de rurales que de capitalinas. En los últimos años le fueron naciendo algunas construcciones residenciales de aire más moderno, e incluso alguna de aire francamente vanguardista. El caso es que, aparte lo dicho, y algún corral que otro, nada más de interés puede contemplarse en la calle de la Mina. Ni palacios, ni iglesias, ni monumentos de cualquier tipo la ornamentan.

Pero no cabe duda que en siglos pasados tuvo su importancia. Por ser calle llana y de cómodo tránsito, y por estar incluida dentro del recinto amurallado de la ciudad, disfrutaría, en épocas antiguas de floreciente comercio y de un tráfico notable. Era un barrio de artesanos y comerciantes el que centraba esta calle. Corría desde la puerta del mercado, situada en el lugar justo donde hoy se inicia la calle Mayor a partir de la plaza; de Santo Domingo, hasta la puerta de Bejanque. Dejaba fuera la llamada «carrera de San Francisco», amplio paseo por donde se celebraban los Juegos, los alardes y las principescas recepciones de la ciudad a sus ilustres visitantes.

El nombre que lleva, lo debe esta calle a que por debajo de la muralla que la circundaba corría una «mina» o pasadizo donde se almacenaban pertrechos militares y que permitía una mejor defensa de la ciudad a costa de dicho atrincheramiento. Podía tener la dicha mina, también la finalidad de dar desagüe a los torrentes que desde Santo Domingo caminaban hacia Bejanque. Pero en todo caso es claro que el nombre deriva de un corredor profundo, más o menos secreto, que la abarcaba al completo.

Como antes decía, esta calle se iniciaba en la Puerta y Plaza del Mercado, que desde la Edad Media ocupaba el lugar en que hoy tenemos a la Plaza de Santo Domingo, uno de los puntos neurálgicos de Guadalajara. En ese amplio espacio, qué luego presidió la iglesia y convento de los dominicos, a la que en el siglo XIX pasó la titularidad de la iglesia de San Ginés, se reunía los martes una gran multitud procedente no sólo de la ciudad, sino de toda la comarca de Alcarria y Campiña circundante, a poner allí su mercado.

En el otro extremo de la calle de la Mina, surgía la magna puerta de Bejanque, así llamada en recuerdo de algún jerarca moro, y que ofrecía hasta su derribo en el siglo XIX, un magnífico ejemplo de lo que eran las puertas o torres albarranas de las ciudades medievales amuralladas. Se trataba de una torre pentagonal, adosada a la muralla en la que se abría una puerta que luego se desarrollaba en zig‑zag, consiguiendo una seguridad muy notable en su defensa. A pesar de su derribo en la centuria pasada para dar pasó a la remodelada calle Ramón y Cajal, aún hoy se ven restos del torreón en la primera casa de esta última calle. Se continúa por allí la calle de la Ronda, clara alusión también a la función de la muralla que por allí pasaba, y que venía a dar definitivo paso al barrio de Budierca, uno de los más populosos de la ciudad hasta tiempos no muy lejanos.

Son, en definitiva, estos apuntes, mero recordatorio de algunos temas ya vistos en anteriores artículos Sobre la muralla de la ciudad, y que nos darán paso para, en un futuro no muy lejano, seguir hablando de las calles, las plazas y los barrios de esta ciudad del Henares que tanta historia y tan curiosas anécdotas conserva. De la mano de estos sus evocadores nombres los Iremos recordando. Ahora descansamos temporalmente del tema, y en la próxima semana, seguiremos analizando otros temas provinciales relacionados con la reconquista de la comarca campiñera en torno a Guadalajara.